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DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re57.333
No hay péndulos sin fricción. Antes de empezar…
¿desde dónde empezar… para fracasar mejor?
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Carlos F. Greco
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Resumen
A casi 60 años del nacimiento de un ambientalismo abismado en una sospechosa
obstinación técnica que lo recluyó en el “cómo” e hizo del “para quéun hueco en
su discurso, el “desarrollo sustentable” ha logrado borrar, en mismo, la fabulosa
escena que lo produjera. La oferta “ambientalista” surgida en 1972, de la reunión de
Estocolmo y del Informe Brundtland de 1987, documento fundante del desarrollo
sustentable, cuestiona la materialidad vigente en las sociedades, pero lo hace de la
mano de una crítica que presupone el mundo que censura.
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Este documento es parte de una publicación conjunta realizada entre Revista Redes. Revista de
Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología y la RedTISA en el marco del Congreso PRAXIS
2022. El documento forma parte del libro Juarez, P. et al (eds) (2024) Praxis: Innovación para la
transformación socioambiental desde el Sur Global, Bernal, UNQ, ISBN: 978-987-558-943-8.
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Investigador Asociado al Proyecto de Transformación de Residuos, IMyZA, INTA Castelar, mail:
carlosgreco@fibertel.com.ar
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Revista Redes 57 – ISSN 1851-7072
Palabras clave
RACIONALIDAD AMBIENTAL DESARROLLO SUSTENTABLE AMBIENTALISMO TRÁGICO
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La tesis
Según (Tyrtania, 2008), “(…) no hay cosa s práctica que una buena teoría. El
modelo, el mapa, no es el territorio (la praxis), pero tampoco es imaginable un
territorio (la praxis) sin el mapa. Entre el mapa y el territorio hay una causalidad
recíproca” (Tyrtania, 2008: 55).
Este es, precisamente, el porqué de esta contribución.
Cuando se hizo la convocatoria para un texto que considerara la innovación
para la transformación socio-ambiental, los editores sugirieron algunos ejes de
debate alrededor de los cuales girase el presente libro. Dichos ejes incluían una
serie de conceptos inquietantes, sobre todo, alguno de ellos: “Objetivos de
Desarrollo Sostenible”, “energías renovables”, “agricultura agroecológica”,
inclusión social”, y la misma “transformación socio-ambiental”.
Nietzsche (2014), cuando sugiere “filosofar con el martillo”, postula que no
hay creación (innovación) sin destrucción. Sin ser tan extremos, conceptos del
“ambientalismo” como los mencionados arriba, representan puntos de partida para
este debate, que, entiendo, merecen la oportunidad de ser repensados, no para
comprender dichos saberes actuales, sino para hacerle “tajos”, como dice Foucault,
y abrir un espacio nuevo del cual salir. De este modo queda planteada la siguiente
tesis: nunca se deja de partir. Y la consiguiente propuesta: resurgir, esta vez,
desde este otro lugar.
Cualquier posible lector del presente libro, sabe perfectamente que la
literatura en estos temas, a la fecha, es sumamente extensa, tanto en el tiempo
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como en publicaciones. Veo la oportunidad de un libro como este, a 60 años del
inicio de lo que se conoce como “ambientalismo”, centrada en la tesis antes
mencionada, sin dejar de reflexionar sobre algún tipo de fracaso y de mucha tinta y,
paradójicamente, papel, que no lograron los objetivos que dicho “ambientalismo”, el
de la década de 1960, el de las luchas estudiantiles/obreras, tal vez el de Carson,
se planteó en sus inicios.
Desarrollo sustentable y racionalidad ambiental
Para comenzar tomaremos el libro de Enrique Leff, Racionalidad ambiental1,
publicado en 2004 ¿Por qué, particularmente, este texto de Leff? Hay dos razones
que explican esta elección. Por un lado, este libro, en cierta medida, abarca todos
los ejes de debate sugeridos para esta publicación y por otro, la fecha en que
apareció. Si lo citáramos con fecha de edición 2021, dudo que alguien pudiera
considerarlo como un error, lo que sí, seguramente sucedería, si tomáramos un
texto, por ejemplo, de biotecnología de 2000 y lo citáramos con fecha de publicación
2019; a cualquier especialista le resultaría extraño. De hecho, una squeda
sencilla en la web sobre ambiente, ambientalismo, sustentabilidad o catástrofe
ambiental, a la fecha de escribir esto, arroja textos con discursos prácticamente
idénticos, pero escritos 18 años más tarde. Algo pasó, o no, entre el año de
publicación del libro de Leff y la publicación de este.
1 Leff, E. (2004), Racionalidad ambiental. La reapropiación social de la naturaleza., Mexico D.F.,
Siglo XXI editores
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Nuevamente, ¿podemos hablar de un fracaso en lo que conocemos como
“ambientalismo”? Normalmente se aduce que, de no haberse hecho absolutamente
nada, todo estaría peor ¿Estamos seguro de esa aseveración contrafáctica
improbable, y más aún, considerando que mucho de lo que se hizo y “se logró” fue
por clarísimos intereses económicos? Después de todo, ¿qué es lo que se logró o,
se considera como “mejor que nada”? ¿Realmente creemos que estamos en una
mejor situación en cuanto, por ejemplo, a los residuos, a la explotación de recursos
o, al uso de la energía? ¿Estamos seguros que lo que se hizo, hasta la fecha de
publicación de este libro, en materia energética, residuos, bosques y vida silvestre,
por ejemplo, impactó favorablemente en la situación social? De ningún modo estas
preguntas son irónicas, apuntan, simplemente, a preguntarse qué se entiende, o
entendemos como “mejor”. Por otro lado, con bajo margen de error se podría afirmar
que las respuestas a estas preguntas dependerían mucho del color del cristal con
que se miren.
Tal vez, al igual que, por ejemplo, El Ser y el Tiempo (Heidegger, 1997) y Los
cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (Lacan, 1987), sea momento,
para el ambientalismo, de un nuevo inicio, de un nuevo pensar. En el caso de
Heidegger, algo se olvidó (la diferencia ontología) mientras que, para Lacan, algo
se extravió (“el filo cortante de la verdad freudiana”). Olvido y extravío, constituyen
operaciones hegemónicas y no, contingentes (Trosman, 2009). En el caso del
ambientalismo, también, algo se extravió, y de la misma manera. Parafraseando a
Trosman (2013), lo que ha quedado plegado y aplastado por efecto de la maquinaria
capitalista tiene que ser reabierto y reinstalado como problema. Hay que volver a
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preguntar, sigue Trosman, y desandar ese supuesto progreso ambientalista.
Heidegger lo plantea claro en El Ser y el tiempo: “es menester ablandar la tradición
endurecida y disolver las capas encubridoras producida por ella. Es el problema que
comprendemos como destrucción del contenido tradicional (…) (Heidegger, 1993:
32-33) ” del ambientalismo2.
Eschenhagen (2008), discutiendo el pensamiento ambiental de Leff, inicia su
trabajo marcando la larga trayectoria de este investigador (al momento de que ella
escribiera su trabajo, eran casi 30 años, ahora ya estamos cerca de los 40) de- y
re-construyendo pensamientos y reflexiones en torno al “problema ambiental”.
Sinceramente, y viendo en donde estamos hoy en día, más allá de las impecables
credenciales del pensador mexicano, tantos años abogando por un replanteo en
cuanto a nuestra situación, no los considero como algo remarcable, más bien, como
una sospecha de que las cosas no anduvieron como hubiésemos deseado. Es
curioso como este investigador, en un trabajo que publica en 2001, coloca la
siguiente cita de Braudilliard como epígrafe en el mismo:
Hay algo particularmente nauseante en esta prodigiosa inutilidad, sobre un
mundo proliferante pero hipertrofiado que no puede dar nacimiento a nada.
Tantos reportes, archivos, documentos, y ni una sola idea generada; tantos
planes, programas, decisiones, y ni un solo evento precipitado (Leff, 2001:
65).
2 “Ontología” en el original de “Ser y tiempo”
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Si bien pasaron 21 años de la publicación de aquel trabajo, hoy la considero una
cita dura, pero s que oportuna. Sin embargo, propongo suavizarla
preguntándonos, idea generada” para qué. Tal vez, el problema esté en cuál es el
evento que esperábamos.
Eschenhagen sintetiza la tesis fundamental de Leff de la siguiente manera:
la “crisis ambiental” es el reflejo y el resultado de la crisis civilizatoria occidental,
causada por sus formas de conocer, concebir, y por ende transformar, el mundo.
Según mi lectura, Leff es un autor invadido por las contradicciones
(absolutamente entendibles y provocativas), y esta es otra de las razones que su
libro me pareció más que interesante. Contradicciones que hoy persisten en el
ámbito del llamado ambientalismo. Holan (2011) alguna vez dijo: “Estas sin
contradicciones, estas sin posibilidades” y, efectivamente, el análisis del libro de
Leff, da la posibilidad de proponer un posible replanteo de aquellos objetivos de los
que hablábamos al principio de este texto.
