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DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re53.169
Algunos elementos para contribuir al estudio de
los conflictos vinculados a la ciencia y la
tecnología. Conocimientos en disputa acerca de
la pandemia de coronavirus
+
Pablo A. Pellegrini
*
Introducción
El interés por analizar las controversias científicas se remonta a los esfuerzos de
la sociología del conocimiento científico por mostrar la cualidad socialmente
construida del hecho científico. Diversas corrientes constructivistas buscaron, a
partir de la década de 1970, poner en relación los contenidos cognitivos de la
ciencia con las dimensiones sociales. En particular, el sociólogo Harry Collins, a
través de lo que llamó el Programa Empírico del Relativismo, se propuso
describir los mecanismos por los cuales las propuestas cognitivas logran
constituir a su alrededor un consenso que las instituya como verdaderas (Collins,
+
Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación: “Controversias científicas: análisis
de conflictos sociales vinculados a la ciencia en la Argentina” (proyecto PICT-2018-01997
financiado por la Agencia I+D+i, Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, Argentina)
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Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, Universidad Nacional de Quilmes
(IESCT-UNQ-CIC-BA). Conicet. Correo electrónico: ppellegrini@unq.edu.ar
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1981a, 1981b). En esa búsqueda analítica, las controversias científicas
emergieron como un escenario ideal, pues allí se puede ver cómo se comportan
los científicos cuando claramente no hay un acuerdo, en tanto una controversia
científica se caracteriza por una comunidad científica partida al medio ya que
encuentra méritos en ambas partes del conflicto (McMullin, 1987). A través del
estudio de casos, siguiendo el comportamiento del núcleo de científicos (core-
set) directamente involucrados en la controversia, se puede demostrar que
ningún experimento es decisivo por mismo, pues siempre es pasible de ser
interpretado de diversas maneras, y mostrar esa flexibilidad interpretativa se
convierte en una herramienta fundamental de los estudios sobre controversias
científicas. Para el análisis también es relevante ver mo esa flexibilidad es
limitada por los actores involucrados, cómo finalmente logran encauzar el
debate, formando alianzas y dejando en una posición marginal a la posición
contraria, arribando así a una clausura de la controversia. La noción de
flexibilidad interpretativa demostró tener una utilidad para dar cuenta de la
variedad de sentidos que los actores ponen en juego frente a un mismo
fenómeno no se limitó a disputar en torno a hechos científicos, sino que también
se desplegó en el análisis de tecnologías (Pinch y Bijker, 1984).
A pesar del enorme abanico de casos que este tipo de enfoque habilitó
por cuanto las controversias son materia corriente en la ciencia-, con el tiempo
otros trabajos comenzaron a explorar aquello que escapaba a la propuesta
analítica: qué ocurre con los científicos derrotados en una controversia pero que
persisten en su posición (Simon, 1999), qué ocurre con el core-set cuando en
una controversia se destacan los componentes ambientales o morales (Michael
y Birke, 1994), entre otras cuestiones. La limitación más destacada del enfoque,
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sin embargo, se encuentra en el escaso interés por explorar las dinámicas de
conflicto vinculadas a la ciencia en otros espacios sociales y con la estructura
social en términos amplios. Es decir, el interés en mostrar el conflicto en la
construcción social del hecho científico no fue seguido del mismo entusiasmo
por analizar el conflicto en arenas más amplias. Si bien nada en la propuesta
analítica impedía esto (de hecho, Collins se refiere a esta posibilidad de vincular
la controversia científica con la estructura social más amplia como la tercera fase
del Programa Empírico del Relativismo), en los hechos la mayoría de las
controversias científicas no trascienden las márgenes de la comunidad científica.
No es de extrañar, pues las ásperas discusiones entre científicos acerca del
comportamiento pseudocopulatorio de una especie de reptil en condiciones de
cautiverio, o las peleas en torno a la forma en que deberían medirse los neutrinos
solares al llegar a la superficie terrestre, por caso, no son temas que convoquen
la pasión de multitudes.
