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DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re54.146
Coproducir (en) diferencia: Éticas de colaboración
entre científicos, cazadores y especies invasoras
Mara Dicenta Vilker*
Resumen
A través de experiencias etnográficas en el manejo de especies invasoras, este
artículo explora los retos de la colaboración y la coproducción de conocimientos
entre cazadores, científicos, y guardaparques. Se examinan tres casos: una
controversia en torno a la clasificación de especies nativas e invasoras, la formación
de grupos de investigación sobre invasiones en el Centro Austral de Investigaciones
Científicas de Ushuaia, y un plan de comanejo en el Palmar de Entre Ríos que
incluyó a cazadores furtivos. El análisis muestra estrategias de colaboración
diferentes, subrayándose aquéllas practicas por las que, además de favorecer la
inclusión y fortalecer la objetividad y la eficiencia de los proyectos, se generaron
también instancias de justicia y reparación entre actores históricamente separados,
racializados, y jerarquizados. Conversando con los cazadores que no sólo querían
cazar, propongo la idea de “re-colectar”, o una ética de colaboración que permite
atender a la alteridad y la justicia social en la producción colectiva de conocimientos,
objetividades, y eficiencias.
* Institute for Integrative Conservation, William & Mary University, Virginia, Estados Unidos. Correo
electrónico: <mdicenta@wm.edu>
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Revista Redes 54 – ISSN 1851-7072
Palabras clave
COPRODUCCIÓN INVASIONES BIOLÓGICAS COMANEJO CONSERVACIÓN PLURALISMO
DIFERENCIA
Introducción: El Primer Encuentro Nacional de Especies
Exóticas Invasoras en Buenos Aires
En abril de 2019 asistí al “Primer Encuentro Nacional sobre gestión y manejo de
Especies Exóticas Invasoras” en Buenos Aires. Financiado por el Fondo para el
Medio Ambiente Mundial (FMAM), el encuentro tuvo lugar en el hotel NH cerca de la
Plaza de Mayo. El objetivo, congregar a expertos de todo el país para el intercambio
de experiencias y la toma de decisiones, con la participación del secretario de
Política Ambiental en Recursos Naturales y el representante argentino de la FAO.
Al entrar al amplio y oscuro salón encontramos filas de mesas cubiertas por
manteles blancos y aguas individuales en botellas de vidrio. Al frente se elevaba un
escenario con cortinas gruesas y un proyector. Nos sentamos formando grupos
distintivos sin pensar: algunos de traje caro y zapatos brillantes, otros con ropa de
marcas de montaña, otros con jeans gastados por el tiempo, y otros más jóvenes
con notado esfuerzo en la elección de la ropa acompañada por unas Topper. Entre
ponencias, los empleados del hotel llenaban y vaciaban mesas con delicadas
medialunas y cafés hervidos, sándwiches, canapés, y bebidas. Varios nos
mostramos tímidos sin saber muy bien el objetivo y la audiencia del congreso. A
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muchos nos había llegado un mensaje de correo electrónico sobre el evento, cuatro
días antes, por parte de alguien conocido. Otros se preguntaban por qué no había
circulado el evento o porqué faltaban muchos de los que debían estar.
Durante el tercer día, ocuparon el centro las ardillas de vientre colorado y su
manejo en Luján, los visones en el Parque Nacional Los Glaciares, los jabalíes en El
Palmar, y los castores y los perros asilvestrados en Tierra del Fuego. La centralidad
de los castores reflejaba el impulso de los fondos del FMAM, que habían financiado
dos proyectos para evaluar la erradicación del castor en Tierra del Fuego: 18
millones de dólares para el proyecto argentino (2012)1 y ocho para el chileno
(2014).2 Respondiendo a las enseñanzas de los proyectos piloto para erradicar a la
especie, se presentaron estrategias de comunicación y de generación de
capacidades. Faltó, sin embargo, la experiencia y participación de otros actores
además de científicos y gestores, incluyendo la de los cazadores y tramperos. Su
1 Proyecto GEFGCP/ARG/023/GFFFortalecimiento de la Gobernanza para la protección de la
biodiversidad mediante la formulación e implementación de la estrategia nacional sobre especies
exóticas invasoras (ENEEI) / Strengthening of Governance for the Protection of Biodiversity through the
Formulation and Implementation of the National Strategy on Invasive Alien Species (NSIAS)”, Global
Environmental Facility, 2012, https://www.thegef.org/project/strengthening-governance-protection-
biodiversity-through-formulation-and-implementation
2 Proyecto Fortalecimiento y desarrollo de instrumentos para el manejo, prevención y control del
castor (Castor canadensis), una especie exótica invasora en la Patagonia chilena. Strengthening and
Development of Instruments for the Management, Prevention and Control of Beaver (Castor
Canadensis), an Invasive Alien Species in the Chilean Patagonia,” Global Environmental Facility,
2014, https://www.thegef.org/project/strengthening-and-development-instruments-management-
prevention-and-control-beaver-castor
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ausencia no me sorprendió; durante mi trabajo de campo en Tierra del Fuego
aprendí que, con la llegada de fondos y actores para el medio ambiente global, los
cazadores y tramperos locales devinieron en no expertos, no racionales, y poco
obedientes. En palabras de uno de los expertos:
Los cazadores tradicionales están acostumbrados a la lógica del rendimiento, o sea
salen y van a cazar y quieren volver con dos animales, tres, cinco. El día que vuelvo con
cinco castores me fue mejor que el día que vuelvo con uno. Pero en realidad, para
erradicar, el éxito está cuando el cazador va y me dice “conseguí diez,” al día siguiente
viene con cinco, y después durante dos semanas va y vuelve con cero. Quiere decir que
limpió. Pero esa lógica para un cazador es muy difícil de obedecer (comunicación
personal, 2019).
Este choque de lógicas entre cazadores y biólogos, detallado en el Caso 2 de este
artículo, refleja los conflictos que generó en Tierra del Fuego la conservación de la
biodiversidad global. Desde la década de 1980, se había controlado la población de
los castores a través de incentivos para la caza y la industrialización de pieles y
carne. Desde la década de 2000, la erradicación para la conservación de
ecosistemas nativos trajo otras lógicas de domesticación de la naturaleza, así como
de los pobladores locales. La voz ausente de los cazadores, como si no tuvieran
nada que aportar, se alineaba también con las estrategias de comunicación sobre
Especies Exóticas Invasoras (EEI) presentadas en el encuentro de Buenos Aires: no
demonizar a las EEI pero tampoco presentarlas como carismáticas; enfatizar el daño
ambiental pero no difundir las prácticas de captura y muerte animal. Para evitar lo
que mis entrevistados llamaban “ruido”, o conflictos con agrupaciones animalistas,
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se sugería introducir todo lo relacionado con la captura y muerte del castor en esa
caja negra.
Sí me sorprendí cuando vi subir al escenario a una mujer y tres hombres de
aspecto particular. Dos llevaban un sombrero de alas cortas, pantalón oscuro, y
camisa blanca con insignias: eran guardaparques. El otro, corpulento y con remera
azul y jeans, era un cazador. Juntos, presentaron el proyecto de control de
mamíferos exóticos, incluido el jabalí, en el Parque Nacional El Palmar (Entre Ríos).
