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INTERACCIONES ENTRE CULTIVADORES,
USUARIOS E INVESTIGADORES EN TORNO A LOS
USOS MEDICINALES DE CANNABIS EN ARGENTINA
Lucía Romero* / Oscar Aguilar Avendaño**
RESUMEN
En el marco de un proceso de remedicalización del cannabis que rápidamen-
te impulsó su legalización en la mayoría de los países europeos, en Canadá,
en más de la mitad de los estados de los Estados Unidos, en Australia, en
partes de Asia y en varios países de América Latina, la Argentina en 2017
sancionó la ley 27.350, sobre cannabis medicinal. A partir de entonces,
algunos académicos y médicos locales comenzaron actividades de extensión
y de investigación sobre el tema, bajo dinámicas colaborativas y de co-pro-
ducción de conocimientos con asociaciones de cultivadores y pacientes. El
presente trabajo busca conocer las motivaciones e intereses de los investi-
gadores y de los usuarios (cultivadores, pacientes) para colaborar entre sí y
generar agendas de investigación y extensión sobre este tema, considerando
los recursos y conocimientos intercambiados, sus dinámicas colaborativas,
sus conceptualizaciones, sistematizaciones, formas de indagación y de repli-
cación de experiencias y los conflictos o problemas surgidos. Sobre la base
del análisis de material proveniente de entrevistas en profundidad y de la
revisión de documentos institucionales, folletos, artículos científicos y de
observaciones, se analizan las dinámicas de hibridación, coproducción y
resignificación de conocimientos conformadas en las interacciones entabla-
das entre usuarios y académicos.
 :   –   –
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* Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, Universidad Nacional de
Quilmes (-), Conicet. Correo electrónico: <laromero@unq.edu.ar>.
** Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, Universidad Nacional de
Quilmes (-), Conicet. Correo electrónico: <oskareduardo1@gmail.com>.
doi: 10.48160/18517072re50.9
236 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
INTRODUCCIÓN
Durante los últimos 20 años, en diferentes partes del mundo, comenzó un
proceso de remedicalización
[1]
del cannabis que rápidamente impulsó su
legalización en la mayoría de los países europeos; en Canadá, en más de la
mitad de los estados de los Estados Unidos, en Australia, en partes de Asia
y en varios países de América Latina (Taylor, 2010; Dufton, 2017).
En la Argentina en marzo de 2017 se sancionó la ley 27.350 que habi-
lita y promueve la investigación sobre el tema a la vez que regula la impor-
tación de un aceite hecho a partir de cannabis para enfermos con epilepsias
graves. Este hecho fue resultado de la presión de asociaciones de pacientes
y cultivadores quienes, con el apoyo de algunos científicos y médicos, logra-
ron instalar el tema en la agenda legislativa y construir junto con algunos
legisladores las bases de la nueva ley. En este marco, algunos grupos cientí-
ficos y médicos locales iniciaron actividades de extensión y de investigación
sobre el tema bajo dinámicas colaborativas y de coproducción de conoci-
mientos con asociaciones de cultivadores y pacientes.
[2]
El cannabis terapéutico que se consume mayoritariamente en la
Argentina proviene de producciones caseras locales sin un control de cali-
dad, sin una producción estandarizada, ni información del perfil de sus
compuestos activos (cannabinoides, terpenos y flavonoides
[3]
) los cuales
[1] Por “remedicalización del cannabis” hacemos referencia a la reintroducción social de
los usos terapéuticos de estas plantas a partir de la década de 1970; usos que eran conocidos
por distintas civilizaciones y en distintos períodos de la humanidad (en la Antigüedad en
China, y luego en Europa, en el Reino Unido, Francia, Estados Unidos a lo largo del siglo
), pero que fueron proscritos durante las tempranas legislaciones sobre estupefacientes
(Taylor, 2010).
[2] En la Argentina, si bien no se desarrollaron tempranas investigaciones científicas
sobre cannabis, existió un uso social, farmacéutico y médico de este desde hace mucho
tiempo: la Farmacopea Argentina elaboró el primer Códex Medicamentarius en 1893 (ley
Nº 3.041), y cuando fue publicado oficialmente en 1898 incluía el “cáñamo indiano”. Se
caracterizaba la planta, enunciando que se usaban “las sumidades floridas y el fruto” y se
especificaba que sus efectos eran “hipnótico, anodino, antiespasmódico”. Las preparaciones
en las que se empleaba eran el “extracto alcohólico de cáñamo”, de uso antiespasmódico, y
la “tintura de cáñamo indiano”; para ambas se brindaba información relativa a las dosis
máximas permitidas (Díaz, 2018: 6).
[3] Las plantas de cannabis producen una gran variedad de moléculas químicas de interés
terapéutico. Algunos de estos compuestos orgánicos son conocidos como cannabinoides, de
los cuales dos de los más estudiados son el tetrahidrocannabinol () y el cannabidiol
(), que se asocian a diversos efectos fisiológicos como actividad psicoactiva, sedante,
estimulante de apetito, entre otros.
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dependen directamente de la variedad vegetal (popularmente denominada
como “cepa”), sus condiciones de cultivo y del método de extracción utili-
zado. Este hecho, entre otros, ha movilizado a algunos académicos a iniciar
agendas de trabajo y prestar servicios, analizando qué composición bioquí-
mica tienen los productos que circulan en la actualidad.
En un principio, la provisión interna de cannabis medicinal fue mono-
polizada por una compañía extranjera, Stanley Brothers, que exporta el
aceite Charlottes Web. Dado que el costo ronda los 900 dólares y que en
muchos casos no muestra los mejores efectos en los pacientes (su composi-
ción es exclusiva en cannabidiol () y que en muchos casos de epilepsias
y en otras dolencias los testimonios de los usuarios y una biblioteca médica
apuntan a mostrar que son más efectivos productos terapéuticos de com-
posición mixta (dado un presumible efecto sinérgico entre las moléculas del
cannabis
[4]
), para muchos afectados y cultivadores el autocultivo continúa
siendo el modo más efectivo, económico y seguro de obtención de la mate-
ria prima para producir el aceite.
El objetivo central del presente trabajo, entonces, es responder las
siguientes preguntas: ¿cuáles son las motivaciones e intereses de los inves-
tigadores y de los usuarios (cultivadores, pacientes) para colaborar entre sí
y generar agendas de investigación y extensión sobre cannabis terapéuti-
co?; ¿qué recursos y conocimientos intercambian?; ¿para qué?; ¿cuáles son
sus dinámicas colaborativas?; ¿qué conocimientos fueron coproducidos?;
¿cuáles fueron las continuidades y rupturas entre los procedimientos de
construcción de conocimientos y evidencias (conceptualizaciones, sistema-
tizaciones, formas de indagación y de replicación de experiencias, conserva-
ción de genéticas) de unos y otros?; ¿qué conflictos o problemas surgieron
en la colaboración?; ¿qué les brinda la base experiencial, práctica y popular
del conocimiento de los cultivadores y pacientes a los investigadores cien-
tíficos?; ¿y lo contrario?; ¿cuál es el aporte del laboratorio, el marco de tra-
bajo y los procedimientos de la investigación científica a las asociaciones
de cultivadores y pacientes?
Con la noción de conocimientos populares estamos pensando en el tipo
de conocimiento diseminado en la sociedad y no monopolizado por ningún
agente en particular. Este tipo de conocimiento tiene algunos elementos en
común con el conocimiento conformado a partir de los datos construidos
por grupos de usuarios que aportan y/o confrontan con los expertos, tam-
[4] Sobre dicho fenómeno sinérgico o “efecto séquito” de los extractos de espectro com-
pleto, véase <https://www.fundacion-canna.es/extractos-de-cannabis-de-espectro
-completo-frente-cbd-aislado>.
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bién denominado conocimiento local (Wynne, 1998), aludiendo con ellos
a las prácticas, saberes empíricos y la llamada “investigación salvaje” de los
usuarios (Callon y Rabeharisoa, 2003). Todos estos conceptos comparten la
característica de evocar prácticas de conocimiento que se realizan fuera del
laboratorio científico y son llevadas a cabo por la investigación de los usua-
rios, la gente común que, muchas veces, contiene elementos y referencias de
conocimientos certificados mezclados con conocimientos populares. El de
los cultivadores de cannabis se ajusta más a un conocimiento popular (debi-
do al carácter no monopolizado, socialmente diseminado y vulgar del cono-
cimiento de la planta) y basado en la experiencia (Collins y Evans, 2002),
ya que la vía práctica y empírica es la forma de obtener conocimiento por
excelencia en su caso. En este sentido, este artículo pretende dialogar con
los trabajos que se han interesado por la importancia que asumen los cono-
cimientos no expertos en diferentes procesos y problemas tecnocientíficos
(Jasanoff, 2003; Moore et al., 2011), por las implicancias de conocimiento
que asumen las relaciones de intercambio entre los usuarios y los grupos
profesionales y expertos en cuestiones de salud particularmente (Epstein,
1995; Callon y Rabehariosa, 2003; Taylor, 2010).
