Latour desde Peirce: reinscribiendo la Teoría del
Actor-Red en una semiótica peirceana
Juan Javier Nahabedian*
Resumen
El artículo traza los vínculos, explicitados o sugeridos, entre la semiología y la
Teoría del Actor-Red (ANT, por sus siglas en inglés), impulsada principalmente por
Bruno Latour. Los conceptos de “referencia circulante” y de “actor/actante”,
centrales para el edificio teórico latoureano, habilitan esta puesta en contacto con
la “ciencia de los signos”. Ahora bien, la literatura especializada suele vincular la
ANT casi exclusivamente con la vertiente semiológica de influencia saussureana.
Esto se deriva de la coincidencia entre la concepción relacional del valor sígnico
de Saussure y la práctica analítica de la ANT de establecer redes de
interdependencia entre humanos y no-humanos que darían lugar a la
estabilización de los hechos tecno-científicos. Luego de comentar estos cruces,
recuperados de la propia letra de Latour así como de otros teóricos de este
movimiento intelectual, argumentamos que el tratamiento típicamente
estructuralista de las redes asociativas arroja un marco demasiado estrecho como
* Universidad Nacional de Moreno. Correo electrónico: jnahabedian@unm.edu.ar
DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re59.369
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para poder contener las exigentes explicaciones y reconstrucciones reticulares de
la ANT. En tanto estas redes se caracterizan por su complejidad, heterogeneidad,
multideterminación e irreductibilidad, buscamos reinscribir a la ANT en el marco de
una semiótica de cuño peirceano. Este espacio teórico se muestra más afín a
principios compartidos por los estudios de la ANT como: la heterogeneidad material
de los componentes de las redes que conforman los fenómenos tecno-científicos,
la condición inasible de los procesos de comunicación durante instancias de
producción, el lugar central de lo relacional entre la ontología de los fenómenos, la
traductibilidad o transposición material como función que domina las cadenas y la
irreductibilidad a un único principio organizador o explicativo.
Palabras clave
TEORÍA DEL ACTOR-RED SEMIÓTICA LATOUR PEIRCE REFERENCIA CIRCULANTE
Introducción
La Teoría del Actor-Red (ANT por sus siglas en inglés), cuyo principal y más
célebre promotor es el francés Bruno Latour, conforma un conjunto de desarrollos
teóricos y exploraciones empíricas que proliferan entre los estudios sociales de la
ciencia a partir de la década del 80. Si se pudiera formular algo así como un
programa general de la ANT, versaría en torno al diseño de redes relacionales que
interconecten a los actores humanos y no-humanos que hacen a la estabilización
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de un hecho tecno-científico.1 Estas redes se caracterizarían por su complejidad,
heterogeneidad, multideterminación e irreductibilidad. Dadas la ontología y las
presunciones teóricas que subyacen a esta corriente de estudios, la ANT en su
versión latoureana establece vínculos estrechos con la semiología, ya sea
instrumentando a esta como “caja de herramientas” metodológica y conceptual o
teniéndola como marco más general de contención.
El reconocimiento de esta influencia virtuosa de la semiología en la ANT se ha
concentrado en cuestiones propias de una semiología de fuerte impronta
saussureana, en tanto refieren al valor estructural y no inmanente del signo y a los
préstamos conceptuales que Latour ha realizado de la narratología estructuralista
de Algirdas Greimas. El presente artículo tiene como finalidad cuestionar la
pertinencia de estas asociaciones, para finalmente acobijar a la ANT en un marco
más adecuado provisto por la semiótica de influencia peirceana. Argumentaremos
que el tratamiento típicamente estructuralista de las redes asociativas arroja un
marco demasiado estrecho como para poder contener las exigentes explicaciones
y reconstrucciones reticulares de la ANT.
El presente trabajo consta de tres partes. En la primera repasamos lo más
escuetamente posible los lineamientos generales de la ANT, focalizando nuestra
atención en la definición de “referencia circulante”, concepto que tiene un lugar
central entre la plétora de categorías acuñadas por la ANT y que habilita a pensar
1 Si bien la ANT amplió sus objetos de estudio al realizar exploraciones que no competen
directamente a la institución científica, para facilitar su inscripción en un campo de estudios
específico aquí aludiremos a esta teoría como restringiéndose a los estudios sociales de la ciencia.
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estos estudios desde una clave semiósica. La segunda sección busca repasar
algunos de los vínculos reconocidos que la ANT ha trazado con la semiología. Ya
desde este acápite adelantamos algunos de los cuestionamientos que dirigimos al
emparejamiento de esta teoría con una semiología de corte estructuralista.
Finalmente, en nuestro apartado 3, buscamos reinscribir a la ANT en el marco de
una semiótica de cuño peirceano, espacio teórico que se muestra más afín a los
principios compartidos por los estudios de la ANT, a saber: la heterogeneidad
material de los componentes de las redes que conforman los fenómenos tecno-
científicos, la condición inasible en instancias de producción de los procesos de
comunicación, el lugar central de lo relacional entre la ontología de los fenómenos,
la traductibilidad intersemiótica como función que domina las cadenas y la
irreductibilidad a un único principio organizador o explicativo (como podría ser la
arbitrariedad sígnica en De Saussure).
1. ¿Qué es la ANT?
1.1 La Teoría del Actor-Red que resiste llamarse teoría
El primer desafío para definir la ANT es la ausencia de una definición unívoca.
