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DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re54.141
Una visión pragmatista de la coproducción.
Compromisos filosófico-sociológicos
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María de los Ángeles Martini
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Resumen
La noción de coproducción es el resultado de un trabajo colaborativo, en ausencia de
consenso, que mantiene una tensión fructífera entre su ajuste a problemas locales y
su estabilización como objeto común, sin que ninguna comunidad pretenda imponer
modos apropiados de resolución. De ahí, la importancia de explicitar los compromisos
teóricos que se asumen a la hora de contribuir a este trabajo colaborativo. El objetivo
de este artículo es realizar una lectura pragmatistamente informada de la perspectiva
descriptiva coproduccionista en su dimensión interaccional, buscando enfatizar su
naturaleza procesual. A tal fin, en primer lugar, recuperamos la noción deweyniana de
investigación con el propósito de caracterizar el conocimiento científico como práctica.
En segundo lugar, señalamos las afinidades entre la sociología pragmatista de los
problemas públicos y los lenguajes de la coproducción a fin de dar cuenta de la
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Este trabajo fue realizado en el marco de los proyectos que dirijo PICyDT 2018 UNM-R N° 281/19 y
UBACyT, Programación científica 2020, 20020190200206BA.
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Departamento de Sociología, Universidad de Buenos Aires. Departamento de Humanidades y
Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Moreno. Correo electrónico:
mariadelosangelesmartini@gmail.com.
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emergencia simultánea del conocimiento y los órdenes social y natural. Finalmente, a
partir del concepto de injusticia hermenéutica como situación indeterminada,
presentamos nuestro compromiso con la contingencia y la historicidad del lenguaje en
la visión de Richard Rorty.
Palabras Clave
COPRODUCCIÓN; PRAGMATISMO; PROBLEMAS PÚBLICOS; CONTINGENCIA DEL LENGUAJE
Introducción
El campo semántico de “coproducción” se encuentra abierto a una multiplicidad de
relaciones y en las últimas décadas se ha ampliado atravesado por diferentes
configuraciones canónicas, apropiaciones teóricas, delimitaciones y transacciones
disciplinares y énfasis particulares. Esta diversidad condujo a demandas teóricas y
metateóricas de explicitación en pos de una transparencia autorreflexiva que facilite
la comprensión en la heterogeneidad. Bremer y Meish advierten de la existencia de
tensiones entre las distintas perspectivas pero, a la vez, señalan la oportunidad de
reconceptualizar la noción de coproducción como “un prisma, en el que cada aspecto
permita una visión diferente pero complementaria de la relación entre ciencia,
sociedad y naturaleza” (Bremer y Meish, 2017:1).
Sin embargo, la remisión a la complementariedad es una exigencia
epistemológica que requiere de una concordancia demasiado fuerte entre los
elementos heterogéneos: articulación, cooperación y acuerdo. Esta pretensión puede
debilitarse, interpretando la noción de coproducción como resultado de un trabajo
colaborativo, aunque sin tener que consensuar, a través del cual cada comunidad de
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práctica realiza ajustes en situaciones particulares para satisfacer sus necesidades a
la vez que mantiene dicha noción como un objeto compartido (Star, 2010). En este
sentido, elucidar la noción de coproducción así como también hacer manifiestos los
compromisos teóricos y los modos en que se llevan adelante prácticas de ajuste en
las dinámicas de investigación e intervención son movimientos ineludibles que
sostienen la tensión fructífera entre su especificación y adaptación a problemas y usos
locales y su estabilización como algo común, sin que ninguna comunidad pretenda
imponer modos apropiados de resolución.
En el contexto de esta problematización, con el propósito de contribuir al trabajo
colaborativo sin necesidad de consensos a través de la iteración de las prácticas de
resignificación en torno de la coproducción, nuestro trabajo se compromete con una
interpretación pragmatistamente informada que busca establecer algunos vínculos
teóricos fecundos entre la concepción de John Dewey (1950) del conocimiento
científico como acción, la sociología pragmatista de los problemas públicos, la noción
de injusticia hermenéutica (Fricker, 2017) y la concepción del lenguaje rortyniana, por
un lado, y los lenguajes de la coproducción, por el otro lado, en el intento de dar cuenta
de los procesos dinámicos de la coproducción. Nos proponemos de esta manera ser
fieles a la profunda vocación de los lenguajes de coproducción de desterritorializar la
comprensión de las prácticas científicas y tecnológicas y habilitar las confluencias de
abordajes que se nutren de cánones heterogéneos.
Primer compromiso: los lenguajes de la coproducción
Nuestro trabajo se compromete con el enfoque de la coproducción caracterizado como
“descriptivo” (Jasanoff, 2004). Su carácter descriptivo refiere a los modos en que los
lenguajes de la coproducción interpretan los cambios en las relaciones entre los
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órdenes epistémico, social y natural (Bremer y Meish, 2017). Como es sabido, los
lenguajes de la coproducción indagan las formas en que el conocimiento del mundo y
las configuraciones del mundo y la vida en él son constitutivas unas de las otras. Sin
embargo, aclara Jasanoff, la dimensión interpretativa no invalida que sea a la vez
predictiva “como la buena historia es predictiva [...], sin sus beneficios, las sociedades
pueden estar condenadas a repetir los mismos errores, utilizando y reutilizando las
mismas anteojeras epistemológicas” (Jasanoff, 2004: 280). Estos lenguajes, afirma la
autora, conllevan un potencial transformador toda vez que encarnados en las prácticas
reorganizan las maneras en que pensamos las relaciones entre conocimiento, poder
y cultura, en el mismo sentido en que el efecto bucle (Hacking, 2001) muestra cómo
las categorizaciones correctas son un ajuste con las prácticas. Si, como sostiene
Hacking (2004), nuestros actos están sujetos a descripciones y los actos que llevamos
a cabo dependen de las descripciones con que contamos, la apropiación de la noción
de coproducción por parte de actores sociales diversos, haciendo trascender su índole
de categoría exclusivamente académica, la sitúa en un contexto de acción social y de
cambio al configurarse en categoría de actor. Nuestro análisis muestra que este
intento de Jasanoff de ir más allá de la dicotomía descriptivo/normativo cobra mayor
carnadura desde una perspectiva pragmatista clásica del conocimiento, en tanto
práctica situada que se dirige a la transformación del futuro y del lenguaje, como
acuerdos en la acción y modos de participación en sus consecuencias.