El abordaje metodológico del presente trabajo es de un estudio de casos
cualitativo y el diseño general de la investigación ha sido de tipo explora-
torio, más cercano a la de corte inductivo y emergente (Denzin y Lincoln
1994). Si bien partimos de un conjunto de perspectivas y nociones sobre
conocimientos y experticias, discutidos desde el campo de los estudios
sociales de la ciencia y la tecnología (), la indagación empírica, antes de
buscar corroborar hipótesis teóricas o un marco interpretativo compacto
para el caso del cannabis, se orientó a generar nuevas combinaciones de
conceptos a partir de las regularidades encontradas y a sumar evidencia
empírica a la idea que defiende que no existe una división tajante, jerárqui-
ca y lineal entre expertos productores y usuarios consumidores en todos los
campos. Al contrario, este es un caso que pone en cuestión esa idea y
demuestra la centralidad de la base popular y experiencial del conocimien-
to en torno al cultivo de la planta (los cultivadores) y a los efectos terapéu-
ticos de su consumo (los usuarios, enfermos). Muestra que tanto los
expertos como los cultivadores y usuarios medicinales son productores y
consumidores de conocimientos, siendo los primeros verdaderos “expertos
en el cultivo artesanal de la planta y los segundos, en temas de aceites, cepas,
dosis. Los llamados por Collins y Evans (2002) “expertos basados en la
experiencia”.
De acuerdo al objeto del estudio –un fenómeno que se enmarca en el
riesgo de ilegalidad y conflicto real o como amenaza en el plano societal–,
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la producción de conocimientos sobre cannabis medicinal articula no sola-
mente con el conocimiento especializado o experto sino también con el
conocimiento popular/práctico (la acumulación de métodos, protocolos,
recursos usados por los cultivadores productores de la planta y de sus flo-
res) y experiencial (las vivencias que tienen los pacientes al consumir el
producto y la conformación de nuevas identidades como usuarios canná-
bicos), con las ideologías e identificaciones sociales (acerca de la prohibi-
ción/legalización de su uso, de la distinción entre el cannabis recreativo y
terapéutico), con las expectativas individuales y grupales sobre la efectivi-
dad del producto –de desconfianza, incertidumbre y ambivalencia– en
torno a la calidad de los productos, sus efectos sintomáticos según enfer-
medad, entre otras.
En este encuadre, la estrategia metodológica se basó en un diseño cua-
litativo, flexible y de bricolaje, en el cual el investigador como bricoleur
combina diferentes materiales empíricos, métodos, estrategias que tiene
a su alcance, con el fin de generar nuevos conceptos o combinar a partir
de las regularidades encontradas (Denzin y Lincoln, 1994; Jones et al.,
2004). Así, en forma exploratoria primero se realizó más de una veintena
de entrevistas semiestructuradas a investigadores académicos sobre can-
nabis en la Argentina y a miembros de organizaciones civiles por el uso
medicinal del cannabis –estas fueron anonimizadas–. Para el primer caso,
estas entrevistas buscaban indagar sobre el tipo conocimiento generado
en torno a los usos medicinales de cannabis, su inscripción disciplinar/
por especialidad/interdisciplinar, motivaciones, valoraciones e intereses
cognitivos en torno al tema, adoptantes/colaboradores/coproducción,
entre las principales. Para el caso de los miembros de las organizaciones,
las dimensiones indagadas en las entrevistas rondaron alrededor del tipo
de prácticas y conocimiento/experticia de los cultivadores y los afectados
para cultivar la planta, preparar el producto a partir de cannabis (aceite
u otros medios), fuentes de aprendizaje, mecanismos de intercambio
entre sí, con los investigadores académicos y los médicos; repertorios de
lucha/demandas y motivaciones/interés por generar agendas de investi-
gación con los investigadores académicos. La realización y el análisis de
estas entrevistas permitieron identificar y conformar un corpus documen-
tal (folletos informativos de las organizaciones, artículos científicos, pro-
yectos de investigación/extensión universitaria) y un grupo de informantes
clave, tanto en el terreno de los académicos como en el de los cultivadores
y activistas, que nos ayudaron a seleccionar el caso donde concentrarnos
con mayor detalle.
240 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
El caso analizado, las interacciones entabladas entre el laboratorio del
Centro de Investigaciones del Medioambiente de la Universidad Nacional
de la Plata (-) y los cultivadores de la Asociación Cultural Jardín
del Unicornio y de Cultivo en Familia, fue seleccionado por ser único o
intrínseco (predomina el principio del interés que ofrece el caso) (Stake,
1999) como experiencia pionera en: a) introducir y desarrollar un cultivo
experimental sobre cannabis en una universidad argentina y b) hacerlo en
colaboración con un grupo extraacadémico que, si bien socialmente ha
recibido nuevas formas de valoración positiva, aún no es plenamente reco-
nocido por el Estado argentino como sujeto pleno de derecho en la
materia.
El caso fue abordado bajo una combinación de técnicas: se realizaron
dos entrevistas en profundidad a los miembros de la Asociación Cultural y
dos entrevistas en profundidad al investigador principal, una individual
y otra con sus colaboradores; el análisis del contenido de estas entrevistas
fue cruzado con el de los documentos (artículos científicos, proyectos de
investigación/extensión universitaria, folletos de información/divulgación
de la organización) y con las notas de campo obtenidas de una observación
no participante, desarrollada en la presentación de las “Cepas Argentinas
Terapéuticas” en el Centro Científico Tecnológico () de la ciudad de La
Plata el 22 de mayo de 2019.
La organización del trabajo es la siguiente. En una primera sección se
reconstruyen las prácticas y los conocimientos populares y experienciales
de cultivo de cannabis en manos de cultivadores, cuya identidad primaria
estuvo ligada a su uso recreativo. Se muestra bajo qué visiones y estrategias
algunas asociaciones incorporaron la cuestión medicinal en sus agendas,
analizando qué cambios trajo en sus prácticas de cultivo y de legitimación
y visibilización pública. Segundo, se busca comprender cómo y por qué los
cultivadores e investigadores generaron agendas de trabajo colaborativas,
considerando el tipo de recursos y conocimientos intercambiados por ellos
y sus finalidad, sus dinámicas de coproducción y los conocimientos efecti-
vamente coproducidos, las continuidades y rupturas entre los procedimien-
tos de construcción de conocimientos y evidencias (conceptualizaciones,
sistematizaciones, formas de indagación, replicación y conservación de
experiencias), los conflictos surgidos, las dinámicas de complementariedad
desarrolladas entre la base experiencial, práctica y popular del conocimien-
to de los cultivadores y pacientes y el marco de trabajo y los procedimientos
de la investigación científica de laboratorio.
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LA BASE POPULAR DEL CONOCIMIENTO ACUMULADO
SOBRE EL CULTIVO Y USO DE LA PLANTA
Durante la mayor parte del siglo , entre 1937 y 1996, año donde se lega-
liza el uso terapéutico por primera vez en el mundo, en California, la plan-
ta de cannabis y sus productos fueron clasificados por los Estados-nación
como sustancias ilícitas. Este hecho explica que en el contexto del siglo
que más avances y revoluciones cognitivas desarrolló la ciencia en materia
de salud (la consolidación de la teoría bacteriana sobre las enfermedades,
los rayos , la aparición de los antibióticos, la secuenciación del 
humano, por nombrar algunos), la investigación científica y médica sobre
cannabis fuera casi inexistente en el mundo y en el medio local, confor-
mando un caso de ciencia no hecha (Frickel et al., 2010; Hess, 2016), con
excepción de algunos hitos como la identificación y aislamiento del 
por el investigador israelí Raphael Mechoulam en 1960, o los desarrollos
de Roger Pertwee y su grupo con la descripción de los receptores CB1 y
CB2 y del funcionamiento del sistema endocannabinoide hacia 1980
(Russo, 2002).