Sin embargo, en los últimos años es posible encontrar cada vez más
temas vinculados a la ciencia y la tecnología en el centro de un debate público:
vacunas, cambio climático, energía nuclear, transgénicos, agroquímicos,
papeleras, minería, y ahora también la pandemia de coronavirus. Muchas veces
esos intensos debates en el espacio público no se reflejan como controversias
dentro de la comunidad científica. Y sin embargo, en esos debates públicos
siempre hay algunos científicos y elementos retóricos de la ciencia (como
papers) que son movilizados. Por eso, si en lugar de partir de una definición de
controversia que tenga en cuenta lo que ocurre al interior de la comunidad
científica, procuramos ver qué ocurre allí donde el hecho científico se vuelve
inestable, una gran diversidad de escenarios de conflictos vinculados a la ciencia
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se abre a nuestro análisis. Las controversias científicas propiamente dichas
serán uno de esos escenarios de conflicto, pero no el único: el fraude en la
ciencia, los conflictos de prioridad, los experimentos irreproducibles, y los
conflictos públicos sobre temas de ciencia, son otros escenarios que se abren al
análisis, cada uno de ellos con sus características (Pellegrini, 2019a).
El estudio de los conflictos vinculados a la ciencia y la tecnología permite
explorar distintas dimensiones de análisis: el rol de los medios de comunicación
en el pasaje de una controversia científica a un conflicto público sobre la ciencia
(Fonseca Matera y Pellegrini, 2021); los intereses que representan las partes en
conflicto (MacKenzie, 1978); las distintas formas de valorar un resultado
(Pellegrini, 2013), entre otras cuestiones.
Aquí no pretendemos desplegar todas esas dimensiones de análisis, sino
explorar dos perspectivas teóricas que pueden ser de utilidad para los estudios
sociales de la ciencia y la tecnología que pretenden indagar en los conflictos
científico-tecnológicos. Dichas perspectivas son: los estilos de pensamiento y el
problema de la experticia.
A continuación, presentaremos la noción de estilo de pensamiento como
una herramienta para analizar las teorías e interpretaciones que entran en
conflicto en los debates vinculados a temas científicos. Luego, pasaremos a una
sección dedicada a indagar no ya en los contenidos de los debates, sino en las
características de quienes sostienen estos debates: para ello, traeremos a
colación herramientas provistas por la sociología de la experticia. Finalmente,
mostraremos la utilidad de estos enfoques presentando un caso cuya urgencia y
novedad interpela especialmente a los estudios CTS: la pandemia de
coronavirus. En particular, argumentaremos que los estilos de pensamiento y las
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formas de experticia constituyen herramientas útiles para analizar los escenarios
donde el conocimiento está en disputa en relación a la pandemia.
Analizando el debate: qué se discute (y por qué)
La flexibilidad interpretativa es sin dudas una herramienta analítica muy
relevante en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, en tanto permite
ordenar la maraña de actores y discursos que se involucran en un conflicto en
función del sentido que le otorgan a un hecho científico o a una tecnología. Así,
por ejemplo, dicho análisis permite mostrar cómo algunos actores interpretan un
resultado de una investigación de determinada manera, mientras otros lo hacen
de una forma distinta. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando las narrativas en
conflicto se sitúan no en la interpretación de un hecho ocurrido, sino de uno que
aún no aconteció? Los imaginarios sobre lo que puede suceder con un desarrollo
científico o tecnológico son motivo de conflicto dentro y fuera de la comunidad
científica. Jasanoff y Kim (2015) proponen indagar en los “imaginarios
sociotécnicos nacionales” para explorar las variaciones en las políticas
nacionales de CyT, ya que las visiones sobre lo que el futuro debería ser, por
ejemplo en materia de energía nuclear, permean las políticas en CyT incluso
hasta el nivel del diseño de las tecnologías. La sociología de las expectativas en
ciencia y tecnología se agrupa en torno al interés por analizar cómo las
expectativas pueden dar forma al cambio científico y tecnológico (Borup et al.,
2006; Grunwald, 2019). Muchas veces las expectativas se encuentran en
discursos que alientan promesas y esperanzas acerca de un futuro deseable,
pero también son frecuentes las narrativas que señalan los riesgos que
encontrará ese futuro, y ambos tipos de expectativas colisionan entre .