Por turnos, presentaron datos ecológicos, biológico-evolutivos, y de monitoreo de
especies. El ponente cazador presentó también diapositivas, incluyendo datos de
construcción de apostaderos, de vigilancia, caza y recogida de los animales, así
como de contribuciones sociales: los animales válidos para comer los donaban a los
comedores de los colegios de la zona.
El giro colaborativo: Objetividad fuerte y reparación
Desde los estudios críticos de la conservación se ha mostrado la larga historia de
control, desplazamiento, silenciamiento, y criminalización de los cazadores en
proyectos de parques y de conservación de la naturaleza (Jacoby, 2014; Nadasdy,
2011; Rasmussen, 2019). Por otro lado, los estudios CTS han dado cuenta de los
conflictos y asimetrías cuando expertos y legos colaboran. En este grupo, unos
enfatizan la multiplicidad de conocimientos argumentando que ciertos colectivos,
como podrían ser los cazadores de El Palmar, deberían ser considerados expertos
(Collins y Evans, 2002); otros señalan que estas colaboraciones se producen a
través de relaciones entre actores y que, por tanto, ponen en juego sus identidades,
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ya sean las subjetivaciones del campo científico o, en este caso, las de la caza
(Wynne, 1992). Los debates sobre la ciencia ciudadana también dan cuenta de los
intercambios entre expertos y legos, planteando que las relaciones entre ellos son a
veces de conflicto, de activismo, o institucionalizadas, y que el carácter de ellas
depende del poder que ocupan los actores, la forma de participación, y la discusión
de la agenda (Invernizzi, 2020).
El énfasis en la coproducción de conocimiento entre expertos y legos forma
parte de la política de la “modernidad reflexiva” (Beck, 1998; Giddens, 1991) y son
hoy reconocidos por la ciencia en todos los campos y no solo los sociales y
humanistas (Latour, 2003). De hecho, varios de los investigadores colaborando en el
proyecto de El Palmar, plantean la inclusión de los cazadores como una forma de
ciencia ciudadana que permite incrementar la eficacia y la sostenibilidad en
proyectos de control (Nicosiaet al., 2021). En mayor o menor grado, esta reflexividad
ha generado una predisposición a colaborar entre disciplinas y actores para estudiar
e intervenir fenómenos complejos, globales, e interconectados. No obstante, estas
colaboraciones no implican igualdad de condiciones de participación y
reconocimiento; si bien los cazadores son reconocidos como una ventaja para los
proyectos de control, sus capacidades son evaluadas sólo en términos de
conservación.
En este contexto, la promesa del giro colaborativo demanda estudios que den
cuenta no sólo de los conocimientos, sino también de la pluralidad de mundos en
colaboración y en coproducción, así como de las asimetrías que estructuran y son
estructuradas por las colaboraciones. Es decir, que den cuenta no sólo de que
colaborar con diversos actores fortalece la objetividad (Harding, 1991), sino,
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también, de las posibilidades de reparación y reconfiguración de identidades
colectivas que genera. Para ello, los estudios de campo y etnográficos permiten
situar estas posibilidades de transformación. A diferencia de los ovejeros y los
expertos confrontados en la región británica de Cumbria que describe Wynne (1992),
los casos de este artículo se sitúan en los legados de historias de exclusión colonial,
racial, y global. No sólo la credibilidad de la ciencia y la inclusión de saberes no
científicos está en juego; también el futuro de colectivos que fueron un día los
héroes de la expansión estatal y que son hoy relegados a un segundo plano por
mantener formas de vida y futuros obsoletos.
Métodos y estructura del artículo:
Este artículo extiende mi investigación doctoral en Tierra del Fuego (2018-2020). La
misma fue posible gracias a una beca de Estados Unidos3 y a una pasantía en el
Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC) en Ushuaia, donde trabajé y
conviví con otros estudiantes doctorales. En este contexto, pude dedicarme a tiempo
completo a la investigación histórico-etnográfica. Realicé observación participante e
informada de la vida de los laboratorios, oficinas, y salidas de campo, así como de
los procesos de subjetivación y objetivación del hábito científico.
También realicé 65 entrevistas en profundidad a investigadores, becarios, y
gestores locales, asistí a diez encuentros científicos, colaboré en investigaciones
multidisciplinares a través de evaluaciones, informes, y publicaciones, realicé
3 Humanities, Arts, and Social Sciences Fellowship, Rensselaer Polytechnic Institute (2018-2020).
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investigación de archivos locales4 y estatales,5 y conduje análisis de artículos
científicos. El corpus del presente artículo lo compone el análisis de artículos sobre
invasiones biológicas, la formación de grupos de investigación en el CADIC, y algunas
reuniones orientadas a conocer y regular las EEI en Argentina y Tierra del Fuego.
El artículo se divide en tres secciones que incluyen diferentes casos. El primer
caso explora la controversia en torno a la clasificación de especies como nativas o
invasoras, la cual deviene de reconocer que naturaleza y cultura se coproducen.
Siguiendo a Ludwik Fleck (1986), sugiero pensar las colaboraciones entre ciencias
naturales, sociales, y humanas, desde una ética que cultive la diferencia, aquella
que acompaña a las reducciones analíticas en la producción de conocimiento. El
segundo caso estudia las invasiones en Tierra del Fuego y cómo se configuraron
distintos núcleos de investigación para estudiarlas. Siguiendo la idea de los mundos
plurales, inconmensurables, y nunca universales (Blaser, 2018; De la Cadena 2015;
Escobar, 2008, 2018; Rivera Cusicanqui 2010, 2018; Rivera Cusicanqui et al., 2016),
realizo un análisis múltiple de los procesos sociales y científicos diferenciadores de
estos núcleos que divido en tres. Con este caso, apunto la necesidad de pensar los
mundos que colaboran y se coproducen en términos no binarios ni simétricos. El
tercer caso describe el proyecto de control de EEI del Parque Nacional El Palmar,
mostrando cómo la colaboración con los cazadores previamente criminalizados y
4 Archivo del Museo del Fin del Mundo (Ushuaia), Biblioteca Sarmiento (Ushuaia), Biblioteca del
Centro Austral de Investigaciones Científicas (Ushuaia), Archivo del Instituto de la Patagonia (Punta
Arenas), Biblioteca de la Universidad de Magallanes (Punta Arenas).
5 Archivo General de la Nación, Archivo Intermedio, Biblioteca del Congreso de la Nación, Biblioteca
Nacional, Archivo del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, Archivo Histórico Naval.
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clasificados como furtivos, hizo que devinieran sujetos centrales y reconocidos.
Conversando con el concepto de “respons-abilidad” (Haraway, 2008), me aventuro a
describir la colaboración entre cazadores, guardaparques, y científicos como una de
“re-colección”, es decir, como práctica que vuelve a reunir y a resignificar a actores
separados.