En este estado de situación, el conocimiento sobre el cultivo de la plan-
ta, su conservación, adaptación y transformación en el tiempo (genéticas,
cruzas, mejoramientos vegetales) se acumuló en espacios sociales bien dife-
rentes al de la ciencia académica: primero en el de los cultivadores ances-
trales, luego en manos de pequeños productores agrícolas ilegales, asociados
al eslabón más débil del narcotráfico que, en América Latina, se localizan
mayormente en Paraguay, Colombia, México y algunos países del Caribe
como Jamaica (Jelsma et al., 2019). Luego, a partir de las revoluciones cul-
turales de 1960 y 1970, entre los rastafaris, hippies, rockeros y otras contra-
culturas y, finalmente, desde el 2000 en la denominada cultura
cannábica.
Los estudios más recientes apuntan a caracterizar al cannabis como una
única especie que adquirió diferentes formas y composiciones bioquímicas
conforme a una ruta evolutiva ligada a su domesticación y a sus usos
(Clarke y Merlin, 2016; McPartland y Guy, 2017). Así, por ejemplo, las
plantas de cáñamo (históricamente usado por sus fibras en distintos usos
como papel o textil) evolucionaron en gran parte del continente europeo,
mientras que otras formas del cannabis cuya utilidad estuvo relacionada con
la sanación o rituales religiosos fueron adaptadas en zonas de la región asiá-
tica como en la India (de aquí que popularmente durante inicios del siglo
 se reconocía en la Farmacopea Argentina al cáñamo índico por sus pro-
piedades curativas).
242 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
Los cultivadores locales
En la Argentina, las experiencias de cultivos de cáñamo datan desde el siglo
,
[5]
los usos curativos y medicinales del cannabis figuran en la Farmacopea
de entonces y el consumo recreativo apareció también a mediados del siglo
 entre la juventud local que se identificaba con el movimiento contracul-
tural hippie. Pero ¿cuándo se propagó el cultivo popular y doméstico en el
medio local?
La crisis argentina del 2001 introdujo un clivaje al respecto. El fin de
la convertibilidad retrajo el tráfico del cannabis de Paraguay al país debido
a una merma en su demanda local por la suba del precio (en ese entonces
en la Argentina se consumía mayormente el llamado “prensado paragua-
yo”) e impulsó a muchos consumidores, en ese marco de escasez y altos
precios, a lanzarse al autocultivo en forma individual primero y luego con-
formando clubes y asociaciones. Estas, a lo largo de los últimos veinte
años, fueron desarrollando un activismo político muy potente (Corbelle,
2016) o lo que algunos denominan un Movimiento Cannábico Nacional
(Sclani Horrac, 2014).
Esta situación se enmarca dentro de una tendencia global de reconfigu-
ración en la producción del cannabis que abandona un modelo de cultivo
a gran escala situado en países en vías de desarrollo y de exportación a los
mayores centros de consumo (típico de otras drogas ilícitas como la cocaí-
[5] En la Argentina, los antecedentes del cultivo de la planta se remontan a sus tiempos
y sujetos fundacionales: Juan Manuel Belgrano propició su cultivo sin éxito. En 1914, en
el tercer censo nacional, a pesar de no figurar entre las plantas industriales más importantes,
se documentaba que había 36 hectáreas cultivadas con cáñamo en la Argentina y que se
repartían entre las siguientes provincias del país: 1 en Chaco, 3 en Corrientes, 13 en
Tucumán y 19 en Misiones. Dos décadas más tarde, en el censo elaborado entre 1936 y
1937, se dedica una página a la producción de fibra y otra a la de semillas de cáñamo que,
por su valor nutricional, se usaban para alimentar aves antes de la prohibición. En esos años
solamente en la provincia de Santa Fe se sembraron 111 hectáreas para la explotación de
fibra de cáñamo y 502 hectáreas estaban destinadas a la cosecha de semillas. Pero de aquella
industria no hubo posteriores rastros en el país, con excepción del experimento Jáuregui
emprendido por Julio Steverlynck, empresario belga textil y dueño de la Algodonera
Flandria, quien levantó una ciudad alrededor de esta. A las afueras de la ciudad, todavía
sobrevive la Linera Bonaerense, la unidad de negocios que fundó para desarrollar el cultivo
de lino y cáñamo. Todo era cultivo experimental; en 1953 contaba con 6 hectáreas
cultivadas, en 1956 con 180 y en 1970 con 400. La muerte del empresario en 1975, la
competencia del nylon en ascenso (creada por Du Pont, uno de los que apuntalaron la
cruzada Anslinger prohibicionista de 1937 en los Estados Unidos) y la dictadura militar
local dejaron trunca la experiencia (Soriano, 2017).
243
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na y el opio), por un nuevo esquema de diseminación transnacional y casi
mundial de las plantaciones de cannabis con la particularidad de que varios
usuarios se han volcado a la producción llevando a los cultivos a una peque-
ña escala (Leggett, 2006).
Así, en el marco de dinámicas globales y locales, a partir de 2001 muchos
consumidores argentinos de cannabis se lanzaron al autocultivo, inaugu-
rando prácticas domésticas de siembra y cosecha de cannabis para uso
recreativo fundamentalmente, revirtiendo la escasez de la planta en ese
entonces y dejando así de recurrir al mercado ilegal de drogas. En un pri-
mer momento, dichos pioneros aprendieron leyendo, mirando al que ya
sabía algo, socializando información de boca en boca, entre conocidos y
confiables. Luego, de a poco se fue conformando un proceso de consolida-
ción de una “cultura cannábica” local que se expresa en la conformación de
diferentes espacios de socialización, revistas (como thc) y dispositivos ins-
titucionales. Una de las actividades sociales más distintivas de los cultiva-
dores y usuarios en el mundo son las Copas Cannábicas, que surgen como
festivales de cosecha” donde varios usuarios/cultivadores “compiten” ami-
gablemente presentando sus mejores cogollos (denominación típica de la
inflorescencia femenina del cannabis) que son evaluados, mediante una
cata, por sus efectos psicoactivos, pero también por su apariencia estética,
premiando así a las mejores flores cultivadas y “curadas” (proceso de cose-
cha, secado y guardado). En la Argentina existen varias copas y catas,
encuentros clandestinos donde se conocen, vinculan e intercambian tanto
experiencias de aprendizaje como semillas u otro material de propagación
(esquejes) de diversas variedades y procedencias, algunas compradas a ban-
cos extranjeros de semillas y otras genéticas conservadas localmente por los
cultivadores quienes, por vía de clonación o de cruzamiento, eligen así las
mejores plantas, adaptándolas a sus propias condiciones de cultivo y esta-
bilizándolas con el tiempo. Los growshops, o tiendas especializadas de la cul-
tura cannábica, también son sitios donde no solo se encuentran varios de
los insumos (sustratos, fertilizantes, luces) necesarios para el ciclo de siem-
bra y cosecha de la planta tanto para exterior o interior, sino también cul-
tivadores referentes con práctica en la materia. En tal sentido, estos growshops
han sido también sitios de circulación e intercambio de información y
conocimiento central cuando internet o las redes sociales no habían alcan-
zado el nivel de desarrollo actual.
Con el boom de internet y las redes sociales, hacia el fin del milenio,
aquellos cultivadores pioneros de la Argentina desplegaron estrategias
defensivas para enfrentar y reducir los riesgos y costos de la prohibición,
intercambiando información y recursos en forma anónima por las redes,
244 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
bajo apodos en foros, blogs y demás sitios web relativos al cannabis. En una
instancia paralela, algunos consumidores empezaron a organizarse política-
mente en asociaciones y organizaciones de la sociedad civil en calidad de
usuarios responsables”. Algunas de ellas, orientadas a la investigación, pre-
vención y asistencia de los consumidores, cuentan entre sus miembros con
especialistas en salud, derecho, psiquiatría, trabajo social y psicología.
Otras, en cambio, han sido creadas por familiares, usuarios y demás acti-
vistas (Corbelle, 2016).
Actualmente, en la Argentina se contabilizan alrededor de unas 40 “orga-
nizaciones cannábicas”, de las cuales menos de la mitad son organizaciones y
asociaciones dedicadas a difundir información sobre la cultura cannábica en
general y más de veinte se especializan exclusivamente en el estudio y divul-
gación del cannabis medicinal. Con un sentido federal cubren casi todo el
territorio argentino. Muchas de estas organizaciones y asociaciones se han
nucleado en el Frente de Organizaciones Cannábicas ().