Entre sus principales referentes se impone el consenso de que la “Teoría del
Actor-Red” no es una teoría o, si lo es, no lo es de la forma en que
convencionalmente suele entenderse la noción de “teoría”. Latour (1999) traslada
esta cuestión a su paroxismo al decir que el sintagma “Teoría del actor-red” yerra
en todos sus componentes: no es teoría, no es actor, no es red, hasta el guion le
resulta inconveniente. Diversos autores han coincidido en esta reticencia en
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admitir la ANT como teoría. Solo para señalar algunos casos: para Callon (2001) la
ANT es en realidad una “sociología de las traducciones”, elevándola a la condición
de paradigma sociológico; para Mol (2010), es un “repertorio” que orienta la
formulación de preguntas y la sensibilidad hacia aspectos del vínculo sociedad-
naturaleza-discurso; para Farías, Blok y Roberts (2020) se trata de “una familia de
sensibilidades conceptuales y metodológicas”, “una práctica intelectual” o “un
grupo de prácticas intelectuales compañeras (2020: XXIV). Esta teoría –que resiste
llamarse teoa– prolifera a finales del siglo pasado arrojando ideas-conceptos
demasiado numerosas como para ser recitadas de forma exhaustiva, agreguemos
únicamente: centros de cálculo, referencia circulante, agencia, asociaciones,
controversias, ecología de la práctica, factiches, simetría generalizada,
irreducciones, inscripciones, mediaciones, modos de existencia, ensamblados,
parlamento de las cosas, plasma, traducción, representantes.
La ANT, aunque aún sin este nombre, da sus primeros pasos entre los estudios
sociales de la ciencia proponiendo como método para dilucidar la especificidad de
lo científico a la etnografía de laboratorio (Latour y Woolgar, 2001). Estos trabajos
iniciales fomentaron el reconocimiento del principio de simetría humano/no-
humanos en el contexto de producción científica, lo que resulta en una “ontología
plana” (flat ontology) (Law, 2019: 4). Contra los binarismos que suelen distribuirse
entre los polos del constructivismo y el realismo o de la sociedad y la naturaleza,
Bruno Latour, como principal exponente de la ANT, observa que en el “triunfo” de
un hecho científico colaboran colectivos humanos y no-humanos, vinculados a
través de sucesivas translaciones en una red. En los términos de las
prosopopeyas latourenas (1992), las personas y las cosas son convocadas para
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brindar su apoyo a modo de aliados en una polémica científico-técnica. El triunfo
se atribuiría al contendiente con la mayor capacidad de generar alianzas al
reclutar en su equipo elementos naturales, discursivos y sociales, injustamente
disociados por el ímpetu modernista que separa las cosas en “naturales” o
“sociales” (Latour, 2007). Gran parte de las discusiones en torno a las propiedades
del saber científico, de esta manera, se desarticulan y habilitan una exploración no
precondicionada por jerarquías a priori. Inspirado por estudios narratológicos, para
Latour, la agencia es tanto un carácter propio de los sujetos humanos
comprometidos en la producción de ciencia como de los objetos no humanos
(animados e inanimados, discursivos y extradiscursivos) que son convocados y
asisten al hecho científico; justamente, la fuerza de un enunciado científico (o de
cualquier orden, para el caso) reside en la capacidad de tejer alianzas con otros
actantes. Estos vínculos heterogéneos y simétricos componen la red a ser
reconstruida por el analista; recorrer esta red observando las determinaciones de
los objetos (nunca reductibles del todo a una única causa) es, para Latour, un
trabajo de “traducción” (traslation).
Harman (2009: 14-15) reconoce los axiomas metafísicos que nutren la ANT y
que pueden ser encontrados tempranamente en el tratado “Irreducciones”,
publicado como segunda parte de La pasteurización de Francia (Latour, 1984).
Cuatro son estas premisas: 1) el mundo está hecho de actores o actantes; 2)
estos actores son irreductibles, esto es, ningún objeto es totalmente reductible a
otro que lo tuviera como única causa; 3) la forma de conectar una cosa con otra es
por medio de traducciones; 4) las fortalezas o debilidades de los actores no les
son dadas por una esencia inmanente, sino que solo ganan fuerzas a través de las
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alianzas que logran cosechar. Estos principios dan cuenta de la renuencia de
Latour a aceptar una ontología de las esencias: lo que es, es en tanto establece
vínculos con otras cosas. Como el signo en Saussure, la definición de los objetos
es relacional, posicional (Mol, 2010: 257). Nada es por sí mismo, no puede
hallarse un punto arquimédico extra-reticular ajeno a sobredeterminaciones.
En su último estadio latoureano, la ANT toma la forma final de la “sociología de
las asociaciones” (Latour, 2008), entendida como un paradigma sociológico que
rompe con los “ensamblados” sociales con que siempre contaron a priori las
teorías sociológicas (“estructura”, “sistema”, en suma, “sociedad”). En esta
instancia de la teoría, el autor intuye que las lecciones extraídas de la filosofía de
la ciencia y de la sociología de la ciencia resultan extensibles a todo fenómeno
que convoque humanos y no humanos (es decir, todo fenómeno). La ANT deviene,
de esta forma, un marco teórico general para analizar los más diversos escenarios
y que le vale, al decir de Law (2007), el mote de material semiotic. Esta
denominación resulta al menos sugerente para realizar una exploración en torno a
los puntos de contacto entre la ANT y la semiótica como disciplinas y entre el actor-
red y la semiosis como conceptos centrales para entender la ciencia y su
comunicación. Estas cuestiones serán tratadas en los próximos apartados.
1.2 La referencia circulante o todo lo que la ANT tiene de semiótica
La distinción entre dos estatutos ontológicos dispares, que entiende un ámbito del
mundo y otro nocional de las palabras y que demanda los esfuerzos no siempre
fructuosos de la filosofía de la ciencia para dar con correspondencias entre ambos,
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es desarticulada por Latour a través de su concepto de “referencia circulante”. La
propuesta metodológica de “seguir de cerca a los científicos” (requisito empirista si
los hay) lo lleva a reconocer una serie de inscripciones que conduce a los
científicos del campo al laboratorio, del laboratorio al estudio, y de allí a la
sistematización de los datos que eventualmente rematen en una publicación; este
circuito se extiende aún más si agregamos la popularización de los resultados a
través de la comunicación pública de la ciencia. Lo que encuentra Latour es una
serie de traducciones que, hay que agregar, implica un entramado de referencias
semióticas que hacen variar la materialidad del dato y, por lo tanto, su modalidad
significante. Estos pasajes ponen variablemente el acento en diversas funciones
comunicacionales del dato: ora su transportabilidad cuando la muestra deviene un
número al que referir, ora su cuantificación homogenizante cuando se la reduce a
componentes contables comparables con otros, ora su mostración persuasiva
cuando es puesta a consideración frente al tribunal de pares de la comunidad
científica, etc. Latour descubre en el corazón del quehacer científico una operación
retórica de mediatización que, como tal, es abstractiva: la sinécdoque, que busca
capturar con diversas inscripciones la significación del todo a partir de uno de sus
fragmentos. Lo que remarca es algo que deviene una perogrullada: el geógrafo se
acerca al terreno a través de sus mapas, cuya capacidad referencial es
dependiente de la idoneidad del cartógrafo, quien a su vez se informó sobre los
accidentes representados por otros medios igualmente “indirectos” e idóneos. De
esta forma, el “mundo real” del que hablan los científicos es (re)construido a lo
largo de esta maraña de referencias circulantes; en breve, deviene un
encadenamiento o una red: “los fenómenos son lo que circula a lo largo de las
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cadenas de transformación reversible, perdiendo propiedades en cada etapa y
ganando otras que los hacen compatibles con los centros de cálculo establecidos”
(2001: 90).
