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DOI: https://doi.org/10.48160/18517072re54.133
Una crítica a los presupuestos epistémicos y
políticos detrás del concepto de posverdad
+
José Ramón Orrantia Cavazos
*
Resumen
El concepto posverdad se ha utilizado recientemente para etiquetar fenómenos
caracterizados por la irrelevancia de la verdad al tratar de cuestiones políticas. Nos
parece que el concepto de posverdad no es adecuado ni útil como concepto
heurístico o hermenéutico para hacer una lectura de fenómenos complejos, como es
el crecimiento de la resistencia a la vacunación.
En este artículo cuestionamos los presupuestos epistémicos
correspondentistas detrás del concepto de posverdad y defendemos que este
concepto se utiliza como etiqueta para deslegitimar al adversario político. También
exploramos la posibilidad de que el creciente uso de este concepto sea reflejo de
una escisión entre grupos de la sociedad civil que han hecho demandas de mayor
inclusión política y élites epistocráticas que dependen de una clara separación de
funciones para su legitimación social.
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Este trabajo fue realizado en el marco del Programa de Becas Posdoctorales en la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), Programa Universitario de Bioética. Asesorado por Dra.
Lizbeth Sagols Sales y Dr. Ángel Alonso Salas.
*
Becario del Programa Universitario de Bioética, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Correo electrónico: jrocley@hotmail.com.
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Revista Redes 54 ISSN 1851-7072
Palabras clave
POSVERDAD RESISTENCIA A LA VACUNACIÓN CORRESPONDENTISMO CONTRATO SOCIAL
DE LA CIENCIA
Introducción
Los teóricos de la posverdad parten del presupuesto de que el término posverdad
señala el surgimiento de fenómenos inéditos y característicos de lo que se ha
denominado era de la posverdad, de los cuales el concepto permite hacer una
buena descripción y distinguirlos de otros que no entrarían en su comprensión. En
este artículo cuestionaremos estos presupuestos, pues nos parece que el concepto
de posverdad no es adecuado ni útil como concepto heurístico o hermenéutico para
hacer una lectura de fenómenos complejos como son el negacionismo sobre el
calentamiento global antropogénico o la resistencia a la vacunación especialmente
durante la pandemia de COVID-19.
Tomamos este último para hacer un trabajo exploratorio sobre la cuestión,
pues, de acuerdo con De la Rosa (2019), no hay mejor ejemplo para ver el
significado de posverdad en relación con la ciencia. Tomaremos una postura a favor
de la vacunación pues entendemos la importancia de su aceptación para la
planeación de campañas eficientes. Nos parece que de la manera de explicar el
problema de la resistencia a la vacunación dependerá el diseño de estrategias para
confrontarlo. Aunque no desarrollaremos a profundidad este complejo tema el cual
merece su propio estudio específico en relación con la posverdad, lo utilizaremos
para ejemplificar las razones por las que sostenemos que el concepto de posverdad
no es útil para dar cuenta de fenómenos que involucran esferas diversas en su
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estructura compleja, como es el de la resistencia a la vacunación y la multiplicación
de los movimientos antivacunas.
Así, partiremos de una serie de preguntas guía: ¿Es útil este concepto
heurísticamente?, ¿nos permite descubrir algo que no puede hacerse de otra
manera?, ¿nos permite describirlo con mayor exactitud o funciona como estrategia
para ampliar nuestra visión sobre escenarios posibles futuros, o develar algo en los
pasados que otros conceptos no hubieran mostrado? Hermenéuticamente, ¿permite
interpretar los discursos de mejor manera que otros conceptos o enfoques con una
tradición ya consolidada? Exploraremos si el concepto de posverdad permite abrir
rutas de investigación que de otra forma permanecerían cerradas, si proporciona
sugerencias de cómo llevar a cabo la indagación o muestra qué rutas de deben ser
evitadas por ser inconsistentes con la forma de investigación.
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Dividimos el trabajo en tres apartados y unas consideraciones finales. En el
primero, analizamos las definiciones del concepto del Oxford English Dictionary y
del Diccionario de la Real Academia, para mostrar cómo llevan a conclusiones
incompatibles. Después, vimos cómo se ha teorizado el concepto a partir de la
literatura más relevante y señalamos que la única nota específica que encontramos
es la irrelevancia de la verdad al tratar de cuestiones políticas. Mostramos que esta
diferencia no tiene utilidad heurística ni hermenéutica, en parte porque no
corresponde con los usos cotidianos del concepto de posverdad. Utilizamos, para
ejemplificar, el caso de la resistencia a la vacunación, sosteniendo que aquéllos
renuentes a vacunarse no estarían dispuestos a admitir que son indiferentes a la
verdad, por lo cual requerimos de otra explicación del fenómeno, sin la cual no se
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Tomamos estas dos rutas de la heurística positiva y la heurística negativa de Lakatos (1989),
aunque no utilizaremos su teoría de los Programas de Investigación Científica.
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podrán desarrollar estrategias efectivas para abordar el problema y para promover
la vacunación en general, y la de COVID-19 en particular.
