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DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re55.164
Dossier: Género, feminismos e innovación para el
desarrollo. Reflexiones desde interseccionalidades
situadas
Florencia Trentini*
Paula Juarez**
Patricia Sepúlveda***
Género, Ciencia y Tecnología: de dónde venimos
El presente dossier es un proyecto colectivo y colaborativo, no sólo entre quienes
escribimos en él, sino de quienes escribieron antes que nosotras para poner en
discusión la relación entre Género-Ciencia-Tecnología. Este campo de investigación
puede remontarse a la pregunta de Alice Rossi (1965): ¿por qué tan pocas?
Interrogante con el que buscaba abordar un problema que ya entonces no era nuevo,
sino tan antiguo como la misma ciencia. Así surgen dentro de los Estudios sobre la
Ciencia, la Tecnología y la Sociedad (CTS) los estudios centrados en el género (CTG).
Como muestran Marta González y Natalia Fernández Jimeno (2016), es recién en los
* IESCT UNQ - CIC - BA / CONICET. Correo electrónico: flortrentini@gmail.com
** IESCT UNQ - CIC - BA. Correo electrónico: paula.juarez@unq.edu.ar
*** UNQ. Correo electrónico: pgsepulveda@unq.edu.ar
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años 60 del siglo pasado que la “ausencia” de mujeres en la producción de
conocimiento científico empieza a tomarse como un tema a estudiar. Siguiendo a
estas autoras podemos ver que estos estudios han documentado las transformaciones
feministas que ha sufrido la práctica científico-tecnológica y han permitido una mayor
comprensión de la ciencia y la tecnología, de sus procesos de producción, de la
relación con la sociedad y con el poder, mostrando cómo las teorías científicas o los
diseños tecnológicos pueden reflejar, perpetuar y hasta reforzar desigualdades de
género.
Como plantea Diana Maffia, las concepciones del conocimiento, los temas y los
métodos de investigación en el campo de la ciencia y la tecnología han sido los
legitimados por la modernidad europea, desvalorizando, invisibilizando o segregando
aquellos conocimientos, temas y métodos que se producen en el seno de
comunidades diversas, como los pueblos originarios y los afrodescendientes, por
ejemplo. Así, esta autora señala que en este mismo proceso las propias mujeres
hemos sido históricamente consideradas como productoras de saberes “no científicos”
por estar destinados a usos “domésticos”, como la alimentación, la cosmética o la
atención del parto (Maffia, 2012: 139). Este proceso de exclusión y segregación se ha
sostenido en la división moderna entre cultura y naturaleza, en la que la primera
controla a la segunda, así como lo hará la razón por sobre la emoción, la mente por
sobre el cuerpo, y el varón -racional y pensante- por sobre la mujer -emotiva e
irracional.
Desde la epistemología feminista se ha señalado cómo el “polo feminizado”
corresponde a la naturaleza, la emoción y el cuerpo, que es controlado, protegido o
explotado por el “polo masculinizado” (Plumwood, 1993). De esta manera, las
diferencias psico-biológicas entre varones y mujeres fueron construidas como algo
“natural” estableciendo estereotipos de género que históricamente han posicionado a
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las mujeres como inferiores en el marco de un sistema antropocéntrico y patriarcal.
Frente a esto, desde un posicionamiento sumamente político, los estudios feministas
han construido una perspectiva teórica que cuestiona la existencia de roles
biológicamente determinados, mostrando las desigualdades en la asignación social
de estos roles, con el objetivo de erradicar estas desigualdades (Beauvoir, 1987,
Millet, 1969, Rubín, 1986, Scott, 1986, Butler, 2006, 2007, Bellucci, 1993, Lagarde,
2001, Federici, 2004, 2018, Tarducci, y Rifkin, 2010, Barrancos, 2023, entre otres).
En la ciencia, los estudios de género han mostrado cómo en las distintas
disciplinas existe un sesgo androcéntrico que presenta los análisis y las
investigaciones desde el punto de vista masculino, generalizando las conclusiones,
sin atender a las desigualdades de género que repercuten concretamente en la vida
cotidiana de las mujeres que hacemos ciencia (menores oportunidades educativas y
laborales, trabajos precarios, doble o triple jornada laboral, exclusión de los espacios
de poder y toma de decisiones, etc.).