A partir de estos tres casos, se proponen herramientas y métodos para
colaborar (en) diferencia y para generar relaciones que enfaticen fronteras plurales y
no binarias. Con la idea de “re-colección” se enfatiza la riqueza de los análisis CTS
por dar cuenta de las reconfiguraciones intersubjetivas que acompañan a producción
de conocimiento y que abren pequeñas posibilidades de cambio en estructuras de
gran asimetría.
Caso 1. Controversia nativo-invasor: ¿cómo atender a la
coproducción sin reducir la diferencia?
Una especie exótica se clasifica como invasora cuando además de ser foránea
respecto a un territorio o ecosistema particular, causa daño ecológico o económico
(Simberloff y Rejmánek, 2011). En Argentina, las EEI se definen como:
(…) plantas, animales o microorganismos que, habiendo sido trasladados más allá de
sus límites naturales de distribución, consiguen establecerse y avanzar de manera
espontánea en los nuevos ambientes donde son introducidos causando impactos
severos sobre la diversidad biológica, la cultura, la economía y la salud pública.
(Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, s. / f.).
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La clasificación argentina añade además de la extranjería y el daño económico o
ecológico, el avance espontáneo, es decir, aquél no regulado o domesticado en
contraposición a otras poblaciones industrializadas que son también exóticas y
ecológicamente dañinas, como la ganadería. En este marco, la ciencia de las
invasiones se pregunta cómo clasificar y monitorear a las especies, cómo intervenir y
restaurar los paisajes afectados, y cómo promover políticas públicas de prevención.
La ciencia de las invasiones también examina las características biológicas o
intrínsecas de las EEI, así como las causas “no naturales” o antropogénicas del
desplazamiento de especies (Simberloff y Rejmánek, 2011). Enfatizando esto último,
se promueven colaboraciones trasnacionales que logren “frenar el avance” de las EEI
y multidisciplinares, para compartir capacidades y atender a las causas sociales y
naturales. En este contexto de pluralidad de mundos, actores, y disciplinas, el
debate intenso es una de las características fundamentales en las revistas sobre
invasiones.
Algunas de estas controversias sitúan el problema de la coproducción en el
centro. Por un lado, se argumenta que los conceptos, teorías, y narrativas de las
invasiones están mediados por los contextos sociohistóricos donde se originaron. Se
afirma también que dicha influencia afecta a los conocimientos, a la forma de
imaginar las relaciones entre humanos y naturaleza, y a la forma de intervenir los
ecosistemas. Por otro lado, se señala que los conceptos de las invasiones acaban
teniendo repercusiones sociales al poner en circulación ciertas visiones del mundo.
Clasificación de especies nativas e invasoras
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Algunos han cuestionado la clasificación de especies en nativas o invasoras. En
2011, 18 científicos publicaron el artículo “No juzguemos a las especies por sus
orígenes” en la revista Nature (Davis et al., 2011). Para los autores, la dicotomía
nativo-invasor genera un alarmismo que sobreestima las amenazas de las EEI. Para
ellos, la episteme nativo-invasor imagina una naturaleza fija y ahistórica, una que
además se puede conocer y restaurar. Adhiriéndose al concepto de “ecosistemas
nóveles” (Ellis y Ramankutty, 2008; Hulvey et al., 2013),6 los autores proponen
estudiar qué ensambles, aún coproducidos por EEI, tienen efectos positivos.
El artículo fue criticado por confundir los términos exótico e invasor. Algunos
aclararon que el concepto de EEI no se refiere solo al lugar de origen, sino también, a
los efectos de desplazamiento y pérdida de biodiversidad que generan (Simberloff y
Rejmánek, 2011). El comportamiento invasor, aclaran, es generado por múltiples
factores, incluyendo las condiciones intrínsecas de algunas especies que facilitan su
expansión territorial y poblacional –como los castores o los conejos–, o las
condiciones de vulnerabilidad de algunos ecosistemas que son poco resilientes o
que han sido afectados por alteraciones antropogénicas como la agricultura. En este
marco, las especies nativas también pueden considerarse como invasoras.
Condiciones de emergencia de la ciencia de las invasiones
6 Los ecosistemas nóveles o emergentes se refieren a aquellos ensambles generados por cambios
que no pueden revertirse, es decir, para los que no se puede retornar a un estado anterior. El
concepto está fuertemente asociado al del Antropoceno y los cambios definidos como antropogénicos
que conlleva, sean bióticos como las especies invasoras, o abióticos, como el cambio climático.
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También se han cuestionado las condiciones de emergencia de la ciencia de las
invasiones. Algunos de los autores del artículo de Nature (Daviset al., 2011) han
argumentado que las connotaciones militaristas en el manejo de EEI hoy, tienen su
origen en la Segunda Guerra Mundial. Situando a Charles Elton como el precursor
del campo por haber alertado ya en 1950 de los riesgos de la creciente circulación
de especies (Elton, 1972), los autores examinan el contexto en el que Elton
desarrolló su trabajo. Y es que el ecólogo fue contratado para la campaña británica
contra las ratas durante la Segunda Guerra Mundial (Davis, Thompson y Grime,
2001). Así, los conceptos heredados de Elton reflejarían las ansiedades militares y
nacionalistas de su época y locación. Para el ecólogo Larson (2007) el problema no
sería tanto el origen de los términos, sino su permanencia a pesar del paso del
tiempo. En opinión del autor, esta continuidad demoniza a las especies, motiva
conocimientos para erradicarlas más que para comprenderlas (Larson, 2008), y
reducen la variedad de respuestas necesarias para cada especie y ecosistema
(Larson, 2007).
Metáforas y efectos sociales de la ciencia de las invasiones
Además de cuestionar los contextos que han dado forma a la ciencia de las
invasiones, también se ha examinado cómo ésta tiene efectos sociales. Se señala
que clasificar a las especies por su origen reproduce valores racistas, nacionalistas,
y xenófobos (Braverman, 2015; Davis et al., 2011; Lidströmet al., 2015). Siguiendo a
Evelyn Fox Keller, Larson (2011) argumenta que los términos ecológicos circulan
socialmente a través de “redes de metáforas” que interactúan con historias de
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racismo y discriminación. Para él, el uso de términos como “competencia”, o “fusión
de especies” no son solo ecológicamente incorrectos, sino también socialmente
alarmistas y xenofóbicos. Se sugiere, por tanto, generar otros términos que sean
capaces de explicar la complejidad de los ecosistemas y que no reproduzcan
visiones apocalípticas, nacionalistas, y nostálgicas (Chew, 2011; Larson, 2007).
Estas reflexiones también han sido criticadas por los investigadores que
contestaron el artículo de Nature. Con esfuerzo, responden que Elton ya utilizó sus
términos antes de trabajar en la guerra contra las ratas (Kitching, 2011) y que sus
conceptos provenían de la experiencia erradicando animales y no de la guerra
(Simberloff, 2011). Rechazando las conexiones por ser “subjetivas” y por afirmar
causalidades entre lo social y lo natural sin aportar evidencias (Kitching, 2011), para
ellos este tipo de análisis sociales y filosóficos son poco rigurosos o están en la
disciplina equivocada (Simberloff y Rejmánek, 2011). Además, señalan que este tipo
de análisis es un “exceso de reflexividad” que termina negando el problema (Munro,
Steer y Linklater, 2019) y que solo demora la necesidad urgente de acciones que
frenen las invasiones (Simberloff y Rejmánek, 2011).