Señalamos que el enfoque de los teóricos de la posverdad toma base en un
concepto tradicional de la función social de la ciencia que ve en la observación y la
experimentación –la referencia a “hechos” científicos fundamento neutral para la
toma de decisiones de corte técnico como el diseño de campañas de vacunación;
y que detrás de esta concepción de la ciencia heredada subyace el presupuesto
de que hay una realidad antecedente contra la que pueden contrastarse los
enunciados de la ciencia. Con esto, pretendemos mostrar que la concepción de la
ciencia de los teóricos de la posverdad se fundamenta en una noción
correspondentista de verdad.
En el siguiente apartado, hicimos una crítica a las teorías realistas y
positivistas que han defendido el enfoque alético correspondentista. Revisamos
brevemente las tesis detrás de estas teorías y las inconsistencias señaladas desde
dentro de los mismos círculos positivistas, entre quienes ya existían dudas sobre la
relación entre una proposición verdadera y la realidad. Pretendemos mostrar que el
cuestionamiento de este presupuesto alético pone a su vez en crisis la concepción
tradicional de la ciencia, por lo cual requerimos de nuevas maneras de entender la
función social de la ciencia, sustentadas en otros presupuestos onto-epistémicos
por ejemplo, el pluralismo.
En el tercer apartado, preguntamos qué sentido tiene el post en el concepto
posverdad (post-truth). Defendemos que el concepto se ha convertido en etiqueta
política para denigrar o deslegitimar al adversario político, pero que no tiene mayor
alcance. También mostramos cómo en la historia se han dado sucesos que podrían
ser clasificados como posverdaderos, pero que han sido descritos con otros
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conceptos retórica, sofística, propaganda, marketing, relaciones públicas,
estrategia política más específicos en la delimitación de las notas características
de los fenómenos que describen. Por ello, consideramos al concepto de posverdad
más bien como un obstáculo epistemológico (Bachelard, 2000) que obscurece la
investigación sobre fenómenos complejos.
En las conclusiones, señalamos la posibilidad de que el fenómeno de la
posverdad sea más bien un síntoma de la dañina escisión existente entre los
sectores epistocráticos intelectuales, profesores, científicos, políticos y demás
expertos y las demandas de distintos grupos de la sociedad civil que a partir de la
segunda mitad del siglo XX han aparecido en el espacio público. Esta escisión
parece profundizarse cuando se parte de conceptos como el de posverdad, pues
tiende a absolutizar la posesión del conocimiento en ciertos grupos y la posesión
absoluta de la ignorancia en otros. Por ello, exploramos la posibilidad de que un
nuevo contrato social de la ciencia establezca una nueva forma de diálogo de ida y
regreso (cienciasociedad) que sugiera nuevas perspectivas para abordar
fenómenos complejos.
Definiciones, teorización y usos de posverdad
Directo del Diccionario
Aunque una misma palabra puede tener gran variedad de usos, su utilidad puede
ser juzgada dependiendo de lo que hace o permite hacer, de cómo es llevada a la
práctica o puesta en acción, o en función de si indica rutas de indagación a seguir o
evitar. La pobreza de una definición podría dificultar el manejo teórico y limitar las
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posibilidades de estudio, explicación o interpretación, con el riesgo de que su
utilización comunicativa fracase por ausencia de un sentido mínimo compartido:
algunas notas centrales del objeto teórico que hagan referencia a un campo
semántico de sentido, pero que al mismo tiempo nos permitan discriminar aquellos
fenómenos que no le correspondan (Rodríguez Zepeda, 2006). Este recurso de
estabilización, fijación o clausura temporal de sentido entra en contraste dialéctico
con los usos de la palabra que tienden a resquebrajar los significantes y derramar
los significados, a abrir la significación a lo que el contexto le requiera.
Una definición imprecisa, polisémica o que no pueda señalar notas mínimas
podría constituirse en un “obstáculo epistemológico” (Bachelard, 2000) que fallaría
como estrategia de descubrimiento, un “obstáculo heurístico” que, por el contrario,
obstruiría u ocultaría la visión de escenarios futuros o la interpretación de
circunstancias pasadas bajo una nueva luz. Entonces, ¿no tenemos un problema
con el término “posverdad” si desde las mismas definiciones de diccionario existe
una aparente inconsistencia en cuanto a qué significa “hablar” con o desde la
posverdad? Comencemos con las definiciones de diccionario más utilizadas en los
contextos anglosajón y de habla hispana:
Que se relaciona con o denota circunstancias en las que los hechos objetivos tienen
menos influencia al dar forma al debate político o a la opinión pública que el recurso a
la emoción y la creencia personal, destaca el uso emergente de post- prefijo que al
formar palabras denota que un concepto específico pierde importancia o se vuelve
irrelevante (Oxford University Press, 2016; mi traducción).
Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin
de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros
de la posverdad (Real Academia Española, 2020).