Dentro de este marco general, los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Género
buscan poner fin al sexismo y androcentrismo presentes en la práctica científica (Fox
Keller, 1985; Harding, 1986; Sørensen, 1992; Haraway, 1995; Cowan, 1983; Maffia,
2007, 2012; Ottinger, 2013; Pérez Bustos y Márquez, 2016; Daza-Caicedo, 2016;
Flores Espínola, 2016; Suárez Tomé, 2016; Maffía y Suárez Tomé, 2021, entre otres).
Más allá de sus heterogeneidades, estos estudios reconocen un pasado común en la
segunda ola feminista de las décadas del 60 y 70 (González García, 2001) y parten
de preguntarse sobre las consecuencias de la exclusión de las mujeres al momento
de pensar los contenidos y las prácticas científico-tecnológicas, pasando de
interesarse en “la cuestión de la mujer en la ciencia” por “la cuestión de la ciencia en
el feminismo” (Sandra Harding en González García, 2017).
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A los fines del presente dossier nos interesa retomar propuestas que han
atendido a la co-producción entre tecnología, ciencia y sociedad, particularmente
analizando cómo los estereotipos de género actúan sobre el diseño de productos (y
proyectos) de ciencia y tecnología, y cómo éstos -a la vez- refuerzan estos
estereotipos (Wacjman, 1991; Rommes, 2000; van Oost, 2003; Sanz, 2016; Pérez
Bustos, 2017; entre otres). Como muestra Verónica Sanz para el caso del diseño de
software, pensar en “usuarias específicas” asume preconcepciones generizadas que
pasan a formar parte de los propios sistemas tecnológicos (cómo asumir que las
mujeres no tienen destreza en el manejo de la tecnología), perpetuando estereotipos
sociales de género, mientras que pensar en un “diseño para todo el mundo” presupone
generalmente usuarios masculinos, universalizando intereses y conductas poco
pensadas para las necesidades de las mujeres (en González y Fernández Jimeno,
2016). Ejemplos como estos muestran la importancia de visibilizar las desigualdades
en la producción de ciencia y tecnología. Estas desigualdades operan en nuestro
trabajo en los territorios, en la definición de los temas/problemas de investigación, en
el acceso a cargos dentro de los institutos y universidades, en los sistemas de
evaluación, en el diseño de tecnologías de producto, proceso y organización, en la
construcción de les usuaries y/o destinataries de nuestros proyectos, etc.
Como han mostrado estudios previos, la ausencia de mujeres en algunas
disciplinas científicas o en algunos temas y/o proyectos tiene importantes
consecuencias para la producción CTI (Ciencia, Tecnología e Innovación). No da lo
mismo que solo 1 de cada 10 investigadoras se dediquen a las ingenierías y
tecnologías; que el porcentaje de mujeres en puestos de investigación en el CONICET
disminuya cuando se analizan los cargos jerárquicos; que las mujeres ocupen sólo 3
de cada 10 puestos directivos en los organismos de CYT; que la producción de
investigadoras mujeres sea menor en las revistas de mayor calidad y visibilidad
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internacional indexadas en Scopus (para 2021 la producción de varones era superior
en 6, 2 puntos porcentuales a las de las mujeres).1 La menor presencia de mujeres o
la casi falta de ellas en algunas disciplinas o cargos, impide que sus aportes, producto
de experiencias particulares, sean tenidos en cuenta y construye comunidades
científicas genéricamente homogéneas que pueden perder de vista la complejidad del
análisis. Después de todo, nuestra capacidad de atender a ciertos problemas (y en
consecuencia de pensar posibles soluciones) está fuertemente vinculada a nuestras
experiencias de vida, a las opresiones y violencias que sufrimos, y también a los
privilegios que tenemos.