Propongo entender este ensamblaje de controversias en términos de reducción
de la diferencia. En términos psicoanalíticos, Robbins y Moore (2013) sugieren que,
en el campo de las invasiones, unos son “antrófobos” y temen la influencia humana
sobre la naturaleza que hay que proteger con urgencia, y otros son “autófobos” y
tratan de desenmascarar los valores implícitos del conocimiento. Ante estas
“ansiedades ecológicas” paralizantes, Robbins y Moore (2013) sugieren observar los
miedos silenciados que motivan estos conflictos. Prestando atención a como se
despliegan a través de la reducción de la diferencia, se observa que, o bien se
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concibe al otro a través de algún rasgo distintivo que se construye como básico e
indivisible, ya sea por no ser reflexivo o por serlo, o bien se lo entiende como un mal
a reducir, ya sea por reproducir visiones racistas o por frenar la capacidad de
respuesta.
En este contexto, ¿cómo se plantean la política y los métodos de la
colaboración y la coproducción de mundos y campos diversos? Por un lado, la idea
de “objeto de frontera” (Star y Griesemer, 1989) entiende esta reducción como
aquélla que posibilita la colaboración entre disciplinas y actores sin consenso,
mediante el abandono temporal de la profundidad y evaluación disciplinar. En este
sentido, los actores humanos y no humanos que colaboran por medio de objetos de
frontera se embarcan en una forma de esencialismo temporal que les permite
comunicar y cooperar sin el lenguaje, los conceptos, y los rigores disciplinarios.
Por otro lado, Ludwik Fleck (1986) sostiene que los “colectivos de
pensamiento” se producen a través de dos círculos concéntricos, uno “esotérico” de
expertos y uno más amplio o “exotérico” del mundo social que contiene al primero.
Fleck muestra cómo la comunicación entre ambos círculos tiende a reducir la
diferencia y la complejidad, lo que acaba generando conocimientos accesibles para
los no-iniciados y los legos. Dichos conocimientos reducidos también tienden a
ocultar las controversias, a clasificarlas como “detalles no relevantes” (Fleck, 1986).
No obstante, a la vez, “toda circulación intercolectiva de ideas tiene por
consecuencia un desplazamiento o transformación de los valores de los
pensamientos” (Fleck, 1986: 156). Así, a pesar de las posibilidades y
constreñimientos que la reducción de diferencia y complejidad conlleva, planteo aquí
que el giro colaborativo demanda no solo alianzas sin consenso, sino también
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rupturas y trasformaciones. Las ciencias sociales hoy siguen mostrándose limitadas
para dar cuenta de las correlaciones entre fenómenos del mundo natural y social, de
períodos históricos amplios, y de ensambles no-sólo-humanos. A la vez, las ciencias
naturales y STEM siguen culpando a las instituciones, la política, y los
comportamientos sociales externos a la ciencia de imposibilitar sus soluciones. En
este escenario, se sugiere cultivar una política de conflicto no reduccionista y
contendiente, donde la diferencia no solo se produzca por separación sino también
por alianzas parciales. Donde el objetivo no sea disolver al otro, las disciplinas, y la
diferencia, sino cultivar y generar otras diferencias.
Caso 2. Invasiones en Tierra del Fuego: ¿cómo coproducir (en)
mundos no binarios?
En esta sección intento generar metodologías de análisis CTS plurales. A través del
análisis de la formación de grupos de investigación sobre las invasiones en Tierra
del Fuego, presento sugerencias para examinar las colaboraciones a través de
esquemas plurales, capaces de representar realidades no simétricas ni binarias. En
particular, propongo estudiar la delimitación de grupos de investigación en relación
con la generación de alianzas que coordinan actores, conocimientos, agendas, y
ordenamientos sociales y morales diferenciados.
El problema de los castores en Tierra del Fuego ha sido central en la
constitución de la agenda de las invasiones biológicas en Patagonia y Argentina. Los
castores fueron introducidos en Tierra del Fuego en 1946, desde Canadá, para
promover una industria peletera y modernizar la región (Dicenta, 2020). Sin
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embargo, una vez liberados, la industria nunca se implementó y los castores se
expandieron generando graves alteraciones en los ecosistemas de la región.
Expertos y actores locales empezaron a estudiar a los castores e industrializar su
piel desde la década de 1980 para controlar a la especie. Sin embargo, desde la
década de 2000, esta estrategia fue sustituida por una agenda de erradicación de la
especie como mecanismo para restaurar ecosistemas nativos. Con la llegada de
actores globales y mega-financiamiento, científicos locales encontraron nuevas
oportunidades en torno al problema del castor, las invasiones biológicas, la pérdida
global de biodiversidad, la comunicación pública de la ciencia, y la generación de
capacidades y estructuras de respuesta. En este contexto, los grupos formados en el
CADIC, y que divido en tres, muestran la pluralidad de alianzas y exclusiones que se-
forman-por y dan-forma-a diversas agendas, valores, y actores científicos y sociales.
Colectivo de investigación básica genética-evolutiva y desarrollo regional
industrial
En primer lugar, el núcleo de investigación que se formó durante la década de 1980
y que se ha ido transformando desde entonces es el que clasifico como de
Investigación Básica Genética-Evolutiva y Desarrollo Regional Industrial. En 1980,
dos biólogas realizaron un estudio de campo de dos meses en el Parque Nacional
de Tierra del Fuego, en Ushuaia (Marconi y Balabusic, 1980). Estudiaron la
distribución, densidad e impactos ecológicos del castor y contribuyeron a la
publicación de un informe de control de la especie por parte de Parque Nacionales
(1980). La colaboración se dio principalmente a través de uno del guardaparques
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casado con una de las investigadoras. El informe afectó al modo de pensar el
alcance del proyecto: la remoción de castores sería a través de trampeo y caza
durante un año por parte de los guardaparques, solicitando solamente dos rifles. Sin
embargo, al igual que la industria de pieles diseñada por el Estado en 1946, el
proyecto quedó sin implementarse, algo que cambió con la apertura del CADIC.
Desde 1988, el equipo liderado por Marta Lizarralde logró estabilizar una
agenda de control, industrialización, e investigación con continuidad que retomó los
acuerdos iniciados en 1980 entre guardaparques y científicos para además ampliar
el proyecto a la participación de expertos internacionales en trampeo de castores,
cazadores locales, y actores de gobierno local y provincial. Por un lado, Lizarralde
abrió el laboratorio de Ecología Molecular en CADIC y, junto con Guillermo Deferrari,
generó una línea de investigación de genética poblacional a través del análisis de los
cráneos de castores. Esta investigación innovadora, pues no es fácil disponer de
tantas muestras de mamíferos, ni conocer el origen genético y distributivo de las
especies en tierras continentales, facilitó que Lizarralde abriera otro laboratorio en la
Universidad Nacional de La Plata en 2005, donde lideró múltiples proyectos
internacionales y estancias en Estados Unidos. Por otro lado, y junto a Julio
Escobar, Lizarralde desarrolló un programa de industrialización del castor mediante
el estudio del trampeo y curtiembre, la importación de trampas adaptadas a las
normas europeas de trampeo no cruel, así como la incentivación local a la caza
mediante pago por cola de castor.