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Movilizando entonces expectativas positivas o a través de temores, los discursos
sobre el devenir de un desarrollo científico-tecnológico pueden tener una
considerable influencia en la discusión sobre el cambio tecnológico (Borup et al.,
2006).
Este tipo de abordaje trata de indagar en los discursos, asumiendo cierto
grado de performatividad en los mismos, esto es, las narrativas sobre lo que
puede o debe suceder con un desarrollo científico-tecnológico son relevantes por
cuanto tienen el poder de condicionar las prácticas en torno a esos desarrollos
(modificar o consolidar los planes de política científica, los diseños de
tecnologías, la aceptación o rechazo general a una tecnología, etc.).
El análisis sobre las expectativas amplía el repertorio de lo que podemos
analizar en un conflicto sobre la ciencia y la tecnología, a través de un giro
temporal que permite indagar no ya en los desacuerdos sobre lo que un hecho
científico o tecnológico significa (objeto de análisis típico de la flexibilidad
interpretativa), sino en los desacuerdos que se despliegan acerca de lo que un
hecho científico o tecnológico significará. Ambos análisis la multiplicidad de
sentidos atribuidos a un hecho a partir de su flexibilidad interpretativa, y la
atribuida a un acontecimiento futuro a partir de las expectativas- permiten
mostrar el relativismo inherente a un hecho científico o tecnológico, en otras
palabras, sirven como herramientas para desarmar el aura de objetividad y
neutralidad de la CyT, al señalar el modo en que distintos actores pueden
interpretar lo que sucedió, o anticipar lo que sucederá, de modos antagónicos.
El parentesco entre ambos enfoques no se detiene ahí: se trata de análisis
fuertemente descriptivos, pero cuyo esfuerzo explicativo tiende en cambio a
diluirse. Mostrar que distintos actores sociales pueden asumir distintas
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posiciones frente a un hecho científico-tecnológico es sin dudas relevante para
desplegar un mapa del conflicto, donde por un lado encontraremos ciertos
actores sosteniendo una explicación o expectativa en torno a un hecho científico
o desarrollo tecnológico, y en una posición enfrentada encontraremos otros
actores defendiendo otra interpretación o imaginando un futuro muy distinto en
torno a ese mismo desarrollo. Pero, ¿por qué unas personas ven una cosa en
un hecho científico o en un desarrollo tecnológico, y otras ven algo totalmente
distinto? La búsqueda de una explicación causal no suele formar parte de estas
indagaciones, que en cambio se conforman con enfatizar esa diversidad de
posiciones posibles. Al no asociar esas posiciones a algún factor social, cultural
o económico, la impresión que pueden transmitir los estudios descriptivos sobre
estos desacuerdos es que los mismos son puramente contingentes; esto es, que
el conflicto empieza y termina en el hecho de que distintas personas ven las
cosas de modo distinto. Asociar esas posiciones a alguna dimensión social, en
cambio, ayudaría a entender que esas posiciones no son fruto del azar, sino que
hay condicionamientos sociales que llevan a los actores a imaginar un futuro
determinado cuando ven una tecnología en particular, o a interpretar una teoría
científica de una manera y no de otra, por ejemplo.
Una forma en que los estudios sobre los conflictos en la ciencia y la
tecnología pueden trascender ese marco descriptivo para intentar ofrecer una
explicación a esa diversidad de posiciones enfrentadas, es recuperando la
noción de estilos de pensamiento.
Mannheim situó la caracterización de los estilos de pensamiento como la
tarea central de la sociología del conocimiento, con el objetivo de vincular las
ideas a sus raíces históricas y sociales. Se trataba, según Mannheim, de la
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construcción de un tipo ideal de estilo de pensamiento a través de un análisis
heurístico: revisando los textos y documentos del período de interés, se indagaba
en los conceptos empleados, los contra-conceptos a los que se recurre, la
ontología presupuesta, entre otras cuestiones (Nelson, 1992). La clave radicaba
en encontrar rasgos intelectuales recurrentes y con cierta coherencia entre sí.