Como sostiene Dora Barrancos, la historia de la ciencia y la tecnología se fue
escribiendo con “omisiones abyectas”2, no reconociendo de la misma manera las
contribuciones decisivas de las mujeres que las de los varones. Esto responde a una
visión androcéntrica de la ciencia en donde los hombres son el “sujeto de referencia
en el mundo” y en consecuencia lo son sus necesidades, sus interpretaciones de los
problemas y sus expectativas, todo mediado por experiencias particulares de vida en
un mundo patriarcal.
Esta falta de heterogeneidad se profundiza si además de las mujeres
pensamos en la presencia de diversidades sexo-genéricas en los institutos de
investigación, en los cargos jerárquicos o aun en la posibilidad de acceder a las
universidades. Se debe tener en cuenta que, según el Primer Relevamiento Nacional
de Condiciones de Vida de la Diversidad Sexual y Genérica en la Argentina3, casi 4
1 Los datos surgen del informe “Diagnóstico sobre la situación de las mujeres en ciencia y tecnología
2023” del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MINCYT, 2023).
2 https://unciencia.unc.edu.ar/genero/dora-barrancos-la-ciencia-occidental-tiene-un-fuerte-sesgo-de-
genero/
3 https://censodiversidad.ar/
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de cada 10 varones o masculinidades trans señalaron haber vivido situaciones de
agresión o discriminación por parte del profesorado, personal administrativo o
directives de una institución educativa. El porcentaje asciende a más del 26% para
feminidades o mujeres travesti/trans y para no binaries.
La epistemóloga feminista Donna Haraway (1995) plantea la imposibilidad de
entender el conocimiento de la realidad a través de una objetividad entendida desde
un imperativo neutro que es a la vez masculino, blanco, desencarnado y trascendente.
Propone, en cambio, hacerse cargo de la subjetividad de quien investiga, asumiendo
que no hay conocimiento neutro. La objetividad feminista, entonces, supone
conocimientos situados e implica entender su producción como una situación
atravesada por relaciones de poder localizada en contextos sociales, geográficos,
políticos e históricos. Así Haraway señala la necesidad de aprender en nuestros
cuerpos, con nuestros colores, con nuestros posicionamientos políticos y teóricos para
nombrar donde estamos y dónde no, en dimensiones de espacio mental y físico que
difícilmente sabemos cómo nombrar. La objetividad feminista trata de la localización
limitada y del conocimiento situado, no de la trascendencia y el desdoblamiento del
sujeto y el objeto científico androcentrado (1995: 327).
La ausencia de perspectiva de género y diversidad lleva a una construcción
androcéntrica de los problemas. Cuando pensamos en problemas “universales” que
dejan de lado lo situado, cuando construimos los problemas desde una mirada experta
o académica, pensamos en problemas que son neutros, objetivos y homogéneos.
Desde estas miradas, les destinataries son pensados generalmente en masculino
(salvo que se esté trabajando un problema que apunte específica y explícitamente a
mujeres y/o diversidades), sin tener en cuenta las relaciones de poder que juegan al
interior y entre los distintos colectivos, principalmente las relaciones de desigualdad
de género. Y en esto también es importante no asimilar género a “mujer”, y peor aún
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a una mujer que necesita ser asistida o salvada por el saber experto de la academia
o las ONG (Trentini, 2022).
Y hacia dónde vamos: nuestra propuesta situada
Cuando iniciamos a pensar este dossier nos interesaba abordar las tecnologías,
entendidas como producto, como proceso o como organización, desde una
perspectiva de género y/o feminista que buscara atender y analizar las múltiples
dimensiones y desigualdades presentes en el diseño, producción y apropiación de
éstas, aportando a pensar los procesos de innovación desde su carácter social,
político y situado. Partíamos de preguntarnos, ¿Cómo las relaciones de género son
consideradas en los procesos de desarrollo y en el diseño de tecnologías? ¿Cómo
opera al momento de pensar a les usuaries? ¿Cómo incide el género en los procesos
de construcción y de apropiación de conocimientos? ¿Cómo se reproducen o disputan
los estereotipos de género al momento de producir conocimientos y tecnologías?
¿Cuál es la relación entre la producción de conocimientos y tecnologías y la
producción de identidades sexo-genéricas hegemónicas y disidentes?