En relación con el concepto de “desarrollo sustentable”, coincido con Leff,
que hoy por hoy, tiene muy poco que ver con las aspiraciones de los
autodenominados ambientalistas. El discurso del desarrollo sustentable es, en la
matriz económica actual, pura poesía, y en la matriz “ambientalista”, pura
impotencia. Dice Leff en “Racionalidad ambiental” (2004):
La racionalidad económica resiste a su desconstrucción y monta un
simulacro en el discurso del desarrollo sostenible, una estrategia de
simulación, un juego falaz de perspectivas–trompe l’oeil–, que burla la
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percepción de las cosas y pervierte toda razón y acción en el mundo hacia
un futuro sustentable (Leff, 2004: 107).3
Sin embargo, no coincido desde cuándo es así. Según Leff, es un concepto que
nació solido en sus objetivos y luego, a principios de la década de 1980, fue
cooptado por la hegemonía económica surgida de una escalada neoliberal más que
significativa con las embestidas golpistas en el Sur, alimentadas por los
economistas de la escuela de Chicago y el surgimiento de las administraciones de
Reagan en EEUU y Thatcher en el Reino Unido (sin olvidarnos de la asunción de
Juan Pablo II, ocurrida luego del asesinato de Juan Pablo I en el Vaticano). Por el
contrario, nosotros (Greco y Crespo, 2017) creemos que el “desarrollo sustentable”
surgió como caballo de Troya para poder vencer las murallas del ambientalismo e,
inteligentemente, no acallar sus voces sino, mejor aún, secuestrarlas ¿En que
gravita esta diferencia de visión histórica? Simplemente en, o bien seguir insistiendo
con un concepto, surgido de las entrañas del mismo sistema económico que Leff
entiende como origen de todos los males ambientales o, en dejarlo en evidencia
(Greco, 2014), tal vez para descartarlo definitivamente y encarar lo que nos
preocupa, de otra manera. Con la interpretación histórica que Leff hace, intenta
recuperarlo en su libro de 2004, y es en ese intento en donde creo, surge la
3 Compartimos esta visión, pero, ¿qué significa hacia un futuro sustentable”, sino un lastre
newtoniano, en la era de la física cuántica, la era de lo impredecible, del caos, de la irreversibilidad?
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productividad de las contradicciones a las que aludo. Una vez más, curiosamente,
Heidegger desde “El Ser y el Tiempo”, nos ayuda a explicar nuestra posición4:
La tradición, que así viene a imperar, hace inmediata y regularmente lo que
trasmite tan poco accesible que más bien lo encubre. Considera lo
tradicional como comprensible de suyo y obstruye el acceso a las fuentes
originales de que se bebieron, por modo genuino en parte, los conceptos y
categorías transmitidos. (Heidegger, 1997: 31)
Termina la cita anterior sintetizando, impecablemente, nuestra visión sobre el
desarrollo sustentable/sostenible: “La tradición llega a hacer olvidar totalmente el
origen.” (Heidegger, 1997: 31)
En escritos anteriores (Greco y Crespo, 2017), y con datos históricos,
intentamos mostrar que las intenciones de los inventores del desarrollo sustentable
no eran precisamente las que los ambientalistas tenían en mente. Y esto lo deja
claro Leff en su texto de 2001, siempre y cuando el mismo sea leído desde una
perspectiva distinta a la del investigador mexicano:
Así empezó a configurarse un concepto de sustentabilidad como condición
para la supervivencia del género humano, buscando un esfuerzo compartido
por todas las naciones del orbe. De allí surgió la definición de la
sustentabilidad como el proceso que permite satisfacer las necesidades de
4 La utilización de esta cita va mucho más allá de lo retorico. Heidegger se refiere en este párrafo a
la metafísica desde Platón en adelante. Como esperemos quede claro en el resto de este texto,
nosotros también.
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la población actual sin comprometer la capacidad de atender a las
generaciones futuras (Leff, 2001: 65 ).
Esfuerzo compartido por todas las naciones”, en otras palabras, la fiesta fue
nuestra, dice el informe de la Comisión Brundtland (WCED, 1987), pero los costos
los compartimos con los mozos. Por otro lado, concluir diciendo que es necesario
satisfacer las necesidades de la población actual sin comprometer la capacidad de
atender a las generaciones futuras, es decir la nada misma. Y la “Agenda 21”, cinco
años más tarde, “la frutilla del postre”.
Por un lado, Leff es muy claro en cuanto la posición que el llamado desarrollo
sustentable (o sostenible, como más guste) ocupa (a nuestro entender, que ocupó
desde su nacimiento (Greco, 2014; Greco y Crespo, 2017). Dice Leff:
Por el contrario, el propósito de ecologizar a la economía y a la
sociedad ha sido cooptado por el discurso del desarrollo sostenible, y
las prácticas de planificación del estado han sido marginadas por las
políticas neoliberales. Al mismo tiempo, la geopolítica del desarrollo
sostenible se ha convertido en un proceso de racionalización
económica y tecnológica que convierte la sustentabilidad en un fin
objetivable y soluble mediante una racionalidad económica e
instrumental (Leff, 2004:219).
En una nota a pie de página Leff agrega:
Ya desde el Informe de la Comisión Bruntland (WCED, 1987), se
reconoció que la escala de la economía humana era insostenible, en
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el sentido de que consume su propio capital natural; pero al mismo
tiempo los acuerdos de Río 92, las Metas del Milenio y el Plan de
Implementación de la s reciente Cumbre Mundial del Desarrollo
Sostenible de Johannesburgo (2002) prescriben el crecimiento
económico como la vía para mejorar las condiciones de existencia de
las mayorías y eliminar la pobreza (buscando compatibilizar el
crecimiento económico con la preservación de la base de recursos y
los equilibrios ecológicos del planeta), sin asumir las limitaciones que
impone la racionalidad económica a la internalización (y disolución)
de las externalidades socio-ambientales que genera (Leff, 2004: 422).
Por lo que señala acá Leff, queda claro, una vez más, el objetivo del desarrollo
sostenible (o sustentable) consolidado en la década de 1980: recuperar recursos,
seguir haciendo negocios y, con la “teoría del derrame”, olvidarse de la
redistribución como alternativa.
Es en este concepto de “desarrollo sustentable” en donde Leff, en su libro de
2004, no deja pisada firme, haciendo una distinción, a mi juicio, forzada entre
sostenible y sustentable. Dice Leff:
La ambivalencia del discurso del desarrollo sostenible se expresa ya
en la polisemia del término sustainability, que integra dos significados:
el primero, traducible como sustentabilidad, implica la incorporación
de las condiciones ecológicas renovabilidad de la naturaleza,
dilución de contaminantes, dispersión de desechos– del proceso
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económico; y el segundo, que se traduce como sostenibilidad, implica
perdurabilidad en el tiempo del proceso económico (Leff, 2004: 103).
Torres-Carral (2009) hace una observación parecida. Por empezar, la distinción que
hace Leff solo es posible en español. De todos modos, Torres-Carral aclara que en
nuestro idioma denotan significados distintos, relacionando sostenibilidad con la
visión enmarcada dentro del esquema económica actual vigente (capitalismo),
mientras que sustentabilidad hace referencia a una interiorización del “daño”
ecológico. Realmente, no se puede ver cuál es la diferencia ya que, la dilución de
contaminantes, dispersión de desechos, etc., son solo realizables dentro del
esquema simbólico actual, es decir, de la perdurabilidad del proceso económico.
Por otro lado, ¿interiorizar a dónde? y ¿daño para quién? ¿para “la” naturaleza que
aquel “esquema económico actual vigente” del que habla Torres-Carral creó?
Nosotros mismos (Greco y Crespo, 2017) dimos otro significado al termino
sustentabilidad, desestimando absolutamente al desarrollo sostenible (o
sustentable). Es decir, no vemos que el problema esté en lo “sustentable” o
“sostenible”, sino en “desarrollo”.
En varias partes del libro Leff dice cosas como estas:
De esta forma, la racionalidad (ambiental) teórica orienta la
elaboración de los instrumentos de gestión ambiental y del desarrollo
sustentable (Leff, 2004: 2018).
En este sentido, las perspectivas del desarrollo sustentable no deben
limitarse a establecer un cuerpo de normas para controlar las
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tendencias de los patrones de producción y consumo hacia la
degradación entrópica, sino orientar la construcción de un paradigma
de desarrollo sustentable a partir de procesos ecotecnológicos
basados en el potencial productivo de los sistemas vivos y de la
organización cultural (Leff, 2004: 358).
Ello conduce a un primer nivel en la construcción de una racionalidad
ambiental, que implicaría el ordenamiento de un conjunto de objetivos,
explícitos e implícitos, del desarrollo sustentable; de instrumentos y
medios; de métodos y cnicas de producción; de reglas sociales,
normas jurídicas y valores culturales; de sistemas de conocimiento y
de significación; de teorías y conceptos (Leff, 2004: 212).
En todos estos pasajes, a modo de ejemplos, resurge un compromiso con el
desarrollo sustentable/sostenible que, ya sea cooptado por la “racionalidad
económica”, como lo interpreta Leff o, concebido como la piedra filosofal del
neoliberalismo emergente en las décadas de 1970 y 1980, de la única manera que
puede sostenerse es con irresoluciones. Sino, veamos el párrafo que sigue en el
libro, a punto seguido del anterior:
La racionalidad ambiental estaría constituida por un conjunto de criterios
para la toma de decisiones de los agentes sociales, para orientar las
políticas públicas, normar los procesos de producción y consumo, y
legitimar las acciones y comportamientos de diferentes actores y grupos
sociales para alcanzar ciertos fines definibles y objetivos del desarrollo
sustentable (Leff, 2004: 212).
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Acompañado con la siguiente nota al pie, correspondiente a este párrafo:
En este nivel se establecen, por ejemplo, las normas ecológicas
industriales; los sistemas de áreas protegidas y reservas de la
biosfera; los cálculos de la huella ecológica, las cuentas verdes y los
indicadores de sustentabilidad; la legislación ambiental y los sistemas
normativos de la geopolítica del desarrollo sostenible, incluyendo los
criterios y normas establecidos en los convenios de biodiversidad y
cambio climático (Leff, 2004: 212).
Si bien se puede llegar a entender que el libro de Leff tiene como intención
establecer pautas generales y no herramientas de praxis, hace como mínimo 40
años que se habla de un conjunto de criterios para la toma de decisiones de los
agentes sociales. Tal vez, un libro como el presente sea realmente oportuno para
pensar cuáles son esos criterios y quién los establece. Tal vez, la no especificación
de los mismos en el libro de Leff nos permita considerar, por un lado, la historicidad
de dichos criterios y, por otro, definir si algún grupo de expertos (en el contexto de
la ciencia moderna no sería ofensivo llamarlos “iluminados”) va a establecer criterios
para la toma de decisiones o, si vamos todos a decidir qué criterios utilizar.