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Por un lado, la definición del Oxford English Dictionary (OED) enfatiza el papel de las
emociones y destaca que en el discurso posverdadero (post-truth speech) el
concepto de verdad se vuelve irrelevante. Por el otro, desde la definición de la Real
Academia Española (RAE) se entiende la posverdad como distorsión deliberada de la
información y se la relaciona a su uso político intencional. Ambas definiciones
coinciden, no obstante, en el presupuesto de que se hace caso omiso de “hechos
objetivos”, se distorsiona una “realidad” independiente de y antecedente al discurso.
Llevar a la práctica esta palabra podría significar juzgar los discursos pronunciados
de al menos dos maneras, inconsistentes entre ellas. ¿O podemos trabajar con un
concepto anglosajón de post-truth y otro castellano de posverdad? ¿No serían dos
conceptos diferentes? ¿Nos sirve esto último? Operativamente, ¿es funcional o
permite categorizar/discriminar fenómenos específicos de enunciación? ¿Qué nos
permite descubrir el concepto de posverdad? ¿Qué revela como categoría de
análisis del discurso?
La teorización del concepto posverdad
El campo semántico alrededor del concepto de verdad lo correcto, lo preciso, lo
racional, lo real ha sido fundamental para el funcionamiento y legitimación del
entramado institucional del modo de vida occidental desde hace al menos
trescientos años.
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La ciencia, la política, la educación, la salud, la impartición de
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Podríamos afirmar que ha sido imprescindible a lo largo de toda la historia de occidente, pero
tendríamos que mostrar que los conceptos de verdad, corrección, precisión, etc., han tenido
aproximadamente el mismo significado y que su relación con otros conceptos fe, bondad, belleza
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justicia, la prensa, la gestión económica y demás se constituyen a través de
actividades que las legitiman por medio de discursos de verdad (truth-telling) (Rider
y Peters, 2018).
Pero la crítica de las grandes narrativas totalizantes, que tiene lugar a finales
del siglo XIX con Nietzsche y a lo largo del siglo XX con la bien o mal llamada
filosofía posmoderna, ha puesto en crisis los discursos hegemónicos sobre qué
significa que algo sea real, qué entendemos por verdadero, qué es una patología y
qué implica estar sano, cuál es el papel de las instituciones educativas, qué papel
juega la ciencia y las comunidades científicas en la toma de decisiones técnicas que
afectan social y económicamente a diferentes sectores poblacionales, etcétera. Esta
crisis pone en tela de juicio hasta qué grado podemos confiar en los discursos de
verdad como piedra de toque para la resolución de disputas (Rider y Peters, 2018).
La estulticia de las posiciones de determinados actores políticos y sectores
extremistas respecto a temas considerados más o menos consensuados
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parecen
ser sólo la manifestación última, la más cínica, de esta crisis en la que nuestras
instituciones ya no son depositarios de conocimiento confiable. Sin embargo, el
funcionamiento de estas instituciones depende en gran medida de que seamos
capaces de distinguir entre consideraciones o juicios verdaderos y falsos (Rider y
no implica un cambio de comprensión tal que sería necesario hablar de dos o más conceptos con un
mismo término.
3
El rechazo al calentamiento global antropogénico y a la eficiencia de la vacunación para prevenir
enfermedades específicas; la utilización electoral de distintas formas de discriminación y la
promoción de discursos de odio contra minorías raciales, migrantes, mujeres y por la orientación
sexual; el resurgimiento de discursos nacionalistas y la promoción del cierre de fronteras; el anti-
expertismo y el rechazo a las conclusiones de investigaciones científicas; etcétera.
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Peters, 2018). Como consecuencia, la etiqueta de posverdad en un inicio dirigida a
estos discursos extremistas pues se teme que podrían socavar los fundamentos de
la democracia liberal (The Economist, 2016; Sim, 2018) se ha terminado
asociando, de forma desafortunada, con la filosofía posmoderna, considerada como
raíz del fenómeno de la posverdad por “jugar con las ideas” (McIntyre, 2018).
Así, debemos preguntarnos: ¿qué significa el prefijo post en el concepto
posverdad (post-truth)? Para Hyvönen (2018), como adjetivo, el término no significa
simplemente “después de”, sino “más allá” en el sentido de que ya no es relevante.
¿Qué quiere decir que la verdad no es relevante? Diferentes autores lo entienden de
maneras distintas. Lee McIntyre (2018) retoma casi al pie de la letra la definición del
OED y enfatiza que la posverdad consiste en la irrelevancia de la verdad en la
pronunciación de discursos: el que realiza discursos de posverdad parte del
principio de que la realidad puede ser moldeada y los hechos sombreados para
favorecer la interpretación que concuerde con lo que “siente” que es verdadero, con
independencia de los hechos objetivos. Desde su perspectiva, los discursos
posverdaderos son intentos cínicos de cuestionar la neutralidad valorativa de la
ciencia, su imparcialidad, con el resultado de que toda profesión de verdad quedaría
reducida a ser reflejo de alguna ideología política. La verdad, en un sentido fuerte,
quedaría eclipsada.