De forma s particularizada, nos situamos en la dimensión interaccional de los
lenguajes de la coproducción. Esta dimensión resignifica el dictum coproduccionista
la producción simultánea del orden natural y social para focalizar en los acuerdos
entre la ciencia y otras áreas de la vida social en momentos de conflictos manifiestos
y de cambios. Aquí entra en juego un amplio espectro de cuestiones en torno de los
límites de la práctica cienfica. Si aceptamos que toda configuración del orden natural
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y del social se elabora sobre la base de representaciones previas que actúan como
“un telón de fondo a partir del cual las personas ‘conocen’ en rminos pragmáticos
qué cuenta como naturaleza o ciencia y qué cuenta como sociedad y cultura”
(Jasanoff, 2004: 21), entonces adquiere importancia la problematización de las
clasificaciones científicas. Comprender el funcionamiento de las distintas entidades
que pueblan los dominios del orden social y natural o la naturaleza de situaciones
perturbadoras, que irrumpen en la vida de las personas, implica responder un conjunto
de interrogantes acerca de cuáles son los modos en que los diversos agentes usan
los términos clasificatorios, cómo los articulan a través de las prácticas formales e
informales, qué agentes disputan los usos de esos términos y cómo son reevaluados
frente a los desafíos a los que se hallan expuestos (Jasanoff, 2005).
En este sentido, se ponen en juego los modos en que el conocimiento científico
contribuye a hacer ajustes en los discursos, las representaciones, las identidades y
las instituciones (Jasanoff, 2004; Jasanoff y Kim, 2015). Pero, a la vez, cobran
relevancia las formas en que la ciencia se ve desafiada por distintos agentes que
construyen nuevas identidades, instituciones, discursos, representaciones del mundo
y en el mundo conforme a cómo desean que este sea y cómo aspiran a estar en él
(Jasanoff, 2004; 2010). Fundamentalmente, señala Jasanoff, la identidad “es uno de
los recursos más potentes con los que la gente restaura el sentido a partir del
desorden. Cuando el mundo que uno conoce está desordenado, la redefinición de las
identidades es una forma de devolver las cosas a su lugar familiar” (Jasanoff 2004:
39).
Así, estas redefiniciones conducen a examinar de manera conjunta las
representaciones científicas y culturales de lo real: en qradica su valor epistémico
y los modos en que se enlaza lo epistémico y lo normativo en la articulación entre las
creencias acerca de lo que es y las aspiraciones de cómo deberían ser las cosas. En
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este sentido, consideramos que la perspectiva pragmatista deweyniana acerca de la
lógica como una ciencia social afina la comprensión del sentido profundamente
dinámico de la producción del conocimiento y con ello nos habilita a precisar el
carácter procesual de la coproducción. La lógica de Dewey (1950) propone abordar la
investigación científica como una práctica que parte de desafíos concretos y culmina,
aunque no de manera definitiva, en la transformación del futuro, estableciendo nuevas
determinaciones en las situaciones problemáticas emergentes. A la vez, el
reconocimiento, por parte de Dewey, del carácter constitutivo ético-potico de la
investigación cienfica posibilita llevar a cabo una lectura robusta de los vínculos entre
“es” y “debe”, tan caros al análisis de Jasanoff.
Además, la problematización de los límites del conocimiento, lo social y lo natural
y los consecuentes procesos de ajustes en las representaciones, discursos,
identidades e instituciones demandan dirigir la mirada a la constitución de colectivos
y sus interacciones en contextos de problematización pública, atravesados por
conocimiento científico (Jasanoff y Kim, 2015). Este núcleo problemático nos conduce
a examinar las afinidades del lenguaje de la coproducción con la perspectiva
sociológica pragmatista de los problemas públicos. Este abordaje, lejos de focalizar
en las movilizaciones colectivas desde el estatus de los sujetos colectivos, desplaza
el análisis hacia las situaciones problemáticas: es el propósito de definir y controlar
estas situaciones, lo que lleva a los diferentes agentes a movilizarse, a entrar en
relaciones complejas de cooperación y conflicto y a configurar las arenas públicas
(Cefaï, 2011). En esta dirección, los cambios epistémicos pueden ser comprendidos
como parte de los procesos de problematización pública y publicización.
Igualmente, los problemas acerca de los mites del conocimiento ponen en
primer plano cuestiones sobre la autoridad social y la credibilidad. Lo que conocemos
de los cometas, los icebergs y los neutrinos, afirma Shapin (2016), conlleva
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irreductiblemente lo que conocemos de las personas que hablan de esas cosas y en
nombre de ellas. Aquello que sabemos sobre las virtudes morales de las personas se
transmite a través de su discurso a las cosas que existen en el mundo. La verdad de
las afirmaciones científicas inevitablemente requiere de la confianza en las
afirmaciones de los otros: los juicios epistémicos dependen tanto de las valoraciones
de las personas que realizan esas afirmaciones como de la caracterización de las
cosas mismas. Sin embargo, los interrogantes acerca de quiénes participan en los
procesos de imaginar y modelar el futuro señalan en dirección de las identidades al
mismo tiempo que ponen en evidencia las exclusiones, las opresiones, las
desigualdades y la toma de decisiones en torno de injusticia social (Felt, 2016). Es en
este punto que consideramos fructífero articular las situaciones de injusticia
hermenéutica (Fricker, 2017) con la problematización pública, que involucra
conocimientos científicos. La noción de injusticia hermenéutica nos da la oportunidad
de reflexionar sobre los modos de expandir las prácticas lingüísticas y no lingüísticas
a fin de enfrentar estas injusticias sobre las identidades. Es necesario definir los
compromisos filosóficos en torno a las prácticas lingüísticas con el propósito de
comprender de qué manera los cambios en las categorías científico-sociales
acompañan los procesos de hacer identidades. En este sentido, asumimos la
concepción rortyniana de la contingencia e historicidad del lenguaje.
Segundo compromiso: ciencia y mundo in the making
Volvamos una vez más al dictuctum coproduccionista según el cual las maneras en
que conocemos y representamos el mundo natural y social son inseparables de las
formas en que elegimos vivir en él (Jasanoff, 2004). Esto implica llevar adelante un
análisis que focaliza simétricamente en la emergencia mutua de cómo las personas
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piensan que es el mundo y lo que determinan que debería ser (Jasanoff, 2005;
Jasanoff y Kim, 2015). Esta tensión que mantiene juntos “es” y “debe” requiere una
explicitación de los compromisos teóricos en relación con las prácticas epistémicas
que cuenta de su dimensión procesual y de su carácter constitutivo ético-político.