El libro al que se está recurriendo para analizar la transformación socio-
ambiental vía la innovación, intenta introducir, obviamente, lo que su autor entiende
por “racionalidad ambiental”, envistiendo sustancialmente en contra de lo que él
denomina racionalidad moderna (científico-económica), culpable esta última, como
mencionábamos más arriba, de una “crisis civilizatoria” que desemboca en la
llamada “crisis ambiental”. Sin embargo, al final de la lectura del mismo, no queda
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realmente claro, más aún teniendo en cuenta que el solo término “racionalidad” es
sumamente conflictivo.
Dice Leff que la racionalidad ambiental “cuestiona los núcleos rreos de la
racionalidad totalitaria porque desea la vida(Leff, 2004: xiii). No se puede menos
que preguntar, ¿de qué racionalidad totalitaria habla? ¿únicamente la que llama
moderna? Y ¿qué vida desea? Si seguimos hablando de plagas y malezas, no
pareciera que fueran todas.
Dice este autor, que esta nueva racionalidad ambiental emerge para
“reconstruir el mundo…desde la otredad y la diferencia” (Leff, 2004: xiv). Entonces
si la idea es reconstruir el mundo, tal vez esa sea la transformación socio-ambiental
que se busca, pero ¿qué esquema básico, qué patrón, se usaría para poder re-
construir? Reconstruir implicaría volver a construir…como alguna vez fue… ¿qué
cosa?
En otra parte del libro, Leff amplía la definición de lo que él llama “racionalidad
ambiental”:
La racionalidad ambiental que de allí emerge se aparta de una
concepción conservacionista y productivista de la naturaleza para
convertirse en una estrategia para la reapropiación social de la
naturaleza, basada en la valorización cultural, económica y
tecnológica de los bienes y servicios ambientales de la naturaleza
(Leff, 2004: 43).
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Lo que no sugiere este párrafo es una clara diferenciación de la lógica economicista
que tanto critica en el libro: al hablar de servicios ambientales sigue vinculándose
con la naturaleza desde el punto de vista de lo que se denomina en el ambientalismo
como “dominación”. Por otro lado, cuál sería esa valorización cultural, ya que, en la
actualidad dicha valoración existe, más allá de que nos guste o no. Por otro lado, si
no se reconoce la valorización cultural presente, volvemos a plantearnos sobre el
totalitarismo del cual se hablaba más arriba.
En un momento de su argumento en el libro, Leff relaciona su propuesta de
racionalidad ambiental con cuestiones termodinámicas. Si bien, por el momento, no
cabe más que considerarlo acertado, el autor mexicano, al intentar sustentar la
racionalidad ambiental con dichos argumentos energéticos, entra en terrenos
cenagosos. Dice Leff: “Para alcanzar los objetivos de la sustentabilidad y de la
equidad será necesario deconstruir la racionalidad económica y construir una
racionalidad ambiental fundada en el principio de productividad neguentrópica
(Leff, 2004: 121).
Más adelante volvemos sobre el tema de la termodinámica propiamente
dicho. Sin embargo, llama la atención, en base a la ética que propone este autor,
que el aprovechamiento de la productividad neguentrópica para balancear el
aumento de entropía producto de la actividad ecosistémica de nuestra especie
figure como uno de los ejes de su propuesta, en lugar de un esquema de
redistribución de la producción:
En este sentido, la racionalidad ambiental desencadena una revolución del
pensamiento, un cambio de mentalidad y una transformación del
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conocimiento, para construir un nuevo saber que funda una nueva
racionalidad y orienta la construcción de un mundo sustentable, justo y
democrático (Leff, 2004: 245-246)
¿Cómo sería un mundo justo y democrático, dejando afuera de ese mundo a
aquellos que están convencidos de que hay que seguir con el esquema de
“desarrollo sostenible” (según el significado que Leff le da a este sintagma), por
cualquier motivo (¿razón?) que sea? Efectivamente, Leff sorprende en otro párrafo
cuando dice: “En el concepto de ambiente subyacen una ontología y una ética
opuestas a todo principio homogeneizante, a todo conocimiento unitario, a toda
globalidad totalizadora” (Leff, 2004: 247).
Leff deja absolutamente abierta la significación de “racionalidad ambiental”
ya que habla de “dialogo de saberes”, “otredad” y de una nueva relación naturaleza-
cultura. Dialogo de saberes es participación, y participar es decidir. Otredad es
poder (Greco y Crespo, 2017), no consenso. Y, si se busca, como lo hace Leff, una
nueva relación entre “naturaleza” y “cultura”, la ontología plana de Latour (Greco y
Crespo, 2017), no solo le da el mismo peso y lugar en el mundo a todo ente, sino
que explicita las relaciones de poder.
Desarrollo sustentable y tecnociencia
Otro punto complejo de la racionalidad ambiental que propone el intelectual
mexicano es una relación ambigua con la tecnociencia. Por un lado, postula, como
se señaló antes, un diálogo de saberes, cuestionando severamente a lo que él llama
“ciencia moderna”.
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Según nuestro entender (Greco y Crespo, 2017), Leff no logra, él mismo, salir
de la ciencia moderna a la cual intenta quitar protagonismo para hacerla convivir
con otros saberes. Que una racionalidad “ambiental” tenga contundentes
intersecciones con las esferas de la sensibilidad, la ética y con lo que denomina
“saber”, difícilmente sea cuestionable, sobre todo después de las reconsideraciones
que sufrió lo que llamamos “ciencia” con Kuhn, y luego con la Sociología del
Conocimiento Científico y Latour, por ejemplo, (sin olvidar la teoría del sujeto de
Lacan), si bien, aun es difícil que esto se acepte en “los laboratorios” -bien dice Leff
“no faltara quien cuestione” (Leff, 2004: xix)-. Efectivamente, la “ciencia” esta
asediada a una distancia constante por la sombra de su propia antropología y esto
produce un desmantelamiento de certezas que acorrala, fatídicamente, a cualquier
respuesta tecnológica en un espacio de indiferencia del cual solo es posible salir
con un acto de “elección propositiva”, diría Adorno (1951). El mismo Leff lo dice en
un capitulo posterior, a mi juicio, con algunas ausencias importantes:
Si ya desde Hegel y Nietzsche la no verdad aparece en el horizonte de la
verdad, la ciencia misma ha ido descubriendo las fallas del proyecto
científico de la modernidad, desde la irracionalidad del inconsciente (Freud)
y el principio de indeterminación (Heisenberg), hasta el encuentro con la
flecha del tiempo y las estructuras disipativas (Prigogine) (Leff, 2004: 249).
Leff mismo pide una revisión de la dicotomía generada por la modernidad entre
razón y sentimientos, entre fundamentos racionales y principios morales, entre las
ciencias duras, los saberes personales y las prácticas tradicionales de las diferentes
etnias, que integran conocimientos empíricos y valores culturales diversos. Según
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el investigador mexicano, su racionalidad ambiental cuestionaría a la racionalidad
moderna, ponderando a las prácticas cotidianas y los saberes empíricos y
tradicionales, acomo también a los mitos. Lo que Leff, tal vez, no podía saber
cuando publicó su libro, es que, en realidad, “nunca fuimos modernos” (Latour,
2007).
Sin embargo, tanto los ejes de debate sugeridos para compaginar el presente
libro como Leff en el suyo, hacen particular y, podríamos decir, histórico, hincapié
en la tecnociencia como pieza clave para lograr el tan buscado desarrollo
sustentable/sostenible. Dice Leff:
(…) la puesta en práctica de estrategias de conocimiento para lograr una
alta productividad en el manejo integrado de los recursos: la recuperación
del saber tradicional y su mejoramiento a través de la incorporación crítica y
selectiva de los avances de la ciencia y la tecnología (…) (Leff, 2004: 366)
La ciencia, como moderna, sigue muy presente en Leff, por más que el pretenda
desvincularse de ella culpándola de la crisis ambiental, ya que subordina a los
“saberes” tradicionales de las comunidades de las Primeras Naciones, al proponer
la “asimilación de innovaciones tecnológicas por parte de las comunidades”
Por un lado, que se sugiera dicha incorporación como “crítica y selectiva”
sugiere una sustancial superación del cartesianismo con un sujeto presente, el cual,
antes que obedecer a una ciencia que, como moderna, creyó en su objetividad,
decide. Por otro, Leff sigue en el campo simbólico en el cual dice sentirse incomodo
ya que habla de “avance” de la ciencia y la tecnología, avalando al “progreso” como
teoría de la historia.
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Al acordar con la concepción que Latour tiene de la ciencia, coincidimos
cuando Leff habla del poder de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, una frase
como esta es difícil compatibilizarla con la apertura de un diálogo “entre ciencias y
saberes no científicos” (Leff, 2004: 201) ya que, al sostener a la ciencia en su
concepción moderna, mantiene una relación de dominación, superioridad y poder
sobre otros saberes que, a su vez califica, implícitamente, como “no científicos” ¿Por
qué “no-científicos”? ¿Qué tiene, según él, la “ciencia” que la hace “científica”? No
creo que sean ciertas subjetividades, con sus deseos y mitos en los saberes de
ciertas culturas que Leff pondera, las que intoxicaría la “cientificidad” de dichos
saberes, ya que, como él mismo acaba de señalar, párrafos más arriba,
aparentemente, el conocimiento objetivo no existe. Nada se conoce, sino que se
realiza (Greco, 2016).
Como decíamos, Leff hace mucho énfasis en la innovación tecnológica para
solucionar los supuestos problemas socio-ambientales. Efectivamente, se queja de
que “el establishment económico se ha mostrado inconmovible ante la emergencia
de la ley de la entropía en el escenario de la ciencia” (Leff, 2004: 141), ley que, dicho
sea de paso, es producto de aquella ciencia moderna a la cual culpa de un
desmanejo y avasallamiento de la “naturaleza”. Sin embargo, una cosa es que la
ciencia no sea como la imaginaron en el siglo XVI y XVII, sino, más bien, política
por otros medios, es decir, que, lejos de la consideración positivista, no pueda ser
arbiter veritatis (Greco y Crespo, 2017) y otra, muy distinta, es culparla de una crisis.