Entendemos que este interés deviene fundamental en un contexto donde la
relación entre Ciencia, Tecnología, Innovación y Género es un tema central tanto en
el campo académico, como en el diseño e implementación de políticas públicas, y es
también un eje de intervención prioritaria de los movimientos sociales, de las
organizaciones no gubernamentales (ONG) y de los organismos multilaterales de
crédito.
Lejos de entender “la innovación” como algo neutral que automáticamente
genera mejoras en las vidas de todes, entendemos que la misma es un aspecto
fundamental del desarrollo y desempeña un rol clave en las dinámicas de inclusión
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social y sustentabilidad ambiental, por lo tanto es necesario visibilizar y analizar cómo
la misma puede contribuir a promover cambios estructurales que permitan revertir
desigualdades de género para las mujeres o disidencias sexo-genéricas, o por el
contrario puede perpetuar y/o profundizar estas desigualdades (Thomas y Juarez,
2020; Thomas, Juarez y Picabea, 2015; Thomas, 2011). En general, desde el sistema
de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), se trabaja la producción de conocimientos
y tecnologías desde nociones de neutralidad valorativa, desde determinismos
tecnológicos y/o sociales, con una mirada puntual, lineal y artefactual. Frente a esto,
uno de nuestros primeros objetivos con el presente dossier es romper con miradas
tecno-optimistas neutrales que entienden que la innovación tecnológica traerá
aparejada autonomías, libertades y equidades para las mujeres y diversidades. Sin
dudas algunos electrodomésticos, algunas tecnologías de acceso a agua o algunas
tecnologías reproductivas (y no reproductivas) -por nombrar sólo algunos casos- han
brindado a estos colectivos posibilidades liberadoras, han colaborado en facilitar la
realización de los trabajos de cuidado y han permitido mayor tiempo libre disponible
para otras tareas y actividades. No obstante, como muestran la mayoría de los
trabajos de este dossier, las múltiples desigualdades y opresiones no han sido
resueltas por el acceso a tecnologías puntuales, y más importante aún, estas
tecnologías lejos de ser neutrales al género deben ser pensadas de manera situada e
histórica. Entonces, si toda tecnología es social y toda sociedad es tecnológica, los
procesos de inclusión (y exclusión) social y los procesos de igualdad (y desigualdad)
de género no se encuentran al margen de la innovación tecnológica. Los procesos de
desarrollo de tecnologías (de producto, proceso y organización) incorporan
estereotipos y roles de género que han sido construidos histórica y socialmente.
De acuerdo con los desarrollos conceptuales realizados desde hace más de
una década por el equipo de investigación que integramos dos de las coordinadoras
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de este dossier (Thomas, 2011), definimos a las Tecnologías para el Desarrollo
Inclusivo Sustentable (TEDIS) como formas de diseñar, desarrollar, implementar y
gestionar tecnologías, orientadas a resolver problemas sociales y/o ambientales,
mediante la generación de dinámicas sociales y económicas de inclusión social y
desarrollo sustentable. Pueden caracterizarse como iniciativas que promueven
nuevas formas de construcción de conocimientos, de prácticas y estrategias de
intervención. En particular a través de la concepción de las tecnologías como bienes
públicos, la recuperación de los conocimientos tradicionales/locales, la participacn
de les usuaries en el diseño y gestión de las tecnologías, la ciudadanía socio-técnica,
en tanto acciones destinadas a: igualar derechos, dignificar las condiciones de
existencia humana, generar nuevos espacios de libertad y mejorar la calidad de vida
(Thomas y Juarez, 2020). Esto implica dejar de pensar la producción de conocimientos
CTI desde miradas puntuales, ofertistas y artefactuales y pasar a trabajar en clave de
lo que conceptualizamos como Sistemas Tecnológicos Sociales (STS), formas de
pensar, diseñar, implementar y evaluar sistemas socio-técnicos orientados a generar
dinámicas sistémicas, integrales de desarrollo inclusivo y sustentable.