Salvo Cannabis Medicinal Argentina () y Mamá Cultiva, las
demás organizaciones cannábicas medicinales locales tienen como raíces el
activismo a favor del cannabis en general. Al incluir la veta terapéutica, una
de las principales máximas que adoptaron las asociaciones de cultivadores
fue el cuidado de los usuarios a partir del acompañamiento legal en caso de
detención, el fomento del autocultivo a partir del activismo, la cooperación
y el intercambio solidario, la no mercantilización de sus productos y la ins-
tauración de un sistema de intercambio basado en el trueque. Muchas de
estas asociaciones han logrado obtener la personería jurídica y las que no se
han constituido como agrupaciones de usuarios. Estos principios o máxi-
mas de conducta se comprueban en la forma que cultivadores y pacientes
entablaron lazos: los primeros pacientes que consumieron cannabis para
fines terapéuticos en el país lo hicieron gracias a la materia prima o a los
aceites que les donaron los cultivadores. Ellos, a cambio, desde entonces
recibieron mayor tolerancia y legitimidad. Elementos centrales para un
colectivo que se quiere perfilar como un actor político.
Las asociaciones de cultivadores locales orientadas
al uso terapéutico: reconfiguraciones y estrategias
Algunas asociaciones cannábicas incorporaron la cuestión medicinal, en
auge socialmente, entre sus prácticas, fines y visiones. En muchos casos esto
se configuró como una vía de obtención de legitimidad, como una fase en
el proceso de lucha política por la legalización del cannabis. Estos son los
245
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casos de Cultivo en Familia del Profesor Loza y Asociación Cultural Jardín
del Unicornio.
Cultivo en Familia se inspiró en Daniel Loza, un cultivador platense al
que muchos conocían como “el profesor botánico”. Loza comenzó a explo-
rar los beneficios del cannabis cuando en el año 2000 le diagnosticaron una
hepatitis avanzada y le pronosticaron ocho años más de vida. Pasó mucho
tiempo experimentando, probando técnicas de siembra y cultivo, y mez-
clando variedades genéticas. Una vez que logró buenos resultados, no solo
preparó aceites para él sino que empezó a regalar a otras personas que lo
necesitaban para paliar sus dolencias. Debido a esa acción fue detenido por
la policía y liberado a los pocos días gracias a la presión de la sociedad pla-
tense. Murió unos meses después. Su hijo y seguidores conservaron su
obra” en un documental que reúne videos sobre sus prácticas y pensamien-
tos (cinco ciclos de videos disponibles en Youtube desde 2013, con el nom-
bre Daniel Lozax-Quinto Elemento).
La Asociación Cultural Jardín del Unicornio nació como consecuencia
de una acción represiva estatal y posterior sobreseimiento. Sin personería jurí-
dica, como un club de cultivo colectivo (uno de los pocos visibles pública-
mente en la Argentina) pero además un espacio de difusión de información
sobre la cultura cannábica, hace siete años realizan un programa radial de una
hora que es replicado por tres radios , de las cuales una llega al sur de la
ciudad de Buenos Aires. También ejerce “acciones legislativas”, esto es, orga-
nizar jornadas consistentes en dar talleres de extracción de material para la
producción de aceites o talleres sobre esta última práctica o hacer lobby para
generar proyectos de ley o modificaciones entre legisladores locales, provin-
ciales y nacionales (Tercera Jornada Informativa sobre los Usos del Cannabis,
Honorable Cámara de Diputados, Congreso de la Nación Argentina, 3 de
mayo de 2019). En calidad de activistas, su estrategia es visibilizarse primero
como sujetos con derechos y libertades individuales que no dañan a terceros
(contrario a lo que prevaleció entre los fumadores de marihuana durante los
años de prohibición: la invisibilidad, la clandestinidad) y luego “empoderar-
se”, sumando credenciales y avales morales que les den legitimidad social ante
la falta de legalidad y la debida jurisprudencia.
[6]
En un principio, los cultivadores pioneros, como estos, optaron por cul-
tivar las plantas al aire libre, en una estrategia conocida como cultivo
outdoor. Dado que la exposición pública de este cultivo conlleva una serie
de riesgos judiciales, como ocurrió con la Asociación Jardín del Unicornio,
surgió a nivel mundial y fue adoptada localmente otra alternativa amplia-
[6] Datos tomados de entrevista a miembro de la Asociación, mayo de 2019.
246 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
mente popularizada: los cultivos de interior o indoor. Este tipo de cultivo,
que puede ser llevado a cabo en cualquier sitio que cuente con una red eléc-
trica y un suministro de agua (de aquí su profusa diseminación), utiliza
condiciones artificiales de iluminación, tecnologías para el riego y control
hídrico (cultivadores más sofisticados usan la tecnología de cultivo hidro-
pónico durante todo el ciclo de cultivo, o en estados tempranos) y tecno-
logías de control de temperatura y circulación de aire; también es usual que
los cultivadores indoor cuenten con algún sistema electrónico de automati-
zación y control de las condiciones del cultivo. La seguridad, inocuidad y
mayor control de las variables ambientales y la posibilidad de lograr múlti-
ples cosechas hizo que este segundo método se expandiera. Los indoor se
hacen dentro de armarios o carpas de cultivo equipados de toda su infraes-
tructura tecnológica macetas, luces led o lámparas de sodio, cintas de rie-
go, ventiladores, tableros de automatización, logrando algunos de ellos
sofisticadas cámaras de crecimiento vegetal, similares o superiores a algunos
laboratorios universitarios de botánica y agronomía.
Las principales vías de aprovisionamiento de las plantas de cannabis
para la elaboración de aceites provienen o bien de cultivadores individuales,
o de la asociación de varios consumidores que organizan cultivos conjun-
tos. Así y de forma análoga a lo ocurrido en California en las décadas de
1960 y 1970,
[7]
entre las asociaciones y los individuos se han ido intercam-
biando múltiples variedades o cepas de cannabis a las que se les atribuye
una propiedad terapéutica; varias de estas cepas fueron el resultado de cru-
zamientos de plantas adaptadas localmente, buscando, entre el hobby y la
competencia, mejorar las variedades existentes con renovadas propiedades
(sabor, aroma, resistencia a plagas, tiempo de floración). “La  2 era una
planta que floraba muy rápido, la fuimos revegetando; antes tardaba cuatro
meses y ahora uno solo porque logramos adaptarla”.
[8]
A medida que las asociaciones fueron aumentando el contacto con
pacientes que presentaban demandas medicinales vieron las virtudes de
estandarizar métodos de trabajo, desde el cultivo hasta la extracción de los
aceites y su dosificación, poniendo énfasis en la identificación de aquellas
cualidades excepcionales de ciertas variedades de cannabis que procuraron
conservar y replicar,
[9]
pero también a partir de estas desarrollar nuevas
[7] <https://www.dinafem.org/es/blog/historia-marihuana-capitulo-1/>.
[8] Entrevista a miembro de la Asociación Jardín del Unicornio, mayo de 2019.
[9] El método de conservación de cepas más practicado por los cultivadores es la clona-
ción vegetal; esto implica la conservación de plantas madres (plantas que no se destinan a
la cosecha) y su propagación a partir de esquejes con la misma identidad genética.
247
REDES
, VOL. 26, Nº 50, BERNAL, JUNIO DE 2020, PP. 235-263
variedades con el fin de obtener distintos ejemplares que resguardaran las
capacidades terapéuticas más efectivas. Así, la Asociación Jardín del
Unicornio comenzó a hacer aceites a partir de la detención de un miembro
de la Asociación (Adriana Funaro, uno de los casos de detención, de públi-
co conocimiento, ahora ya sobreseída). Para iniciar esta tarea hicieron un
protocolo. A quienes necesitaran aceites, usuarios a los cuales proveía
Funaro, ellos se los iban a mantener pero con un seguimiento en manos de
un médico y con el compromiso del usuario medicinal de, en caso de poder
hacerlo, autoabastacerse en un futuro. La primera receta de preparación de
aceites fue la de Adriana y luego, al vincularse con los académicos, “mejo-
raron” la técnica por ejemplo “cambiando la extracción a partir de alcohol
isopropílico por alcohol de cereal; luego, viendo que quemarlo en una arro-
cera hacía que se perdieran cannabinoides, lo empezamos a hacer pero por
debajo de los 70 grados a baño maría. Otra diferencia fue que de lo que
Adriana hacía con todo lo que tenía [mezcla de distintas plantas], nosotros
seleccionamos una cepa”.
[10]
Como ampliaremos en la siguiente sección, una posterior interacción
de los cultivadores que les presentó las virtudes de “protocolizarse y estan-
darizarse” fue la establecida con los investigadores científicos y los médicos.