Interpretar pragmatistamente el conocimiento como modos de acción que crean futuro
significa actuar de tal manera que haga que el futuro se ajuste a alguna visión presente
de él (Wartofsky, 1979: 143). En un sentido no trivial, las acciones están encarnadas
en las creencias, de tal modo que estas últimas llaman a la acción exhibiendo cómo
se deben hacer las cosas y qué debe ser hecho.
En esta dirección, nuestra apropiación del lenguaje de la coproducción
profundiza las afinidades con la concepción pragmatista clásica de Dewey sobre la
investigación científica. En el marco de las tesis generales de la Lógica (1950), Dewey
define la investigación comola transformación controlada o dirigida de una situación
indeterminada en otra que es tan determinada en sus distinciones y relaciones
constitutivas que convierte los elementos de la situación en un todo unificado(Dewey,
1950: 123. La cursiva corresponde al texto original).
Nos detenemos aquí en el examen de dos de las nociones nucleares de la
caracterización de la investigación: situación y transformación. La visión holista de la
situación, que propone Dewey, desplaza de la escena epistémica la presencia de un
objeto dado que puede ser aprehendido a través de conceptos. Una situación no
remite a un objeto aislado o conjunto de objetos sino a un todo complejo, “un todo
contextual” en las palabras de Dewey (1950: 82), que depende de las necesidades,
las habilidades y las actividades de los agentes comprometidos en ciertas prácticas y
requiere, además, para llevar adelante esas prácticas de un trasfondo de objetos y
eventos y de las transacciones extendidas en el tiempo. En este sentido toda
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investigación opera en continuidad con la naturaleza interaccional de la experiencia y
la relación hacer-padecer entre organismo y entorno.
Ahora bien, son las situaciones indeterminadas las que suscitan una
investigación. La indeterminación, y esto es central, radica en la situación misma como
un todo: “Es la situación la que tiene estos rasgos. Nosotros nos hallamos perplejos,
llenos de dudas, porque la situación es intrínsecamente dudosa” (Dewey, 1950: 124).
Esta perplejidad es un rasgo de las interacciones que caracteriza la situación, una
descoordinación o desequilibrio de las prácticas que operaban hasta entonces de
manera fluida. De allí el carácter existencial de las situaciones indeterminadas. Ellas
son precognitivas, “aunque son las condiciones necesarias de las operaciones
cognitivas o de investigación” (Dewey, 1950: 126).
No obstante, su indeterminación no es absoluta. Una situación que desencadena
una investigación es indeterminada con respecto a sus resultados. El sentido de este
tipo de indeterminación se extiende desde la imposibilidad de medir las consecuencias
o la posibilidad de llegar a respuestas incompatibles, hasta la dificultad de comprender
el significado de las condiciones existenciales en la interacción con el organismo.
El pasaje de una situación de indeterminación al establecimiento de un problema
genuino de investigación es un asunto gradual. No toda situación inicialmente
indeterminada se constituye en problema. La conformación de una situación
problemática a partir de una indeterminada requiere de una operación de articulación:
un proceso reflexivo a través del cual se busca establecer determinaciones. La
situación articulada ahora como problemática se constituye entonces en el contexto
donde el investigador es un actor que tiene como objetivo modificarla de acuerdo con
ciertos fines. En este sentido, las hipótesis de trabajo actúan como programas
tentativos para alcanzar resultados empíricos particulares, esto es, “alterar la realidad
previa de una situación concreta” (Dewey, 2000a: 91). Pero la transformación que se
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produce es existencial: rige no solo un cambio en las creencias del investigador sino
un cambio en la situación misma. Así, las prácticas del investigador se dirigen hacia
el futuro: “la cualidad temporal de la investigación significa algo muy distinto a que el
proceso de investigación requiere tiempo. Significa que la materia objetiva de la
investigación sufre una modificación temporal” (Dewey, 1950: 13).
Entonces, tal como señalamos anteriormente, los objetos, lejos de ser lo dado
que debe ser sometido a conceptualización, son lo producido y estabilizado en la
investigación. Las cosas existen como objetos si han sido determinadas previamente
como resultados de la investigación, aunque, mirados retrospectivamente, se
presentan como sus objetivos.
La dinámica de la investigación deweyniana nos permite, asimismo, explorar los
sentidos en que se vinculan nuestras representaciones de cómo es el mundo y de
cómo debería ser, enlazando conocimiento y valores a través de texturas distintas. En
primer lugar, la pauta de la investigación -la articulación de situaciones inicialmente
indeterminadas, la resolución de situaciones problemáticas y la transformación de las
experiencias- rige todos los dominios de la práctica y, por tanto, el dominio de la
ciencia y de los valores. Sin embargo, la relación entre ciencia y valores va más allá
de cumplir con esta pauta común. Los juicios de investigación científica y los juicios
de valor se integran en la acción inteligente. Dewey considera que los juicios de valor,
en la medida en que se insertan en situaciones específicas y están dirigidos hacia el
futuro, son guiados por el conocimiento de las consecuencias, más que determinados
sobre la base de criterios externos a los cursos de la experiencia. Para el filósofo, el
conocimiento de estas consecuencias tiene que estar dado por los conocimientos que
se producen en el ámbito científico. Así, la ciencia se enlaza con los valores en tanto
guía de las valoraciones. Pero lejos de ser una relación unidimensional, hay una
integración entre las creencias sobre el mundo y aquellas sobre los valores en
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dirección a la acción. Las ideas como hipótesis de trabajo, sostiene Dewey (2000a:
87), “son programas de conducta para la modificación del mundo existente. Desde
esta perspectiva el significado de una descripción del mundo es práctico y moral”.
Veamos esta cita extensa:
Aunque la concordancia entre las actividades científicas y las consecuencias que
provocan en el público en general (técnicamente no científico) se hallan en un plano
diferente, sin embargo, esa concordancia constituye una parte integrante de la
prueba completa de las conclusiones físicas, siempre que sus repercusiones
públicas sean de significación. Esto se ve con claridad cuando las consecuencias
sociales de las conclusiones científicas provocan la intensificación de los conflictos
sociales. Porque tales conflictos suministran la prueba presuntiva de la insuficiencia
o parcialidad y carácter incompleto de las conclusiones tal y como se presentan
(Dewey, 1950: 537-38).