Las ideas no se explican así a partir de reacciones individuales, sino al contrario,
las actitudes individuales estarían condicionadas por visiones del mundo pre-
teóricas estructuradas en grupos sociales.
Diversos autores han empleado la noción de estilos de pensamiento (C.
Wright Mills, Ludwik Fleck, Jonathan Harwood, Ian Hacking, entre otros), cada
cual imprimiéndole su énfasis al concepto y acercándolo o alejándolo de otras
nociones como paradigma o ideología. Dado que excede el propósito de este
artículo ahondar en esas particularidades, cabe destacar que recurrir a la noción
de estilos de pensamiento permite encontrar los patrones culturales que
subyacen a una expresión intelectual individual. En ese sentido, cuando en un
debate o en una reacción ante un desarrollo científico-tecnológico nos
detenemos a analizar las ideas movilizadas, describir el estilo de pensamiento
permite trascender la descripción de los argumentos en danza como si fueran
productos de una total autoconciencia de quien los vierte, y asociarlos en cambio
a un grupo y una época determinados. Distintos estilos de pensamiento pueden
coexistir en una misma época, aunque cada uno sostenido por su propia
comunidad (Giedymin, 1986). El estilo de pensamiento condiciona lo que se
asume como verdadero o falso (Hacking, 1982: 65). Esto es fundamental, pues
si queremos entender por qué determinados actores sociales adoptan una teoría
o la rechazan, porqué algunos abrazan un artefacto mientras otros lo desprecian,
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el estilo de pensamiento llama a caracterizar el contexto cultural amplio que
condiciona y da sentido a esas reacciones, así como las comunidades en las que
ese estilo de pensamiento se asienta. Se trata de aspirar a describir el complejo
entramado de factores culturales que condiciona a los grupos sociales a ver la
realidad de una determinada manera.
Si desnaturalizar los hechos científicos es una de las principales tareas de
los estudios CTS, la noción de estilos de pensamiento permite mostrar que no
hay una única manera de reaccionar ante un hecho científico y que las
posiciones en conflicto que de allí se derivan responden a patrones culturales
que les dan forma, que predisponen una forma de darle sentido a la realidad a la
vez que prescriben una forma de razonamiento válido.
Analizando a quiénes debaten: sociología de la
experticia
Una crítica fácil que se puede verter sobre los estudios CTS en general, y sobre
los estudios de controversias científicas en particular, es que suelen quedarse
en análisis muy descriptivos, que luego de mostrar la red de actores, elementos,
interpretaciones y posiciones que intervienen en el conflicto, se quedan sin
recursos para responder a ‘¿Qué hacer?’ frente a esa heterogeneidad que se
describe. Desde luego, conocer en detalle aquello sobre lo que se desea saber
qué hacer es un paso fundamental (¡y aunque aún no lo definimos, ya se moviliza
aquí una idea de experticia: conocer aquello sobre lo que se desea intervenir!).
Pero la respuesta puede nutrirse de un giro más: hay herramientas analíticas
que permiten escudriñar en quiénes debaten y su experticia, como una forma
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también de abordar el problema de la extensión social de la toma de decisiones
en conflictos vinculados a la ciencia.
Precisamente, en los conflictos que exceden a la propia comunidad científica la
figura del experto tiene un lugar central. Definidos a veces como aquellos que
ocupan la interfaz entre el conocimiento y la decisión (Roqueplo, 1997), los
expertos parecen ser más fáciles de identificar que de problematizar.
Una forma habitual de pensar a los expertos, incluso dentro del campo
CTS, es a partir de una lógica relacional: se considera que experto es aquel que
es reconocido como tal (quizás a partir de un recurso que confiere autoridad,
como un título). Frente al experto, emerge la contrafigura del lego. Si el experto
incide en la toma de decisiones sobre temas que eventualmente afectan a gran
parte de la población, la inquietud acerca de los expertos se vuelve casi obvia:
¿por qué habrían de tener tanto poder para decidir sobre cuestiones que nos
afectan personas que simplemente son reconocidas por otras como
fundamentales en ese tema? El reconocimiento, fenómeno subjetivo, podría ser
otorgado de otra manera: otras personas reconocen como expertos a otros
individuos. La cuestión de la experticia se tornaría más que nada en la cuestión
de la apropiación de la esfera de toma de decisiones por parte de individuos que
apelan a ser una autoridad en el tema porque otros los reconocen como tales.
