DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re60.561
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Durand, C. (2021), Tecnofeudalismo: crítica de la
economía digital, Buenos Aires, La Cebra / Kaxilda.
Fernando Tula Molina
Cédric Durand introduce la idea de “Tecnofeudalismo” a partir de la relación entre
capital y “lo digital”. ¿Qué relación es esta? La que resulta del endurecimiento de los
derechos de propiedad intelectual y la industrialización de los procesos informáticos.
Mientras los primeros restringen en su beneficio el uso de los conocimientos, los
segundos alimentan lógicas rentistas que aseguran una nueva edad de los
monopolios. Durand retoma este concepto, el cual apareciera inicialmente en el
volumen GURPS Cyberpunk de Loyd Blankenship: “Cuando el mundo se vuelve más
rudo, las empresas se adaptan volviéndose a su vez más encarnizadas. Esta actitud
corporativa es a veces llamada tecnofeudalismo” (Blankenship, 1995 [1990]: 104).
En una primera parte Durand procura desnudar la “miseria” de la supuesta
reluciente ideología “californiana” basada en el desarrollo profesional que asume
riesgos y supera desafíos. Si bien en los verdaderos inicios algo de eso puede haber
existido, a partir de 1993 comienza la alianza entre las redes tecnófilas de la
contracultura, tanto con medios de negocios financieros como con la nueva derecha
del Partido Republicano –Progress & Freedom Foundation– a través de la revista
Wired y del político Newt Gingrich.
Universidad Nacional de Quilmes / Conicet. Correo electrónico: ftulamolina@gmail.com
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Esta fundación, financiada por las grandes plataformas, estuvo activa hasta
2010. Su principal objetivo fue de lobby político sobre cuestiones tecnológicas; pero
desde la perspectiva más conservadora: “Crear el nuevo entorno del ciber espacio
es crear una nueva forma de propiedad, es decir, nuevos medios de crear bienes
para la gente”. Los derechos de propiedad intelectual, las frecuencias
electromagnéticas y las redes de infraestructura son nuevos objetos que deben ser
abarcados en el tejido de la propiedad. Lo esencial, explican, es que “el principio
clave de la posesión por las personas –propiedad privada– debería gobernar todas
las discusiones” (Durand, 2021: 38).
Como toda fundación, dispone de un estatuto constitutivo, la Magna Carta; la
cual expresa el Consenso de Silicon Valley, superador del de Washington. ¿En qué
sentido? En que pone más el acento en la eficiencia estadística de la asignación de
los recursos por el mercado. Durand, con el fin de mostrar de que se trata de un mito
moderno, se ocupa de descomponerlo en cinco elementos fundamentales:
1. La redinamización continua de las estructuras económicas gracias a la sed de
aventura de los startupers.
2. La apología de la autonomía y de la creatividad en el trabajo.
3. Una cultura de apertura y de movilidad.
4. La promesa de una prosperidad compartida.
5. El ideal del debilitamiento del Estado.
Lo que sucede cuando la empresa emergente se vuelve grande es que comienza a
dominar la lógica financiera; es decir el imperativo infinito de “valorización del
capital”. El esquema de alza de las tasas de interés obliga al abandono de las
actividades menos rentables y de las empresas menos competitivas. Son justamente
las “redes” las que permiten atomizar las unidades de producción a todo nivel y
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coordinarlas a la vez. De este modo, la división del trabajo –observa Durand– corre a
la par de la difusión de las tecnologías.
En los depósitos de Amazon o Lidl, en las bandejas de los centros de llamadas, en las cabinas
de los camioneros o en las cajas de los supermercados, las tecnologías de la información
permiten perseguir los tiempos muertos, introducir nuevas exigencias a los trabajadores y
desplegar instrumentos de vigilancia que desbordan ampliamente sobre su vida privada
(Durand, 2021: 67).
El aumento de las exigencias laborales observada en los países europeos entre
1995 y 2015 a partir de las TIC, ¿fortalece las profesiones o las degrada? ¿Aumenta
la autonomía de quienes tienen un conocimiento informado o les impide definir el
objetivo y la forma de su trabajo? Ante estas preguntas, Durand expresa su tristeza
al comprobar que el imperio de las finanzas “reduce inexorablemente todas las
discusiones sobre los avances de la integración a cálculos presupuestarios
ajustados” (Durand, 2021: 89).
No se trata de una simple “apreciación” personal. Durand muestra estudios
empíricos que muestran el fracaso de los mecanismos de crédito fiscal en apoyo del
sector de I+D. Y ello tanto por la disminución en las presentaciones de patentes
como por la ausencia del esperado efecto de “arrastre” (Durand, 2021: 89). En este
sentido, concluye que se trata de una política de incentivo “completamente
desprovista de reflexión estratégica” (Durand, 2021: 93). A ello se suma la marcada
fragilidad de las democracias liberales y el desprecio de las grandes plataformas por
las libertades individuales. Es en este contexto complejo que Durand llama a
reconsiderar seriamente la hipótesis de una refeudalización de la esfera pública
formulada en 1962 por Jürgen Habermas: “Cuando el individuo es remitido a una
posición de consumidor de conversación pública, esta es transformada en un
producto de masa cuyo objetivo primario consiste en lograr audiencia para poder ser
valorizada por la venta de espacios publicitarios” (Durand, 2021: 100).