4
Galindo (2018), en línea con la crítica de McIntyre (2018) y de D’Ancona (2017)
a la filosofía posmoderna, toma las teorías epistémicas construccionistas o
relativistas de Kuhn, Feyerabend y Latour como causa indirecta de los intentos
interesados y deliberados por parte de compañías petroleras de poner en duda el
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Metáfora en perfecta consonancia con imágenes de la verdad como Aletheia: des-cubrimiento de la
verdad como progresivo des-ocultamiento.
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consenso científico sobre el calentamiento global antropogénico y de ejercer control
sobre las políticas ambientales estadunidenses.
5
En línea similar, De la Rosa (2019) defiende que la posverdad es un
llamamiento a la emoción por encima de evidencias científicas, es infección que se
propaga a través de manipulaciones y creencias injustificadas. García Pérez (2018),
por su parte, la entiende como emborronamiento (sic) de la frontera entre verdad y
mentira, donde los hechos se aceptan por encajar en nuestros esquemas mentales,
mientras que los que se sustentan en evidencias pueden descartarse por la razón
contraria. Así, la posverdad presenta verdades alternas que no existen (sic).
6
En general, el enfoque de la posverdad se ha relacionado íntimamente con el
de las noticias falsas (fake-news). Sim (2019), a pesar de su intento de conciliación
con la filosofía posmoderna de Lyotard y con una noción delgada de verdad a partir
de micro-narrativas, termina apostando por un verificacionismo ingenuo de fact-
checking, asumiendo que los discursos pueden ser contrastados con una realidad
fáctica que los corrobore o desmienta. Este mismo tipo de posturas encontramos en
5
Galindo olvida mencionar que estas operaciones se realizan a través de Think Tanks que producen
artículos “científicos” escritos por científicos que trabajan para ellos, y que se publican en revistas
científicas de prestigio. El intento de Galindo de regresar a la ciencia a su torre de marfil desde
donde trabajaría desconectada de los intereses sociales, económicos y políticos del mundo y
tomando en consideración exclusivamente aspectos metodológicos y epistémicos nos presenta una
visión no sólo ingenua, sino incluso dañina, de la forma en que funciona la ciencia como institución
social, de cuál ha sido y es la función social de la ciencia en su relación con otras esferas de
actividad.
6
García Pérez hace un interesante señalamiento: el auge de la posverdad coincide con un momento
de crisis del prestigio de la ciencia debido al incremento de casos de fraude, plagio o violaciones a la
ética profesional que llevan a que cada año se retiren más artículos de las revistas científicas.
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los artículos del número 27 de la Revista UNO, dedicado a posverdad: Gooch
(2017), basándose en Viner (2016) para mostrarnos cómo la tecnología digital y las
redes sociales profundizan la estupidez colectiva, concluye que en la era de la
posverdad la información verdadera y falsa parecen tener el mismo peso y sólo se
valoran por su viralidad. También en la editorial de The Economist “The Art of Lie”,
encontramos esta oposición entre discursos posverdaderos y hechos. Sin embargo,
en la editorial hay un elemento extra: la intención deliberada de engañar (The
Economist, 2016).
Como vemos, el término posverdad se utiliza para designar gran cantidad de
fenómenos no siempre conciliables entre sí. Block (2019) hace un interesante
análisis de la literatura y de términos relacionados con el de posverdad hambug,
bullshit, engañar o inducir a error, mentir, producir ignorancia deliberadamente;
agnotología y concluye que cada uno de ellos es una forma específica de
posverdad. D’Ancona (2017), por su parte, da una serie de ejemplos. los datos
alternativos de Trump, el fenómeno de manipulación de la información del Brexit, la
crítica a la expertocracia o los sitios de teoría de la conspiración en Internet. Es
necesario indicar que, aunque este tipo de operaciones pudieran indicarnos el
campo semántico en que el concepto de posverdad cobra sentido, no proporcionan
una definición clara y más bien confunden respecto a qué nos referimos cuando
utilizamos el término.
Esto es claro para Gudonis (2017), quien se pregunta si el término post-truth
tiene algún valor heurístico que nos ayude a identificar un nuevo fenómeno o a ver
fenómenos del pasado bajo una nueva luz. En un interesante artículo en donde
utiliza el concepto de posverdad para analizar los discursos negacionistas de la
masacre de Jedwabne de 1941, muestra su interés por encontrar un concepto
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nominal de posverdad que sea distinto de otros conceptos circundantes. Después
de hacer una revisión literaria exhaustiva y enumerar una serie de operaciones o
características de la posverdad según diferentes autores,
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concluye que ninguna
de ellas puede ser considerada como un fenómeno nuevo, con excepción de una
actitud de indiferencia hacia la verdad.