Detrás de la experticia no habría más que una lucha de poder: aquellos que
tienen la capacidad de hacerse reconocer como expertos logran intervenir como
tales en la toma de decisiones, desplazando a otros actores que simplemente no
lograron acumular una fuerza suficiente con sus alianzas para obtener un
reconocimiento que también los ubique en esas instancias de decisión. Evitar
esa apropiación, o ampliar al menos las voces que intervienen como “expertas”
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en un debate, sería de lo más razonable en rminos democráticos si la experticia
consistiera en una atribución puramente subjetiva. Esta multiplicidad de voces,
sin embargo, puede alentar cierta idea de posverdad, de que todas las narrativas
valen por igual. Mencionando un problema que aún tiene mucho por revisar
dentro del campo CTS, Lynch se apura en aclarar que la postura simétrica -que
busca atender por igual todas las posiciones en un debate- fue movilizada como
herramienta metodológica para analizar las controversias científicas, pero que
esa simetría no debe confundirse con una postura anticientífica o que equipara
la ciencia a cualquier otro sistema de creencia (Lynch, 2020). Pero, ¿es esta la
única forma de entender la experticia?
En 2002, Collins y Evans publicaron un extenso artículo en el que
proponían delinear los contornos de la experticia sin presumir que la misma se
encuentra en un dato supuestamente objetivo (un tulo o un certificado), ni
tampoco en una relación subjetiva (la atribución de reconocimiento) (Collins y
Evans, 2002). La propuesta de los autores fue recibida con un álgido debate
dentro de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. En cualquier caso,
la propuesta de estos autores sitúa la experticia en función de la distancia con el
objeto de conocimiento. La presunción es que esa distancia modifica la forma de
aproximarse al objeto de conocimiento; esto es, tienden a atribuir mayores
certezas a un tema quienes más alejados están de la producción de
conocimiento sobre ese tema, porque lo simplifican al desconocer gran parte de
lo que implica. En cambio, la combinación de conocimientos y experiencia sobre
un tema permite pensar en formas de experticia que no pasan por la posesión
de títulos o recursos de autoridad. En sucesivos trabajos, Collins y Evans (2007)
dieron forma a un gradiente de experticia, en cuya base pueden encontrarse
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expertos ubicuos (experticia que se adquiere sin esfuerzo, por el solo hecho de
pertenecer a una cultura, como la lengua madre) pero donde también pueden
definirse los expertos interaccionales (quienes pueden interactuar como pares
con los máximos expertos en el tema) y hasta los expertos contributivos (quienes
contribuyen en la generación de conocimiento sobre el tema).
Esta propuesta permite analizar la cuestión de quiénes intervienen en un
debate sobre temas científicos sin reducirlo a una atribución de autoridad ni
tampoco disolviendo la cuestión técnica del conocimiento. Así, entender qué tipo
de experticia tiene quien interviene en un debate sobre temas científicos nos
permite abrir las etiquetas de “científicos” y “legos” a fenómenos mucho más
complejos y reveladores: el científico en particular, ¿tiene experiencia en el tema
sobre el que está opinando o su especialidad es en otro campo completamente
distinto? Aquellos granjeros escoceses que no poseen ningún título, ¿no tienen
sin embargo una experticia que supera a la de los científicos que asesoran al
ente gubernamental en lo que se refiere al comportamiento de las ovejas en
entornos radioactivos?