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Es esta posición de consumo, contraria al uso artesanal o convivencial de la
tecnología, la que permite la libre acción de los algoritmos. Su sofisticación y
conocimiento sobre nuestras tendencias personales produce “rizos de interacción
digital”, en gran medida indiferentes unos de otros, y en dirección contraria a una
conversación pluralista (Durand, 2021: 105).
Desde que Jeff Bezos introdujera en la bolsa las acciones de Amazon, el
corazón de su actividad dejó de ser la venta de libros y produjo una verdadera
transformación cognitiva de acceso a las mercancías por el sesgo de la
contextualización. Desde el punto de vista de la valorización “el rey es el contexto,
no el contenido”. La segunda medida, que permite dar cuenta de esa eficacia
diferenciada de la publicidad según el contexto, es el clic. Una vez más Procter &
Gamble está en la vanguardia. Desde 1996, la empresa exige pagar el motor de
búsqueda (Yahoo!, en este caso) por los clics de los internautas, más que por las
vistas brutas de los banners publicitarios. Los teóricos del marketing captaron las
coordenadas del problema político central: la comercialización de la Web exige un
régimen de vigilancia exhaustiva cuya sostenibilidad política es incierta. Tres
elementos caracterizan los Big Data:
● El hecho de ser generados de forma continua.
● El enfocar simultáneamente la exhaustividad y la granularidad.
● El ser producido de manera flexible para poder anexarse siempre a fuentes de
datos suplementarias.
Durand llamará “injusticia predictiva” a las implicancias negativas de esos sesgos de
la vida cotidiana, por ejemplo, que los autos inteligentes reconocen mucho mejor a
los peatones blancos que a los negros. A. Rouvroy y T. Berns proponen el concepto
de “gobernabilidad algorítmica” para designar cierto tipo de racionalidad:
● Normativa
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● Política
Descansa sobre la recolección, la agregación y el análisis automatizado de datos en
cantidad masiva de manera de modelizar, anticipar y afectar de antemano los
comportamientos posibles. Esta forma de gobernabilidad soslaya los sujetos
humanos y los priva de reflexividad. Se trata, resumen ellos, de “producir un pasaje
al acto sin formación ni formulación del deseo”. Privadas de su capacidad para
desafiar las probabilidades, es decir, de poner en crisis lo real, las subjetividades
pierden toda su potencia.
Uno de los secretos de Amazon, observa Durand, reside en su sistema de
recomendación; en sus virtudes en términos de personalización del contexto de
venta. Esta personalización de la experiencia proviene de algoritmos de filtraje
colaborativo que sacan partido de la experiencia de otros usuarios. La relación entre
recomendación y acción, por tanto, es circular: de la calidad de la orientación
selectiva depende la del guiado; y, recíprocamente, las prácticas guiadas son
validadas por la acción del agente estructurando así el ciclo de recomendaciones
futuras.
Alphabet, la sociedad madre de Google, es ante todo una empresa de
publicidad. En 2010 Alphabet se diversificó al ampliar sus actividades en el campo
de la ciberseguridad (Chronicle), de la casa inteligente (termostatos, cámaras, etc.) e
incluso automóviles autónomos (Waymo). “No es solo la tecnología autónoma, son
todos los componentes que Google aporta al auto los que son importantes. Por eso
la firma invierte tanto en los equipamientos de salón, porque quiere que el auto se
parezca a su salón”. Ese Big Other es un espectro en el sentido de Jacques Derrida.
Frente a él la asimetría es radical. Dispone de la insignia suprema: “poder ver sin ser
visto”. A diferencia de las otras técnicas de datamining, no se trata simplemente de
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exhibir regularidades estadísticas espontáneas, sino de establecer correlaciones
controladas con un muy alto grado de probabilidad.
Por otra parte, también Durand es crítico sobre los “experimentos” en línea, los
cuales no hacen más que acentuar el desarrollo del aprendizaje maquínico de la IA.
La máquina que venció a un jugador profesional de Go, Fan Hui, no calcula las
consecuencias de todas las jugadas, sino que aprende por acumulación de
experiencia qué tipo de jugada conduce a los mejores resultados. La máquina
también aprende jugando contra sí misma. Por este motivo, y por mi parte, cabe
preguntarse si podemos llamar “inteligente” a un sistema sin ninguna sensibilidad
respecto de las personas.
La visión de Durand sobre los Big Data es dialéctica; en un primer momento,
cristalización simbólica de la potencia colectiva captada en las regularidades
estadísticas; luego retroacción de esta sobre los individuos y sus comportamientos.
El individuo es simultáneamente “aumentado” a partir de la potencia de lo social
restituida por los algoritmos– pero “disminuido” en su autonomía por los modos de
restitución. Este doble movimiento, observa, es de dominación porque la captura
institucional está organizada por firmas que persiguen fines que les son propios. Se
trata de lo instituido como “management algorítmico”, a partir de prácticas de
vigilancia, dirección y control desplegados a distancia.