Por ejemplo, la producción de registros clínicos de pacientes junto con
médicos de la asociación a partir de determinadas variables, la sistematiza-
ción de las diferentes asociaciones entre determinadas cepas, forma de
extracción, de preparación de aceites, de dilución y dosificación, y síntomas
según patología (Frente de Organizaciones Cannábicas Argentinas, s/f).
Los cultivadores conocieron la asociación virtuosa entre determinadas
patologías, dolencias o síntomas y el efecto curativo del cannabis a través
de la práctica recreativa de fumar, asociando cepas, efectos sintomatológi-
cos y dolencia, y luego a través de la consulta de literatura especializada
(científica, revistas de divulgación, en las redes sociales). Cuando a las aso-
ciaciones les llegó la demanda social de cannabis por parte de enfermos y
asociaciones de pacientes y comenzaron a darles respuestas, al mismo tiem-
po empezaron a experimentar junto con los enfermos (y solo más tarde
incorporando un médico a la asociación), considerando sus relatos sobre
los cambios físicos vivenciados luego de la ingesta de cannabis. Partiendo
de que el enfoque del autocultivo, defendido por la mayoría de las asocia-
ciones de cultivadores, reconoce una relación particularista entre planta y
paciente, los cultivadores, los familiares y los médicos han acumulado regis-
tros (historias clínicas) para ir ajustando con el tiempo para cada paciente
[10] Entrevista a miembro de la Asociación, mayo de 2019.
248 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
una cepa determinada, una dilución y dosis particulares. La terapéutica
basada en cannabis, como ellos gustan denominarla, se acerca más a los
paradigmas propios de la fitomedicina y el herbalismo. Estos se basan en el
uso de preparaciones naturales frente a los productos sintéticos y en el siner-
gismo o efecto séquito, cuyos supuestos radican en que la potencia terapéu-
tica está dada por la combinación de dos o más componentes de una planta
versus el uso aislado de un principio activo (paradigma farmacológico).
DE LA MARGINALIDAD Y LA ILEGALIDAD A LA ACADEMIA:
LA LLEGADA DE LOS CULTIVADORES AL LABORATORIO UNIVERSITARIO
En los últimos cinco años se han ido abriendo agendas locales de investi-
gación sobre cannabis en diferentes temas: a) estudios clínicos (de tipo
observacional y sobre epilepsia mayoritariamente); b) investigaciones ana-
líticas sobre determinación cualitativa y cuantitativa de cannabinoides; c)
proyectos de extensión universitaria sobre la divulgación y concientización
social en torno al cannabis terapéutico; d) investigaciones básicas y aplica-
das sobre técnicas de extracción (algunas investigaciones sobre los efectos
del consumo de cannabis en modelos biológicos con moscas); e) cultivos
experimentales; f) conformación de un cepario nacional y g) estudios vete-
rinarios sobre la acción terapéutica de cannabis altos en  en perros con
epilepsias. Estas agendas fueron conformadas por grupos académicos radi-
cados en universidades nacionales que, en su gran mayoría, tienen doble
dependencia con el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (Conicet).
Las primeras colaboraciones entabladas:
el estudio analítico de los aceites
Las investigaciones analíticas sobre determinación cualitativa y cuantitativa
de cannabinoides consisten en caracterizar la composición química de una
muestra de cannabis, ya sea resina, aceite o flor, de acuerdo al tipo de molé-
culas que contiene (porcentaje de , , por nombrar los cannabinoi-
des más importantes). Se realizan a través de una técnica llamada
cromatografía líquida o de gases,
[11]
acoplada a la espectrometría de masas.
[11] La Cromatografía Líquida o de gases, acoplada a Espectrometría, es una técnica
analítica que combina la cromatografía (de líquidos o de gases) como técnica de separación,
249
REDES
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Esto sirve para determinar la distribución de las moléculas de una sustancia
en función de su masa y se realiza con estándares internacionales.
[12]
Las facultades o departamentos universitarios locales que realizan carac-
terización de aceites en general solicitan a las personas que lleven sus fras-
cos de aceite completo, a los cuales en el lugar se les extraen entre cuatro y
cinco gotas de muestra para analizar su composición por espectrometría de
masas gaseosa o líquida para ver qué proporción de cannabinoides, terpe-
nos y otras moléculas tiene el preparado para verificar su composición, para
ajustar dosis (en otros casos optan por solicitar que las personas retiren un
kit para presentar la muestra de forma confidencial más un formulario de
entrega voluntaria). Actualmente son la Facultad de Bioquímica y Farmacia
de la Universidad Nacional de Rosario () y la Facultad de Bioquímica
de la Universidad de Buenos Aires () las que publicitan este servicio.
[13]
Los primeros resultados de estos análisis trazan una tendencia: las mues-
tras que fueron obtenidas en el mercado ilegal son las más diluidas (con
menos cannabinoides), mientras que en las muestras provenientes de las
asociaciones de cultivadores la cantidad con pocos cannabinoides es signi-
ficativamente menor. La difusión de estos datos por parte de la comunidad
de académicos enrolados en estas investigaciones apunta a realzar y legiti-
mar la tarea de los cultivadores (en definitiva, sus socios colaboradores en
la investigación).
[14]
En otros casos, las muestras muy diluidas tenían que
ver con el hecho de que los “cannabicultores hacían las cuentas (cálculos de
dilución) sin considerar un accionar químico que luego pudimos explicar-
les y lo corrigieron”.
[15]
Así, entre estos y otros elementos, los investigadores y las asociaciones
de cultivadores y pacientes fueron ganando confianza para trabajar juntos.
Hubo aprendizajes de ambas partes y flujos de conocimientos nuevos en
los dos sentidos también. Por ejemplo, las asociaciones han mejorado sus
y la espectrometría de masas como técnica de detección, identificación y cuantificación
para compuestos orgánicos/organometálicos.
[12] Un patrón o estándar es una solución de los componentes activos en este caso se
usan patrones de los componentes activos más presentes en cannabis, patrones o estándares
de  y . Esto sirve para calibrar la instrumentación y poder tener una referencia para
medir en términos absolutos cuánto y dónde de tal componente ( por ejemplo) hay en
un aceite, extracto o resina. La dificultad burocrática de tramitar su compra en la Argentina
impulsó a muchos de estos investigadores a trabajar con los patrones que tenían a mano o
que conseguían de modo informal, y que luego compartían con otros investigadores.
[13] Véase thc, Nº 122, p. 41.
[14] Entrevista a investigador A, 17 de mayo de 2018.
[15] Entrevista a C, mayo de 2018.
250 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
modos de calcular la dilución gracias al contacto establecido con los inves-
tigadores en el marco de su servicio de análisis de aceites.
[16]
Si bien la ana-
lítica está bastante estandarizada y no constituye un desafío científico en la
investigación sobre cannabis, el tema, no obstante, trajo otros desafíos o
aprendizajes para los investigadores: “yo era un tipo endogámico, que tra-
bajaba sobre nanocompuestos poliméricos y pensar en becas posdoc, y esto
me puso en otro lugar [...] hasta llegar a ser secretario de Extensión de la
Facultad cuando nunca me había interesado en esa función”.
[17]
Dado que la ley de cannabis medicinal no incluye a las universidades
como actores claves de investigación, mientras que sí incluye al Conicet y
al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (), sumado a que
ningún caso recibió incentivos en términos de financiamiento ni hubo una
colaboración internacional o inserción en líneas de grupos de investigación
externos, las motivaciones de estos grupos universitarios por llevar adelante
estas agendas se relacionan más con el sentido de utilidad social de estas
investigaciones y con el despliegue de una ética de compromiso
[18]
con la
comunidad. Es decir, las agendas abiertas, en todos los casos, tenían como
justificación central una función social de acompañamiento y apoyo a usua-
rios enfermos con la intermediación de las asociaciones de cultivadores y
sus médicos:
Pensamos que la gente tiene derecho a saber qué es lo que está usando, al
margen de su legalidad. Nosotros somos una escuela de Farmacia, milita-
mos contra la automedicación, los medicamentos truchos, pero somos
conscientes de que al no haber un marco de regulación nosotros tenemos
que intervenir […] para que el usuario sepa qué está consumiendo y su
médico también […]. En Rosario todo comenzó cuando organizaciones
cannábicas acercaron sus muestras a la universidad hace tres años. En ese
período se analizaron 500 muestras pero los miembros del equipo de inves-
tigación sintieron la necesidad de abrir el juego a la comunidad.
[19]
[16] Ibid.
[17] Entrevista a investigador B, 9 de mayo de 2018, p. 5.