En el marco de esta propuesta, pensar desde una perspectiva de género
transversal nos permite problematizar dinámicas de los distintos territorios en los que
trabajamos, y uno de estos territorios es la academia y el sistema científico-
tecnológico, que no debería pensarse como algo aislado, pero en la práctica, el sentido
común hace que se jerarquice como el espacio legítimo y válido para la producción de
conocimiento y vuelve a quienes lo producen y portan como sujetes superiores al
entramado de actores y actrices que habitan los distintos territorios. Nosotres
queremos romper con esta asimetría entre conocimientos, que conduce
indefectiblemente a injusticias epistémicas (Fricker, 2007; Ottinger, 2013; Carenzo y
Trentini, 2020). Nuevas conceptualizaciones permiten hoy concebir nuevas políticas
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de Ciencia, Tecnología, Innovación y Desarrollo y nuevas estrategias institucionales.
Desde esta perspectiva del campo de las TEDIS, las nuevas concepciones se vinculan
–en tanto Sistemas Tecnológicos Sociales- a la generación de capacidades de
resolución de problemas sistémicos, antes que a la resolución de ficits puntuales.
Superan las limitaciones de concepciones lineales en términos de transferencia y
difusión mediante la percepción de dinámicas de integración en sistemas socio-
técnicos y procesos de re-significación de tecnologías, apuntando a la generación de
dinámicas locales de producción, cambio tecnológico e innovación socio-técnicamente
adecuadas.
No obstante, aún con más de una década de desarrollo teórico-metodológico,
la perspectiva de género dentro de nuestra propuesta de análisis socio-técnico aun es
incipiente y nos encontramos en proceso de construcción de la misma a partir de
diálogos e intercambios con distintas teorías y experiencias. El presente dossier es
parte de este recorrido de hacer y pensar con otras.
En este marco, la mirada interseccional, surgida en el seno de los feminismos
negros norteamericanos y retomada por los feminismos latinoamericanos,
comunitarios e indígenas del Abya Yala (Viveros Vigoya, 2016), nos ha permitido
repensar la relación entre Género-Tecnología-Desarrollo. Como sugiere Hancock
(2007), el concepto de “interseccionalidad” refiere tanto a un argumento teórico como
a un enfoque para realizar investigaciones empíricas que se concentran en la
interconexión de categorías de diferencia (raza, etnia, género, clase, orientación
sexual, nacionalidad, edad, entre otras). En tanto enfoque interdisciplinario, la
interseccionalidad considera la interacción entre estas categorías “como estructuras
organizativas de la sociedad, reconociendo que estos componentes clave influyen en
el acceso político, la igualdad y el potencial para cualquier forma de justicia” (Hancock,
2007: 64). Al abordar el diseño e implementación de tecnologías, una mirada
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interseccional nos permite atender a cómo se retoman las desigualdades que
experimentan los distintos grupos con los que trabajamos, y cómo las mismas
producen subjetividades y experiencias de vida particulares. La interseccionalidad
muestra que no debemos pensar en una suma de opresiones (o privilegios), sino que
las múltiples formas de opresión se entretejen -utilizando la metáfora de María
Lugones [intermeshing] (Abellón, 2014)- dando lugar a particulares construcciones
identitarias que producen particulares experiencias de opresión, que son encarnadas
y situadas. Como sostiene Viveros Vigoya,
(…) la apuesta de la interseccionalidad consiste en aprehender las relaciones sociales
como construcciones simultáneas en distintos órdenes, de clase, género y raza, y en
diferentes configuraciones históricas que forman lo que Candace West y Sarah
Fentersmaker llaman realizaciones situadas”, es decir, contextos en los cuales las
interacciones de las categorías de raza, clase y género actualizan dichas categorías y les
confieren su significado. Estos contextos permiten dar cuenta no solo de la
consustancialidad de las relaciones sociales en cuestión, sino también de las posibilidades
que tienen los agentes sociales de extender o reducir una faceta particular de su identidad,
de la cual deban dar cuenta en un contexto determinado” (2016: 12).