Con estas dos líneas de trabajo, los conocimientos y políticas generados fueron
coproducidos por científicos del CADIC, cazadores locales, agrupaciones industriales
y de pieles, guardabosques, y el gobierno municipal. Participaban además todo el
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grupo de actores no humanos como las trampas, los árboles nativos afectados, o los
castores, quienes interactuaban día a día con los cazadores e investigadores en la
producción de conocimientos sobre trampeo, eficiencia, crueldad, o ecología. Esto
implicó la baja participación de otros grupos incluyendo mujeres, organizaciones
ambientalistas, o científicos sociales y humanistas. A la vez, se generaron disputas
de valores e identidades ya que, al negociar con los cazadores locales, los expertos
se encontraron con visiones, prácticas de caza, y de relación con la naturaleza
consideradas poco éticas y a menudo “brutales” o “sanguinarias” para la ciencia,
aunque necesarias para acceder al campo (Dicenta y Correa 2021). Como
expresaba uno de mis entrevistados:
Tienes que hacerte... buscas ese tipo de personajes, que son peligrosos, yo he salido
con varios personajes de esos solo en la montaña con unos cuchillos y unas pintas… a
veces cazando con perros y salían todos sangrando, tremendo, a los hijos les enseñan lo
mismo, pero es la única forma de ver como cazan cuando no sabes… (comunicación
personal, 2019).
A la vez, los proyectos presentados a concurso enfatizaban la necesidad no solo de
controlar la especie, sino también de desarrollar la economía local de la recién
creada provincia de Tierra del Fuego que, hasta 1991, había sido gobernada de
forma excepcional como Territorio Nacional. Esta colaboración ciencia-industria-
sociedad, se expresaba también en las relaciones recíprocas entre investigadores y
cazadores. En palabras de uno de mis entrevistados:
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Tuve que ir y traerme dos castores grandes colgados así con soga uno a cada lado con
el tipo ahí, de 20 kg cada uno caminando como 6 km y cuando te ven que vos lo puedes
hacer te dicen “Ohhh” como que entras, como que empiezan a esa dinámica y esa
relación empieza a cambiar y que se yo entonces te dan más bolilla lo que vos dices y
vos siempre respetando lo que hacen que se yo.. .al final iba a comer a las casas con la
familia (comunicación personal, 2019).
Así, si bien los cazadores eran construidos como poco éticos y civilizados, la
relación a través de la práctica abría espacios de asimetrías complejas y
reciprocidad.
Colectivo natucultura e inclusión de lo social en el Antropoceno
El segundo núcleo, al que denomino Natucultura e inclusión de lo social en el
Antropoceno se estabilizó a finales de la década de 2000. En 2012, el investigador
Christopher Anderson se radicó en Ushuaia como profesor de la Universidad
Nacional de Tierra del Fuego e investigador del CADIC, abriendo el laboratorio de
socio-ecología. Si bien desde su llegada al CADIC Anderson desarrolló varias líneas
de investigación de base, articuló programas de intercambio con estudiantes de
Norte América y comenzó a destacar también su interés por la problemática de la
interdisciplina, la colaboración entre expertos, y la cuestión de los valores de la
naturaleza.
En este contexto, Anderson dirigió el proyecto de investigación (PIDUNTDF) “Un
Abordaje Socio-ecológico para Mejorar el Entendimiento y la Gestión de las
Invasiones Biológicas en la Patagonia Austral” (2016). Con el objetivo de incorporar
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científicos sociales en el estudio del castor y las invasiones biológicas, se generaron
colaboraciones entre biólogos y científicos sociales. Entre ellos, generaron
simposios y publicaciones en torno al manejo de los medios o las percepciones
sociales de las especies nativas e invasoras (Mroteket al., 2019), los actores clave
en la agenda de erradicación del castor (Anderson, Roulier y Pizarro, 2018), el
efecto de los castores en la biodiversidad (Anderson, Johnson y López, 2018), los
órdenes sociales y morales que motivaron la introducción de especies y su manejo
(Archibaldet al., 2020), o las dificultades y posibilidades de la interdisciplina
(Anderson et al., 2021).
Este grupo ponía en el centro los desafíos de la colaboración interdisciplinar.
Mis entrevistas revelaron que para algunos era problemático sentirse representante
de una disciplina y ser portavoces de la misma sin someterse a procesos de revisión
y evaluación por pares. En palabras de una de las colaboradoras: “En esto de la
interdisciplina, a mí se me dispara una cuestión del orden ético. Pienso en la
prudencia… sobre todo porque no hay conocimiento del otro, la apuesta es mucho
más grande en ese sentido, no hay formas de validar o chequear” (Comunicación
personal, 2018).
Para otros, el reto mayor consistía en la personificación de los liderazgos, o
cómo institucionalizar las colaboraciones sin que sea necesario un líder. Para
muchos, una de las mayores dificultades consistía en visualizar sus contribuciones.
Como parte del grupo, mi mayor preocupación consistía en imaginar un proyecto
como este que fuera liderado por científicos sociales los cuales incluyeran a
expertos de ciencias naturales.
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Como en el primer grupo, los desafíos a los que se enfrentaron tenían que ver
también con quiénes participaban y quiénes no, así como con los horizontes
políticos a los que respondían. Enfatizando la colaboración entre expertos más que
con actores locales, se buscó responder a las asimetrías que surgían entre
disciplinas, expertos, y conocimientos. Así, el marco político de justificación de los
proyectos destacaba no el desarrollo económico y regional, sino la necesidad de
colaboraciones científicas para para incluir el factor humano en la naturaleza y para
responder a problemas complejos que son tanto sociales como naturales. A la vez,
al enfatizar la relación por parte de los distintos grupos disciplinares y aspirar a su
simetría, se oscurecían las asimetrías entre ellos y los ciudadanos y legos de la
región.
Colectivo para la resolución de problemas y la transmisión pública de la
ciencia
El tercer núcleo, Resolución de Problemas y Transmisión Pública de la Ciencia es el
que se configuró a partir de la década de 2010. Tras la llegada de organizaciones
internacionales de conservación como la Wildlife Conservation Society (WCS) a
Tierra del Fuego, y con la firma en 2008 del acuerdo binacional entre Chile y
Argentina para erradicar al castor, se aprobaron dos proyectos del FMAM. WCS estaría
a cargo de la gestión en el sector chileno y el Conicet y las administraciones en el
sector argentino. El biólogo Adrián Schiavini, que había colaborado con WCS
anteriormente, fue nombrado director del proyecto argentino durante el primer año.