Los fenómenos, así, quedan “capturados” en esta red de referencias internas
(aquí Latour hace expresa la influencia del concepto de referencia endofórica
propio de la lingüística del texto) que coadyuvan a la “cajanegrización” de un
fenómeno. Cajanegrizar se refiere a:
el modo en que el trabajo científico y técnico aparece visible como consecuencia de su propio
éxito. (…) Paradójicamente, cuanto más se agrandan y difunden los sectores de la ciencia y
de la tecnología que alcanzan el éxito, tanto más opacos y oscuros se vuelven. (Latour, 2001:
362)
La ciencia, como la tecnología, tiende al cerramiento de sus productos en cajas
negras que empiezan a funcionar con autonomía escamoteando su composición y
artefactualidad. Las dos características fundamentales de una caja negra son su
autonomía y su cohesión. Diversos elementos se atraen y cooperan para que
podamos hablar de unidades como leyes, aparatos, instituciones.
En esta instancia despuntan las deudas que Latour tiene con la semiótica. Un
indicador discursivo de la cajanegrización de un hecho científico es la ausencia de
enunciados referidos en su comunicación. Sagazmente, Latour identifica
variaciones en la polifonía enunciativa en el discurso científico que indicarían
mayor o menor polemicidad, mayor o menor factualidad (2001: 113-115). De esta
forma, enunciados como “Cada neutrón libera 2,5 neutrones” y “Joliot sostiene que
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cada neutrón libera 2,5 neutrones” conservan el mismo dictum (entendido por
Bally como contenido proposicional, función informativa o referencial) pero varían
en el modus (evaluación por parte del hablante de sus dichos, compromiso del
enunciador con su enunciado). El enunciado referido (“Joliot sostiene que…”)
puede funcionar como: a) una estructura sintáctica evidencial que da cuenta de
cómo el hablante dio con la información que transmite; b) un modalizador
epistémico, que indica el grado de compromiso del enunciador con su enunciado
(certidumbres e incertidumbres variables; garantías subjetivas, extrasubjetivas o
intersubjetivas). La ausencia de esta estructura sintáctica propende a la
objetivación discursiva del dato al desvincularlo de sus orígenes, al presentarlo
como siempre estando al alcance. De esta forma, se autonomiza el enunciado –
que deviene “hecho” – y se lo cajanegriza en una red de citaciones no explicitadas
como tales.
2. ANT y la semiología, un matrimonio temprano
A los principios de cuño semiótico que quedan sugeridos en lo anteriormente
expuesto se suma que tempranamente Latour trabó relación con estudiosos de la
semiótica. El número 13 de las Actes de la Recherche publica en 1977 un artículo
de Bruno Latour coescrito con el reconocido semiólogo italiano Paolo Fabbri. Este
artículo adelanta muchas de las problemáticas que luego serán recogidas por
Latour en diversas oportunidades: en 1979 con La vida en el laboratorio y en 1987
con Ciencia en acción y su definición de una “retórica fuerte” de la ciencia. En el
trabajo de 1977, titulado “Retórica de la ciencia: poder y deber en un artículo de
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ciencia exacta”, los autores, en consonancia con las aspiraciones empíricas que
serán basales en la bibliografía de Latour, se proponen estudiar el “estilo
científico” en “los textos científicos tal como se producen” (2001: 265). Para ello,
toman como referente de análisis un artículo de neuroendocrinología publicado en
1962 que es abordado con un instrumental teórico provisto por la sociología de las
ciencias y la semiología.
Entre las primeras líneas del artículo, encontramos una sugerente definición
que adelanta la figura metafórica de la red que entreteje individuos y discursos por
igual:
El conocimiento científico puede considerarse una urdimbre de artículos que obran e influyen
los unos en los otros por de medio de los hombres de ciencia. Pero también se puede
considerar que los hombres de ciencia influyen unos en otros por intermedio de artículos y de
esta manera obtienen reconocimiento. (2001: 266)
Frente a estas dos alternativas para concebir la ciencia, o bien científicos
articulándose o bien conocimientos operando en un espacio vacuo, los autores
optan por lo que luego será una constante en los estudios latoureanos: mezclar
ambos universos en una red socio-discursiva y epistémica que será completada
con posterioridad con los no-humanos que aporta el mundo. El análisis del corpus
realizado por el tándem Latour-Fabbri aporta pruebas refutatorias de las
pretensiones objetivantes que se le suelen endilgar a la escritura científica y
remarcan la condición “modalizada” de los textos: presencia de términos
evaluativos de tipo axiológico o deóntico, uso de condicionales que dan cuenta de
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grados de certidumbre variable, referencias intertextuales que reenvían al texto a
sus condiciones de producción contextualmente localizadas.