No hay, según Latour y la Teoría de -Actor-red (ANT), por ejemplo, un ser humano,
una tecnología dasonómica y un bosque, tampoco una síntesis entre ellos. Hay, en
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todo caso, una novedad óntica, un evento: la tala. Sin embargo, ni Latour ni nosotros
podemos escapar de ciertas ambigüedades complejas. Empezando por Latour, al
hablar de híbridos entre humanos y no humanos y/o de simetrías (por ejemplo, en
las consideraciones sociales y antropológica entre “modernos” y no modernos”),
mantiene dualismos que, entendemos, impiden abandonar las dinámicas circulares
de la ideología ambientalista ya que, una simetría necesita de dos partes. Por otro
lado, en el presente texto, siguen apareciendo sintagmas y expresiones desde
ciertas profundidades a las cuales, aun, evidentemente, no hemos llegado.
Por otro lado, Leff visualiza a su racionalidad ambiental concretada, no solo
dentro del marco de una valorización moral (lo cual, por solo, genera ciertas
cuestiones preocupantes) sino que, también, en una cierta materialidad que
canalice la reconstitución de las relaciones de producción del ser humano con la
“naturaleza” que, a su vez, permitan reorientar “el desarrollo de las fuerzas
productivas sobre bases de sustentabilidad(Leff, 2004: 217). Es muy poco lo que,
en definitiva, concreta con esta propuesta. Por empezar, plantear un marco moral
sugiere una normatividad de tipo kantiana más que una ética que pueda surgir de
algún campo simbólico distinto del actual. Si pensamos el debate que nos convoca
en el presente libro desde la moral, estamos sugiriendo una teoría de deberes
impuestos con el objeto de ser obedecidos. En cambio, una aproximación ética
implicaría una manera de pensar nuestras potencialidades independizadas de
absolutos. Es decir, cualquier planteamiento que hagamos sobre las cuestiones
“ambientales”, no sería tanto más de lo mismo, pero de signo contrario, sino el
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simple trazado de alternativas a ser elegidas, pudiendo, incluso, dejar de ser
“ambientales”.
En segundo lugar, señalábamos, Leff propone una materialidad que implique
la articulación del sistema de recursos naturales con un sistema tecnológico
apropiado¿Apropiado para qué y para quién? Podría responderse para aquellos
que abogan por el desarrollo sustentable/sostenible, lo cual abre una importante
discrecionalidad. Leff, en cierta medida, está diciendo, haya sido su intención o no,
que se puede considerar que las tecnologías “ambientales”, no solo responde a una
lógica tecnológica sino, también, a una argumentación social. Por ejemplo, desde
posiciones contextualistas y relativistas, como por ejemplo las de Woolgar y Collin,
se sostienen que los actos tecnológicos son contingentes: todo podría haber sido
de otra manera. En el caso del constructivismo de corte latouriano5, los factores
sociales no son interpretados como necesidades, sino comprendidos como una
materia prima más de los diseños de los artefactos (Greco, 2016).
Leff habla, como es moneda corriente dentro de estos discursos
ambientalistas, de ecotécnicas y tecnologías limpias o verdes. Las tecnologías
“verdes”6, siguiendo la lógica expuesta en el párrafo anterior, materializan una
actitud crítica por parte del orden social, sin embargo, también expresan, en esa
5 La Teoría del Actor-red es una antropología simétrica descriptiva y no causal como lo considera el
constructivismo social
6 ¿Cómo tomaría la doxa ambientalista que hayan sido “los verdes” los primeros contaminadores del
planeta?
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materialidad, una dependencia al universo simbólico que dicen rechazar,
participando de él, lo cual queda evidenciado, también, cuando Leff habla de
internalizar los costos ecológicos y las externalidades ambientales en el cálculo
económico y de generar un potencial ambiental para un desarrollo sustentable ¿Es
aquello que se suele llamar “daño ambiental” realmente externo al sistema? Tratarlo
de esa manera, suena más a un exculparse y zafar, que a una verdadera intención
de producir una transformación. Por otro lado, internalizar las externalidades,
también manifiesta una fuerte dependencia al universo simbólico que se critica.
De cualquier manera, en Leff, también, la tecnociencia oficia de tabla de
salvación: todo está permitido en su nombre ya que “lo no descubierto aun”, siempre
está por llegar. “La tecnología limpia”, seguramente, proveerá. Dicho de otro modo,
no faltará quien invente más “lamparitas led” para poder seguir viendo a lo trágico
(Greco, no publicado) como algo erradicable y nunca como algo significativo y, de
ese modo, que nos mantenga en esa relación imaginaria con las condiciones reales
de existencia, volviéndolas habitables y acogedoras.
En síntesis, la tecnociencia y, en particular, la ciencia “moderna”, están muy
presentes en el libro de Leff en posiciones opuestas: tanto como posible camino
para salir de la “crisis ambiental”, como para endosársela. Y es en la primera
condición en la que aparece, en su libro, la termodinámica.
Desarrollo sustentable y termodinámica
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En 1971 Georgescu-Roegen introduce la segunda ley de la termodinámica
en la economía. Sin embargo, según Leff: “Georgescu-Roegen no llevó su crítica de
la economía fundada en la entropía hacia la construcción de una verdadera
bioeconomía, ya que en su opinión, si bien la vida se caracteriza por ser un proceso
neguentrópico, no puede evitar la degradación del sistema en su totalidad,
incluyendo al ambiente” (Leff, 2004: 164). El investigador mexicano llama a esta
consideración “fatalismo teórico”, el cual, según él, la racionalidad ambiental puede
conjurar por medio de un incremento de la producción neguentrópica fotosintética,
de los distintos procesos biológicos y de la organización ecosistémica. A los efectos
de sustentar su tesis, Leff advierte sobre una posible confusión entre los flujos de
materia y energía en los ecosistemas y la productividad de los mismos en virtud de
su carácter de sistemas abiertos alejados de equilibrio, y la entropía en aumento del
universo, la validez de las leyes de la entropía en sistemas cerrados cercanos al
equilibrio y la degradación entrópica generada por los procesos económicos y
tecnológicos con los que se interrelacionan en un paradigma de producción
“sustentable”.
Tyrtania (2016), quien concibe al concepto de sustentabilidad como
claramente antropocéntrico7, lo define termodinámicamente como la producción de
alimentos a una tasa mínima de disipación. Pero, lo que es más interesante de su
planteo es que, sin reclamarle responsabilidad alguna a la “cienciapor crisis varias
7 Esta concepción por parte de Tyrtania de la sustentabilidad como un concepto netamente
antropocéntrico, consideramos que no es nada menor. Todo lo contrario; pone al “ambientalismo” en
una situación poco cómoda.
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(la coloca simplemente en una posición auxiliar), sustancia dicho concepto como el
ritmo más conveniente de extracción para suplir a un número de personas
determinado y según qué calidad de vida se pretende. Es decir, coincido con
Tyrtania que la pretendida sustentabilidad, en todo caso, no es la recuperación de
un paraíso perdido (paraíso que no existe y nunca existió) sino que podría llegar a
ser, simplemente, una decisión (Greco y Crespo, 2017).
La racionalidad ambiental de Leff, se sustenta en una ética conservacionista8,
dice él, la cual se convierte en “principios productivos que dan coherencia a una
nueva teoría de la producción, la cual requiere mecanismos que le den eficacia,
alimentándose y orientando los avances y aplicaciones de la ciencia y la tecnología”
(Leff, 2004: 225). Entre la eficacia de la que Leff habla aquí y la decisión que insinúa
Tyrtania, podríamos establecer algún tipo de tangente. Sin embargo, los caminos
de ambos investigadores mexicanos se separan inmediatamente cuando Leff dice:
En este sentido, la racionalidad ambiental produce una nueva teoría de la
producción orientada a establecer un balance entre la producción
neguentrópica de biomasa y recursos renovables y la ineluctable
degradación entrópica en la transformación productiva de la naturaleza (Leff,
2004: 225).
Lamentablemente, tal balance, parecería no existir. Leff intenta, valiéndose de la
ciencia moderna (en casos en que sea necesario sostener la sustentabilidad), jugar
con los procesos de flujo de energía de tal manera que la segunda ley no sea un
8 No es clara y, por momentos contradictoria, la posición de Leff frente al conservacionismo
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impedimento para quedarnos tranquilos de que se puede seguir adelante sin
consecuencias, en la medida que se pueda sustentar que la sustentabilidad es
sustentable. Dice Leff:
Leff reconoce los aportes de Schrödinger, Margalef y Prigogine, en cuanto a
que los procesos auto-organizativos disipativos absorben exergía de su entorno y
mantienen sus estructuras disipando al medio energía no utilizable (entropía), es
decir, los procesos disipativos reestructuran las materias primas disponibles de
manera que disipan la exergía. Pero, no se resigna y pregunta si el metabolismo y
la evolución de los organismos vivos tiene, efectivamente, un efecto des-
estructurante del ambiente circundante que da soporte a la vida. Y tal vez, esta es
la pregunta más “desesperada” que se hace:
¿Cuál sería el sentido de esta maximización de entropía generada por los
mecanismos autoorganizadores de los ecosistemas en estado clímax de
equilibrio o de sucesión ecológica? ¿Qué relación guarda la productividad
ecológica (neguentrópica) de los ecosistemas con la producción de
entropía? (Leff, 2004: 154).
Nunca una “paradoja”, como la termodinámica, fue tan bienvenida o, tan deseada.
Poco se puede argüir a lo que Leff dice sobre el funcionamiento de los ecosistemas
naturales9: no solo son un sistema (conjunto, dice él) de organismos vivos, sino que,
9 Es necesario, creo, volver a insistir que, de mínima, hay que enfrentarse a la construcción de lo
“natural” y lo “artificial”, sobretodo, si se decide que es necesario que nuestra especie “vuelva” a la
“naturaleza”. No cabe duda que aun, nos quedan demasiados entrecomillados.
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como sistema ordenado, mantiene una “productividad sustentable” a partir de la
fotosíntesis. Y poco se puede disputar esto, ya que, decir que los organismos, las
especies o los ecosistemas son “sustentables”, es una suerte de tautología
(Tyrtania, 2016).