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Al mismo tiempo, algunos de sus becarios realizaron estudios del castor y su manejo
eficiente (Jusimet al., 2020).
Este grupo enfatizó la necesidad de colaboraciones clave con actores locales,
administración, y organizaciones internacionales. En este caso, para lograr
soluciones reales y eficientes más que desarrollar la economía regional o estudiar la
coproducción ciencia-sociedad. Este modo de coproducir y colaborar con actores
clave y para la resolución de problemas dados, posibilitó después proyectos
similares para clasificar y erradicar a los perros asilvestrados7 o a los conejos.
Asimismo, este tipo de colaboración con actores clave en torno a problemas busca
en las organizaciones transnacionales no tanto el reconocimiento académico como
la obtención de fondos y equipos para las instituciones locales. Y es que como
comentaba uno de los investigadores: “me preocupa que la teoría producida en el
sur este validada de forma objetiva y que sea utilizada en el sur. Lo que haga el
norte es problema del norte” (comunicación personal, 2019).
El marco de eficiencia en el que este núcleo centra su política de coproducción
genera colaboraciones ciencia-sociedad basadas en el modelo cognitivo de
transmisión de conocimiento. En sus comunicaciones públicas, argumentan que la
sociedad carece de conocimientos bien sea por ignorancia o por condiciones
sociales desiguales, por lo que necesita de transmisión experta (“infectar a la
sociedad” en palabras de uno de mis entrevistados) para poder entender el valor de
la biodiversidad. Sostienen también visiones racionalistas y economicistas,
apoyando políticas públicas que penalicen determinados comportamientos como la
7 La lógica de las EEI permitió reclasificar a algunos cánidos de Tierra del Fuego que pasaron a ser
invasores por reproducirse de forma espontánea y no estar domesticados.
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tenencia y control de animales. Finalmente, argumentan que la erradicación de los
castores sería posible si fuera controlada por científicos y que el problema es la falta
de compromisos políticos y la turbulencia institucional.
Este último grupo fue también el que lideró la remoción de colonias de castores
desde 2017 en el marco de los proyectos del FMAM, que se basó en colonias y
territorios piloto para evaluar una posible erradicación total. El grupo colaboró con
los expertos que habían promovido el control y la industrialización del castor desde
la década de 1980, incluyendo técnicos, guardaparques, y cazadores. Sin embargo,
se seleccionaron también nuevos cazadores y participantes clave que tratarían de
cambiar el enfoque y los valores heredados de los participantes del marco anterior.
Dado que el proyecto ahora no buscaba eliminar cualquier castor, sino todos los de
una colonia (Parkeset al., 2008), y dado que ahora no debían solo recolectar los
cráneos de los castores, sino también datos de colocación de trampas, tiempo, y
esfuerzo, los seleccionados fueron entrenados en las técnicas y el lenguaje de la
conservación. Se entendía que, para que tomaran los datos que les pedían, era
necesario que tuvieran las mismas motivaciones. Desde entonces, los cazadores
participantes pasaron a llamarse “restauradores”.
Esta forma de colaboración reprodujo también historias locales de poder y
desigualdad mediante la imposición de valores, naturalezas, y futuros por parte de
actores coloniales, estatales, o militares y que la ciencia ha legitimado. Sin embargo,
a pesar del intento de evitar “ruido”, el manejo de los conejos ha sido fuertemente
opuesto por las organizaciones animalistas locales y aún no ha sido aplicado. A
pesar del carácter aplicado de este grupo orientado a problemas, en ocasiones son
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acusados por parte de organizaciones y actores locales de utilizar la isla de Tierra
del Fuego para sus propios intereses, sin tener en cuenta las necesidades locales.
Resumen y propuesta de abordaje
Los tres grupos construidos analíticamente muestran alianzas de coproducción de
conocimientos, valores, y política, producidos por articulaciones entre diferentes
actores, objetivos, y asimetrías temporalmente estables. El núcleo de investigación
básica genética-evolutiva y desarrollo regional industrial enfatizó colaboraciones
entre guardabosques, cazadores, y científicos para investigaciones básicas y para el
desarrollo económico local. El de natucultura e inclusión de lo social en el
Antropoceno destacó la necesidad de incluir las ciencias sociales en proyectos de
ciencias naturales, así como la colaboración entre expertos. El núcleo resolución de
problemas y transmisión pública de la ciencia, se centró en la necesidad de incluir y
entrenar a actores clave como administradores y cazadores para lograr soluciones
eficientes. Cada uno de estos núcleos, colabora con ciertos actores y no con otros,
generando además ciertas verdades y normas sociales y no otras.
Entendiendo que la ciencia se produce en contextos sociopolíticos y que los
conocimientos científicos legitiman, reproducen, y reconfiguran los valores, normas,
jerarquías y órdenes sociales, es decir, que ciencia y sociedad se coproducen
(Jasanoff, 2004), este análisis trata de recoger la pluralidad que demanda la
separación de mundos en realidades dicotómicas. Con este ejemplo, sugiero análisis
de coproducción que no se limiten ni a afirmar que existe coproducción ni a
mostrarla entre mundos duales, sino a generar métodos que permitan visiones
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múltiples de las relaciones entre actores, naturalezas, conocimientos, y políticas.
Más allá del caso, esta es una propuesta metodológica que permite entender los
procesos de coproducción de forma situada y etnográfica, es decir, atendiendo a las
categorías de diferenciación y a las disposiciones en las que varios actores se
insertan.
Caso 3. Cazadores-recolectores en El Palmar: ¿cómo coproducir
objetividad y justicia social?
En esta sección examino el fenómeno de la inclusión de actores en proyectos
colaborativos con el objetivo de imaginar una política científica que sea más diversa,
justa, y robusta. La inclusión de actores no implica en sí misma una participación
simétrica, ni en términos de reconocimiento, ni de capacidad de acción, liderazgo, o
distribución de beneficios. Asumiendo que todo encuentro inter-colectivo genera
cambios de ideas (Fleck, 1986), ni todos los actores tienen las mismas posibilidades
de poder circular ideas, ni todos reciben las mismas presiones de transformación, es
decir, toda colaboración entre actores es asimétrica (Haraway, 2008). Por tanto, uno
de los desafíos que plantea el giro colaborativo es el de promover no solo inclusión,
sino también participaciones más simétricas: es decir, que generen transformaciones
significativas para colectivos no hegemónicos, y que reconfiguren los órdenes
sociales y políticos que estructuran las relaciones intercolectivas.
Retomemos el proyecto de erradicación de castores presentado en la sección
anterior y la política cientificista que dio forma a la colaboración entre expertos y
cazadores. En algunos de los talleres de entrenamiento a los que atendían expertos,
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gestores políticos, guardaparques y cazadores, pude observar cómo estos últimos
se sentaban al final de la sala para mirar las diapositivas presentadas y escuchar las
ponencias de aquéllos que ocupaban las primeras filas: cargos políticos, directores
de proyectos, y expertos. Estos talleres tenían varios objetivos. Primero, enseñar a
utilizar las trampas y herramientas de recogida de datos, con la idea de “transformar
la mentalidad de los cazadores orientada al rendimiento” (comunicación personal,
2019), es decir, de esfuerzo por colonia hasta que no quede ningún castor, y a una
visión de conservación.