Esto es precisamente a lo que Harry Frankfurt (2005) se refiere con el empleo
de Bullshit para designar una actitud hacia la verdad distinta del engaño, la mentira
y otros fenómenos afines: el que pretende engañar sabe cree saber que existen
hechos o verdades que debe ocultar, por lo cual no es indiferente a la verdad. El
bullshitter (sic) se muestra absolutamente indiferente ante las demandas de decir u
ocultar la verdad, simplemente no les presta atención. En el mismo sentido, para
Broncano “El mentiroso es el más interesado en que la gente crea en la verdad, los
hechos, el conocimiento” (Broncano, 2018), mientras el posverdador (post-truther) o
bullshitter es el que muestra una indiferencia generalizada hacia las propiedades
epistémicas y la constatación con los hechos o evidencias. La mentira funciona
mejor si se lleva a cabo desde un contexto de garantía (Block, 2019).
Así, Gudonis (2017) descarta a conspiracionistas, a mentirosos, a la inducción
deliberada de error o a la producción de la ignorancia como ejemplos de posverdad,
pues en todos ellos hay un intento de justificación o coherencia que muestra algún
tipo de consideración por propiedades epistémicas. El autor utiliza el concepto de
7
Recurso a emociones, referencias o creencias personales, uso de hipérbole, indiferencia a los
hechos o a la evidencia, uso de la identidad de grupo, despreocupación por el uso de
contradicciones, uso de dispositivos retóricos no-éticos, cinismo anti-establishment y anti-
expertismo, falta de confianza pública en las instituciones, ironía, xenofobia, relativismo moral y/o
epistemológico, visión distorsionada de la realidad (Gudonis, 2017).
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indiferencia a la verdad para analizar los comentarios de usuarios a cuatro artículos
de periódico sobre la masacre de Jedwabne. Sus conclusiones son desalentadoras:
la utilización del concepto de posverdad puede ser útil para analizar casos como el
del negacionismo, pero sólo en casos de comentarios cortos y ambiguos que no
intentan dar justificación alguna de otra forma encontraríamos consideración por la
verdad.
Entonces, ¿cuál es el alcance del concepto? ¿Es de utilidad al analizar
problemas complejos como el negacionismo del calentamiento global antropogénico
o la resistencia a la vacunación? ¿Tiene valor heurístico como herramienta
estratégica para descubrir nuevas rutas de investigación? ¿Tiene valor
hermenéutico? ¿Con qué fin se utiliza el concepto de posverdad? Lo único que
hemos avanzado hasta aquí es poder descartar una de las definiciones de
diccionario de la teorización del concepto de posverdad: la definición de RAE, pues
relaciona posverdad con engaño deliberado, con mentira, y en estos fenómenos no
se da la indiferencia a la verdad. Paradójicamente, la definición de la RAE es la que
mejor corresponde a los usos cotidianos del concepto. La teorización del concepto
de posverdad parece ir a contracorriente de su utilización, como lo ejemplifica la ya
referida editorial de The Economist y otros tantos artículos periodísticos sobre
posverdad.
El caso de la resistencia a la vacunación
Con la pandemia de COVID-19, el problema de la resistencia a la vacunación se
vuelve insoslayable: es una constante en discusiones, conferencias, pláticas y
noticias, convirtiéndose en preocupación permanente de los gobiernos el dar
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certeza sobre la seguridad y eficacia de las vacunas a aplicarse. En diversos
círculos, principalmente académicos, la resistencia a la vacunación se explica desde
el Modelo de Déficit del Conocimiento (Goldenberg, 2016), según el cual las formas
de conocimiento experto proveen las bases para decidir sobre políticas públicas.
Desde este enfoque, el público es ignorante de cuestiones científicas, por lo que las
creencias de no-expertos que vayan en sentido contrario son inaceptables y deben
ser corregidas a través de la educación. Sostenemos que la retórica de la posverdad
funciona desde el Modelo de Déficit del Conocimiento, como podemos ver en las
afirmaciones de De la Rosa (2019) respecto a los padres que se resisten a la
vacunación, quienes pondrían en el mismo nivel epistémico el sentimiento subjetivo
y el peso de la opinión experta.
Esta perspectiva nos parece excesivamente simplista. Tomemos como ejemplo
los argumentos presentados por los renuentes a la vacunación para sacar algunas
conclusiones en sentido contrario y reforzar las ideas antes expuestas. En primer
lugar, los que se resisten a la vacunación no aceptarían que son indiferentes a la
verdad. Probablemente, como sostienen Poland y Jacobson (2001), sus decisiones
se deriven de sesgos cognitivos o emotivos, que no es lo mismo que indiferencia a
la verdad. Entre estos grupos de personas encontraremos intentos aunque
equivocados de dar razones para dudar de la seguridad, eficacia o incluso
necesidad de las vacunas. Definitivamente, no se presentan como indiferentes a la
verdad.
En segundo lugar, ni la retórica de la posverdad ni el Modelo de Déficit de
Conocimiento sirven para plantear estrategias para combatir todos los diferentes
argumentos de los antivacunas. No queremos decir que el conocimiento científico
no sea eficaz para desmentir algunos de los argumentos, aquellos que llamamos
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argumentos epistémico/cognitivos en tanto involucran la posesión de conocimientos
y pueden ser resueltos recurriendo a “hechos” comprobables o evidencias
científicas. Por ejemplo: “el sarampión ha sido erradicado de mi país”, “la vacuna
triple vírica causa autismo”, “la vacuna DTP está relacionada con el síndrome de
muerte súbita” y otros por el estilo (WHO/Europe, 2015). Estos argumentos son
fácilmente desmontables recurriendo a la evidencia más contundente de la ciencia,
y es lo que diferentes organizaciones, entre ellas la Organización Mundial de la
Salud, han realizado por años. Como vemos, este tipo de argumentos sí se explican
desde el Modelo de Déficit.