Durand también despliega la asimetría radical que introduce la arquitectura
informática, la cual debilita drásticamente el poder de negociación de los
trabajadores: se vuelve insostenible la ficción según la cual la plataforma solo
garantiza una función de mediación. Mientras que la cuestión de la subordinación se
encuentra en el corazón de la relación salarial clásica, en el contexto de la economía
de las plataformas lo preeminente es la relación de dependencia económica.
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Otro punto destacado por Durand se refiere a las “recomendaciones” como un
nuevo vector de confianza, propicio para la economía digital. Ese deslizamiento de la
reputación a la recomendación es un desplazamiento del juicio: en adelante son los
algoritmos los que deciden por nosotros. De hecho, observa, las autoridades chinas
buscan construir un aparato de vigilancia con fines de pilotaje –en parte
automatizado– de “lo social”. Bajo el liderazgo de la agencia de planificación, los
diferentes actores colaboran en la construcción de una arquitectura de vigilancia
indisociablemente pública y privada, económica y política. Por mucho que el sistema
del partido-Estado se plantee como calculador del bienestar social, parte de las
masas y vuelve a ellas bajo la forma de “un rizo algorítmico cuya autoridad política
es a la vez asumida por la publicidad, e invisibilizada por la automatización”.
El aspecto más original de libro es, justamente, la formulación de “la hipótesis
tecnofeudal” ¿En qué consiste? En volver a utilizar las expresiones clásicas de
Dominium, “servidumbre” y “vasallaje” para describir nuestra situación actual. Y
también resultan interesantes las diferencias que establece entre “feudalismo”,
“esclavismo” y “capitalismo”. En estas tres configuraciones, la propiedad jurídica de
por lo menos una parte de los activos indispensables para la producción es
monopolizada por una clase dominante. Tanto en el caso del feudalismo como del
esclavismo, los trabajadores no son libres. A la inversa, en el capitalismo los
proletarios son considerados “libres” de vender su fuerza de trabajo; pero deben
hacerlo para sobrevivir por lo que mantienen su relación de dependencia con los
capitalistas. Durand desplegará su tesis en diversas “dimensiones”, tanto la referida
al propio proceso de trabajo, como la referida a la apropiación del excedente y a la
dinámica de las fuerzas productivas. ¿Se pueden identificar formas de resurgencia
paradójicas de lógicas feudales en las sociedades mercantiles contemporáneas?
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Datos y algoritmos reemplazan en gran medida a los indicadores de precios en las
transacciones y la idea de renta digital está en la actualidad muy difundida.
Por otra parte, un punto a veces no tenido en cuenta y a mi juicio de gran
importancia es tomar en consideración el gigantesco consumo eléctrico de Internet.
Un dato ya desactualizado once años (2014) nos dice que los centros de
procesamiento consumían 70 mil millones de kilovatios/h; es decir alrededor del 1,8
% del consumo total de electricidad del país, refiriéndose exclusivamente a los
EE.UU.
Durand también apuntará al concepto de “aceleración de escala” de Eric
Schmidt y Jared Cohen, dirigentes de Google, para describir este “rizo expansivo”
que caracteriza las plataformas tecnológicas modernas: … salvo un virus biológico,
prácticamente no hay nada que pueda difundirse de manera tan rápida, eficaz o
agresiva como esas plataformas tecnológicas. Lo que es impactante en esta lógica
de la hyperescale es la rapidez con la cual nos alejamos del “principio de
horizontalidad”, supuesto en el intercambio mercantil entre agentes libres.
Entonces, en definitiva, ¿qué entender por “tecnofeudalismo”? Principalmente,
su carácter rentista, es decir, no productivo del dispositivo de captación de valor. Y
por el camino de la eficacia económica y la innovación ascienden nuevas normas
depredadoras. De hecho, observa Durand, cuanto más desarrollada es una sociedad
en el plano económico, tanto más asidero ofrece a la depredación. Esta es la
premisa sobre que descansa la hipótesis tecnofeudal. La dominación, luego, es
constitutiva del dispositivo de gobernamentabilidad algorítmica, con sus dimensiones
políticas de vigilancia, anticipación y control de las conductas. De este modo, el auge
de lo digital perturba las relaciones competitivas en beneficio de relaciones de
dependencia.
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Para finalizar, diré que a mi juicio se trata de un análisis lúcido y no alejado de
la realidad, donde el porvenir parece pertenecer a “la mano invisible de los
algoritmos”. Ahora bien, más allá de esta ingeniosa expresión de Durand, hay que
decir que nada hay más visible que las plataformas que los contienen… para la
mayor parte de la humanidad.
Referencias bibliográficas
Blankenship, L. (1995 [1990]), GURPS Cyberpunk: High-Tech Low-Life Roleplaying,
3ra edición, Austin, Steve Jackson Games.
Artículo recibido el 19 de mayo de 2025
Aprobado para su publicación el 06 de julio de 2025