Segundo, se trataba de controlar todas sus actividades para poder medir sus
prácticas y evaluar así los costes y tiempo necesarios para erradicar. Además,
controlar las prácticas formaba parte de un diseño desde arriba que pudiera
operacionalizar todo el plan y, como comentaba uno de mis entrevistados, “hay que
saber si están haciendo lo que tienen que hacer para que no se te escape nada”
(comunicación personal, 2019). Por otro lado, los talleres trataban de disciplinar a los
cazadores considerados “rebeldes”, o aquellos a los que no les gustaba obedecer
órdenes. Una de las estrategias para ello fue mezclar cazadores clásicos “rebeldes”
con guías de montaña jóvenes que, teniendo capacidad para resistir las condiciones
de campo en Tierra del Fuego, cooperasen con mayor facilidad en la recogida de
datos.
Esta colaboración generó disputas entre científicos y cazadores con grandes
asimetrías. Por un lado, los expertos acusaban a guardaparques y cazadores de no
saber y de no ser racionales por seguir métodos de captura que no eran los más
eficientes, sino los que les “gustaban”. De hecho, los cazadores seleccionados eran
entrenados bajo una visión científica a la que debían amoldarse. No sólo porque sus
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valores de caza interfieren con los de la erradicación, como describí en la
introducción, sino porque además, los cazadores no saben:
Si vos le preguntas a un ciudadano común y le decís bueno vamos a erradicar tal cosa,
lo primero que piensa es agarrar una bolsa con las herramientas necesarias, sean
trampas, pesticidas, lo que sea, y sale a buscarlos y listo, lo erradiqué. Eso, ir a sacar
individuos y matarlos, lo que se le llama operación, probablemente es la parte más fácil,
es repetir una técnica y hacerlo bien. Pero lo que más cuesta es planificar todo lo que
hay que hacer, para no dejar nada librado al azar (comunicación personal, 2019).
Por esta razón, también, el grupo decidió seleccionar guías de montaña jóvenes
que, además de la recogida de datos planificados, pudieran convencer más
fácilmente a los cazadores expertos de respetar los protocolos de captura. Los
cazadores y guardaparques a su vez comentaban que los expertos eran
descuidados y estaban empezando todo de nuevo sin contar con la experiencia
anterior y que sus métodos eficientes, lo eran para erradicar a nivel macro. Uno de
mis entrevistados comentaba que los expertos:
Saben hacer mapas muy bonitos que sirven para conserguir fondos y visibilidad, pero
también hay que poner tiempo en preparar cada trampa siempre, porque los animales
aprenden si se nota, así como chequear cada trampa a menudo, por si se ha puesto de
forma incorrecta o ha habido algún accidente, para que no quede ningún animal mal
atrapado sufriendo (comunicación personal, 2019).
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En estas citas de entrevista se pone de relieve el conflicto de lógicas de eficiencia y
de visiones de mundos diversos entre los cazadores y los planificadores. Una
diferencia que se trató, como a los castores, de erradicar.
Un caso bien distinto es el que ocurrió en el proyecto de manejo y erradicación
de especies invasoras, en particular el jabalí, en el Parque y Reserva Nacional El
Palmar, en Entre Ríos. El parque tiene como objetivo principal proteger a las
palmeras de yatay (Butia yatay) y a otras especies nativas amenazadas por
actividades extractivas. En 1965 se expropiaron algunas tierras a estancieros para
frenar el uso de las palmeras y, en 1971, comenzó a funcionar el Parque (Caruso,
2014). Una vez contenidas se empezó a percibir que la estabilidad de las palmeras
no solo estaba amenazada por la ganadería y agricultura, sino también por las
especies invasoras como el jabalí.
Los jabalíes habían sido traídos desde Europa y Siberia a la Argentina a
principios del siglo XX para actividades de caza deportiva en estancias de la pampa.
Desde allí, por accidente o de forma intencional, los jabalíes se dispersaron y
acabaron cruzándose con otras especies locales hasta llegar a la zona de El Palmar
en 1950 (Ballari, 2015). Dados los efectos de abrasión que producen en los suelos al
pacer, la forma de hacer mundo de los jabalíes disminuye las posibilidades de
permanencia y regeneración de las palmeras. Por ello, desde la década de 1980 se
aprobó la caza de jabalíes en el parque, pero solo a mano de guardaparques y sus
fusiles, cuchillos, caballos, y apostaderos. A partir de 2005, un nuevo plan redefinió
tanto los objetivos y métodos de manejo de la especie como de la participación de
actores, incluyendo el co-manejo con cazadores “externos”.
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Además de especies invasoras, los gestores del Parque consideraban tener un
grave problema por la entrada ilegal de cazadores furtivos que capturaban todo tipo
de animales y sin ningún tipo de control y sistematización. La caza furtiva y el
comercio ilegal de animales son consideradas hoy una de las grandes amenazas
para la biodiversidad, habiéndose declarado su actividad incluso como crimen
ambiental. Sin embargo, en Entre Ríos, la caza no es solo una actividad de historia
ancestral, sino también la única actividad de sustento para muchos. Aquello que en
el plan de erradicación del castor era un problema, que los cazadores quieran
“cazar, cazar, y cazar”, es parte de un mundo social y experto más amplio.
Así, mis informantes durante el encuentro de EEI en Buenos Aires, comentaban
que los guardaparques lograron crear conexiones con los cazadores furtivos y,
desde ahí, invitarlos a participar del plan de manejo. Los cazadores previamente
criminalizados no solo se enrolaron con éxito en el proyecto de monitoreo, caza, y
recogida de datos, sino que acabaron incluso generando listas de espera para
inscribirse. Con seguridad, ellos mismos comentaban el valor de su actividad, que
incluía desde construir los apostaderos desde donde disparar, haciéndose cargo de
muchos de los costes, hasta repartir los animales capturados en los comedores de
colegios tras pasar controles de zoonosis.
En contraposición a las imágenes de las reuniones de entrenamiento para la
erradicación de los castores en Tierra del Fuego, encontré a biólogos,
guardabosques, y cazadores en el escenario, presentando en conjunto la ponencia
en el encuentro referido en la introducción de este artículo. Con esta poderosa
imagen y el reconocimiento de cazadores a menudo relegados hoy a posiciones
obsoletas y precarias (Rasmussen, 2019), no solo se logró un plan de erradicación
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con un alto porcentaje de éxito, sino también la recolectivización de actores
periféricos a través de la reconfiguración de su estatus y del reconocimiento de
saberes múltiples.