Entonces, ¿por qué no desaparece la oposición a la vacunación? Desde la
retórica de la posverdad se argumentaría que estos grupos son indiferentes a la
verdad presentada por la investigación científica. Sin embargo, debemos considerar
la existencia de otro tipo de argumentos, que hemos llamado ético/políticos, que no
pueden ser resueltos mediante evidencia científica o recurriendo al fact-checking:
sospecha en intereses espurios de las farmacéuticas, rechazo a la obligatoriedad de
la vacunación por concepciones sobre los límites del poder estatal, sobre la libertad
individual y la propiedad del cuerpo y de los hijos, concepciones alternativas de
salud con base cultural o religiosa, concepciones alternativas no estadísticas del
riesgo sostenidas por los padres, etcétera (Lopera, 2016; Hicks, 2017).
Nos interesa resaltar que las estrategias para combatir la resistencia a la
vacunación deben ser diferentes al tratar de abordar el segundo tipo de argumentos.
Las controversias científicas, en muchas ocasiones, no son acerca de ciencia, sino
de cuestiones políticas, económicas, sociales y demás. Y, aunque la ciencia deba
jugar un papel vanguardista en las estrategias de abordaje de esas cuestiones, no
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puede ni debe sustituir a la política (Hicks, 2017), so pena de caer en un
reduccionismo ciego a la complejidad real del problema.
El Contrato Social de la Ciencia y la concepción heredada
El problema de la resistencia a la vacunación y otros de amplia complejidad no
puede reducirse a su dimensión puramente técnico-científica. Existe una tensa
relación entre ciencia y público en las relaciones práctico-políticas incorporadas al
quehacer científico (Goldenberg, 2016) que, dependiendo del enfoque que tomen,
derivan en la delimitación de la función social de la ciencia.
En su famoso Science, the endless frontier, Vannevar Bush (1945) describe y
delimita las características de lo que se conocería como el contrato social de la
ciencia, el cual considerados los cambios de 1945 a la fecha; principalmente, la
creciente participación de capitales privados provee una imagen acertada de cómo
se organiza la investigación científica actualmente. Algunos autores han sintetizado
esta imagen de la siguiente manera: 1) clara separación entre ciencia y sociedad
que otorga a los cuerpos científicos autonomía para realizar investigación básica,
estableciendo una visión lineal del proceso de investigación científica que va de la
ciencia básica a la aplicación tecnológica y a los propósitos prácticos que benefician
a la sociedad; 2) creación de pequeños grupos que entienden las leyes
fundamentales de la naturaleza y trabajan libres de intereses políticos o sociales,
con el solo objetivo de des-cubrir los secretos de la naturaleza y producir
conocimiento confiable; 3) la aplicación de los descubrimientos de la investigación
básica se traduce en beneficio social, por lo que se concibe a estos grupos como
capital científico y se justifica que sean financiados con recursos públicos; 4) la
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comunicación científica siempre toma la dirección cienciasociedad, por lo que esta
última juega un papel pasivo ante los aportes científicos y tecnológicos; 5) esta
relación, basada en la confianza epistémica en grupos especializados y
competentes, genera dependencia epistémica y puede crear situaciones de
vulnerabilidad de grupos específicos (Bush, 1945; Gibbons, 1999; Mollas Gallart,
2014; Nowotny, 2005).
Ahora, detrás de esta formulación de la función social de la ciencia descansan
una serie de presupuestos ontológicos y epistémicos, característicos de lo que se
conoce como “concepción tradicional –o heredada de la ciencia”: a) realismo o la
idea de que la ciencia intenta describir y des-cubrir un mundo real, y que las
verdades sobre esa realidad son independientes de lo que la gente piense; b)
demarcación o la idea de que existen criterios para distinguir entre conocimiento
científico y otro tipo de creencias y que el primero garantiza una más apropiada
descripción de la realidad por la precisión de sus conceptos; c) distinción entre
observación y teoría o la idea de que la observación neutral y la experimentación
aportan los fundamentos para justificar teorías o realizar hipótesis (Hacking, 1985).
Estos presupuestos han sido asociados a las tesis del realismo ontológico y al
positivismo lógico si bien, como indica Andoni Ibarra (2002), esta última atribución
puede ser injustificada en algunos casos. Las preguntas que deseamos plantear, y
que justifican el estudio de la noción de verdad correspondentista en este trabajo,
son: si estos presupuestos se muestran problemáticos, ¿alcanza la retórica de la
posverdad para dar cuenta de fenómenos complejos como la resistencia a la
vacunación?; ¿no se vuelve necesario, también, replantear el contrato social de la
ciencia y la función social de la ciencia?