Los valores ético-políticos son constitutivos del conocimiento científico en la medida
en que las fases de la pauta de investigación están expuestas a la ponderación de
qué conviene hacer y qué medios emplear para alcanzar los resultados. Pero, aún
más, como establece la cita anterior, estos valores penetran las pruebas acerca de si
se ha alcanzado la transformación de la situación problemática. No hay una resolución
del problema, si no se sobrepasa esta prueba de ajuste entre los resultados de la
ciencia y las consecuencias sociales.
El pragmatismo deweyniano nos presenta el conocimiento como una práctica
de transformación de la realidad y, en este sentido, conocimiento y realidad son algo
siempre en desarrollo y expuestos a reelaboración y transformación. Es en este
sentido que interpretamos el dictum coproduccionista como una construcción
procesual, existencial y temporal que transforma el futuro. Ahora bien, el enfoque
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pragmatista deweyniano nos permite realizar una revisión crítica metateórica sobre el
carácter descriptivo de los estudios de coproducción. Como anticipamos en el
apartado anterior, la perspectiva de Jasanoff de los lenguajes de la coproducción, en
tanto interpretación de los procesos de cambio epistémicos y ontológicos, advierte
acerca del insuficiente poder analítico del par descriptivo/normativo cuando se
presenta como dicotómico. Las interpretaciones coproduccionistas tienen
implicaciones sobre la acción social y el cambio en el pleno sentido pragmatista. La
meta del conocimiento, tal como la concibe Dewey (2000b:166-167), consiste en
producir determinadas diferencias en un entorno dado, lo que culmina
satisfactoriamente ampliando las prácticas que podemos realizar en ese mundo. Si
aceptamos este punto, entonces no resulta fructífero separar los componentes
interpretativos de los lineamientos sobre cómo los diferentes agentes deberían definir
y coproducir el conocimiento. El conocimiento coproduccionista no significa nada más
que sus propias líneas de acción, esto es, sus consecuencias existenciales.
Asimismo, la apropiación de la categoría de coproducción por parte de los
agentes (no científicos) y su poder de transformación pueden comprenderse, desde
la perspectiva pragmatista, de acuerdo con las maneras en que se resignifica el
lenguaje, muy próximas a la visión wittgensteniana, “por [medio de] los acuerdos de
diferentes personas en actividades existenciales que hacen referencia a
consecuencias existenciales” (Dewey, 1950: 62). La pauta de investigación vale para
toda práctica, de modo que las continuidades entre conocimientos científicos o
conocimientos de la vida diaria se constituyen a partir de las experiencias de los
agentes a la hora de enfrentar situaciones problemáticas.
Finalmente, Jasanoff llama la atención acerca de las dificultades que se
presentan cuando la ciencia desvincula lo epistémico de lo normativo y proyecta una
imagen totalizadora del mundo “tal y como es” sin tomar en consideración “las
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inversiones de capas que las sociedades han hecho en los mundos tal y como desean
que sean” (Jasanoff, 2010: 236). Este desajuste muestra, desde la perspectiva
pragmatista, una insuficiencia de la investigación científica, toda vez que, como hemos
señalado, los valores ético-políticos atraviesan las pruebas sobre el alcance de las
transformaciones alcanzadas en el proceso de investigación.
Tercer compromiso: los problemas públicos y los límites de
la ciencia
La problematización de los límites de las prácticas cienficas no apunta a la búsqueda
de un criterio normativo de demarcación (en el sentido de pautas epistemológicas o
metodológicas que prescriban la diferencia entre ciencia/no ciencia o entre disciplinas
y campos epistémicos diversos), sino a interpretar las maneras en que se crean, se
estabilizan y se desplazan esos límites. En este sentido, se multiplican los
interrogantes sobre la diferenciación entre ciencia y otras prácticas culturales, las
brechas y las yuxtaposiciones entre “ciencia” y “sociedad”, la legitimidad de los modos
de trazar fronteras y la de los agentes que los fijan, la conformación de colectivos en
torno de los bordes, las identidades de quienes disputan o cooperan en el trazado, la
fijeza de los límites y la posibilidad de desplazarlos, el valor de los lenguajes y
metalenguajes de la ciencia y el sentido común.
Las cuestiones de límites tienen un lugar privilegiado en los abordajes de la
coproducción. Los lenguajes de la coproducción han abrevado de diferentes recursos
conceptuales para comprender cómo los distintos colectivos sociales se relacionan en
situaciones problemáticas atravesadas por conocimientos científicos y en qué
condiciones dichos colectivos impulsan cambios epistémicos.
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En sus trabajos tempranos, Jasanoff (1991; 2005) enlaza el lenguaje de la
coproducción con la noción de frame análisis de Erving Goffman (2006) y, de forma
más extendida, con la frame perspective de la acción colectiva de Joseph Gusfield
(2014), a fin de focalizar en el carácter contingente e histórico de la tematización y
definición de los problemas que conforman arenas públicas. En la última década, la
autora se detiene en el estudio de los imaginarios relacionados con la ciencia y la
tecnología. Los futuros imperfectos deseables, sostiene Jasanoff, se construyen
también a partir de los imaginarios sociotécnicos, visiones sostenidas por colectivos,
estabilizadas institucionalmente y performadas públicamente en las formas de vida
compartidas (Jasanoff y Kim, 2015). Si bien la noción de imaginario sociotécnico no
puede asimilarse a los procesos de enmarque, no obstante, advierte que esta
constituye una ampliación de la frame perspective.
Por cierto, Jasanoff (2005) destaca el valor del trabajo de Goffman al mostrar
que no hay nada intrínseco ni determinado externamente en la forma en que las
personas organizan sus experiencias. Efectivamente, en la interpretación de la
relación entre los sentidos sociales y las agencias, Goffman (1991) debilita el papel
del orden institucional y abre camino a la comprensión de los sentidos de las acciones
como un trabajo realizado por medio de las mismas acciones situadas de los
individuos.