En virtud de todos estos cuestionamientos termodinámicos a la
sustentabilidad o, el desarrollo sustentable, Leff afirma que, de ser así,
(…) el valor conservacionista de las reservas de biodiversidad y los bosques
adopta un sentido relativo y un valor temporal limitado, en tanto que serían
contrarrestados y rebasados por la degradación entrópica generada por los
procesos metabólicos, económicos y tecnológicos de la biosfera (Leff, 2004:
154).
La termodinámica de sistemas en no-equilibrio lo avalaría. Dice después que, en
virtud de lo que la ciencia indicaría, no tendría sentido la conservación de reservas
de biodiversidad como captadores de energía y de dióxido de carbono, ya que los
procesos neguentrópicos con los cuales se organizan estos ecosistemas complejos
incrementaan la producción de entropía. Efectivamente, podríamos decir que así
es: no tendría sentido.
Sin embargo, es oportuna una breve explicación en qué medida se pactaría
en este punto del sentido con Leff. Si acordamos que la ciencia, como tal, es decir,
como la modernidad la concibió, y por los argumentos expuestos en los estudios de
la ciencia y su sociología que mencionaremos más arriba, no puede ofrecernos piso
firme para actuar, esa ciencia no le puede otorgar sentido al mismo, en otras
palabras, del mismo modo que con la secularización no es posible encontrar sentido
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en un más allá del mundo, tampoco es posible encontrarlo más allá de nosotros.
Visto esto mismo desde otro ángulo, el ámbito de las normas debe otorgarnos
claridad en el actuar, darnos, con una mediana certeza, respuestas despejadas para
nuestro quehacer, pero por lo mismo se encuentra con límites muy complejos,
especialmente en una época como la nuestra donde las certezas parecen haber
desaparecido; de todos modos, se trata de una dimensión necesaria. Nietzsche, por
ejemplo, no censura a Platón por “el valorar”; la creación de valores es necesaria
en tanto sirve a la vida, sino por la sustancialización del valor, que elimina la
naturaleza condicional del mismo y lo torna absoluto y, en esa misma medida,
totalizador y totalitario. Así pues, su afán de traer a la conciencia ese “valor en tanto
que creación”. Es de esta manera que nos encontramos con la ética, si se quiere
llamar ambiental, de la que Leff y otros hablan, como aquella dimensión que otorga
sentido a cualquier acción.
Por otra parte, Leff habla, reiteradas veces en su libro, de totalitarismos, pues
bien, este diagnóstico que hacemos, está animado por la relación posible entre
totalitarismo y sentido, en cuanto pronunciamientos ideológicos (totalitarios) que
resultan en la exacerbación del sentido. Leff, al confrontar la ley más despiadada
del universo con la posibilidad de un sentido universal, sigue siendo rehén del
totalitarismo ideológico y teórico” (Leff, 2004: 49).
Volviendo a la termodinámica del tan ansiado desarrollo
sustentable/sostenible, Leff invoca eclécticamente, una vez más, a la ciencia y dice
que, al menos al momento de escribir su libro, no parecían existir bases científicas
sólidamente fundadas.
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Sin embargo, afirmar que el direccionamiento entrópico-neguentrópico
dependería de la estructura de cada sistema en particular y de la estrategias de
manejo y transformación de los recursos bióticos y abióticos del mismo, es tratar de
sostener lo insostenible, ya que, estructuras más complejas extraen más energía
para poder disipar más, y lo mismo ocurriría con cualquier manejo que se haga, ya
que este significaría estructurar con alto nivel de información, lo cual también implica
mayor complejidad que requiere mayor cantidad de energía y disipan , a su vez ,
mayor cantidad de entropía al medio. Margalef (1980) sintetizó todo esto, bien
claramente: es imposible ganar el juego de la termodinámica, tampoco es posible
empatar, a la larga sólo se puede perder. Es decir, el “demonio de Maxwell”, piensa.
Es interesante como más adelante Leff dice:
A través de ciclos de materia y energía y de las retroalimentaciones que
movilizan los procesos de evolución biológica y sucesión ecológica, las
pérdidas de energía disponible son reemplazadas constantemente por la
energía solar. Sólo cuando estos complejos mecanismos se alteran por la
intervención del hombre, como en los sistemas agrícolas intensivos en
insumos energéticos de origen fósil, la entropía crece por la disminución de
los “mecanismos” ecológicos encargados de mantener la productividad
natural (Leff, 2004: 159).
Varios puntos destacables en este párrafo que nos recuerda, creo yo, muchos
discursos en nuestros trabajos y/o conferencias a las cuales asistimos. Mientras en
el caso que se mencionaba anteriormente, no había prueba científica suficiente
según Leff, sí lo hay para afirmar lo que este último párrafo dice. No creo que haya
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ejemplo más claro que este para afirmar, con Latour, que la ciencia no es otra cosa
que política por otros medios y que, cuando hablamos de ciencia, hablamos de
poder, no potencia.
Otra evidencia en el libro de Leff de que, cuando hacemos ciencia hacemos
política es la utilización de los testimonios de un economista en referencia a esta
problemática termodinámica, para avanzar en su racionalidad ambiental hacia la
sustentabilidad. Leff cita a O´Connors, el cual argumenta en contra de la idea que
los sistemas disipativos aumentan la entropía del sistema para mantenerse
organizados. El investigador mexicano habla de la actividad ordenadora de la
organización ecológica como el sustento de la productividad neguentrópica cuya
función es mantener el equilibrio ecológico. Sucede que parecería ser exactamente
al revés: dicha productividad neguentrópica se utiliza fundamentalmente para
alejarlo lo más que puede de ese equilibrio mortal.
Sostiene Leff que únicamente cuando el ser humano interviene, como lo hace
con la agricultura, por medio de la utilización de insumos energéticos de origen fósil,
la entropía crece por la alteración de los mecanismos que el sistema posee para
mantener la productividad. Efectivamente, con la intervención de ser humano, por
ejemplo, con alguna tecnología conservacionista o “sustentable”, la producción de
entropía crece. Como dice Tyrtania,
La sustentabilidad consistiría, entonces, en permitir que la naturaleza realice
su trabajo, pero teniendo presente que nada de lo que hace nos lo va a
ofrecer gratuitamente. Si la disipación es un fenómeno natural inevitable,
una extracción de recursos sostenida, por más que la califiquemos de
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“sustentable”, debe compensarse con un trabajo extra. La pregunta es,
entonces, cuál es el precio de la sustentabilidad y en qué sentido vale la
pena pagarlo (Tyrtania 2016: 71-72).
La complejidad que tanto pondera Leff como generadora de la neguentropía
necesaria para la sustentabilidad, es la característica de la evolución que consiste
en transferir la entropía a otros tiempos, espacios y sistemas. Es una medida del
alejamiento del equilibrio (Tyrtania, 2008). Es la propiedad del sistema que indica
sus estatus disipativo (Tyrtania, 2016). Mayor complejidad implica mayores
problemas de los que intenta resolver dicha complejidad. En síntesis, cualquier
intervención del ser humano, ya sea con la utilización de combustibles fósiles o con
alguna tecnología “limpia”, implica algún tipo de organización neguentrópica
destinada a aumentar el consumo de energía (no a bajarlo) y exacerbar la liberación
de entropía al medio. Hay que tener en cuenta que cualquier tecnología que se
intentase utilizar para subsanar “desarreglos” en el sistema (contaminación, basura,
energía sucia, etc..) implica una complejización mayor ¿Podríamos decir que, de
esto es, precisamente, de lo que se trata el ambientalismo: complicarse la vida o
morir (Tyrtania, 2016)?
Acorde a sus necesidades argumentales, dice Leff en su libro que la
degradación/disipación en un ecosistema aparece como un potencial de
transformación y reorganización, operando tanto en la productividad del ecosistema
como en el balance entropía-neguentropía y de sustentabilidad del planeta. Si
ecosistemas más complejos degradan más energía en forma de calor, Leff
pregunta: “¿hacia dónde se disipa ese calor?; ¿cómo circula en el ecosistema y
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contribuye a la productividad neguentrópica de la biosfera?; ¿cómo se diferencia del
calor proveniente de la contaminación industrial?” (Leff, 2004: 160). Según su
racionalidad ambiental, si bien el ecosistema más complejo podría degradar más
materia y energía, estas se reciclan en el ecosistema como nutrientes y energía
utilizables, mientras que el calor evapora el agua que forma lluvia la cual contribuye
a la productividad del ecosistema. Entonces según este esquema tan prolijo, la
degradación de la energía no sería un proceso irreversible.
Parecería, entonces, según la racionalidad ambiental de Leff, que el reciclado
como tecnología es a salvo y la economía circular “no tiene desperdicio”. Sin
embargo, ningún flujo es “limpio” de forma tal que no produce desecho alguno sin
afectar el medio en el que se encuentra, recuerda Tyrtania.
Leff insiste en la necesidad, obviamente, como tal vez muchas veces lo
hacemos nosotros, en una ingeniería ecológica para reducir la inevitable
degradación entrópica de la tecnología. Plantea la construcción de un paradigma de
productividad eco-tecnológica que concibe el desarrollo sustentable como un
balance entrópico-neguentrópico en los procesos tecnológicos y ecológicos. Leff
sugiere que las innovaciones tecnológicas se orienten hacia la reducción de la
degradación de la energía disponible. Asegura que la biotecnología puede lograr
incrementos en la eficiencia de la fotosíntesis para maximizar la productividad
ecológica. Sin embargo, Leff no considera que, para obtener energía hay que invertir
energía y, cuando confía en la neguentropía que proviene del sol, no tiene en cuenta
que no es ni inagotable, ni gratuita ni limpia ya que, elaborar, mantener y desechar
los dispositivos de captura es caro, muy caro (Tyrtania, 2016). Pregunta Tyrtania,
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“cuánto calor produciría la captura y el uso de la energía solar si tuviera éxito en
gran escala como sustituto de la quema de hidrocarburos. ¿No se calentaría el
planeta igual o más todavía?” (Tyrtania 2016: 72).