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Conclusiones del apartado
a) El concepto de posverdad no muestra utilidad heurística ni hermenéutica para el
análisis de discursos, ni arroja luz sobre fenómenos discursivos del pasado.
b) La única diferencia específica que se puede señalar del concepto es la actitud de
indiferencia absoluta a la verdad y a los hechos. Sin embargo, cuando analizamos
los casos en donde pensamos que esta indiferencia se manifiesta, nos encontramos
con la dificultad de separar la posverdad de conceptos circundantes como el mentir,
el engañar y otros en donde no se manifiesta esta indiferencia, de forma que el
concepto de posverdad tiene un potencial referencial excesivamente limitado o nulo.
c) Los usos no teóricos del concepto de posverdad no responden a esta
característica, pues vemos la posverdad asociada a intentos deliberados de
engañar, a la manipulación de la información, la mentira, etcétera. Existe, entonces,
una incongruencia entre los usos teórico y práctico del concepto.
d) La característica de indiferencia a la verdad no es adecuada para dar cuenta de
fenómenos comúnmente caracterizados como ejemplos de posverdad, como el
calentamiento global antropogénico o la resistencia a la vacunación. Mostramos, en
este último caso, que la indiferencia a la verdad no caracteriza las actitudes de los
individuos renuentes a la vacunación, por lo que la retórica de la posverdad no
proporciona un enfoque apropiado para abordar este problema.
e) Hay un presupuesto problemático en la teorización y los usos de posverdad: que
hay un “algo” verdadero ante lo que se es indiferente o de lo que se aleja, una
verdad o realidad oculta o cubierta que puede/debe ser des-cubierta. El
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posverdador
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nos aleja de ella, por lo que el combate a la posverdad se entiende
como fact-checking, como luchas por desmontar las afirmaciones de los
posverdadores, como contrastación de teorías con la realidad.
f) Estos presupuestos subyacen a una concepción sobre la función social de la
ciencia que realiza una tajante separación entre ciencia y sociedad.
La epistemología del concepto de posverdad
Los presupuestos onto-epistémicos detrás de la etiqueta
“posverdad
Una vez que Hyvönen (2018) define el post de posverdad como “más allá” o
irrelevancia de la verdad, nos advierte que existe un problema si con ello
entendemos un movimiento histórico de entrada a una nueva era de la posverdad.
Esta interpretación supone que hemos abandonado los buenos tiempos de una era
de la verdad ahora desaparecida.
Ésta parece ser la narrativa de quienes relacionan el fenómeno de la
posverdad con la filosofía posmoderna (D’Ancona, 2017; McIntyre, 2018; Galindo,
2018). En un interesante análisis del concepto, Fuller (2018) recuerda el juicio que
Vaihinger hace del “como si” kantiano (als ob) como ficcionalismo,
9
el cual de pie al
8
Aquél que hace discursos posverdaderos (Sim, 2019). Traducimos post-truther por posverdador.
9
Si todo conocimiento se da en forma de categorías y éstas son apercepciones analógicas, debemos
entonces entenderlas como ficciones analógicas, construcciones provisionales auxiliares en las que,
sin embargo, la relación metafísica de hecho permanece incomprensible para nosotros (Vaihinger,
1935).
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surgimiento de un tipo de sensibilidad que ya anticipa la sensibilidad posmoderna y
la de la posverdad.
10
Por ejemplo, Popper (2005) relaciona el idealismo
trascendental kantiano con el convencionalismo de Duhem o de Poincaré, pues así
como en el primero es el intelecto el que pone orden a la inaprehensible variedad
del mundo, los convencionalistas explican la simplicidad aparente del mundo a partir
de la imposición de leyes de la naturaleza creaciones o invenciones de nuestro
propio intelecto sobre los fenómenos observados. Así, piensa Fuller, toda la
filosofía posterior a Kant tendría que considerarse el campo más posverdadero de
todos. Entonces, ¿evitar la posverdad implicaría retrotraernos a una filosofía pre-
kantiana, pre-crítica, de un empirismo ingenuo?
La teorización de los críticos de la posverdad descansa sobre presupuestos
empiristas o realistas correspondentistas problemáticos, según los cuales una
proposición es verdadera si hay concordancia o correspondencia entre ella y los
10
Vaihinger (1996) señala cómo en el joven Nietzsche aparece el ficcionalismo promotor de la
sensibilidad posmoderna. En Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1996), Nietzsche habla
del carácter legislador del intelecto a través del lenguaje, que fija lo que se entenderá por “verdad”
a partir de un determinado momento: se inventan designaciones uniformemente válidas y
obligatorias, se utilizan metáforas, metonimias y antropomorfismos que después se olvida que lo son,
por lo que se piensa que las descripciones del lenguaje corresponden con la realidad. En Más allá
del bien y del mal (1999), Nietzsche se arroja contra los que llama “filosofastros de la realidad” que
pretenden que su “voluntad de verdad” prescriba e incorpore a la naturaleza lo que ellos mismos
pusieron en ella en primer lugar: su ideal, su moral. La filosofía, nos dice, es un instinto tiránico que
crea al mundo a su imagen y después, mediante el olvido de tal creación, toma esta construcción
como descripción. Es decir, encuentra en la “naturaleza” lo que el intelecto ya había puesto en ella
mediante el lenguaje. En ese sentido, Nietzsche declara la renuncia a la “voluntad de verdad”, la
muerte de la verdad como paralela a la muerte de Dios.