No obstante, la unidad de análisis del orden de la interacción no es el individuo
sino la situación social, siendo lo situacional aquello que solo puede darse en
encuentros cara a cara, encuentros temporales en los que están necesariamente
implicados los cuerpos. Aún más, la condición humana es para Goffman
constitutivamente situacional: “El hecho de que pasemos la mayor parte de nuestra
vida diaria en presencia inmediata de los demás es algo inherente a la condición
humana [...] nuestros actos, cualesquiera que sean están socialmente situados en un
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sentido estricto” (Goffman, 1991: 174). Así, cuando los individuos asisten a una
situación y se preguntan explícita o tácitamente “¿qué es lo que está pasando aquí?”,
la respuesta se configura a partir de los modos en que los participantes tratan el asunto
que tienen ante (Goffman, 2006). Estos modos involucran de forma sustantiva
procesos de enmarque. Los marcos de referencia goffmanianos son recursos
culturales, esquemas interpretativos, puestos en escena para “situar, percibir,
identificar y etiquetar (Goffman, 2006: 23) acontecimientos y situaciones en la
organización de la experiencia y la disposición de la acción.
Ahora bien, la noción de marco goffmaniano fue retomada en los años ochenta
por la teoría de la acción social, que bajo el rótulo de frame perspective inscribe el
análisis de los marcos en el giro cultural y resalta la importancia de los procesos
cognitivos y normativos en la dinámica de las movilizaciones sociales (Trom, 2008).
Una de las líneas de la perspectiva del enmarque se focaliza en las situaciones
problemáticas y en la emergencia y configuración de los problemas públicos. En estos
abordajes, “el concepto de “marco” tiende a abarcar, sin distinción, figuras retóricas,
intrigas narrativas y dramas escenográficos” (Cefaï, 2008: 56). Es en este contexto
teórico que Gusfield (2014) se propone visibilizar las ltiples posibilidades de
conceptualización y de resolución de los problemas públicos más allá de las
definiciones efectivamente cristalizadas. Según este autor, la estructura de un
problema público es el área de conflicto en el que un conjunto de grupos o instituciones
compiten y pelean por la propiedad del mismo, es decir, por influir en su definición o
bien por desentenderse de él, por la aceptación de teorías causales que atribuyen
responsabilidad causal del problema y por la asignación de responsabilidad política,
la determinación de quiénes están obligados a hacer algo respecto del problema,
erradicando o aliviando la situación perjudicial (Gusfield, 2014: 71-76).
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La ficción y el drama son inherentes a la manera en que se presentan tanto el
conocimiento que configura el problema público como las acciones prácticas que se
prescriben a partir de ese proceso de configuración. Los conocimientos científicos,
que intervienen en la definición del problema, son examinados en sus componentes
ficcionales, esto es, los modos en que la retórica de la ciencia construye un orden
moral y cognitivo. Al mismo tiempo, las leyes jurídicas se exhiben como formas
estilizadas del drama público: “como performances culturales en niveles de actividad
formal y actividad rutinaria, la ley encarna y refuerza los significados; [...] legitima el
control construyendo la imagen de un orden social y natural basado en el consenso
moral” (Gusfield, 2014: 87).
Nos interesa detenernos en la práctica científica. Gusfield sostiene que el análisis
de los modos en que el conocimiento científico conduce a acciones prácticas no puede
ignorar la poética de la ciencia como objeto de estudio. En apoyo de esta afirmación,
señala en dirección a Northop Frye (1991) y Hayden White (1978). “Cualquier cosa
que haga un uso funcional de las palabras”, afirma Frye, “siempre se verá
comprometida en todos los problemas técnicos que atañen a las palabras, incluyendo
los problemas retóricos” y, en este sentido “la naturaleza y las condiciones de la ratio,
en la medida que es verbal la ratio, esn contenidas en la oratio(Frye, 1991: 438;
446). En el mismo sentido sostiene White: “la teoría crítica contemporánea nos permite
creer [...], que “poetizar” no es una actividad que se cierna sobre, trascienda o se
mantenga de alguna otra manera alejada de la vida o la realidad, sino que representa
un modo de praxis que sirve de base inmediata para toda actividad cultural [...], e
incluso para la ciencia misma (White, 1978: 126). De esta manera, se va más allá de
la dicotomía entre los modos factuales y ficcionales del discurso al reconocer que el
problema no radica en preguntar sobre los hechos sino sobre las maneras diferentes
“en que construimos campos o conjuntos de fenómenos para “transformarlos” en
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posibles objetos de representación narrativa (White, 1978: 128. La cursiva
corresponde al texto original).
Ahora bien, la apropiación de Jasanoff de la teoría del enmarque señala en
dirección a la tensión entre contingencia y determinación. La autora contrapone la idea
de enmarque a la noción de agenda política para resaltar no solo las contingencias de
las respuestas a los problemas públicos sino también habilitar espacios imaginativos
plurales. En este sentido, rescata el vínculo estrecho entre narración y práctica que
Gusfield plantea en el análisis de las arenas públicas: “Las historias contadas en la
arena política intentan ordenar y dar sentido a experiencias complejas; permiten a las
personas emprender acciones significativas y reducir así sus sentimientos de
impotencia y alienación” (Jasanoff 2005: 23-24).
Sin embargo, el sentido procesual que implica la coproducción del conocimiento
y los órdenes social y natural, la reconfiguración de la identidad, las representaciones,
los discursos y las instituciones y la interacción entre individuos y colectivos en esas
transformaciones no queda precisado a través de las realizaciones de Goffman y
Gusfield. Si bien el trabajo de constitución de una situación problemática
(identificación, definición, elucidación y resolución) queda comprendido dentro de los
análisis de las interacciones, la problemática de enmarque parece detenerse en el
examen de la definición de los problemas públicos como un resultado establecido más
que como un proceso (Quéré y Terzi, 2015).
Nuestro compromiso con la sociología pragmatista nos permite enfrentar los
problemas acerca de los límites de la ciencia y las maneras en que los agentes
desafían los sentidos de las categorías científicas o cooperan en su conformación,
situándolos en el contexto de problemas públicos atravesados por conocimiento
científico.
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La sociología pragmatista presenta un modelo dinámico de transformación de
los problemas públicos, siguiendo de manera general los lineamientos de la filosofía
política y la lógica de Dewey. Ciertamente, el sentido práctico del proceso de
problematización pública responde a la pauta de la investigación deweyniana: la
transformación de una situación indeterminada en otra determinada como
consecuencia de las acciones que reajustan lo existente en la forma en que la idea
pretende. Recordemos que de acuerdo con Dewey (2000a) el significado de las ideas
reside en las realidades modificadas a las que apuntan.
En la visión de Dewey, los públicos se constituyen y organizan a través de la
investigación que llevan adelante para tratar de articular y resolver una situación
problemática y sus consecuencias indeseables, que los afectan de manera indirecta
(tanto los involucrados en primera línea: responsables en tomar decisiones, activistas,
enfermos, víctimas, académicos como los testigos y espectadores). En este sentido,
se mantienen íntimamente unidas, como parte del mismo proceso, la problematización
de una situación y la emergencia y constitución de sus públicos (Dewey, 2004).