Tanto esta autora, como Nira Yuval-Davis (2017), abogan por la necesidad de pensar
desde un enfoque interseccional situado, localizado y contextualizado. En este
sentido, la innovación tecnológica mirada sólo a partir de una perspectiva de género
dejaría de lado otros factores que se intersectan, cruzan y entretejen y que deben ser
tenidos en cuenta al momento de pensar soluciones integrales y sistémicas. Así, el
concepto de Sistema Tecnológico Social e interseccionalidad juegan en tándem para
abordar sistémicamente los problemas y las soluciones socio-técnicas de desarrollo y
proponer cambios a la política y el sistema CTI. Pensar el diseño e implementación de
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tecnologías desde interseccionalidades situadas permite atender -de forma contextual
e histórica- a cómo se han generado esas desigualdades, opresiones y violencias y
cómo se entretejen con otras, pero sobre todo permite reconocer la experiencia y los
conocimientos de las personas o grupos que son definidos como “usuaries” o
“destinataries” de estas tecnologías.
Género-Tecnología-Innovación desde interseccionalidades
situadas
En las siguientes páginas encontrarán análisis que reflexionan, a partir de distintas
investigaciones empíricas, análisis de casos, y/o reflexiones teóricas y metodológicas
sobre distintos cruces entre género, tecnología e innovación en función de una serie
de ejes que trazamos para organizar este primer dossier.
Los artículos del primer eje nos invitan a repensar la relación entre género,
innovación y trabajo. El trabajo de Zayra Yadira Morales Díaz e Irma Lorena Acosta
Reveles, “Fronteras y horizontes del debate feminista sobre el trabajo reproductivo”,
busca aportar al campo de las reflexiones feministas sobre la economía, interrogando
especialmente los alcances de las categorías de “trabajo reproductivo” y “de
cuidados”. Asimismo, incorpora una reflexión epistemológica acerca de las
implicancias de incluir una mirada feminista de la ciencia, deteniéndose
específicamente en el modo en que esta mirada aporta a pensar la economía. Propone
un abordaje comparativo de dos de las líneas heterodoxas de la economía feminista:
la economía feminista marxista y la economía feminista de la ruptura. Su intención es
esclarecer la vigencia del concepto de trabajo reproductivo, reflexionando sobre los
límites y potencialidades con respecto a otras categorías como la de trabajo de
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cuidados. Así, el interrogante general que organiza el artículo refiere a si es necesario
una ampliación de perspectiva con respecto a los postulados fundacionales de la
economía feminista, trascendiendo la mirada respecto a los procesos de reproducción
de fuerza de trabajo para incluir una perspectiva más amplia centrada en los cuidados
que se realizan no solo en los hogares, sino también fuera de ellos y en algunos casos
bajo formas remuneradas.
Por su parte, Lucila Dughera y Lila Pagola en su trabajo “Brecha digital de
género, educación no formal y empleabilidad en el sector software y servicios
informáticos: reflexiones en torno al dispositivo pedagógico en cursos en
programación”, abordan el vínculo entre educación no formal y trabajo considerando
a un sector paradigmático en el uso de tecnologías, como lo es el sector informático.
Parten de considerar que el sector software y servicios informáticos (SSI) presenta un
crecimiento sostenido -aún en momentos de recesión-, pero tanto en sus procesos
productivos como en carreras afines la participación de mujeres e identidades de
género diversas resulta escasa. A partir de una metodología cualitativa, basada en la
observación de clases y grupos focales, reflexionan sobre cómo los dispositivos
pedagógicos que estructuran los cursos en programación y empleabilidad contemplan
e incorporan el tratamiento de esta brecha y ofrecen un conjunto de propuestas de
intervención para reducirla.
El segundo eje nos permite abordar la relación tecnología-usuaries. En el artículo
“La construcción social del misoprostol en el laboratorio: de su inscripción como
protector gástrico a su reconstrucción como fármaco abortivo”, Natacha Mateo realiza
un interesante aporte a una temática de la salud pública de gran actualidad,
enmarcada fundamentalmente en el análisis de la trayectoria socio-técnica de un
artefacto farmacológico el cual es analizado en término de dos usos diferentes. A partir
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de un minucioso análisis de fuentes secundarias muestra cómo uno de estos usos
está respaldado por las indicaciones del medicamento, las que son producto de su
desarrollo, invención, producción, registro y uso, considerado como “buen uso”.