Existe una enrome posibilidad de que nada de lo que esté sucediendo en
este mundo suceda sin gasto irreversible de energía, ni siquiera arrastrar un par de
centímetros el “mouse” que ahora estoy usando (en la fricción se generó entropía y
parte de la energía utilizable se perdió para siempre). Todo lo que existe es una
forma energética en proceso de disipación. Una piedra de granito, recuerda
Tyrtania, puede parecer inconmovible al paso del tiempo, sin embargo, en la escala
de tiempo correcta, es parte de procesos de cambio y transformaciones que la
afectan en su modo de existencia.
George Steiner (1980) alguna vez advirtió:
(…) el buen sentido sólo es convincente a medias cuando replica que las
remotas inmensidades del tiempo consideradas en las especulaciones
teóricas sobre la entropía no pueden conmover a una imaginación sana, que
las magnitudes y las generalidades estadísticas de este orden no son vividas
de un modo concreto [...] Pero cualquiera que sea el grado de diversidad
individual y cultural, existe un punto en el tiempo, existen coordenadas de
la muerte térmica, donde la amenaza de la entropía máxima podría cargarse
de realidad para la conciencia colectiva (Steiner, 1980: 171).
Para Leff, la praxis coincide con nuestra aproximación al debate sobre las
innovaciones necesarias para la transformación socio-ambiental, es decir, la
construcción de algún tipo de paradigma neguentrópico que implique estrategias
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para la construcción social, en el caso de Leff, de una racionalidad ambiental (que
también puede ser el caso de este libro, ya que puede incluir cualquiera de los ejes
planteados como puntos claves de discusión) que reduzca la entropía generada por
los procesos económicos-tecnológicos.
No obstante, reponer la energía disipada solo puede hacerse con más
disipación, no con menos. Se podrá, eventualmente, mejorar las eficiencias de
consecución de energía, pero más temprano que tarde, recordando que estamos
inmersos en un medio, los costos aumentarán fatalmente. Podríamos decir que, el
famoso objetivo de satisfacer las necesidades de la población actual sin
comprometer la capacidad de atender a las generaciones futuras, sería la versión
ambientalista de la paradoja relativista del abuelo: una generación “futura” que
pretendiera haber heredado un mundo “limpio” sustentable y en equilibrio
neguentrópico-entrópico, es como si esa generación viajase al pasado (nuestro
presente), aniquilara a nuestra generación tratando de lograr en ella ese equilibrio
ecológico, y pretendiera volver, luego, a su presente, haciendo como si nada
hubiese ocurrido en la causalidad.
En síntesis, con respecto a la ciencia y, en particular, a la termodinámica,
ocurre lo que Kant (1989) menciona en Sueños de un visionario:
La balanza del entendimiento no es totalmente imparcial, y el brazo que lleva
la inscripción Esperanza y futuro tiene una ventaja mecánica que hace que
razones incluso leves, caídas en el platillo que le pertenece, levanten del
otro lado los argumentos especulativos intrínsecamente de mayor peso.
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Esta –es la única injusticia que no puedo suprimir, y que de hecho no quiero
suprimir. (Kant, 1989: 107).
Naturaleza, tecnología y sociedad
Althusser decía que, puesto que no hay lecturas inocentes, empecemos por
confesar de qué lecturas somos culpables. En este caso, Leff parte de la idea de
que hubo/hay una “naturaleza” prístina, equilibrada, circular y sin perdida alguna
que, al ser dañada, toma represalias que se manifiestan en la crisis ambiental
¿Existe ese momento originario, ese ambiente primero? En principio y, desde las
nuevas posiciones de la ecología, se podría decir que no. Hablamos de la ecología
del caos, la de una naturaleza sin rumbo, sin alcanzar jamás un lugar estable10. Lo
que era equilibrio, pa a ser perturbación. Por otro lado, ¿qué significa
exactamente natural”? ¿Cuál es ese estado originario que se perdió? ¿Es la
naturaleza primigenia (¿en equilibrio?) aquella que en el siglo XVI vieron los
usurpadores europeos en América? O, ¿aquellas comunidades vegetales (¿en
equilibrio?) que los primeros ecólogos estudiaron y definieron como ambientes
naturales? ¿Qué punto referencial existe para definir una condición “natural” …en
equilibrio? Consecuentemente, la lectura que hago de la mentada crisis ambiental
es distinta: lo que se nos aparece como la degradación ecológica del planeta no es
tal, sino, precisamente lo que dice Leff: “la explosión de una verdad ontológica” (Leff,
2004: 133). La exclusión de lo “Real” de la naturaleza es lo que genera a la crisis
10 En realidad, lugar estable que nos satisfaga.
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ambiental como fantasma (Stavrakakis, 1999). No sería mala idea ir considerando
seriamente la posibilidad que aquella “isla del sol” de Evémero, no está en ningún
espacio inexplorado ni, como lo empezamos a concebir a partir de la Revolución
Industrial, en ningún futuro por llegar.
Sin embargo, Leff insiste en hablar no solamente de “crisis ambiental” sino,
también, de “servicios ambientales”, lo cual dificulta pensar en una transformación.
El principio de sustentabilidad, dice Leff en otro texto (Leff, 2001), surge como una
nueva visión del proceso civilizatorio de la humanidad. Por otro lado, opina que lo
que se llama “crisis ambiental” es un cuestionamiento emergente de las bases
conceptuales que han impulsado y legitimado el crecimiento económico, negando a
la naturaleza. Una vez más, nos declaramos culpables de otra lectura:
efectivamente se ha negado, como dijimos en el párrafo anterior, a la naturaleza,
pero como Real.
“La” naturaleza es el sustituto de ciertos deseos, el lacaniano objeto petit a
(Swyngedouw, 2011), deseo de algún suelo firme para sustentar la posibilidad de
seguir adelante como hasta ahora. La “naturaleza” es una construcción ideológica
Es una fantasía desplegada que intenta la recuperación de una verdadera armonía
humana originaria y perdida en la actualidad, por medio de la restauración del
“equilibrio ecológico” del mundo. La crisis ambiental queda, de este modo, como el
difícil’ núcleo óntico de lo Real reprimido del mundo simbólico en el cual vivimos.
“La” Naturaleza recuperada por medio del desarrollo sustentable, ese terreno
‘externo’ que ofrece la promesa, si sabemos atenderla, de encontrar o producir una
vida realmente feliz y armoniosa.
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Tal vez, y solo tal vez, la innovación venga por el lado de la lucha por la
transformación efectiva de los condicionamientos externos de nuestro pensamiento.
Esta transformación no es sino el acto real que, en vez de elegir entre un abanico
de posibilidades dadas, piensa fuera del marco, “elige lo imposible” y, de ese modo,
resuelve trastornar el propio campo simbólico, el suelo mismo desde el cual se
define lo que es posible y lo que no lo es. Quizá, ese trastornar el campo simbólico
significa que la “crisis ambiental” entre en crisis como tal y que su verdadera causa
sea el mismo equilibrio ecológico, esa fantasmática que define al ser humano como
un exceso.
¿Qué significa, entonces, en este contexto, cuando se habla de producción
y legitimación de conocimiento experto? Significa que los “expertos” trabajan en
“soluciones” posibilitadas por aquella misma trama simbólica que el desarrollo
sustentable dice cuestionar, en lugar de (o, paralelamente a) trabajar en la
transformación efectiva de aquellos condicionamientos externos, como acto real. Es
decir, en un instituto de investigaciones cnicas, antes de empezar, en lugar de
preguntar qué tecnología es la solución, cabría preguntarse ¿la solución de qué?
En el mismo orden de cosas, es difícil disentir con Leff con respecto a que una
normatividad, como la que en el mundo se viene tratando de implementar desde el
amanecer del ambientalismo, que impliquen el establecimiento de códigos de
conducta que se institucionalicen a través de normas sancionables dentro de los
principios jurídicos del derecho positivo, es, podríamos decir, barajar y dar de nuevo
sin cambiar de juego. Leff dice que la “ética ambiental es incapaz de contener la
destrucción de la “naturaleza” en base a estas normas” (Leff, 2004: 196). Sin
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embargo, insisto, cualquier ética, incluso aquella que no se sustentase en norma ni
moral alguna, lo que podría lograr es, únicamente, re-direccionar esa “destrucción”
ya que no hay péndulos sin fricción y absolutamente toda auto-organización es con
desestructuración. El palo dado ni Dios lo quita” (Tyrtania, 2008).
Dentro de lo que se pretende como transformación socio-ambiental, se valora
y busca la participación de actores heterogéneos (ciudadanos), en la toma de
decisiones sobre procesos de innovación y desarrollo de tecnologías inclusivas y/o
sustentables. Ya venimos mostrando nuestros reparos en cuanto a lo “sustentable”,
por lo menos como la significa Leff y en líneas generales, como lo hace el
“ambientalismo” desde siempre. Como significante flotante, como concepto nada
claro, “sustentabilidad”, como dice Tyrtania, tiene un poco de ciencia, u poco de mito
y mucho de política. Tyrtania (2016) lo define como “un concepto “científicamente
inconstruible, culturalmente desorientador y políticamente engañoso” (Tyrtania
2016, 62-63). Por lo tanto, lo “inclusivo” no deja de ser también engañoso: ¿incluir
en dónde? ¿En donde Leff y el ambientalismo dicen querer salir?
Con respecto a la intervención de actores diversos en los procesos de
transformación socio-ambiental, Leff es un convencido defensor de la participación
en los nuevos procesos socio-económicos, al menos como él los concibe, de los
pueblos originarios y sus saberes autóctonos. Sin embargo, una vez más, entra en
terrenos poco amigables, densamente poblados de preguntas, a veces, incomodas
para nuestra sociedad actual. Leff aboga por la reapropiación de esos saberes para
elevar los niveles de producción. Afirma que, más allá de esos aumentos de los
niveles de producción, esa reapropiación ayudaría a fortalecer las identidades
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étnicas y la cohesión social, aunque no queda claro cómo. Por otro lado, cabe
preguntar, saliendo de lo declamativo y cualitativo, ¿a cuánto ascenderían esos
niveles de producción? Y ese aumento, ¿no tendría consecuencias
termodinámicas?