[18] Tanto en el medio local como a nivel internacional, diferentes incentivos de políticas
científicas y de educación superior, así como las políticas institucionales de las universida-
des, han reforzado su conexión con el desarrollo territorial y con la producción de conoci-
miento orientado a la resolución de problemas, produciéndose cambios organizacionales y
en la cultura académica, tal como el desarrollo de “engagement ethos” entre algunos acadé-
micos (Pinheiro et al., 2012).
[19] thc, Nº 122, pp. 40-41.
251
REDES
, VOL. 26, Nº 50, BERNAL, JUNIO DE 2020, PP. 235-263
O también:
La circulación y administración de derivados cannábicos obtenidos por
procedimientos no regulados pero prescriptos por profesionales de la salud
seguirá siendo una realidad ineludible; es necesario asumir un rol activo en
cuanto a minimizar posibles riesgos. En este marco, la Facultad de Ingeniería
cuenta con las capacidades necesarias para llevar adelante distintas activi-
dades tendientes a reducir posibles daños desde el análisis químico experi-
mental y la divulgación de información necesaria para educar respecto a la
temática.
[20]
Ahora bien, este sentido de utilidad social se asienta no solo sobre una ética
de compromiso que asumen los investigadores frente a la circulación de sus-
tancias de procedencia desconocida, sino que además dicho sentido de uti-
lidad social de sus investigaciones está atravesado por los criterios que
organizan y encuadran la actividad científica, a saber, la producción de
conocimiento original basado en evidencias científicas. Esta máxima, que
es central para la comunidad científica, también jugó un papel importante
en este proceso de apertura de nuevas agendas académicas sobre cannabis,
ya que en todos los casos los grupos académicos que comenzaron a trabajar
sobre cannabis lo hicieron también sobre la base de la acumulación de evi-
dencias científicas en torno a la efectividad del cannabis para una variedad
de dolencias
[21]
y sobre el imperativo de poder ser potencialmente conoci-
miento innovador, como es el ejemplo del proyecto de caracterización de
las cepas locales (denominadas  1, 2 y 3).
En este marco, diferentes grupos de investigación de universidades
nacionales comenzaron a realizar proyectos de extensión sobre el tema, en
general en conjunto con usuarios terapéuticos individuales, con asociacio-
nes de pacientes y asociaciones de cultivadores. Estas actividades apuntaron
a sistematizar la información recolectada por las asociaciones, informar y
divulgar conocimiento sobre la planta, sus efectos terapéuticos y la litera-
tura científica que lo avala entre la comunidad local; también talleres de
educación sobre cannabis para profesionales y análisis de aceites. Estas acti-
vidades en general se desarrollaron en las universidades, hospitales y conse-
[20] Proyecto “Optimización en los procesos de obtención de derivados cannábicos para
fines medicinales”, Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional del Centro de la Provin-
cia de Buenos Aires, p. 6.
[21] Véase <http://www.who.int/medicines/access/controlled-substances/ecdd_40_
meeting>.
252 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
jos deliberantes y acumulan más de una centena de eventos, jornadas,
congresos, seminarios y cursos de posgrado sobre el tema desde que se san-
cionó la ley.
El proyecto de un cepario nacional: las Cepas Argentinas
Terapéuticas (cat)
Las relaciones sociales establecidas entre los grupos de investigación univer-
sitarios y las asociaciones de cultivadores y pacientes alrededor de los pro-
yectos de extensión sobre el análisis de los aceites derivaron en el caso de la
 en un proyecto más ambicioso.
En agosto del 2018, la Facultad de Ciencias Exactas de la  inaugu-
ró una sala de cultivo de 20 metros cuadrados. Comenzaron con el cultivo
de tres cepas: una con una relación 1:1 de  y , una con mayor con-
centración de  y otra con . Se proyecta en una segunda fase alcanzar
cinco variedades con el fin de construir un banco nacional de cepas. Su uti-
lidad sería muy alta dado que en el país no hay un solo laboratorio público
que sea capaz de medir o analizar elementos con cannabis de forma correcta.
Las  1 y 2 fueron donadas por la Asociación Cultural Jardín del
Unicornio, y la  3, por la Asociación Cultivo en Familia, del “profesor”
Daniel Loza.
Semanalmente los cultivadores van al laboratorio y aportan saberes
sobre cómo montar y cuidar el cultivo, sobre qué nutrientes usar, cómo
manejar la luz. También son quienes trabajan con los pacientes y tienen la
experiencia sobre cómo responden al uso de cada cepa:
Nos comprometimos a ir una vez por semana al laboratorio para asesorar-
los en el cultivo en la práctica. Asesoramos a dos estudiantes becarios. No
tenían nada, ni recursos, ni luces, ni aires acondicionados, extractores,
intractores. Les fuimos donando o haciendo que otros growshop le donen
al laboratorio.
[22]
El proyecto de desarrollar un banco nacional de cepas de cannabis se rela-
ciona también con un posicionamiento ideológico político de parte de su
director y sus miembros respecto al rol de la ciencia en relación con los
saberes populares y experiencias sociales y en relación también con la explo-
tación comercial y social de los conocimientos producidos por la ciencia:
[22] Entrevista a miembro de la Asociación Jardín del Unicornio, 2 de mayo de 2019.
253
REDES
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Es la sociedad la que masivamente ha venido utilizando cannabis y los cien-
tíficos y profesionales de la salud nos tenemos que poner a tono con esos
procesos sociales. No podemos desarrollar una línea farmacológica tradi-
cional aislando cannabinoides y poniéndolos en medicamentos para que las
empresas ganen plata cuando el acceso general al cannabis medicinal en la
Argentina está dado por el autocultivo. Por eso, las líneas de investigación
que desarrollemos tienen que tener como base el estudio de las plantas que
está usando la gente en nuestro país (Luna, 2019).
La alianza trazada por este grupo de investigación con las dos asociaciones
de cultivadores da cuenta de esta apuesta cognitiva más cercana a las nece-
sidades locales de los enfermos que a los proyectos que puede financiar la
gran industria farmacéutica y por eso es pública la posición de estos inves-
tigadores a favor del autocultivo, penado aún por la ley argentina. Lejos de
subsumirlo, los investigadores y médicos siempre tomaron en considera-
ción el conocimiento salvaje de los cultivadores sobre la asociación virtuosa
entre la sanación de patologías, dolencias o síntomas y el efecto del canna-
bis producido a través de su experiencia de fumar, trasladando esos conoci-
mientos a pacientes en similares condiciones. Otro elemento que desdibuja
las fronteras entre ambos es el enfoque del autocultivo compartido: bajo
el principio de que existe una relación particularista entre planta y pacien-
te, los cultivadores, los familiares y los médicos han acumulado registros
(historias clínicas) para ir ajustando con el tiempo para cada paciente una
cepa determinada, una dilución y dosis particular. Las evidencias anecdó-
ticas que producen las asociaciones se incorporan entre las variables que se
estudian y manejan en estas investigaciones no implicando un conflicto
metodológico ni epistémico; en palabras del director del Proyecto de Cepas
Terapéuticas Argentinas: “La verdad es que cuando una mamá te dice ‘le
di cannabis a mi hijo y por primera vez me miró’, deberían acabarse todas
las dudas” (Luna, 2019: 11). En definitiva, la forma de trabajar de parte de
los cultivadores y usuarios, asentada sobre la prueba de ensayo y error y un
modo de trabajo cercano a la investigación bricolaje, esto es, con materiales
y medios que están disponibles y al alcance, bajo una racionalidad de tipo
instrumental o práctica (“poner cinco minutos las flores en el freezer mejo-
ra mi aceite porque así lo experimenta el cuerpo, el humor de un pacien-
te”), es comprendida y valorada por los investigadores científicos como un
método legítimo de producir conocimiento en parte porque no es total-
mente ajeno a su proceder dado que el método científico tiene mucho de
dichas dinámicas.
254 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
Ellos, los cultivadores, son muy prolijos, y en general la cromatografía
comprueba o da sustento científico a algo que ellos ya sabían. El perfil de
cannabinoides que ellos sospechan de sus plantas en general coincide bas-
tante con los resultados que arroja la cromatografía […]. Pero en otras
cuestiones ocurrió lo contrario. Vimos que las muestras estaban más dilui-
das de lo que los cultivadores/pacientes pensaban […] ahí vimos qué
pasaba y les dimos una serie de indicaciones sobre cómo diluir […] ellos
hacían cuentas medio automatizadas que no tenían en cuenta una cues-
tión más química.