La pandemia de coronavirus: estilos de pensamiento y
experticia en las narrativas en conflicto
La pandemia del nuevo coronavirus que comenzó a desplegarse rápidamente
por el mundo a inicios de 2020 constituye un evento de inusitada relevancia para
la ciencia. Como es sabido, trastocó drásticamente las dinámicas sociales
habituales a lo largo de todo el planeta. Pero ubicó, además, a la ciencia en un
lugar central, ya sea por las expectativas de cura o la necesidad de
explicaciones. A su vez, ello interpela a los estudios CTS para analizar de qué
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maneras la ciencia fue movilizada durante la pandemia. Utilizaremos entonces
las dos propuestas teóricas sintetizadas anteriormente para mostrar cómo
pueden contribuir con los estudios CTS en el análisis de una problemática tan
urgente y compleja como la actual pandemia.
Estilos de pensamiento
No bien iniciada la pandemia, el coronavirus se tensionó también en tanto objeto
de conocimiento. Qué es y de dónde viene ese nuevo virus, fueron interrogantes
febrilmente desplegados. La mayoría de los científicos considera que el SARS-
CoV-2 probablemente tenga un origen natural, y haya sido transmitido desde un
animal a los humanos (Maxmen y Mallapaty, 2021). Los análisis genéticos del
virus, a poco de comenzar la pandemia, llevaron a científicos a afirmar que el
SARS-CoV-2 no fue construido en un laboratorio o manipulado a propósito
(Andersen et al., 2020). Sin embargo, a través de las redes sociales e internet
se multiplicaron las explicaciones conspiranoideas sobres el origen del virus: que
un laboratorio de biotecnología desarrolló el virus para vender luego la vacuna,
que EE.UU. desarrolló el virus y lo implantó en China para perjudicarla, que el
virus es una excusa de los gobiernos para imponer miedo a la población, fueron
algunas de las teorías que circularon.
En un estudio sobre las representaciones sociales de la pandemia en la
población argentina
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, se encontró que hay una tendencia muy fuerte a considerar
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El proyecto, financiado por la Agencia I+D+i (PISAC-COVID-19-00051) contempló la realización
de unas 150 entrevistas, focus group y miles de encuestas a la población argentina, tomando
muestras representativas por edad, sexo, preferencias políticas, religiosidad y distribución
geográfica. Para el presente artículo se tomaron en consideración unas 47 entrevistas dedicadas
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que el virus fue producido por una manipulación humana. En ese sentido,
prevalece la idea de una fabricación adrede del virus: yo creo que lo inventaron
en un laboratorio. No creo que haya sido un accidente, no me creo mucho eso
del murciélago, esa historia no me la creo. Yo creo que es una cosa de
laboratorio y que es un tema de medicación y de los laboratorios en tema de las
vacunas. Para mí me parece que es económico, como la mayoría de las cosas,
como fueron la mayoría de las guerras, es económica.
Desde otra narrativa completamente distinta, se explica el virus como un
fenómeno natural, carente de toda intencionalidad humana: siempre hubo
pandemias, que la peste negra, que la fiebre amarilla, que esto, que lo otro…
bueno, no pensé que me iba a tocar una, pero nos tocó.
Algunos estudios oriundos de campos como la psicología y la toma de
decisiones- sugieren que este tipo de dicotomías puede explicarse en términos
de estilos de conocimiento analíticos versus intuitivos, según su cercanía o
distancia con lo que entienden serían las formas típicas del razonamiento
científico (Fuhrer y Cova, 2020). Sin embargo, los estudios CTS han contribuido
a señalar que esa forma típica de razonamiento científico en realidad no sea
tal, por cuanto la diversidad de prácticas al interior de la ciencia dejaría al método
científico, a lo sumo, como un mosaico de heterogeneidades. De modo que esa
distinción tiende a tratar de separar las posiciones entre científicas y no-
científicas más como una forma de clasificarlas que de entender sus
características. Por el contrario, la noción de estilos de pensamiento no supone
a indagar sobre la representación social de la ciencia y su relación con la pandemia. Los
fragmentos de entrevistas que se citan a continuación proceden de allí. Más información sobre
el proyecto puede encontrarse en: http://encrespa.web.unq.edu.ar/
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una clasificación de estilos científicos versus no científicos, sino que implica
identificar patrones culturales de pensamiento que incluyen científicos en las
diversas posiciones en conflicto pero que no se limitan a ellos. En todo caso,
determinar qué estilo de pensamiento aglutina a la mayoría de la comunidad
científica en determinado momento puede resultar de sumo interés, pero ello no
habla de un estilo de pensamiento intrínsecamente científico. Por ejemplo, en las
geociencias el estilo de pensamiento predominante desde al menos 50 años es
el mobilismo, pero anteriormente era el fijismo (Pellegrini, 2019b).