Se suele ponderar a la agricultura tradicional, la cual, se dice, emplea
prácticamente solo trabajo vivo, porque no extrae recursos por encima de la
capacidad de reposición del medio. Sin embargo, cabría preguntarse si existe, aun
hoy en día, algún sistema productivo, por más pequeño y familiar que sea, que no
use combustibles fósiles en alguna de sus versiones de uso agropecuario. Por otro
lado, todo sistema extrae recursos y produce residuos y, nadie puede, hoy en día
sostener que existen, termodinámicamente, eficiencias del cien por ciento en los
procesos de producción y reciclaje, lo que convertiría, por ejemplo, a la “economía
circular” en un cinismo (Tyrtania, 20126).
Según Leff, la globalización económica afecta a estas comunidades
impidiéndole mantener sus esquemas de manejo “sustentable” del sistema. Sin
embargo, la agricultura que implica la quema de pastizales y bosques, practicada
en los trópicos, para dar un ejemplo, fácilmente se sale de sus límites de viabilidad
cuando la presión poblacional aumenta sobre el territorio cultivable (Tyrtania, 2016).
La foto de dichos sistemas de producción es de sustentabilidad en el
aprovechamiento de recursos, viendo en la misma, el tan deseado equilibrio
ecológico. Sin embargo, el devenir de esas comunidades incluye contingencias
tales como, epidemias, plagas, catástrofes y otras calamidades que reducen la
población, quitando presión al uso de recursos, dando la sensación de ese
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equilibrio. Leff dice que no se puede inculpar a estas comunidades por el
calentamiento global por usar técnicas como al de roza-tumba-quema. Seguro que
no son culpables, pero solo porque no tuvieron la oportunidad.
Estas culturas originarias que Leff pondera desde el punto de vista de la
“sustentabilidad”, “respetaron” las posibilidades del medio en la medida que
permanecieron asiladas, ajustándose el crecimiento poblacional según las
condiciones locales. Esto, hoy en día, no existe más. Tyrtania (2016) es claro en
este sentido: las comunidades campesinas actuales, si bien se las considera bien
adaptadas a su medio (por eso se las pondera como posibles candidatos a la
racionalidad ambiental), lejos de ser dueñas de sus circunstancias están sometidas
a fuertes controles sociales externos. De hecho, la agricultura del
autoabastecimiento que se practica en todas estas comunidades no tiene que ver
con la sustentabilidad ni con algún precepto religioso, sino con “la supervivencia al
ras del suelo”. Sobreviven en la adversidad, ignoradas en cuanto a salud,
educación, entretenimiento y posibilidades de expansión intelectual y se las
visualiza solo cuando se necesita mano de obra barata. Tyrtania (2016) cita a Eric
Wolf cuando este dice que estas comunidades indígenas “no son producto de una
adaptación exitosa al medio, sino un resultado del sometimiento a las presiones que
el sistema capitalista ejerce sobre ellas” (Tyrtania, 2016: 81). Y luego prosigue con,
“Los campesinos empobrecidos por el sistema no practican la sustentabilidad, sino
que, dentro del presente campo simbólico, “administran autónomamente su miseria”
(Varela, 2005)” (Tyrtania, 2016: 82).
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¿Estaríamos dispuesto a vivir sin la posibilidad de una librería o de una
película o de un servicio médico de alta complejidad al cual acceder con un simple
llamado por celular, todo en pos de la racionalidad ambiental? La respuesta, sin
lugar a duda, no es nada fácil. Efectivamente, la sustentabilidad, no la de Leff, sino
como nosotros la pensamos (Greco y Crespo, 2017; Greco, 2016), es “aquella
comarca en donde es duro vivir” (Nietzsche, 2014), el lugar incómodo de lo infinito
de lo pensable, en donde somos interpelados, exigidos y abandonados para
considerar, antes que “soluciones tecnológicas”, nuestro problema atravesado por
la imposibilidad. Abandonados por una tecnociencia asediada por el fantasma de lo
indecidible que acorrala a cada uno de sus arbitrajes, presencia espectral que
deconstruye cualquier certitud o criteriología que podría certificar lo justo de la
medida tomada. Es decir, en esto que significamos como sustentabilidad (Greco y
Crespo, 2017, Greco, 2014), no se pueden esperar las respuestas como en el caso
del desarrollo sustentable. Hay que decidirlas.
En síntesis, dice Tyrtania, proponer a estas comunidades como ejemplo
tecnológico de agricultura “sustentable”, es de nima, precipitado. Ninguna
tecnología, por si misma, asegura que la intervención humana en el ecosistema sea
benigna, dice Tyrtania (prefiero decir, sin consecuencias, después se decidirá si son
positivas o negativas).
Según Leff, la transformación socio-ambiental implicaría “la reforma
democrática del estado para encauzar la participación de la sociedad en la gestión
de los recursos y la formación de una ética ambiental” (Leff, 2004: 210). Si tomamos
en cuenta que, siguiendo una distinción husserliana, lo social es equivalente a un
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orden sedimentado, mientras que lo político involucraría un momento de
reactivación, cómo una reforma democrática del estado puede activar la
participación de la sociedad en la gestión de los recursos, al menos Leff, no lo
aclara. Por otro lado, la sociedad como construcción (imposible, pero necesaria) no
requiere la formación una ética ambiental. Actualmente, tiene una. Otro tema es si
dicha ética no es en la que Leff está pensado.
Cabría preguntar, entonces, cuál sería el momento político para desarmar
esa construcción y facilitar una nueva en torno a una ética distinta, a elección. De
hecho, como mencionáramos párrafos arriba “naturaleza” es un significante flotante,
al igual que “sustentabilidad” ya que se articulan diferencialmente en distintas
cadenas discursivas. Hablar de “naturaleza” es intentar fijar su sentido inestable,
evitando el carácter escurridizo del término e ignorando sus multiplicidades,
inconsistencias e incoherencias, como ya se mencionó anteriormente, cuando se
intenta hablar de “natural” y “artificial”. Y es precisamente esta “naturaleza” o
“ambiente”, como se prefiera llamarlo, que Leff y muchos como él mencionan, la/el
que sabotea las intenciones de quien aboga por una racionalidad ambiental para
hacer sustentable el manejo de recursos, defendiendo la participación ciudadana en
la gestión de los mismos a través, según él, de una reforma democrática, que
aparentemente solo sería factible con un momento político, aquel que confiera
sentido a “naturaleza”, momento eclipsado y vedado, precisamente, por la
sustancialización de este concepto. Callejón sin salida, si los hay. En resumen,
como afirma Swyngedouw (2011), cualquier intento de sutura, de colmar
exhaustivamente y colonizar el sentido de “Naturaleza” responde a motivaciones
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políticas y hegemonizantes. Paradójicamente, entonces, el concepto que es
alrededor del cual gira todo discurso ambientalista, el cual pretende lograr una ética
distinta en el ciudadano, alcanzable esta última, no precisamente con un gesto
tecnológico, sino político, es el que despolitiza la discusión.
La propuesta que considero más interesante en cuanto al manejo de
conceptos como naturaleza y sociedad, es la de Bruno Latour. Sin pretender
extenderme en la “asociología” latouriana y en la Teoría del Actor-red (Greco y
Crespo, 2017), digamos que cuando se intenta pensar en una transformación socio-
ambiental, esta aproximación ofrece oportunidad para la innovación. Ya
mencionamos anteriormente la ontología plana latouriana en la cual el conjunto de
cosas (humanas y no humanas) que pueblan el mundo está formado por híbridos
de naturaleza y cultura que se multiplican incesantemente. Estos ‘desordenados’
entramados socio-naturales11 se construyen a partir de series proliferantes de cuasi-
objetos, ensamblajes relacionales configurados en red, ubicados a medio camino
entre los polos de la Naturaleza, por una parte, y la Cultura, por el otro. Son al mismo
tiempo ambas cosas y ninguna, y, a pesar de todo, son socio-ecológicamente
significativos y políticamente performativos.
La relación entre la naturaleza y nosotros, siempre ha sido problemática o,
por lo menos desde 163712 en adelante. Cultura como artificialidad y, en frente, “la”
naturaleza. La antropología simétrica de Latour hace estallar esta separación que
11 A esta altura de nuestra discusión, queda claro el carácter lo “transicional” de este término.
12 Año de publicación del “Discurso del método”
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las entiende como inconmensurables. Las naturalezas “latourianas” son múltiples y
fabricadas por las culturas. Sin embargo, vale la pena recalcar un reclamo a Latour
que mencionamos en párrafos anteriores: hay algo en esta concepción que, aun,
nos deja del lado de la modernidad cartesiana del par “cultura-naturaleza” que
propone el sociólogo francés: el guion.
Introducción
Que se piense que sustentabilidad es un significante flotante, en la medida que se
articula diferencialmente en cadenas discursivas opuestas, hace que no resulte
cómodo plantear una conclusión del presente texto. Es más, el intentar convivir con
la sustentabilidad como un concepto sin sentido, hace que, llamar a este apartado
“conclusión” sea borrar con el codo lo que escribió con la mano. Efectivamente, si
concluyéramos con respecto a la tesis de Leff y la antítesis de Tyrtania, habríamos
caminado en círculos.
La idea no es criticar a este o aquel autor, sino poner en crisis nuestra propia
conducta y empezar a sentirnos culpables de ella, no por errada, sino, tal vez,
porque no logre sustraernos de alguna suerte de clausura interpretativa doctrinal e
impida liberar nuestro trabajo en un acto de aproximación hermenéutica con
respecto a ciertos fenómenos que le devuelva a los mismos su incontrolable
pluralidad de sentidos. Y esto es evidente cuando leemos los lineamientos
generales sugeridos como ejes de debate para el presente libro, los cuales
mencionamos al principio, y a los cuales podemos agregar: “procesos de innovación
y desarrollo de tecnoloas inclusivas y/o sustentables…”; “…la relación en "praxis"
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entre la construcción de conocimientos y tecnologías (de producto, procesos y
formas de organización) y la resolución de problemas sociales, ambientales y
productivos y la producción colaborativa de conocimientos y tecnologías en el marco
de: Economía circular de los plásticos; Economía circular del agua y los alimentos”.