Estas imbricaciones propias del texto científico se orientan pragmáticamente al
“convencer”. El saber científico se inserta en una comunidad de individuos que
comparten creencias y que deben prestar su asentimiento para que el hecho gane
plausibilidad y permanencia. De esta forma, la retórica de la ciencia, lejos de las
consideraciones que la tienen como una práctica deleznable que la haría una
especie de artilugio sobre-estetizante y falseador, es tenida por los autores como
constitutiva de la práctica científica, en particular cuando atendemos a los
aspectos discursivos que necesariamente permean la empresa científica. Para los
autores, un indicador del fin del enfrentamiento agonístico propio de la polémica
científica se detecta cuando los enunciados son desprovistos de formas modales
(deviniendo, sencillamente, “A es B”) que, de otra forma, los empañarían con
“opinión”. Líneas más arriba en el presente texto, años luego en la cronología de
Latour (1987), esta pérdida modal es definida como un pasaje crucial en la
cajanegrización del conocimiento científico. Previo a esta clausura y
contrariamente al prejuicio que supone solo formas impersonales en el texto
científico, lo que Latour y Fabbri encuentran son argumentaciones (“X, por lo tanto,
A es B”) o enunciados referidos (“X afirma que A es B”) que hacen explícitas las
condiciones de producción de los enunciados científicos.
Otra de las deudas más exploradas de la ANT con la semiótica/semiología, es
la que contrae con la semántica estructuralista de Greimas, particularmente en la
recuperación que realiza Latour de la narratología greimasiana y sus conceptos de
actor y actante. El mismo Latour reconoce, aunque más no sea en una nota al pie,
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que el ADN de la ANT se compone media parte de etnometodología de Harold
Garfinkel y otra media parte de semiología de Algirdas J. Greimas (2005: 84-85).
Para Beetz (2013), los elementos greimasianos más visibles entre el herramental
conceptual de la ANT son la utilización del concepto de actantes no-humanos, la
narrativización de las descripciones y el análisis de los textos científicos en
términos semióticos (por ejemplo, el reconocimiento de la condición polifónica de
los artículos científicos, como comentamos más arriba). Coincidentemente,
Høstaker (2005) indica que Latour siempre mantiene a la semiótica como una de
sus herramientas teóricas básicas y que las retomas de los trabajos de Greimas
componen el grueso de sus referencias a la disciplina.2
Dado que la impronta estructuralista supone ya desde Saussure que el
sistema se compone de relaciones diferenciales, siendo secundarias o irrelevantes
otras caractesticas (como la forma de sus unidades o su materialidad), parece/ha
parecido conveniente trasladar esta concepción a las reconstrucciones reticulares
de la ANT, en las que la instanciación de un objeto y las relaciones ocurridas en su
acaecer priman por sobre cualquier sospecha de esencialidad ontológica.
Justamente, Harman (2009), al explorar la metafísica implícita en Latour, reconoce
que las relaciones, tenidas desde la tradición aristotélica como mero accidente,
son lo que hace ser a los objetos. Algo es en tanto se vincula con otra cosa,
perder toda puesta en contacto circunstancial conlleva ausentarse y dejar de ser.
Entre las herramientas conceptuales que Latour se apropia de la narratología
de Greimas se suelen listar, por un lado, las nociones de actor y actante y, por el
2 Para un desarrollo de los usos de Greimas por parte de Latour, ver Høstaker, (2005).
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otro, la noción de pruebas de fuerza a la que están sometidos los actantes. En la
teoría narrativa de Greimas, los actantes son lugares formales narrativos que se
definen por su mutua relación en una narración. Si bien hay una tendencia a su
antropomorfización, el actante es una función estructural a ser llenada por los
actores particulares de cada discurso y no recaería necesariamente en una
entidad humana o siquiera humanoide. Las funciones de sujeto/objeto,
destinador/destinatario y ayudante/opositor (Greimas y Courtes: 1982), en tanto
son unidades abstractas con funciones gramaticales-narrativas, pueden ser
realizadas por diversos elementos en la narración. Se comprende cómo a partir de
estas nociones los teóricos de la ANT pueden construir los relatos de los éxitos y
fracasos para establecer relaciones y ganar pervivencia o relevancia de sus
objetos de estudio. Se trata de seguirlos a través de la serie de asociaciones que
tracen con otros actores e intentar reconocer las funciones actanciales que se
desarrollan en esta reconstrucción.3 Ahora bien, como señala Beetz, los
3 Latour y Akrich definen un actante como “lo que sea que actúe o cambie acciones, siendo
definidas las acciones como una lista de actuaciones que atraviesan pruebas” (1992: 259). Con
respecto a las pruebas y siempre siguiendo la narratología greimasiana, se pueden describir
esquemas narrativos canónicos que marcan trayectorias arquetípicas para los actantes. Los
actores deben llevar a cabo pruebas de fuerza para prevalecer, de la misma forma en que los
objetos de la ANT deben pasar exámenes para ser reconocidos como actantes. Sumariamente: “lo
que resista pruebas, es real” (Latour, 1984: 158). Según Mol (2010), para introducir una nueva
tecnología, como un auto eléctrico o, más acorde a esta década, autónomo, no se trata únicamente
de tener un buen diseño y que el prototipo sobreviva los testeos, el automóvil debe convocar
inversores, se deben generar nuevas regulaciones viales, se deben adaptar las ciudades y las
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préstamos de la teoría narratológica de Greimas son limitados, ya que “tratar a los
actantes como unidades sintácticas y aspirar a develar las estructuras elementales
que habilitan a los científicos a dar cuenta del sentido de virtualmente todos los
textos, parece ser incompatible con la ANT de Latour” (2013: 8). Las analogías
trazadas entre los desarrollos de la lingüística, ya sea que estudien el sistema
lengua (langue) o la gramática narrativa como estructura subyacente, resultan
restrictivas y poco ilustrativas cuando la atención se dirige, justamente, al cariz
desestructurante e irreductible de las redes de actores teorizadas por la ANT.