En un trabajo reciente, hemos caracterizado las narrativas conspirativas
en torno al origen del coronavirus como propias de un estilo de pensamiento que
no contempla las contradicciones, que asume así que los grupos de poder son
los únicos con capacidad de agencia, con la capacidad de hacer con el mundo
exactamente lo que quieren; mientras que un agente biológico como un virus que
muta, no sería asumido con una capacidad de actuar y generar efectos reales
por sí mismo, pues sólo existiría en tanto vehículo de una motivación ulterior. A
su vez, esas narrativas suelen ir acompañadas de expresiones que conciben la
pandemia como una fotografía de un instante absoluto, sin fluidez, y asignándole
a las medidas para combatir la pandemia un carácter totalitario. Así, a un estilo
de pensamiento sin contradicciones, sin fluidez y sin relación entre las partes y
el conjunto, se opondría un pensamiento dialéctico, cuyas características pueden
definirse como el inverso de éste (Pellegrini, 2021).
Compartiendo estas premisas del pensamiento dialéctico (en particular, la
de que todo está en continuo cambio, los sistemas biológicos no son estáticos y
deben comprenderse dentro de esa lógica dinámica), muchos virólogos y
epidemiólogos percibieron tempranamente la amenaza del coronavirus. En
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cambio, muchos intelectuales recibieron la noticia de la pandemia dudando el
virus y asumiendo que se trataba de una excusa de los gobiernos para ejercer
un control totalitario sobre la población. Así, la diferencia entre las explicaciones
y teorías que circularon para darle sentido al coronavirus no consistió en la
oposición entre narrativas académicas versus populares, o su proliferación en
medios de comunicación prestigiosos versus redes sociales. Ambos estilos de
pensamiento coexistieron durante la pandemia, y atravesaron esas dicotomías.
Tipos de expertos
Los expertos tuvieron un rol central en la pandemia, en múltiples aspectos:
epidemiólogos asesorando al gobierno, médicos consultados permanentemente
en los medios de comunicación, científicos siendo noticia por sus avances en
tratamientos contra el COVID, entre otros. En base al estudio sobre
representaciones sociales de la pandemia mencionado anteriormente, la
valoración general del rol de los expertos y la ciencia frente a la pandemia en la
Argentina es muy positiva, aunque denotando una idea muy difusa en torno a
qué se entiende por tales términos. Por ejemplo, la mayoría de los entrevistados
considera que los científicos argentinos tuvieron un rol destacado en la lucha
contra la pandemia, aunque no logren recordar ningún logro en particular. A
pesar de esa valoración general muy positiva que rodea a la figura de la ciencia
y los expertos en la lucha contra la pandemia, ha habido conflictos muy álgidos
que involucraron a los expertos, los cuales permiten problematizar su supuesta
identidad homogénea.
Por un lado, frente a los expertos que desde el comienzo de la pandemia
aseguraban que el virus era peligroso y debían tomarse diversas medidas de
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aislamiento y distanciamiento social, o el uso de barbijos, también fueron
surgiendo colectivos de expertos que se pronunciaron en un sentido inverso. Así,
el grupo “Médicos por la Verdad” (que existe en distintos países, no sólo en
Argentina), se manifestó en contra del uso de barbijos y de las medidas de
aislamiento social, incluso relativizó la existencia del virus y puso en duda la
validez de los estudios de detección del mismo. Mientras que el colectivo
“Epidemiólogos Argentinos Metadisciplinarios” se plantó en oposición a los
infectólogos y epidemiólogos que asesoraron al gobierno argentino,
cuestionando desde las medidas sugeridas por éstos hasta la seguridad de las
vacunas.