Mientras el otro uso se basa en las contraindicaciones surgidas del mismo ciclo,
considerado como “mal uso”. Así, a partir del análisis de caso de Brasil muestra cómo
las mujeres brasileñas reconstruyeron las contraindicaciones del misoprostol al
utilizarlo como un método abortivo.
En esta misma línea, Luciana Muscio, Eugenia Muzi y Edurne Battista en “Detrás
de la cocina. Género, tecnología e investigación transdisciplinaria en un proyecto de
intervención en el monte santiagueño, Argentina”, buscan describir y analizar el
desarrollo de un proyecto de intervención, en diálogo con un proyecto de investigación
transdiciplinaria vinculado al desarrollo de una tecnología de inclusión social con
perspectiva de género: acceso a cocinas a leña mejoradas en comunidades
campesinas del monte nativo. A lo largo del trabajo muestran el desafío que implicó
convertir un proyecto transferencista en un proceso de desarrollo tecnológico para la
inclusión social que pensara en un artefacto abierto a modificaciones en el diseño a
partir de su uso y de la funcionalidad que las mujeres han dado a esta cocina.
En el artículo “Efecto mapa”: Los sistemas de información geográfica como parte
de la estrategia de reducción de las inequidades en el acceso al aborto en la Provincia
de Buenos Aires”, también desde una experiencia de gestión pública, Sabrina Balaña,
Agostina Finielli, Sharon Josif, Andrea Paz, Carlota Ramírez, Paula Sebastián y
Camila Stimbaum presentan una contribución interesante en relación al uso de un
Sistema de Información Geográfica (SIG) y el cruce con datos epidemiológicos a través
de una experiencia que permite reducir inequidades. En este sentido, el trabajo se
propone presentar cómo pueden ser utilizados los mapas de la red de aborto de la
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provincia de Buenos Aires como parte de una estrategia sanitaria integral de reducción
de inequidades en salud y para garantizar y ampliar el acceso al aborto en el territorio
bonaerense. Lo interesante es cómo en el proceso de uso de esta tecnología se dio
lo que las autoras denominan “efecto mapa”: personas en lugares de decisión política
que querían incorporarse al mapa provincial, equipos de salud que se sintieron parte
de una red colectiva, y mayor accesibilidad para las personas que deciden realizar un
aborto.
Cerrando este eje, el artículo “Ciência, gênero e autorrepresentação. Estudo da
hashtag #mulheresnaciencia no Instagram” de Amanda Rezende Lopes, Tatiane Leal
y Luisa Massarani plantea un tema actual y de interés científico y académico que tiene
que ver con el cruce entre ciencia, redes, medios y perspectiva de género. El trabajo
muestra cómo las mujeres científicas en Brasil se apropiaron de recursos tecnológicos
en tanto sujetos agenciantes en el campo de la ciencia y la tecnología y mediante el
uso del hashtag #mulheresnaciencia en Instagram favorecieron la circulación de
representaciones de las mujeres en la ciencia desde perspectivas plurales,
contribuyendo a combatir y desarmar los estereotipos construidos sobre ellas.
Un tercer y último eje del dossier aborda la producción de conocimientos desde
los feminismos comunitarios e indígenas. En el trabajo “Feminismos del sur: prácticas
de resistencia de los feminismos comunitarios e indígenas”, Mariana Alvarado
sistematiza los planteos de los feminismos del sur y plantea la discusión interna entre
los feminismos sobre un patriarcado ancestral. Parte de mostrar que el campo del
saber científico se constituyó desde una lógica moderna y eurocéntrica que excluyó a
las mujeres indígenas en tanto productoras de conocimiento y a partir de esto presenta
la propuesta de la epistemología del sur, atendiendo especialmente a la subversión
epistemológica que anima los sentipensares de Lorena Cabnal y Aura Cumes, para
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comprender la configuración de los sistemas de opresión que atraviesan a las mujeres
en Abya Yala.
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