Por su parte, John Law invierte el orden de subsunción entre la ANT y la
semiótica. Si para la mayoría de las perspectivas que desarrollan el vínculo entre
ambas tradiciones de investigación la ANT se sirve de herramientas metodológicas
y conceptuales semióticas, para Law (2007; 2019) la ANT forma parte de la
“semiótica material” (material semiotics). Para este autor, el encuentro entre
ambas tradiciones teóricas no solo se presenta como fundamental, sino también
como orgánico, al punto que resulta reductible la ANT a la semiótica, aunque a una
semiótica entendida en los términos que explicitaremos inmediatamente.
Entre los tipos de estudios que componen a la semiótica material vislumbrada
por Law se incluyen la propia ANT, las semióticas materiales feministas (entre las
que enlista a Donna Haraway), desarrollos más recientes que fomentan el
encuentro entre ambas tradiciones mencionadas y un amplio rango de trabajos en
calles y se debe ganar la atención del público, que además debe poder pagarlo. Todas las
instancias implicadas en el funcionamiento de un automóvil conllevan pruebas, salir airoso de ellas
robustece a la tecnología.
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disciplinas como la antropología cultural, los estudios culturales y los estudios
poscoloniales (2019: 1). Si bien destaca la heterogeneidad del universo de la
semiótica material, Law ve en común una “semejanza de familia” entre estas
perspectivas que proliferaron a partir de los ‘80s. Según Law, para formar parte de
esta familia, no exenta de disfuncionalidades, una disciplina debe encuadrarse
dentro de la definición más amplia de la semiótica material, esto es:
un conjunto de herramientas y sensibilidades para explorar la manera en que las prácticas en
el mundo social son entrelazadas con hilos para formar urdimbres que son simultáneamente
semióticas (porque son relacionales y/o transportan sentidos) y materiales (porque tratan
sobre las cosas materiales que son atrapadas y formadas en esas relaciones)” (2019: 1).
La semiótica material, entonces, se ocupa principalmente del solapamiento entre
los elementos heterogéneos del mundo de lo social y de lo material, sin ceder
privilegio a ninguno de los dos. En su concepción de la semiótica, Law recupera la
definición aportada por Akrich y Latour, para estos autores, la semiótica es:
El estudio de cómo se construye el significado, pero la palabra "significado" se toma en su
interpretación no textual y no lingüística original; cómo una trayectoria privilegiada es
construida, a partir de un indefinido número de posibilidades; en ese sentido, la semiótica es el
estudio de la construcción del orden o la construcción de caminos y puede aplicarse a
escenarios, máquinas, cuerpos y lenguajes de programación, así como a textos; la palabra
sociosemiótica es un pleonasmo una vez que queda claro que la semiótica no se limita a
señales; el aspecto clave de la semiótica de las máquinas es su capacidad para moverse de
los signos a las cosas y viceversa. (Akrich y Latour, 1992: 259)
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De la misma forma en que Latour (1992) amplía el campo de lo retórico para dar
con una “retórica fuerte” para la ciencia y la tecnología, esta definición produce un
ensanchamiento de las competencias de la ciencia semiótica. Como lo condensa
Mattozzi (2020), una definición representativa de la semiótica no sería ya “la
ciencia de los signos”, sino “la ciencia de las relaciones”. Definida de esta forma, lo
que esta generación particular de semióticas vincula no son únicamente ítems
semiológicos de igual naturaleza, al modo de los sistemas semiológicos
saussureanos, sino elementos de diversas materialidades, que se definen
identitariamente a partir de la naturaleza de las relaciones que trazan unos con
otros. En Law encontramos una interpretación máximamente semiótica de los
estudios en ANT como estudios de relaciones plurideterminadas y heterogéneas.
Para Law, la ANT sería, a fin de cuentas, otra forma de decir semiótica cuando se
piensa más allá de la denotación sígnica.
3. Propuesta de un giro peirceano para la ANT
Como queda explicitado más arriba, la visión latoureana no es ajena a las
problemáticas de cuño retórico y semiótico. No solo el autor ataca cuestiones
asociadas a la condición persuasiva del discurso científico y toca, aunque más no
sea lateralmente, algunos aspectos relativos a la enunciación científica, sino que
también se provee de categorías propias de las ciencias de los lenguajes y de la
semiología. Los mismos conceptos de “referencia circulante”, “traducción” y
“actor/actante” implican operaciones de tipo semiótico. Si bien, como comentamos
en los apartados inmediatamente precedentes, estos vínculos teóricos entre los
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trabajos de Latour y la semiótica han sido señalados en diversos espacios a lo
largo del tiempo, consideramos que esos puentes conectores que enriquecerían la
reflexión epistemológica y sociológica sobre la ciencia pueden repensarse a partir
del prisma propuesto por semióticas que hacen de Peirce su piedra basal.
Sostenemos como principio teórico que el marco estructuralista no provee del
mejor alojamiento a la ANT, dado que, si bien prevalece una concepción relacional
del sistema, los elementos que el sistema vincula desde una descripción de cuño
saussureano son iguales en naturaleza (vínculos paradigmáticos o sintagmáticos
de un significado con otro significado, de un significante con otro significante, de
un fonema con otro fonema), mientras que el principio de simetría de la ANT
mezcla todo con todo: humano con no-humano, discursivo con extra-discursivo,
“real” con “imaginario”, al punto de hacer irrelevantes estas distinciones que
privilegian la agencia humana como operador de la diferencia. Justamente, lo que
permite al sistema saussureano trabajar a partir de diferencias es una medida
común entre los elementos que discrimina y que solo puede ser dada al referir al
mismo tipo ontológico (diferencias fonéticas para los significantes, diferencias
semánticas para los significados); no se comprendería cómo esta definición por la
negativa funcionaría en los colectivos heterogéneos de la ANT. Además, el estudio
sincrónico de una lengua exige detener la mutación lingüística, congelar un estado
específico de la lengua para su vivisección, operación analítica que fija los límites
entre lo aceptable-gramatical y lo inaceptable-agramatical para un sistema
lingüístico en un momento dado; por el contrario, en las redes latoureanas siempre
algo más se desliza por debajo o entre los hilos, como un “plasma” que nuestro
estado epistémico actual no nos permite asir o nombrar (Latour, 2008: 338-344).