Por otro lado, la suspensión de las clases presenciales en los colegios se
constituyó también en objeto de debate, y reunió a colectivos de padres que
argumentaban a favor de retomar las clases presenciales. En coincidencia con
ellos, algunos profesionales como pediatras aparecieron en los medios de
comunicación avalando el retorno a las clases presenciales. Por el contrario,
numerosos epidemiólogos insistían en que constituía una actividad que
promovía los contagios.
Todo esto da cuenta de la diversidad de posiciones que pueden
encontrarse sobre un mismo tema incluso entre quienes se denominan
“expertos”. Pero es precisamente aquí donde la sociología de la experticia puede
aportar un análisis útil para la toma de decisiones en situaciones como las
descriptas.
¿Qué tipo de expertos son estos? Quienes participan en colectivos como
el de “Médicos por la Verdad” ponen en duda la información vertida por
epidemiólogos sobre el virus, o cuestionan técnicas de biología molecular como
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la PCR, empleada para la detección del virus. Sin embargo, se trata en general
de médicos cuya especialidad termina estando muy alejada de la virología o la
biología molecular. Esto, en términos de la clasificación de experticia propuesta
por Collins y Evans, supondría que se trata de profesionales que carecen de
experticia (carecen de conocimientos y de experiencia) en relación a aquello
sobre lo que están debatiendo. Es como si un astrónomo debatiera sobre la
mejor forma de comer ensalada. En términos de opiniones, desde luego, todos
son libres de tener una sobre el tema que sea. Pero en términos de experticia,
no es lo mismo quien ha dedicado años a comprender y vivenciar cómo funciona
algo hasta el punto de generar conocimientos sobre ese fenómeno, que quien
simplemente tiene una opinión desde lejos sobre ese asunto. Por otro lado, los
debates sobre la presencialidad de clases en plena pandemia mostraron un
curioso desplazamiento en el orden de los argumentos: padres ansiosos por ver
a sus hijos en las escuelas aparecían en medios de comunicación, a veces
secundados por profesionales como pediatras, argumentando que en las
escuelas no se contagian más y que el virus no es letal en niños. Aquí también
puede verse que, respecto a los argumentos que movilizan, su experticia es más
bien lejana, y que numerosos epidemiólogos consideraban que esos espacios
motorizaban un aumento de contagios y que, más allá de no ser particularmente
letal en niños, el virus encuentra en ellos un medio para continuar propagándose.
Más allá de los motivos que pudieran tener para anhelar que las escuelas
abrieran, eso no necesariamente los transformaba en expertos sobre el virus y
su gravedad.
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Por cierto que esto no pretende cerrar un debate, en rminos de que una
mayor experticia no garantiza una verdad científica ni mucho menos. Pero
constituye un elemento a tener en cuenta para ordenar las posiciones en debate.
A modo de cierre
Los conflictos públicos donde el conocimiento científico tiene un lugar central son
cada vez más notorios. La pandemia de coronavirus es un ejemplo de ello: los
científicos tomaron un papel central por las explicaciones y expectativas que
brindaron, pero también fueron objeto de controversias; las explicaciones sobre
el origen del coronavirus se multiplicaron y, aunque movilizaron conocimientos y
argumentos de diversa índole, no llegaron a un acuerdo. Los estudios CTS
pueden aportar distintos análisis que echen luz sobre estos conflictos. En
particular, aquí hemos recurrido a la noción de estilos de pensamiento y a la
sociología de la experticia para mostrar que, en definitiva, es posible encontrar
un ordenamiento analítico en el caos de discursos y voces que intervienen en
estos debates. Así, ante la diversidad de escenarios actuales donde la ciencia
es objeto de conflicto y que presumiblemente continuarán multiplicándose en el
futuro en su estudio podemos emplear herramientas analíticas como las aquí
mencionadas para entender por qué se producen desacuerdos, quiénes son los
actores sociales que debaten, así como también disponer de insumos para saber
cómo tomar decisiones en el campo inestable de esos conflictos.
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