[23]
Los científicos les demandan a estas formas salvajes de investigación: estan-
darización (protocolos de producción de aceites o de extracción de material
vegetal, es decir, modos estandarizados de producir aceites); control de la
mayor cantidad de variables posibles a la hora de experimentar; poder
garantizar la replicabilidad (bajo iguales condiciones iguales resultados) y
calidad (no toxicidad). Los investigadores, en este marco, les exigieron a las
asociaciones homologar un protocolo de extracción de material y de prepa-
ración del aceite para poder medir calidad en todos.
Lo que pude ver cuando fui a los talleres es que tienen prácticas diferentes
[…] algunos cultivadores/usuarios terapéuticos extraen las flores y las
ponen cinco minutos en el congelador […] acá Esteban, el químico orgá-
nico trata de ver qué ocurre en esa acción en términos químicos […] se
pregunta qué descubrieron o qué innovación, mejoría, representa esa táctica
de congelar cinco minutos apenas se extraen las flores […] para qué les sir-
ve […] eso sí es un camino andado que es bien interesante. La ponen cinco
minutos en el freezer y la sacan con menos clorofila […] muchos están con-
tentos porque por algún motivo les molesta la clorofila […] una situación
que aún no comprendemos [por qué la clorofila es un problema]. Quizás
es algo que no tenga explicación y no sea así, o tal vez sí en algunas patolo-
gías la clorofila moleste […] en eso hay que prestar atención […] otros
extraen el material y lo dejan media hora en el freezer, otros dejan toda la
planta y lo dejan macerando 48 horas. ¿Cuál es mejor? [...] Algunas asocia-
ciones dicen cultivá vos en tu casa y te enseñan a hacerlo; otras, más sofis-
ticadas, cultivan y conservan diferentes cepas que tienen probados distintos
efectos clínicos y las socializan entre sí.
[24]
[23] Entrevista a C, mayo de 2018.
[24] Entrevista a A, mayo de 2018.
255
REDES
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Así, la tensión entre la visión particularista, personalizada y experiencial que
tienen los cultivadores y usuarios terapéuticos en relación con los efectos
sintomáticos que ejerce el cannabis en cada persona y según la enfermedad
que curse pero también en relación con el cuidado de la planta y el paradig-
ma científico medio que guía toda investigación de este tipo se halla presen-
te como tolerable o propia de la colaboración en los discursos y prácticas de
estos investigadores que trabajan con usuarios terapéuticos y cultivadores.
La relación entre el conocimiento experto, profesional o técnico y el
vulgar, de tipo experiencial, aflora como un elemento a considerar en la
interacción entre investigadores y usuarios y en la visión que los primeros
se hacen de los segundos. Por un lado, los investigadores reconocen que
los pacientes y cultivadores son capaces de adquirir competencias y capi-
tales técnicos (un lenguaje conceptual) (Epstein, 1995), pero al mismo
tiempo señalan que ello tiene límites. En efecto, todo proceso de exper-
tización de los pacientes fundado en la práctica y en la experiencia tiene
un límite, pero no debido a un déficit cognitivo de parte del paciente o el
cultivador sino porque no interesa a los fines prácticos, o porque con lo
apropiado “basta”:
[…] el paciente no te puede decir el  ácido es el que me está desinfla-
mando mi inflamación estomacal. No tienen ese nivel de conversación. Lo
que te dicen es que esa cepa les hizo bien. Lo otro lo está infiriendo el médi-
co que lo escucha. Lo que hacen los pacientes con sus relatos acerca de los
efectos clínicos después de consumir x aceite es mostrar para dónde puede
ser más interesante ir, investigar […].
[25]
La relación entre el conocimiento experto, profesional o técnico y el vulgar,
de tipo experiencial, está en juego en la práctica pero también en los dis-
cursos y posicionamientos epistemológicos de los investigadores que, como
en el caso de la , han emprendido este proyecto colaborativo de
investigación:
[…] lo que quiero decir es que el tema no es nuestro sino que es compar-
tido, el cannabis medicinal no es de la ciencia ni de los médicos, es de la
gente […] las madres saben mucho de la relación de su hijo con tal cepa
pero no de cannabis, de sistema nervioso central […] ni el conocimiento
científico es totalmente mezclable con el vulgar ni al revés; pero se deben
complementar cuando se trata de un tema en común […].
[25] Ibid.
256 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
[…] Tampoco tenemos que caer en sobrevalorar el conocimiento
empírico, enamorase de lo popular porque viene el paciente y dice “gritó
menos con esta dosis ahora” […] porque si te agarra una médica como
Kochen te responde: ¿estás seguro de que gritó menos? ¿No será que vos
estabas cansada y no lo escuchaste? ¿O quizá le hizo efecto el otro? Con las
herramientas de la ciencia es muy fácil bajar una argumentación fundada
en la impresión, es fácil desautorizarlo… lo difícil es respetarlo y ver qué
hay de interesante en ese conocimiento […].
[26]
Con rasgos propios de encuadres como los de una ecología o diálogo de
saberes (Santos, 2009), el discurso y la práctica de los investigadores del
laboratorio asumen relaciones de horizontalidad y respeto entre ellos y los
cultivadores o pacientes con quienes trabajan. La colaboración, el respaldo
y la reivindicación del saber de los cultivadores por parte de estos investi-
gadores los coloca en un marco que mantiene muchas coincidencias con el
de las Epistemologías del Sur, dado que apuntan a “la búsqueda de cono-
cimientos y de criterios de validez del conocimiento que otorguen visibili-
dad y credibilidad a las prácticas cognitivas de las clases, de los pueblos y
de los grupos sociales que han sido históricamente victimizados, explotados
y oprimidos por el colonialismo y el capitalismo globales”, que en nuestro
caso serían los grupos sociales de productores agrícolas, cultivadores y
fumadores de marihuana (Santos, 2009: 12).
Finalmente, otro sentido compartido por los cultivadores e investigado-
res radica en que el inicio del primer cultivo experimental en la Argentina,
habiendo sufrido múltiples trabas burocráticas por parte del Ministerio de
Salud y de Seguridad, implicó en primer lugar una jugada política: instalar
el tema e introducir las plantas de cultivadores locales en el laboratorio
desatendiendo las alternativas contempladas en la reglamentación de la ley
y en regulaciones ad hoc generadas, referidas a comenzar cultivos experi-
mentales a partir de la importación de semillas
[27]
. La jugada política fue
desoír la vía formal, negarse a comenzar desde cero (importando semillas)
e instalar un cultivo experimental con cepas locales, en uso y experimenta-
ción por miles de usuarios terapéuticos.
[26] Ibid.
[27] , “Reglamento para la producción, difusión, manejo y acondicionamiento con
Cannabis”, Anexo 1, 2019.
257
REDES
, VOL. 26, Nº 50, BERNAL, JUNIO DE 2020, PP. 235-263
CONSIDERACIONES FINALES
Históricamente y en paralelo a la explotación industrial de los últimos años,
el cultivo de marihuana y la producción de nuevo conocimiento relativo a
esta planta estuvo en manos de diferentes culturas populares (hippies, abo-
rígenes, rockers, cultivadores, breeders, etcétera).
El trabajo realizado por los cultivadores y usuarios, sus formas de inda-
gar sobre alternativas de cultivo, preparados de aceites y efectos sintomáti-
cos del cannabis y los conocimientos por ellos estabilizados se aproxima a
una investigación salvaje, ya que evidencia que los usuarios no son ignoran-
tes, que la superioridad de su experticia muchas veces está dada por su
mayor “realismo” (pragmatismo) en comparación con el conocimiento
experto, que hay procesos de producción de conocimientos válidos fuera
del laboratorio científico que pueden colaborar con estos últimos en vez de
competir o subordinarse (Callon y Rabeharisoa, 2003). Es notable cómo
los cultivadores y usuarios terapéuticos conocen sobre la planta o sus efec-
tos clínicos principalmente mediante la experiencia, el trabajo empírico de
ensayo y error. Por otro lado, esas actividades llevadas a cabo durante más
de diez años han producido una acumulación de conocimientos que se
encuentran en estado práctico pero también se han objetivado en videos,
folletos, libros, artículos periodísticos, artefactos tecnológicos (clonadoras,
fertilizantes naturales). Asimismo, se han diseminado entre los diferentes
cultivadores y sus asociaciones, usuarios terapéuticos y familiares, confor-
mando un paquete de recetas, pasos, recursos que están en manos de todos
sin ser monopolizados por ningún agente, lo que amerita denominar esto
como conocimiento basado en la experiencia (Collins y Evans, 2002) y
conocimiento popular.