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La red de asociaciones no conoce límites, a lo sumo los relatos del “éxito” o
“fracaso” de los fenómenos se extenderán tanto como la pericia del observador lo
permita. Esto contrasta fuertemente con el principio organizador y explicativo de
una semiología estructuralista dado por el anudamiento final producido por la
arbitrariedad que rige en los sistemas semiológicos. Claramente, la analogía con
el sistema saussureano resulta demasiado restrictiva o colmada de proyecciones
metafóricas indeseables como para dar debida cuenta de aquello que busca
ilustrar: el estatus estrictamente relacional de entes de lo más disímiles que
conforman las asociaciones de actores.
A partir de lo anterior se desprende que, para la descripción de las redes de
inscripciones, las teorías de cuño saussureano que conciben al signo lingüístico
como una entidad binaria (significante/significado) descontextualizada resultan
inadecuadas o limitantes. Como ya lo anunciara Verón (1988), la semiosis, esto
es, la dinámica asociativa de los signos, solo puede ser aprehendida –aunque más
no sea parcialmente– desde una concepción triádica del signo que incluya las
instancias interpretativas siempre imponderables y que tenga en cuenta las
diversas materialidades significantes que participan en cualquier evento real de
comunicación. Esta concepción es mejor provista por las ideas de C. S. Peirce.
Como ya se dijo en otras oportunidades (Magariños de Morentín, 1983), la
potencia explicativa de la conceptualización peirceana del signo es directamente
proporcional a su indefinición y laxitud. Cabe repasarla citando una vez más a
Peirce:
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un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en algún
aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo
equivalente, o, quizás, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el
interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en el lugar de
ese objeto no en todos los aspectos, sino solo con referencia a una suerte de idea, que a
veces he llamado fundamento del representamen. (Peirce, 1973: 22)
El signo se constituye de esta manera en un concepto trifásico, en tanto atañe al
encuentro de un algo (signo o representamen) que está en lugar de otra cosa (su
objeto) para alguien, en quien evoca un signo equivalente o más desarrollado
(interpretante). Esta definición toca el triple carácter del signo estudiado en la
arquitectónica de Peirce por la gramática semiótica: carácter presentacional,
carácter representacional y carácter interpretativo.
Queda implicado que el interpretante, en tanto él también es signo, se dirige
en calidad de representamen en lugar de un objeto a alguien en quien evocará un
“signo igual o más desarrollado”. Este vínculo intersemiótico se extiende como una
red constituyendo la semiosis (ver gráfico 1). En esta vasta extensión semiótica los
signos motivan el surgimiento de nuevos signos, con los que se relacionan
fungiendo como sus condiciones de producción (Verón, 1988).
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Gráfico 1: La semiosis en Peirce
Por semiosis Peirce entiende “una acción o influencia que es o implica la
cooperación de tres sujetos (subjects), un signo, un objeto y su interpretante, esta
influencia trirrelativa (tri-relative influence) no siendo reductible a acciones entre
pares” (citado por Verón, 1988: 103). La reducción entre pares implicaría
presuponer la directa acción del sujeto cognoscente sobre el mundo (reducción de
la tríada al par objeto/interpretante), la imposibilidad de toda referencialidad (par
representamen/interpretante)4 o, como suele ocurrir en los acercamientos
funcionalistas, la sustracción de lo sígnico de los procesos reales de producción
de sentido (objeto/representamen). Esta última opción es la que se impone a
modo de presupuesto conductista en los modelos unidireccionales de la
comunicación: ausencia o minusvaloración de las instancias interpretantes y del
eterno desajuste entre producción y reconocimiento. Como insiste Verón (1988),
subject” no debe ser tenido como “sujeto” en un sentido psicológico, sino como
4 En el primer caso tendríamos un conocimiento no mediado del mundo. En el segundo, la
desafortunada conclusión de que “todo es discurso”.
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“soporte”, descartando la posibilidad de identificar a cualquiera de los tres términos
en clave antropomórfica o, aún más, suponiendo la predominancia a priori de uno
sobre el otro. Esto último se percibe en directa concordancia con la simetría
latoureana. Enfaticemos junto con Marafioti la condición triádica del signo,
tradicionalmente ausente en el formalismo lingüístico que deshistoriza el sentido:
Cada signo para ser tal debe ser interpretado. Cada signo debe ser capaz de determinar un
interpretante. El interpretante puede entenderse en un sentido como general como la
traducción de un signo, su resultado significativo (…). El interpretante está determinado por el
signo mediante algún traductor o una acción interpretativa del signo (y no necesita ser una
acción humana). Esto sugiere que la traducción es, al mismo tiempo, un producto, el resultado
de un proceso (el proceso de la semiosis en sí mismo) que tiene algún efecto sobre el
traductor. (Marafioti, 2004: 81)
Se comprende así que las relaciones trazadas por las múltiples inscripciones
realizadas durante el trabajo científico y sagazmente señalas por los teóricos de la
ANT pueden ser conceptualizadas como un alargamiento de la red de la semiosis.
Esta dinámica reticular que destaca la función de los portavoces que hacen hablar
a los objetos (Latour, 2001), al modo de los “traductores” en nuestra cita de
Marafioti, describe el proceso interdiscursivo que vincula a un signo con sus
condiciones de producción: en el arché de un signo damos con otros signos,
interpretantes devenidos signos de nuevos interpretantes que solo pueden referir a
sus objetos bajo la condición de hacerlo en algún aspecto sin poder colmar nunca
sus posibilidades inagotables. Es en este sentido que Verón (1988) sostiene que
no hay un por fuera de la semiosis: el objeto dinámico, que se escurre más allá de
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lo que resulta representable por el signo y excede al objeto inmediato, existe a lo
largo de la red semiótica y no en alguna dimensión extraña a la semiosis.
