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REDES, VOL. 24, Nº 47, BERNAL, DICIEMBRE DE 2018, PP. 267-270 

CARLA LOIS (2018), TERRAE INCOGNITAE. 

MODOS DE PENSAR Y MAPEAR GEOGRAFÍAS 

DESCONOCIDAS, BUENOS AIRES, EUDEBA,  

2018, 283 PP.

Marina Rieznik*

En este libro, Carla Lois hace una historia de la aparición en los mapas de 

tierras que finalmente se mostraron como no existentes; de las imágenes de 

lo poco explorado y de aquellas de lo nunca visto. El escrito se divide en 

tres partes, la primera enfoca lo verosímil tomando por objeto la historia 

de la Quinta Pars o el continente austral que nunca existió; la segunda, cen-

trada en la Patagonia decimonónica, se enfoca en lo poco explorado; la ter-

cera se orienta a develar la construcción del paisaje del abismo de los fondos 

oceánicos, una historia de la cartografía de lo no visible.

La autora señala que la historia de los saberes geográficos se ha dedicado 

con fruición a los momentos en que se comprobó la inexistencia de porcio-

nes del planeta antes imaginadas; o a las etapas en las que los blancos se 

fueron llenando en los mapas –asociando estos procesos a funciones polí-

ticas, culturales, militares y económicas– y que, por el contrario, muy poco 

se escribió sobre los momentos previos, de construcción de esos espacios. 

Lois se pregunta sobre las “condiciones de verosimilitud que dan forma y 

visibilidad a las geografías desconocidas” (p. 27). Hace un recorrido mos-

trando que las mutaciones conceptuales que atravesaron las definiciones 

cartográficas son inseparables de los cambios en la accesibilidad empírica, 

intelectual y epistemológica a las regiones desconocidas (p. 13; p. 15). La 

autora propone retomar el planteo de Bruno Latour, cuando intenta espe-

cificar en qué situaciones una modificación de las técnicas de inscripción 

puede introducir alguna diferencia en las formas de argumentar y conven-

cer. En ese sentido, Lois no quiere solo rastrear toponimias de lo descono-

* Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, Universidad Nacional de 

Quilmes (iesct-unq); Universidad de Buenos Aires, Conicet. Correo electrónico: 

<

marinarieznik@gmail.com

>.

doi:  10.48160/18517072re50.20


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cido, sino “pensar articuladamente esas estrategias de escritura de lo 

desconocido atendiendo a sus contextos de producción, sus audiencias, sus 

relecturas y los intinerarios que siguieron sus transformaciones” (p. 24). Al 

exponer dichos cambios en sus implicancias políticas, culturales y en sus 

vinculaciones con formas generales de la visualidad de las diferentes épocas, 

Lois apela constantemente a registros artísticos y cotidianos.

Acompasando planteos de la historiografía de las cartografías de tierras 

desconocidas, como las de John Wright o Wilcomb Washburn, con las 

reflexiones de la filosofía de la representación, como las de Pierre Guenancia, 

Lois propone al lector aceptar que lo desconocido es algo incierto, pero que 

“se inscribe en el dominio de lo posible” (p. 25), y que lo contrario a lo 

posible no es lo imposible, sino la nada y el vacío. Así Lois ofrece una defi-

nición de desconocido que no es lo contrario de lo conocido, en tanto sigue 

siendo algo posible de representar y, en esa construcción, está atado a lo 

conocido. Después de señalar que “Roland Barthes sugirió que nos hace 

falta una historia de nuestra propia oscuridad o de la forma en que la idea 

occidental de conocimiento ha permitido aclimatar nuestro 

desconocimiento”(p. 32), Lois abre los matices que surgen de considerar a 

lo desconocido “como una fisura de lo conocido y no como una contraca-

ra” (p. 32). Así, un mapa representa no solo geografías empíricas, sino con-

ceptos geográficos que nos ayudan a interpretar geografías no conocidas, 

sean ellas existentes o inexistentes.

Lois recorre la historia de diferentes operaciones que permitieron defi-

nir lo desconocido en el mapa: la escritura y el trazo interrumpido, como 

una contradicción latente, como señal de la toma de conciencia sobre la 

falta de conocimiento (p. 72); las líneas rectas o estilizadas para costas o 

límites hipotéticos (p. 79); la simetría para pensar lo desconocido, como 

espejando lo ya visto (p. 99). Lois especifica cómo lo espejado no supuso 

solo una apropiación especular, sino la construcción de un reflejo al modo 

de aquel en el que se confunden las líneas de lo reflejado con el objeto que 

se ve con dificultad a través del vidrio (p. 80). Es decir, lo reflejado como 

hipótesis de trabajo y no como mera ficción (p. 104). Lo verosímil “como 

una lente que formatea la mirada y, por tanto, la interpretación de la evi-

dencia” (p. 106). En el mismo sentido, afirma que el blanco en el mapa 

antes que ser un vacío es una acción de vaciamiento (p. 128), que señala 

distintas cuestiones, políticas y epistemológicas, y que a su vez impulsa 

acciones cognitivas, con todo el entramado material que la acción de cono-

cer supone, tal como viene mostrando hace algunas décadas la historia de 

las ciencias. En efecto, este relato se funde con las historiografías de las cien-