El análisis de la dinámica de problematización y publicización toma en
consideración “los temas compartidos de preocupación, sensibilización e indignación,
que pueden surgir a partir de perturbaciones imprecisas y ganar la consistencia, la
realidad y la legitimidad de los problemas públicos” (Cefaï, 2014: 24. La cursiva
corresponde al texto original). En estas etapas iniciales de expresión y simbolización,
las perturbaciones que las personas sienten e intentan expresar y las redes
conceptuales que articulan esa expresión pueden o no dar forma a un problema
público. Es necesario que se avance en la construcción de determinaciones. La etapa
de la mediación corresponde a los procesos de categorización, argumentación y
narración analizados por Gusfield. En esta etapa se suceden las disputas por la
propiedad de la definición del problema, pero también se reconfigura la experiencia
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pública sobre la base de las determinaciones establecidas. También los públicos son
transformados a través de la recepción y reapropiación de la definición del problema.
En la etapa de rutinización, los temas compartidos desde un principio se transforman
en herramientas y datos de acción pública. Es una etapa en que las instituciones
asumen la autoridad y la tarea de administrar la resolución y regulación del problema.
Como es de esperar, este modelo de transformación de los problemas públicos
no se presenta como una sucesión lineal de fases. Por el contrario, atiende
especialmente a los puntos de bifurcación y bucles de retroalimentación de tal manera
que se eviten las dificultades que provoca hacer ajustes forzados a un modelo único.
Distintos tipos de cruces y desvíos pueden sucederse: “algunas fases pueden
saltarse, otras frustrarse, otras superponerse o invertirse” (Cefaï y Terzi, 2012: 30). Es
más, en la medida en que permite exhibir la creatividad e imaginación de cada una de
las operaciones involucradas en los distintos niveles, evidencia no solo mo se abren
las líneas de intervención de los diferentes colectivos, sino también los modos en que
el campo de la experiencia puede plegarse sobre sí mismo impidiendo la resolución y
transformación de la situación problemática. La aparición de un problema y su
percepción por parte de una comunidad, que se dispone a abordarlo, no garantiza por
sí misma la organización de una experiencia pública. Las situaciones indeterminadas
no conducen necesariamente a la creación de un público, que lleve adelante una
investigación y que esté destinado a experimentar nuevas soluciones. En muchas
ocasiones, las comunidades clausuran esta búsqueda de tal forma que la perturbación
refuerza los prejuicios más arraigados y los hábitos rutinarios (Quéré y Terzi, 2015).
Esta perspectiva procesual de los problemas públicos da acceso al examen de
la problematización de los límites del conocimiento científico encarnada en el mundo
de la vida ordinaria y de la actitud natural, que, al igual que el de la ciencia y la
tecnología, es un mundo abierto a la investigación. En cada secuencia del proceso de
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problematización pública al configurar sentido, se acreditan actores, se distribuyen
poderes y se fijan disputas (Quéré y Terzi, 2015). Ello habilita el análisis de los
vaivenes entre continuidades y discontinuidades, las apropiaciones, las alianzas o los
enfrentamientos de los saberes, que los distintos agentes ponen en juego en la
resolución del problema a la mano. Dado que, el modelo de transformación de los
problemas públicos rechaza la linealidad, es una cuestión empírica si las partes en
controversia se apropian, en tanto recursos culturales disponibles, de conocimientos
científicos, historiográficos o conocimientos no científicos en sus prácticas cotidianas.
En este sentido puede responderse al requerimiento de Jasanoff acerca de la
necesidad de explicar por qué, en las bifurcaciones significativas en el camino, las
sociedades optan por determinadas direcciones de elección y cambio en lugar de
otras, y por qué esas elecciones ganan estabilidad o, a veces, no lo hacen (Jasanoff
y Kim, 2015).
A la vez, habilita el análisis de la realización de distintas narrativas que
configuran las historias de las luchas, los fracasos, los significados y los “propietarios”
de los problemas públicos, una vez entrada la etapa de rutinización. Nuestro
compromiso con una perspectiva pragmatista de la coproducción recupera la filosofía
narrativista whiteana en sus afinidades con la visión de Dewey sobre la investigación
y el proceso a través del cual conocimiento y realidad están en continuo hacerse. La
escritura de la historia es una resolución a través de la investigación de una situación
problemática: “escribir la Historia constituye en sí mismo un suceso histórico. Es algo
que ocurre y por su ocurrencia trae consecuencias existenciales [...] La historia no
puede escapar a su propio proceso. Por lo tanto, tendrá que ser reescritura constante
(Dewey 1950: 265-266). Precisamente, Tozzi (2018) sostiene que los enfoques
narrativistas nos han enseñado que es necesario averiguar qué recursos (lingüísticos,
retóricos y discursivos) están presentes en las interpretaciones del pasado (y también
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del presente, agregamos nosotros) que compiten entre sí, porque cada una de ellas
implica líneas de acción diferentes con sus consecuencias éticas propias: “Apreciar la
dimensión práctica inherente a nuestras ideas (narraciones o interpretaciones) sobre
el pasado (ya sean producidas por la historiografía académica, la literatura o los legos)
requiere asumir que su significado es ininteligible sin una consideración de las
consecuencias prácticas” (Tozzi, 2018: 70). A, no solo es posible interpretar las
controversias acerca del pasado de un problema público (las historias producidas en
el ámbito académico y las realizadas por parte de los colectivos intervinientes en la
elucidación y resolución del problema), sino también examinar los espacios de
coproducción que posibilitan reescrituras de ese pasado en encuentros colaborativos
donde interactúan colectivos heterogéneos: activistas, personas afectadas, científicos
sociales, historiadores y científicos de otras áreas involucradas en los problemas.