Coincidentemente, Høstaker (2005) señala que una consecuencia de la
conceptualización latoureana de las cadenas de traducciones es que no resulta
concebible una “realidad no-lingüística” a la que pueda aludir la ciencia, esta “se
ha vuelto inmanente al lenguaje”5 (2005: 14). Justamente, lo que habilita el
desborde a partir de la década del ’80 de la ANT desde los estudios de la ciencia
hacia otros fenómenos sociales es la común pertenencia a la red semiótica y la
plausibilidad de su descripción en términos de actantes y redes. Ahora bien, la
particularidad del discurso científico, en contraste con esas otras formas de
discursividad, reside en sus condiciones de producción de carácter institucional,
intertextual y, sobre todo, epistemológico, mas no en un acceso privilegiado a la
realidad liberado de la mediación sígnica; depende, en resumidas cuentas, de la
“calidad” de las cadenas de referencias internas (Høstaker, 2005: 14).
La materialidad del signo, como las inscripciones latoureanas con
particularidades funcionales a los diversos estadios de una investigación científica
(la observación de campo, la muestra, el informe de análisis, el mapa, el paper…),
determina parte de su capacidad y modalidad comunicacionales. Desde esta
concepción del signo pueden ser comprendidos los procesos de transformación
derivados de las traducciones, cuestión sobre la que Pablo Pacheco llama la
atención al referir a las descripciones de corte latoureano de las totalidades:
5 Podría cuestionarse si efectivamente “se ha vuelto” o “no podría dejar ser”.
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Por otra parte, la heterogeneidad de entidades y elementos de las que se componen las redes
constituyen componentes o partes que, a través de procesos semióticos, podrán ser
ensambladas y ordenadas, agrupándose en totalidades. Esos ensamblajes de partes
heterogéneas adquieren una dinámica propia, un movimiento que no es el simple
desplazamiento, sino la transformación. Las partes se transforman y se alteran en sus
configuraciones, cambiando sus relaciones e identidades. Esta dinámica solo puede ser
entendida a través de un proceso semiótico llamado traducción. (2013: 94)
La traductibilidad entre elementos heterogéneos evoca indirectamente el concepto
de transposición trabajado por la semiótica de los géneros discursivos. Para
Steimberg, “hay transposición cuando un género o un producto textual cambia de
soporte o de lenguaje” (2013: 28). Conceptualizado tradicional e imprecisamente
en términos de “ganancias” o “pérdidas”, la noción de transposición renombra a las
transformaciones que están implicadas inherentemente cuando se recorren los
entrelazamientos semióticos, cuestión persistente en las descripciones realizadas
por la ANT al asociar elementos heterogéneos e instancias interpretativas
científicas.
La ponderación en torno a este fenómeno resulta aún más urgente si
atendemos a la materialidad de los objetos significantes y su incidencia en las
posibilidades representacionales y enunciativas. Las descripciones en La
esperanza de Pandora (Latour, 2001) de las transformaciones traductivas de la
muestra de tierra al análisis del laboratorio o del terreno selvático a su
representación cartográfica pueden ser reconceptualizadas fijándonos en las
condiciones materiales de los nuevos soportes en que la información (el sentido)
se encarna. Una semiótica peirceana se ocupa de los entrelazamientos de
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superficies textuales de diversa naturaleza material; estos no son tratados al modo
saussureano como vínculos intersistémicos de estructuras con relativa autonomía
(como la lengua, el braille, la lengua de señas, etc.), sino que los textos, o más
acá de nuestros conceptos, las inscripciones son conglomerados materiales de
sentidos empíricamente localizables y de los que se espera efectos en
reconocimiento (nuevas inscripciones, nuevos discursos).
Cabe en esta instancia de nuestro desarrollo atender una de las críticas
dirigidas a la perspectiva semiótica predominante en la bibliografía de Latour. De
Boer, Molder y Verbeek (2021) acusan al latoureanismo de no prestar suficiente
atención a las mediaciones tecnológicas (technological mediations) que, como
actores en todo su derecho, “dan forma activamente a la realidad que los
científicos estudian” (2021: 398). En reemplazo de la mirada semiótica
propugnada por Latour, preconizan una posfenomenología que sí podría saldar las
deudas que el propio Latour contrajo y que no habría honrado, a saber: 1) dar
cabal cuenta de la simetría humanos/no-humanos cuando de instrumentos
científicos de observación se trata; 2) dejar que “los actores hablen por sí
mismos”. Para resaltar la inviabilidad del herramental teórico latoureano para
cumplir con estos compromisos programáticos, los autores neerlandeses refieren
en su mayoría a lo trabajado tempranamente por el autor en La Pausterización de
Francia y Ciencia en acción, textos basales del pensamiento de la ANT, pero que
deben ser leídos respetando la cronología del pensamiento latoureano: 1984 y
1987 respectivamente, tiempo anterior al auge intelectual que motivó la ANT y que
profundizó, así como problematizó, la tesis de la simetría. De Boer, Molder y
Verbeek extraen de trabajos de Latour la definición de semiótica como
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“etnometodología de los textos”. Esto conduce a los autores a interpretar “texto” en
su sentido más restringido como “literatura científica”, lo que marca un claro
contraste con el tipo de semiótica reconocido en este apartado y que
consideramos resulta más asimilable al enfoque de la ANT en tanto no se restringe
a la materialidad escrita y a los géneros propios de la comunidad discursiva
científica. De Boer, Molder y Verbeek se comprometen en su artículo a superar el
acercamiento semiótico de Latour a través de conceptualizaciones
posfenomenológicas (principalmente asidos con la noción de “mediación
tecnológica”). Al momento de hacerlo, refieren que los vínculos intertextuales
trabajados por Latour resultan insuficientes para describir a “la ciencia en acción”,
ya que estudiar a la ciencia como proceso exige tratar con un universo extra-
textual, lo que conduciría al francés a “moverse del texto hacia la carne detrás de
él” (2021: 397). A raíz de este movimiento, dicen estos autores, Latour “parece
romper con la semiótica literaria” (ídem). Si comprendemos, como creemos haber
dejado claro, que los procesos semióticos atañen no solo a los símbolos plausibles
de componer sintagmáticamente textos, sino también a formas de generación de
sentido que conjugan diversas materialidades, la “ruptura” de Latour solo puede
ser con la “semiótica literaria”, como bien señalan De Boer y sus colaboradores,
más no con la semiótica propiamente dicha (es bien conocido el precepto de
Peirce según el cual el mismo pensamiento es un signo). La materia significante
que funciona como soporte de los objetos es ella misma significativa a modo de
mediación tecnológica y de ninguna forma ajena a las reflexiones y averiguaciones
de cuño semiótico o, para el caso, latureano. De Boer, Molder y Verbeek proponen
migrar de la reflexión en torno a los dispositivos de inscripción (insciption devices)
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hacia los dispositivos hermenéuticos (hermeneutc devices), reconceptualización
que enfatizaría la función actancial de las tecnologías de mediación que suponen
olvidadas por el latoureanismo. Si, como proponemos, la red de inscripciones es
una forma de describir el trabajo científico moviéndose a través de la red de la
semiosis, va de suyo que todo dispositivo de inscripción es un dispositivo
hermenéutico al funcionar como traductor nunca neutral del signo interpretante.