Por supuesto, esta recolectivización no implicó total simetría. Sumado a las
historias locales, las asimetrías nacionales y globales continúan ejerciendo influencia
en la jerarquización de los conocimientos y valores. Es así que varios de los
investigadores colaboradores con El Palmar, publicaron más tarde un artículo sobre
ciencia ciudadana (Nicosiaet al., 2021). Mostrando con detalle cómo el monitoreo
con cámaras produce resultados similares al monitoreo con cazadores, los autores
apoyan la participación de cazadores por ser menos costoso y, por tanto, más
sostenible en el tiempo. Resaltando que las motivaciones de los cazadores no eran
las apropiadas para la conservación, los autores muestran que, a pesar de ello,
recogieron los datos que se les pidió.
Esta definición de la ciencia ciudadana que incluye el trabajo de actores
sociales en proyectos previamente diseñados y sin su participación en la definición
de agendas es la que predomina en la conservación. Sin embargo, esta definición no
captura lo que ocurrió entre los expertos y los cazadores de El Palmar. Y es que
más allá de los resultados de monitoreo y eficiencia, no sólo se intervinieron las
relaciones entre jabalíes, ciervos, palmeras, y otras especies nativas; también las de
los actores sociales locales con largas historias de despojo y desconfianza.
Este caso pone de relieve uno de los desafíos de la coproducción de
conocimientos hoy, cómo generar participaciones más igualitarias y que sean
transformadoras tanto de nuestros métodos y preguntas como de las relaciones
sociales que median a actores expertos y no expertos. Estudiando la participación
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de animales en los laboratorios, Donna Haraway (2008) propone el concepto de
“respons-abilidad” entre los actores humanos y no humanos. Se trata de una ética
compartida y coproducida, es decir, basada en las decisiones e intereses de todos
los actores y no sólo de los científicos. La respons-abilidad emerge en el encuentro
con el otro y se produce de forma impredecible, compartida, y nunca individual.
Siguiendo a Derrida, Haraway demuestra que el actuar ético implica siempre
una decisión, en una situación, y con unos actores determinados. Es decir, no existe
decisión ética ni cuando solo se aplican normativas sobre captura no cruel, ni
cuando se imponen valores éticos abstractos y universales, ya sea aludiendo a un
ser divino o a la conservación (Haraway, 2008). Así, una ética de la respons-abilidad
se basa más en la curiosidad y el interés por el otro y no tanto en seguir protocolos o
regulaciones externas. Esa curiosidad por el otro, y por su forma de hacer y ver
mundo, emerge de forma co-activa y práctica a través de encuentros y
colaboraciones. A través de la curiosidad mutua, los participantes devienen capaces
los unos respecto de los otros y nunca solo objetos.
Conversando con la propuesta de Haraway y siguiendo el mundo de los
cazadores hoy expertos y previamente criminalizados de El Palmar, propongo la
noción de “re-colectar” para repensar el giro colaborativo desde cooperaciones más
justas y transformadoras. Del latín recollector, recolectar significa volver a formar un
conjunto, donde re- significa otra vez y lectus significa “seleccionado” o “leído”. Los
“cazadores-recolectores” de El Palmar no solo fueron leídos por parte de los
expertos como sujetos a objetivar para lograr la eficiencia del proyecto. Más bien,
todos los actores lograron interesar los unos a los otros y comprender así las
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historias más largas y complejas que han estructurado la caza furtiva, los parques
nacionales, y la conservación.
Este caso muestra que los cazadores no solo querían cazar, como se entiende
a menudo desde el mundo de los expertos, también querían recolectar. En el
Palmar, investigadores, cazadores, y guardaparques formaron un nuevo colectivo
motivado tanto por el problema de las invasiones como por cuestiones de justicia
social. Esta reconfiguración en un territorio periférico, tanto para expertos como para
cazadores, desplazó algunas de las clasificaciones racializantes y clasistas que
muchos de los estados postcoloniales impusieron en las legislaciones sobre Parques
Nacionales y que la conservación global reproduce hoy. Con este caso, se sugiere
cultivar las capacidades de re-colección, es decir, de formación de colectivos en
torno a problemas complejos que vayan más allá del fortalecimiento de la objetividad
y la eficiencia para promover, al mismo tiempo, reconfiguraciones sociales entre
mundos fuertemente separados y jeraquizados.
Conclusiones
En este artículo, he presentado tres casos de colaboraciones para la coproducción
de conocimientos en invasiones biológicas. El primero examina una controversia
científica en torno a las categorías nativo e invasor que responde al reconocimiento
de la coproducción entre naturaleza y cultura. Siguiendo a Ludwik Fleck (1986),
sugiero pensar las colaboraciones interdisciplinares desde una ética que cultive la
diferencia, esa que se genera necesariamente a partir de las reducciones analíticas
y disciplinares.
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El segundo caso estudia la configuración de grupos de investigación en torno a
las invasiones en el CADIC en Ushuaia. Siguiendo las voces que apoyan la pluralidad
de mundos, nunca universales, y nunca totalmente conmensurables, mi clasificación
de los grupos sugiere métodos para examinar las colaboraciones entre actores,
naturalezas, conocimientos, e historias de forma no binaria ni simétrica.
El tercer caso presenta un proyecto de control de especies invasoras en
Parque Nacional El Palmar, donde los cazadores furtivos previamente criminalizados
devinieron sujetos centrales y reconocidos tanto social como científicamente.
Conversando con los cazadores y con el concepto de “respons-abilidad” (Despret,
2018; Haraway, 2008), propongo la idea de “re-colectar” como una ética de
colaboración que permite atender a la alteridad y la justicia social en la producción
colectiva de conocimientos, objetividades, y eficiencias.
A partir de los encuentros etnográficos de este artículo, se sugieren propuestas
éticas y metodológicas para generar colaboraciones más justas y no solo más
objetivas en la coproducción de conocimientos. Más justas no sólo en términos de
igualdad en el quehacer científico sino también, en las posibilidades de reparación
social que generan las colaboraciones entre actores históricamente separados y
jerarquizados. Desde las geografías latinoamericanas y sus “modernidades
periféricas” (Kreimer, 2019; Pratt, 2000; Sarlo, 1988), la herida de las separaciones
coloniales y modernas está siendo contestada de forma más compleja que los
híbridos de Latour (2012). Esta propuesta conversa con estas visiones, añadiendo
modos de pensar más allá del dualismo y sus fronteras para afirmar la pluralidad e
inconmensurabilidad de conocimientos (Rivera Cusicanqui, 2010, 2018; Vessuri,
2019); naturalezas (De la Cadena, 2015; 2019), mundos o universos (Escobar, 2005,
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2018). Aspirando a salir de las locaciones jerarquizadas que subalternizan, estos
aportes no promueven teorías y éticas universalistas sino siempre situadas. De
forma similar actúa la teoría de los cazadores-recolectores expuesta en este artículo.
En conexión con Entre Ríos, Tierra del Fuego y las oficinas de Washington DC, las
colaboraciones y el co-manejo entre científicos, cazadores, y otros expertos, si bien
asimétricas, muestran posibilidades y aperturas de justicia reparadora.
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Artículo recibido el 15 de marzo de 2021
Aprobado para su publicación el 8 de marzo de 2022