Cuarto compromiso: la contingencia e historicidad del
lenguaje
Uno de los interrogantes centrales, que atraviesa las cuestiones de los límites de la
ciencia, focaliza en las categorías científicas, su constitución y cambios. En la medida
en que las disputas alrededor de los usos de los términos clasificatorios y su
significación se llevan adelante sobre la base de los conocimientos que fijan qué
cuenta como orden social y qué como orden natural, los límites entre lo natural y lo
social se hallan sujetos a desafíos y desplazamientos. Los problemas metafísicos y
epistemológicos acerca de las clases naturales y la dicotomía natural/construido
cobran relevancia no solo para las comunidades científicas que trazan esas
distinciones, sino también para los distintos colectivos sociales sobre los que
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repercuten las consecuencias de tales delimitaciones. Las clasificaciones científico-
sociales abren una interacción en las formas en que las clasificaciones configuran las
maneras de ser de las personas clasificadas y las prácticas que estas últimas realizan
en relación con las clasificaciones a las que se hallan sujetas. Las personas aceptan
las clasificaciones y operan sobre mismas de tal manera que se perciben de
acuerdo con esas categorías, actúan consecuentemente con esa configuración y
repiensan su pasado a la luz de estas. Pero, también sabemos de las rebeliones de
los clasificados contra las clasificaciones establecidas en el marco de una matriz
compuesta por las prácticas, las instituciones, los objetos, las personas y sus
interrelaciones (Hacking, 2001).
En este contexto problemático, las experiencias atravesadas por un vacío en las
herramientas compartidas de interpretación social, en palabras de Fricker, “ausencias
de interpretaciones adecuadas, huecos en los que debería haber un nombre para una
experiencia que interesa a la sujeto poder volver comunicativamente inteligible”
(Fricker, 2017: 257), pueden considerarse en algunos contextos sociales situaciones
indeterminadas desencadenantes de problemas a resolverse en las arenas públicas.
La noción de injusticia hermenéutica (Fricker, 2017) es un punto de partida para
recuperar la concepción pragmatista del lenguaje de Richard Rorty en la necesidad
de dar cuenta de los procesos de cambio conceptual en contextos de injusticia social.
Una diversidad de situaciones, en las que se plantean desventajas cognitivas
agudas derivadas de un vacío en los recursos hermenéuticos colectivos, ha sido
analizada en términos de los lenguajes de coproducción. Los casos más frecuentes
refieren a las llamadas “enfermedades raras” (Rabeharisoa y Callon, 2004; 1999, solo
por nombrar una investigación ya clásica). Las lagunas hermenéuticas afectan
indudablemente la conducta social de las personas que padecen estas enfermedades
frente a la carencia de diagnósticos y a la imposibilidad de comprender los estados de
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su salud. Estos casos constituyen desventajas epistémicas que, en términos de
Fricker, pueden considerarse situaciones de mala suerte epistémica. No obstante, en
algunas circunstancias, los padecimientos de las personas se configuraron en
problemas públicos atravesados por conocimiento científico e impulsaron relaciones
de coproducción entre los colectivos científicos y no científicos a fin de construir
nuevos discursos, representaciones e instituciones. La problematización pública en
torno de la carencia de recursos hermenéuticos colectivos ha dado por resultado en
Argentina la sanción de un conjunto de leyes en la última década: la llamada “Ley
Nacional de Muerte digna” (Ley 26742, 2012), que complementa la Ley
Nacional sobre los Derechos del paciente, historia clínica y consentimiento
informado (Ley 26529, 2009); la Ley Nacional de Acceso integral a los
procedimientos y técnicas médico-asistenciales de reproducción médicamente
asistida (Ley Nº 26862, 2013); la Ley Nacional sobre los Derechos de Padres e Hijos
durante el Proceso de Nacimiento (Ley 25929, 2015); y el Decreto 883/20 que
aprobó la nueva reglamentación de la Ley Nacional de Uso medicinal de la planta
Cannabis y sus derivados (Ley N° 27.350, 2017).
Pero en las situaciones de injusticia hermenéutica, el empobrecimiento colectivo
generalizado por falta de recursos hermenéuticos afecta de manera desigual a ciertos
grupos de modo que quedan marginados. La marginación hermenéutica radica en que
los grupos más desfavorecidos por ese vacío de recursos interpretativos no participan
plenamente, sino de forma desigual, en las prácticas mediante las cuales se generan
los significados sociales. En términos generales, la injusticia hermenéutica es “la
injusticia de que alguna parcela significativa de la experiencia social propia queda
oculta a la comprensión colectiva debido a un prejuicio identitario estructural en los
recursos hermenéuticos colectivos” (Fricker, 2017: 254). Definida de esta manera, la
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autora advierte que, al ser una injusticia estructural producto de relaciones de poder
social, se requiere de una acción política colectiva para producir una transformación.
El análisis epistémico, ético y político de la injusticia hermenéutica se enlaza con
los abordajes de los problemas públicos y de la coproducción de una manera diferente
a los casos anteriores, porque las situaciones de injusticia hermenéutica, en tanto
situaciones indeterminadas, irrumpen cuando las personas hacen tentativas efectivas,
pero condenadas al fracaso, de hacer inteligible una experiencia para y para los
demás. En palabras de Rorty, se trata de “sondear abismos que la mayoría de la gente
conviene en que no existen” y dónde “la ausencia de significado es exactamente
aquello con lo que uno tiene que flirtear cuando está situado entre medias de las
prácticas sociales, y sobre todo lingüísticas, no queriendo tomar parte de las viejas,
pero sin haber logrado aún crear otras nuevas” (Rorty, 2000: 262).
Pero, entonces ¿cómo comprender el lenguaje de modo que pueda dar cuenta
de la ocurrencia de prácticas lingüísticas nuevas? ¿Cómo expandir las prácticas
lingüísticas y no lingüísticas para que se transformen esas situaciones de injusticia?
Rorty establece una analogía entre lenguaje y herramienta. Como primera
aproximación advierte que esta analogía no puede pensarse de acuerdo con la
relación que un artesano tiene con sus herramientas, porque el artesano selecciona
sus instrumentos en función de los propósitos que se plantea. Sabe cuál es el trabajo
que debe hacer antes de seleccionar o inventar las herramientas para realizarlo. En
cambio, en el caso de la creación de un lenguaje nuevo no es posible aclarar con
exactitud qué se propone hacer antes de elaborar el lenguaje con el que se lo hará.
El nuevo lenguaje hace posible la formulación de los propósitos de ese mismo
lenguaje. En ese sentido, es una herramienta “para hacer algo que no podría haberse
concebido antes de la elaboración de una serie determinada de descripciones: las
descripciones de las que la propia herramienta ayuda a disponer” (Rorty, 1991: 33).