Una vez más: la forma habilitada por el dispositivo de observación es ella misma
significante y motivo de estudio semiótico. No podríamos imaginar, como parecen
sugerir estos autores, que Latour admitiría el descuido de no darle importancia a
las tecnologías mediadoras en el devenir del objeto cienfico.
Una salvedad debemos hacer en esta puesta en contacto entre semiótica y
ANT. Para Latour: “Una propiedad esencial de esta concatenación (las sucesivas
inscripciones producto de la labor científica) es que debe permanecer reversible.
La sucesión de etapas debe poderse recorrer en sentido inverso, permitiendo el
tránsito en ambas direcciones” (Latour, 2007: 87). Esta definición de Latour
parecería no poder ser integrada a la concepción de semiosis peirceana, ya que
para Peirce no habría una vuelta atrás en la red semiótica, esta siempre empuja
hacia adelante. Pretender deshacer la red para dar con instancias de inscripción
anteriores no resultaría en una vuelta atrás, sino en la adhesión de nuevos nudos
a la red: en tanto discurso en reconocimiento, el análisis puede reevaluar aspectos
primigenios de los productos semióticos refiriendo a sus condiciones de
producción, pero el producto de dicho análisis es siempre nuevo sentido (no
nuevo respecto a su “originalidad”, lo que sea que esta signifique, sino en cuanto a
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su instanciación sinsígnica6 irrepetible), es decir, esa posible relectura se inscribe
siempre como un nuevo nudo en la red.
Esta observación quizás no resulte necesariamente en una incongruencia
entre ambos pensamientos, sino en la necesidad de realizar precisiones teóricas:
¿Qué implica, semióticamente hablando, “recorrer la red hacia atrás”? Puede
adaptarse a esta discusión lo propuesto por Eliseo Verón (1988) cuando
problematiza sobre la invariabilidad del objeto a lo largo de la urdimbre de
discursos con los que traba una relación de referenciación: ¿estamos siempre en
presencia del mismo objeto cuando tomamos un conjunto de discursos extendidos
en un segmento de la red histórica? Esta cuestión es irresoluble si permanecemos
al interior de la semiosis, no se puede afirmar la permanencia del objeto ni su
desplazamiento producido por la irreversibilidad de la historia. Sin embargo,
concluye Verón, la mirada del analista se sustrae de la red semiótica para hacer
de los discursos que la componen sus objetos:
Salir de la red, en relación con relaciones interdiscursivas determinadas, quiere decir: tomar
los discursos como objetos. Ello define la especificidad del análisis de los discursos: la
relación entre el discurso producido como análisis y los discursos analizados es una relación
entre un metadiscurso y un discurso-objeto. (1988: 133)
6 En la ideoscopía peirceana el sinsigno se deriva del carácter presentativo del signo en tanto que
existente efectivo, este opera a través de su singularidad, su temporalidad o su ubicación única.
Por ejemplo, la recurrencia de una palabra en un texto informa sobre el carácter legal del signo (su
calidad de legisigno), pero cada una de sus apariciones particulares constituye un sinsigno, es
decir, una réplica (token) singular.
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La operación del analista, definible en términos de la discriminación
metalenguaje/lenguaje-objeto, permite la producción de una mirada deshistorizada
respecto al tiempo histórico de los discursos estudiados (claramente, no del propio
tiempo histórico de producción del análisis). De manera análoga, la “vuelta hacia
atrás” de las inscripciones de la ANT habilita entonces la posibilidad de la
reconstrucción histórica de los objetos científicos que se realiza detectando las
redes de relaciones actanciales simétricas y co-dependientes para la
estabilización de un hecho. “Deshacer la red” supone reinscribir por medio del
análisis a los actores entre los vínculos que los hacen devenir tales.
4. Conclusión
Si bien la condición relacional y nunca inmanente o esencialista de la ontología
latoureana presenta coincidencias con la definición de signo de De Saussure,
entendemos que la indeterminación y la irreductibilidad a un principio organizador
(como sería la arbitrariedad sígnica saussureana) priman en la conformación de
las redes. La traducción de los intereses de los actores al colaborar e integrarse a
una red y la transposición de diversas materialidades a través de la referencia
circulante dan cuenta de transformaciones que acaecen en el entramado, lo que
también choca de frente con la inmutabilidad propia de la sincronía como
exigencia metodológica. La composición heterogénea de las redes diseñadas por
la ANT no encuentra su correlato entre los sistemas semiológicos saussureanos
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que vinculan elementos ontológicamente iguales (significantes con significantes,
significados con significados).
Hemos señalado que recorrer la historia de inscripciones traductivas es lo
mismo que realizar un ejercicio de reconocimiento de vínculos semióticos del tipo
representamen/interpretante. Al admitir que las redes vinculan elementos, si bien
simétricos, diversos en naturaleza y que sus efectos comportan siempre algún
grado de indeterminación, el modelo saussureano de signo resulta inadecuado
para la descripción. La definición peirceana de signo es la que resalta con mayor
potencia para poder realizar explicaciones demandantes que atiendan a la
complejidad de las redes, que, en definitiva, son la semiosis.
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