Por de pronto, solamente con investigar en la web sobre publicaciones,
páginas de instituciones dedicadas a este tema y ni hablar de lo más divulgativo que
son revistas conocidas como de interés general y diarios, parecería que, como
dijimos al principio y en virtud de lo que en todas esas publicaciones se puede leer,
60 años después, estamos en donde empezamos, tal vez, porque algunos tuvieron
la enorme habilidad de secuestrar, quizás, lo que tan solo sea una ilusión. Acaso
pueda ocurrir lo que T.S. Eliot (1960) presenta: “Al final de toda nuestra exploración,
llegaremos a donde comenzamos y conoceremos el lugar por primera vez”13.
Por otro lado, no creo que el presente sea un escrito pesimista. Cabell (1926)
decía que el optimista piensa que se vive en el mejor de los mundos posibles y que
el pesimista teme que eso sea verdad. Por el contrario, y siguiendo a Cabell,
entonces, la transformación que se propone es dejar de ser pesimistas y, como
Hegel propuso, reconciliarse con el mundo14. Pero, reconciliarse con el presente, no
es aceptarlo, más bien, todo lo contrario, es reconocer su inagotable
problematicidad, lo cual nos deja sin más opción que tener que decidir, naufragados
13 Traducción libre realizada por el editor.
14 Es oportuno recordar que aquí nos sigue faltando, como propuse más arriba, acordar q
significamos como “mejor”
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en la renuncia de toda pretensión totalizante. De este modo, el “ambiente” lo (no,
“se”) interpretaría como una suerte de ecodicea, es decir, como una comprensión
alterativa de lo que está ocurriendo, sin que esto signifique sumisión o aquiescencia
y, mucho menos, resignación. Reconciliación, eso sí, que pone en evidencia lo
endeble de la idealidad de “un” ambiente que la ciencia no llega a definir, ni como
paraíso perdido y, mucho menos como paraíso al que aspirar. Muy a pesar de
Platón, en los impasses que separan a la noción de “desarrollo sustentable” de
nuestra realidad, lo verdadero (y no, “la” verdad) esdel lado de nuestra realidad,
realidad que lo único que hace es poner en evidencia las inconsistencias de aquella
noción.
El “ambientalismo”, tal cual se nos fue dado es un ambientalismo alienante
que nos exilia en una visión idealizada que no deja espacio para comprensiones
organizacionales alternativas a las que nos ofrece el “desarrollo sustentable” con
sus tecnologías “limpias”. El tan mentado “medioambientees el significante de una
ausencia, una instancia de disputas de distintas realidades, lo cual hace del
“ambientalismo” una representación ideológica, basada en una concepción
fantasmática de la naturaleza, ofrecida por la ciencia ¿Equilibrio ecológico? Más
bien equilibristas.
Para pasar de la alienación al ambiente como reconciliación, no es menester
cambiar lo Real sino, la realidad, es decir, simplemente, cambiar cómo se lo percibe,
nada más. Efectivamente, Tyrtania (2008) se pregunta si sugerir, en este estado de
cosas, un desarrollo “sustentable” (¿más del que ya tenemos?) que lo único que en
realidad hace es salvar al desarrollo industrial actual (él lo llama devastador, con lo
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cual no estoy de acuerdo), no es una torpeza de aquel que piensa que puede
administrar el “infierno”.
El “progresismo”, recostado en la tecnociencia de la sustentabilidad, espera
de ella respuestas que no puede dar, decisiones que no puede tomar. El
ambientalismo basado en la” naturaleza y el equilibrio ecológico”, más que
progresista, es conservador. Calificar a algunas tecnologías como verdes o limpias,
tal vez, no sea más que una forma de evadir la tragedia que implica toda decisión
(Greco, no publicado) ¿Son el hidrogeno verde y la economía circular, por ejemplo,
soluciones a problemas ambientales o soluciones para una cómoda y sospechosa
indiferencia?
Un ejemplo con respecto a lo que se conoce como “economía circular”. En
una reunión organizada por la Cámara Empresaria de Medio Ambiente Argentina,
distintas empresas e investigadores expusieron sobre este tema presentando sus
propuestas tecnológicas para reciclar y “valorizar” residuos.
En dicho encuentro, la economía lineal quedó definida como la siguiente
cadena: extracción de recursos – producción – consumo – desecho y, la economía
circular como: producción consumo recupero reciclado, originando, esta
última, menos residuos y menos contaminación que la primera (menos) ¿Son tan
diferentes ambas situaciones? Si bien la termodinámica plantea objeciones serias
a dicha diferencia, ¿alcanza con la ciencia para responder a esa pregunta?
No es la intención aquí detallar la reunión (Greco, 2014), baste simplemente
un comentario sobre la última exposición de esa reunión, a cargo de una conocida
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cementera, que fue sobre la sustitución del gas como fuente de energía, utilizando
residuos “valorizados” como combustibles alternativos. Se les preguntó si seguirían
con el proyecto en el caso de que, por alguna razón, el precio del gas llegara a ser
mucho más bajo que el costo de la valorización energética de residuos. Luego de
un breve silencio el expositor contestó: “esa, es la gran pregunta”. Para nosotros,
esa, es la gran respuesta.
En una nota a pie de página, destacamos la problemática de la diferenciación
entre “artificial” y lo “natural” como posible estructurante de conceptos
ambientalistas tradicionales. Una visión como la de Leff, y las de muchos (diría, la
mayoría) de los que, de una manera u otra, orbitamos alrededor del ambientalismo,
si bien no se puede decir que pone en peligro ciertas consideraciones sociales, por
lo menos se contradice. “La” naturaleza tiene, aun, “fuerza de ley” dentro de los
claustros ambientalistas (Swyngedouw, 2011). No entrar en una contradicción
implicaría normalizar, por ejemplo, a la heterosexualidad y pensar cualquier otra
elección de género como una anomalía. “La” naturaleza como algo dado, sin
posibilidades de naturalezas” implica también que el ser humano como ser
sexuado, hablante y mortal, no figure dentro del inventario de “la” misma y, por ende,
todo lo que de la humana provenga, sea “artificial”. De ser efectivamente así, esto
a su vez impactaría en cómo pensar la “sustentabilidad”, la cual vendría a subsanar
las aberraciones que ese artificio que es el ser humano hace en “la” naturaleza.
Swyngedouw (2011) claramente destaca en este sentido que, invocando cierta
visión transcendental de una Naturaleza que se ha desajustado y requiere ser re-
equilibrada, es un procedimiento que re-equilibraría, a su vez, el orden social.
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Efectivamente y en coincidencia con la concepción lacaniana de ideología de Zizek
(2003) y Stavrakakis (1999), la sociedad ambientalista y “comprometida” es una
construcción imposible pero necesaria, en este caso alrededor del contaminador.
Renunciar a toda trascendencia como producto humano, implica, sin embrago,
atreverse a soportar lo Real.
Tal vez, textos como los de Leff, aquí discutidos, recorridos, por lo que
considero, ambigüedades y contradicciones, algunas ocultas y otras a “cielo
abierto”, sea precisamente el tipo de textos que nos hace falta para que, cada actor
hoy, y en el futuro, resuelva esas mismas contradicciones que no conoce tener, y lo
haga según mejor convenga a su época15. Tal vez, este libro haya sido leído en
2004, cuando se publicó, se lea hoy, como hemos hecho nosotros y sea leído dentro
de 50 años y sigamos igual que hasta ahora en estos temas que, de alguna forma
u otra nos preocupan.
Pensamos nosotros (Greco y Crespo, 2017) que hay que, por lo menos,
preguntarse si, efectivamente, hay problemas ambientales y, por ende, si es el
momento de buscar soluciones. Sucede que se niega (combate), como ocurre en
los textos de Leff y similares, incluso en nuestros procesos de investigación, los
procesos contaminantes y cierta racionalidad, pero sin desbordar sus límites
simbólicos. La “muerte simbólica” es esencial, es decir, la segunda negación como
una negación que niega el espacio simbólico que compartirían, tanto el sistema,
como su primera negación. La importancia de la crítica, un punto de partida distinto,
15 No creo que haya otra manera posible
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tal vez, no radicaría en esa primera negación inmediata (“no estoy de acuerdo con
la solución concreta al problema y propongo una solución diferente”), sino sobre
todo en la segunda (“no estoy de acuerdo en cómo se formula el problema y lo
reformulo de otra manera”).
Frederic Jameson, es absolutamente claro y contundente con respecto a la
tesis del presente texto: es más cil imaginar el final del mundo (catástrofes
ambientales terminales) que imaginar el final del capitalismo” (Jameson, 2003). El
“ambientalismo” como construcción ideológica (Stavrakakis, 1999) corre el riesgo
de pegarse un tiro en el pie, al mantener el orden económico que considera dañino,
usando como chivo expiatorio a la crisis ambiental.
Lo quetenemos son dilemas y, consecuentemente, decisiones que tomar
para salir de esos dilemas, con todo lo trágico que eso significa. Por eso la tesis del
presente texto sugerida al principio, nunca se deja de partir, y de la propuesta
correspondiente: salir, cada vez, desde otro lugar. Beckett (1983) lo expresó
muchísimo mejor: lo intentase y fallaste, no importa, inténtalo de nuevo y esta vez,
fracasa mejor16.
Una aclaración final. No intentamos (ni podemos) enseñar cómo deberían ser
las cosas, simplemente sugerir otras formas de aprehenderlas. Y, bajo ningún punto
de vista, se sugiere la muerte del ambientalismo sino, para aquellos interesados,
acaso, su reencarnación.
16 Traducción del autor.
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Artículo recibido el 7 de diciembre de 2022
Aprobado para su publicación el 30 de noviembre de 2023