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Una vez más, cabe interrogar: ¿cómo hacer descripciones nuevas de forma tal
que “lo que parecía naturaleza emp[iece] a verse como cultura y lo que parecía destino
como una aberración”? (Rorty, 2000: 245). La creación de nuevas categorías no
puede pensarse en términos de reemplazar una versión distorsionada por otra no
distorsionada, hacerlo implica comprometerse con la dicotomía apariencia/realidad y
con una concepción representacionista del lenguaje como mediador entre el yo y la
realidad.
Rorty concibe el progreso moral e intelectual como historia de las metáforas cada
vez más útiles. La metáfora tiene un poder transformador:
[…] no tienen significados. Es decir, que no tienen un lugar en el juego del lenguaje que
se ha jugado antes de su producción. Sin embargo, pueden desempeñar, y de hecho
desempeñan, un papel decisivo en los juegos de lenguaje que se juegan después. […] La
metáfora es así un instrumento esencial en el proceso de retejer nuestras creencias y
deseos (Rorty, 1996: 170).
Sin embargo, la función de las metáforas no es proporcionar maneras nuevas de
conocer. Las metáforas interrumpen el uso corriente de los juegos de lenguaje para
hacernos tomar conciencia de sus limitaciones, aunque señalen en principio en
dirección a algo que todavía no es percibido con claridad. Ellas no tienen significado
porque ello implicaría que ya tienen un lugar en un juego de lenguaje estandarizado.
Así, la imposibilidad de parafrasear una metáfora señala la inadecuación de todos los
enunciados habituales que empleamos para alcanzar los propósitos que aún no son
habituales. El contraste entre la literalidad y las nuevas metáforas, entre usos
habituales y un uso no habitual de las palabras habituales, exhibe la contingencia y la
historicidad del lenguaje. La irrupción de la metáfora debe ir en dirección de una
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transformación, un cambio en la forma de hablar que a la vez sea un cambio en el
hacer y en la manera de pensarnos.
Rorty preserva las tesis fundamentales del análisis deweyniano del conocimiento
y el lenguaje. Dewey piensa las herramientas o instrumentos de una manera
articulada: como los medios necesarios para hacer algo y, al mismo tiempo, como lo
que instituye la posibilidad de que ese algo sea dado (Faerna, 2014). Así, el
conocimiento constituye una herramienta para la creación de situaciones nuevas y
más favorables de interacciones. Como ya lo señalamos, concibe el lenguaje como
formas compartidas de respuesta activa y de participación en sus consecuencias. No
es posible una correspondencia unívoca de las palabras con objetos u hechos, ya que
“las palabras dicen lo que quieren decir en conexión con actividades conjuntas que
producen una consecuencia común o compartida” (Dewey, 1950: 269). En
consonancia, Rorty rechaza que nuestras descripciones sean representaciones del
mundo y defiende una noción de metáfora como instrumento del potencial de
transformación del lenguaje. La filosofía, la política utópica y la ciencia revolucionaria
proponen describir “muchas cosas de manera nueva hasta que se logra crear una
pauta de conducta lingüística que las generaciones en ciernes se sientan tentadas a
adoptar, haciéndole así buscar nuevas formas de conducta no lingüísticas” (Rorty,
1991: 29).
No obstante, el hecho de proponer metáforas, que no tienen lugar en los juegos
de lenguaje corrientes, no las convierte en candidatas seguras a la incorporación
futura en las prácticas lingüísticas comunes. Falta entonces un nuevo elemento que
posibilite este proceso, la formación de una comunidad. La transformación de las
descripciones, advierte Rorty, requiere que los enunciados alternativos formen parte
de una práctica compartida. Para que las prácticas de la cultura común incorporen
algunas de las prácticas propias de “sus expatriados” se requiere de una comunidad
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(grupo social, tradición), una red de hábitos y expectativas sociales que defina los
roles, que se sostenga a misma y se reproduzca a misma. En este sentido, no
debe pensarse de manera excluyente que solo una comunidad de investigadores es
la que puede llevar adelante las transformaciones epistémicas propuestas sino más
bien comunidades diversas.
A modo de cierre
Nuestra interpretación pragmatistamente informada de la coproducción se centra en
dos ejes principales: el carácter procesual del conocimiento y la centralidad del
lenguaje y las prácticas narrativas en las interpretaciones coproduccionistas y los
procesos de coproducción. En cuanto al primer punto, la perspectiva clásica
deweyniana del conocimiento aleja los lenguajes de coproducción de cualquier
análisis que la determine como una interpretación estática de los cambios conjuntos
de los órdenes epistémicos y natural y social: disolviendo la dicotomía
descriptivo/normativo, mostrando las continuidades entre la coproducción en tanto
perspectiva de análisis y categoría de actor, señalando la manera en que (a través de
la resignificación dada por la sociología de los problemas públicos) habilita múltiples
entradas a la indagación de las prácticas epistémicas (científicas y no científicas) y
sus consecuencias ético políticas.
En lo referente al segundo punto, nuestra interpretación pragmatista rescata el
carácter narrativo y “poético” de las realizaciones científicas, en el sentido que Hayden
White asigna al término “poético”: “la poética como un modo de praxis que radica en
un cierto uso del lenguaje por el cual se transforma un objeto de estudio en el tema
de un discurso” (White, 2003: 52). En este sentido, la disolución de la dicotomía
hecho/ficción se enlaza con la concepción pragmatista según la cual conocimiento y
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realidad están siempre expuestos conjuntamente a transformaciones. También el
carácter narrativo de las escrituras y reescrituras del pasado cobran relevancia para
los lenguajes de coproducción. En los contextos de problemas públicos que involucran
conocimiento científico, una vez que se alcanza a establecer la definición del problema
(aunque nada impide que ocurra en otras etapas), se abren procesos de escritura y
reescritura del pasado del problema público por parte de agentes intervinientes o
investigadores académicos que lo tematizan como parte del proceso de resignificar
las líneas de acción y sus consecuencias a futuro.
A su vez, el análisis del papel de la metáfora rortyniana y su lugar indiscutible en
el proceso de retejer nuestras creencias y deseo permite comprometernos con una
concepción del lenguaje que, en su contingencia e historicidad, abre las puertas a
repensar los modos de hacer frente a los vacíos hermenéuticos que acarrea injusticias
imposibles de resolver a través de relaciones cara a cara. La metáfora irrumpe
señalando la inadecuación de los juegos de lenguaje estandarizado y lleva consigo
cambios en el hacer.
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Artículo recibido el 14 de marzo de 2021
Aprobado para su publicación el 8 de marzo de 2022