cias que han una y otra vez transitado la relación variable entre verdad, vero-


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similitud, hipótesis y observación a lo largo de la historia. Siguiendo ese 

ritmo, Lois señala que entidades como el continente austral se fueron esfu-

mando de los mapas, cuando ya lo verosímil no alcanzaba para constituir 

una hipótesis y se empezaba a exigir que esta esté asociada a protocolos de 

observación específicos, registros normalizados y determinados modelos 

explicativos (p. 107). Este camino que siguió la ciencia moderna es el que 

tuvo que recorrer la imagen de América, que al principio supo ser no más 

que una enmienda inestable, imprecisa y contradictoria en sus primeras 

apariciones en la industria del libro del siglo xvi. El blanco, en cambio, 

siguió un camino inverso, pasó de ser un horizonte a descubrir para con-

vertirse en la marca de un territorio rodeado de lo conocido pero que debía 

ser explorado con nuevos protocolos de trabajo. Y no obstante, finalmente 

el blanco pasó a indicar lo que estaba más allá de lo propio, una “deshon-

rosa cicatriz que recordaba la ignorancia” (p. 170).

Lois señala cómo los blancos desaparecieron de los mapas que se fueron 

poblando de marcas de civilización: topónimos, grillas de coordenadas, 

dibujos de proyecciones político-administrativas deseadas. “Cuasi-ficticias” 

(p. 170), dice la autora respecto de estas líneas político-administrativas tra-

zadas, retomando nociones de Alfred Hiatt (p. 16) y haciendo un guiño a 

pensar en lo ficticio, lo imaginario y lo desconocido aun en los mapas en 

los que consiguieron extinguir sus blancos. Lois invita a pensar que toda 

cartografía, lleve o no el topónimo “terrae incognitae”, incluye definiciones 

de “lo ignorado, lo inexplorado, lo supuesto, lo mal conocido, lo plausible, 

lo verosímil, lo increíble, lo esperado, lo deseado, lo buscado, lo que está 

más allá del horizonte (el plus ultra), lo otro, lo diferente, lo proyectado, lo 

anticipado, lo inconsciente, lo extranjero y la exterioridad” (p. 23).

Y si hay un momento en que se muestra en todo su esplendor la capa-

cidad de la imaginación cartográfica, lo pone de relieve Lois en la tercera 

parte del libro, al mostrar cómo la cartografía fue desnudando al océano 

para mapear el fondo marino (p. 171). Entonces la construcción de mapas 

aparece imbricada con la organización de redes de observadores a lo largo 

y ancho del planeta, con la introducción de nuevos instrumentos, de regis-

tros estandarizados y de convenciones procedimentales que se fueron 

homogeneizando. Así se fue creando un repertorio visual que contribuyó a 

que se pueda incluso mapear lo no visible. En este relato queda claro el 

desarrollo que alcanzó esa cultura visual específica basada en la abstracción 

durante el siglo xx. Lois señala cómo ese proceso solo se entiende como 

parte de una historia que concierne también a una vasta serie de imágenes 

técnicas que, construidas y manipuladas por los practicantes de las ciencias 

modernas, hicieron visible no solo lo que aparecía inalcanzable al ojo sin 


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instrumento, sino –como ya ha marcado William Ivins– hasta fenómenos 

que solo podrían ser alcanzados por el oído, el gusto o el tacto (p. 199). A 

pesar de la insistencia con que se ha marcado que la cartografía es un arte 

mimético que depende de lo que se ve, escribiendo sobre cómo se ha des-

nudado el mar para mostrar su fondo Lois desnuda también estas 

pretensiones.

Quiero finalizar esta reseña con un caso de 1967. Entonces dos astró-

nomos en Cambridge detectaron señales de radio repitiéndose intermiten-

temente desde el espacio exterior, y lo transformaron en un registro gráfico, 

era una imagen de señales desconocidas. Luego se sabría que había sido la 

primera detección de un púlsar, una estrella que emite radiación a interva-

los cortos y regulares. Doce años después, esas imágenes recorrieron el mun-

do en la tapa de un disco de Joy División y llegaron al ámbito de la gráfica 

publicitaria. Desde entonces circulan adosados en innumerables mercan-

cías, en formatos con los que Walter Benjamin se hubiera hecho un festín. 

Casualmente o no, el disco de la banda británica fue bautizado Placeres des-

conocidos. El libro de Lois es un aliento a que los historiadores de las cien-

cias encontremos en las imágenes técnicas, artísticas y cotidianas las formas 

de lo desconocido en las ciencias que estudiamos, las imágenes que mostra-

ron lo que después no fue, los modos de imaginar lo que todavía no fue 

descubierto.

Artículo recibido el 17 de enero de 2020.

Aprobado para su publicación el 27 de febrero de 2020.