Frente a la creciente demanda social de cannabis para fines terapéuti-
cos, la existencia de la ley y la proliferación de productos caseros de dudo-
sa calidad, y a pesar de haber sido excluidos de la ley 27.350, las bases de
las universidades nacionales, sus investigadores, mostraron el mayor com-
promiso con la problemática, al abrir nuevas agendas de trabajo en colabo-
ración y complementando con la investigación salvaje de los cultivadores.
Bajo la histórica función de la universidad, la extensión, no solo se pre-
sentaron proyectos de divulgación y concientización popular sobre usos
terapéuticos del cannabis sino también proyectos de investigación, en su
mayoría sobre cuantificación y cualificación de aceites. Su vehiculización
a través de la función de extensión puede comprenderse en el marco del
temor de muchos investigadores de oficializar este tema de investigación,
258 LUCÍA ROMERO / OSCAR AGUILAR AVENDAÑO
mostrando los recursos e insumos con los cuales trabajan (las cepas locales
de los cultivadores).
La interacción entre la investigación salvaje de las asociaciones de cul-
tivadores y pacientes y la investigación científica acerca de estudios analí-
ticos de composición de aceites de cannabis y sobre la caracterización de
cepas locales han contemplado dinámicas de hibridación de conocimien-
tos, de coproducción (Jasanoff, 2003; Vessuri, 2004) y de resignificación
(Vaccarezza, 2011).
La investigación colaborativa entablada entre científicos y cultivadores
ha dado lugar a múltiples procesos de hibridación de conocimientos expe-
rienciales y científico-técnicos, tales como contrastar mediante análisis cro-
matográfico el método popular de colocar la extracción de resina cinco
minutos en el freezer para sacarle clorofila, lo que según afirman los usua-
rios medicinales mejora el producto terapéutico. De igual forma, un médi-
co suele decidir sobre la cepa, el grado de dilución y la dosificación que es
mejor para un paciente determinado con una enfermedad específica a partir
de evidencias “anecdóticas”, relatos de impresiones, sensaciones, registros
de los enfermos o sus familiares y de los cannabicultores, quienes tienen el
saber ancestral sobre relaciones virtuosas entre cepas y dolencias gracias a la
práctica de fumar. Por su parte, el informe de los resultados analíticos de
una composición de aceite es un híbrido de conocimientos salvajes (cepas
elegidas, métodos caseros de extracción de resinas, de preparación de acei-
tes, formas de dilución y dosificación) junto con fórmulas químicas e ins-
trumentos científicos específicos como el cromatógrafo. En estas dinámicas
de hibridación emergen tensiones epistémicas de nivel diferente: entre el
sentido común como fuente de conocimiento y la experimentación cientí-
fica, entre la evidencia anecdótica y la científica, entre la protocolización o
estandarización de procedimientos y la exploración bricolaje o el método
prueba, ensayo y error. Sin implicar rupturas epistémicas radicales en nin-
guno de los dos mundos, estas tensiones se toleran y forman parte de su
dinámica de investigación colaborativa.
La coproducción se evidencia en la investigación de las  1, 2 y 3. Las
plantas y recursos tales como sustratos, macetas, fertilizantes, entre otros,
fueron aportados por los cultivadores. Ellos asisten al laboratorio con su
presencia semanal, entrenando a los becarios y demás miembros en cues-
tiones de cultivo indoor, técnicas de crecimiento, de podas, de extracción,
etc. Los científicos aportan su conocimiento certificado, aparatos e instru-
mentos y una institucionalidad que les otorga a todos credibilidad.
Las dinámicas de resignificación de conocimientos afloraron en relación
con los cambios ideológicos o identitarios de los académicos, tal como el
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cambio que hizo un investigador a partir de su contacto con el tema de can-
nabis, empezando a involucrarse con actividades académicas más ligadas a
una ética de compromiso que de excelencia, como la extensión, y perdien-
do prejuicios en torno a la acumulación de conocimientos sobre la planta
y sus usos en manos de los cultivadores.
Las dos formas de conocimiento, la salvaje y la científica, no son total-
mente diferentes: sería un error afirmar que mientras el conocimiento
experto es explícito y codificado, el de los cultivadores es tácito e informal.
Estos últimos han sistematizado sus actividades y aprendieron a protocoli-
zar procedimientos e historias clínicas, desplegando estrategias de emula-
ción o interacción con fuentes y criterios de validez del mundo científico.
Y, viceversa, los científicos han requerido de saberes, prácticas, protocolos,
recursos que estaban en manos de los cultivadores (Callon y Rabehariosa,
2003). Las asociaciones de cultivadores (de la mano de médicos miembros
o asociados) realizan encuestas y seguimientos a historias clínicas confec-
cionadas por ellos para elaborar informes que les permitan tener una mira-
da global y comparativa del proceso, para poder efectuar cambios y en
algunos casos incluso para reunir esa información en trabajos que presentan
en congresos académicos. A diferencia de las encuestas que suelen hacerse
desde el mundo experto, las de las asociaciones incluyen testimonios y las
denominadas “evidencias anecdóticas” (Rabeharisoa, 2017). Estamos ante
la presencia de nuevos modos de darse de los movimientos sociales que,
lejos de confrontar los sistemas de creencias y saberes científicos, buscan
entrenarse para adquirir el grado de experticia necesaria para interactuar
con los científicos y los decisores de políticas, incorporan científicos y médi-
cos en sus organizaciones y generan nuevas formas de gobernanza (Epstein,
1995; Moore et al., 2011; Akrich et al., 2013), desempeñándose como acto-
res epistémicos (Rabeharisoa, 2017). Y, del lado científico, asistimos tam-
bién a un proceso de modernización epistémica, es decir, de apertura de las
agendas científicas hacia temas de interés social y público (Hess, 2016),
también posible de verse como la emergencia de nuevos activismos cientí-
ficos (Arancibia, 2013) o de agendas de investigación contestatarias (advo-
cacy research), esto es, que trascienden la ideología experta de neutralidad
valorativa al abrazar causas e intereses de grupos o movimientos sociales
(Fischer, 2000).
La construcción de agendas de investigación local sobre cannabis medi-
cinal, sin inserción en líneas internacionales, y muy imbricadas con los pro-
blemas de las asociaciones de pacientes, dan cuenta de una orientación por
el contexto de aplicación antes que por la disciplina (un problema local,
referido a la circulación de aceites con sospechas sobre su inocuidad y cali-
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dad, de consumo bastante masivo en la Argentina). Así, asume antes bien
una dinámica transdisciplinar, donde se registra la participación de organi-
zaciones no científicas y de variada naturaleza (de pacientes, cultivadores),
incorporando criterios de evaluación del conocimiento basados no solo en
la lógica científica de pares sino de responsabilidad y pertinencia social
(Funtowicz y Ravetz, 1993; Gibbons et al., 1997) y posicionamientos ideo-
lógicos proclives a un diálogo de saberes (Santos, 2009). Estas agendas
construidas a partir de los problemas de los distintos enfermos usuarios de
cannabis dan cuenta de un “fuerte grado de contextualización” y producen
por eso “conocimientos socialmente robustos” (con un alto grado de signi-
ficación social) (Nowotny et al., 2001), reflejando la centralidad que asume
“la utilidad social de las investigaciones para los académicos”, en un con-
texto de incentivos de políticas locales e internacionales tendientes a revi-
talizar la tercera misión de la universidad o el engagement ethos de los
académicos (Pinheiro et al., 2012). Otro sentido encontrado en las moti-
vaciones de los académicos que comenzaron a estudiar cannabis y a com-
prometerse con distintos proyectos de investigación y extensión en el tema,
es el de la innovación temática (a modo de apuesta cognitiva) dado a partir
de caracterizar cepas locales. Este último sentido estuvo menos presente en
los discursos y prácticas de los académicos en comparación con el sentido
de la utilidad y el compromiso social.
Finalmente, a medida que se amplían los usos sociales y comerciales
del cannabis en el mundo y en la Argentina se observan otras fuerzas vivas,
además de las asociaciones de cultivadores y pacientes, que lo impulsan por
detrás: la creciente industria del cannabis que vislumbra a América Latina
como un terreno virgen y muy atractivo para su explotación, y los gobiernos
provinciales y locales que, siempre tan apremiados por la llegada de inver-
siones a sus territorios, imaginan al cannabis como la nueva commodity.
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Artículo recibido el 3 de diciembre de 2019.
Aprobado para su publicación el 8 de junio de 2020.