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Revista Redes 55 – ISSN 1851-7072
las mujeres como inferiores en el marco de un sistema antropocéntrico y patriarcal.
Frente a esto, desde un posicionamiento sumamente político, los estudios feministas
han construido una perspectiva teórica que cuestiona la existencia de roles
biológicamente determinados, mostrando las desigualdades en la asignación social
de estos roles, con el objetivo de erradicar estas desigualdades (Beauvoir, 1987,
Millet, 1969, Rubín, 1986, Scott, 1986, Butler, 2006, 2007, Bellucci, 1993, Lagarde,
2001, Federici, 2004, 2018, Tarducci, y Rifkin, 2010, Barrancos, 2023, entre otres).
En la ciencia, los estudios de género han mostrado cómo en las distintas
disciplinas existe un sesgo androcéntrico que presenta los análisis y las
investigaciones desde el punto de vista masculino, generalizando las conclusiones,
sin atender a las desigualdades de género que repercuten concretamente en la vida
cotidiana de las mujeres que hacemos ciencia (menores oportunidades educativas y
laborales, trabajos precarios, doble o triple jornada laboral, exclusión de los espacios
de poder y toma de decisiones, etc.).
Dentro de este marco general, los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Género
buscan poner fin al sexismo y androcentrismo presentes en la práctica científica (Fox
Keller, 1985; Harding, 1986; Sørensen, 1992; Haraway, 1995; Cowan, 1983; Maffia,
2007, 2012; Ottinger, 2013; Pérez Bustos y Márquez, 2016; Daza-Caicedo, 2016;
Flores Espínola, 2016; Suárez Tomé, 2016; Maffía y Suárez Tomé, 2021, entre otres).
Más allá de sus heterogeneidades, estos estudios reconocen un pasado común en la
segunda ola feminista de las décadas del 60 y 70 (González García, 2001) y parten
de preguntarse sobre las consecuencias de la exclusión de las mujeres al momento
de pensar los contenidos y las prácticas científico-tecnológicas, pasando de
interesarse en “la cuestión de la mujer en la ciencia” por “la cuestión de la ciencia en
el feminismo” (Sandra Harding en González García, 2017).