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“hechos” o la “realidad” (Hempel, 1997). Van Fraassen (1980), después de analizar
las definiciones de verdad de algunos filósofos catalogados como realistas Wilfred
Sellars, Brian Ellis y Hilary Putnam, nos ofrece una definición mínima y no ingenua
de realismo científico: “El objetivo de la ciencia es proporcionarnos, en sus teorías,
una historia literalmente verdadera de cómo es el mundo; y la aceptación de una
teoría científica implica la creencia de que es verdadera” (Van Fraassen, 1980: 8; mi
traducción). Las teorías científicas se entienden como “historias” de lo que
realmente hay y la actividad científica se concibe como descubrimiento no como
invención. Lo que hace verdadera o falsa a una teoría es su correspondencia
“aproximada” con un algo “externo”, un mundo de objetos y hechos independiente
de todo marco conceptual: hay un “[...] arraigado compromiso metafísico con una
ontología última y fundamental, a la que correspondería la descripción verdadera y
completa del mundo” (Lombardi y Pérez Ransanz, 2011: 44). Así, la verdad de las
proposiciones se establecería a través de 1) su correspondencia con la estructura y
propiedades de ese mundo de objetos y hechos o 2) la reducción deductiva de
proposiciones que no refieren inmediatamente a tal estructura ontológica
antecedente a las proposiciones que sí lo hacen.
En cuanto a los positivistas lógicos, una específica interpretación del primer
Wittgenstein jugará un importante papel en la forma en que entienden la verdad de
las proposiciones. Para Wittgenstein (2001), hay una sustancia, una forma fija y
persistente del mundo: los objetos. Éstos se configuran e interrelacionan para
formar estados de cosas de acuerdo con sus propiedades, a los cuales Wittgenstein
llama hechos. La figuración (picture) que hacemos de los hechos es su
representación en el espacio lógico espacio de posibles estados de cosas a
través de la cual hacemos modelos de la realidad. Los elementos de la figura
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(picture) corresponden o no a los objetos, establecen una relación figurativa con
las cosas que funciona como tentáculos con los cuales toca la realidad. La figura
debe tener una forma lógica en común con la realidad para poder figurarla, y el
acuerdo o desacuerdo entre lo que la figura representa su sentido y la realidad es
lo que la hace verdadera o falsa. Esto no puede saberse a priori, sino al ser
comparada con la realidad (Wittgenstein, 2001).
Estas ideas serán retomadas primero y después criticadas por los miembros
del Círculo de Viena. Se partía del principio de que la comprobación de
proposiciones o enunciados se realizaba, en última instancia, reduciendo los
enunciados a una serie de proposiciones básicas que no pueden ser puestas en
duda, lo que Moritz Schlick llamó enunciados observacionales o protocolares:
enunciados que, a pesar de ser sintéticos, son absoluta e incuestionablemente
verdaderos, pues pueden ser comparados con los hechos a través de una acción
simple de constatación. Estos enunciados son necesarios si queremos adquirir
algún grado más o menos alto de certeza, pues proporcionan, en conjunto, una
descripción completa y verdadera del mundo (Hempel, 1997; Ayer, 1935). Para
Carnap (1993), el criterio de demarcación entre ciencia y metafísica es que las
proposiciones de nuestro sistema teórico puedan, en última instancia, reducirse a o
derivarse de enunciados observacionales o proposiciones protocolares que pueden
ser verificadas y que constituyen los bloques sobre los cuales la ciencia se
construye. En caso contrario, lo que tenemos es una serie de proposiciones
carentes de sentido o pseudo-proposiciones.
Ahora bien, el problema con las teorías correspondentistas es que, al
establecer que un enunciado es verdadero siempre y cuando describa de manera
adecuada la estructura y propiedades de las cosas como son en realidad, aún
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queda sin responder la pregunta: ¿cómo son ellas “en realidad”? Para John Dewey,
“La dificultad concerniente a lo ‘verdadero’ de la proposición es sólo traspasada a lo
‘real’ de la cosa” (Dewey, 2006: 342-343).
11
Es la consciencia del carácter
metafísico del presupuesto de una realidad independiente el que hace a los
positivistas lógicos tomar como referente “externo” para la verificación de la verdad
de una proposición sintética, no la estructura del mundo, sino las experiencias
sensoriales.
Ayer (1935) retoma la idea de Schlick de que la verdad de una proposición
sintética no puede reducirse exclusivamente a su compatibilidad lógica con otras
proposiciones verdad por coherencia o a priori, sino que debe estar de acuerdo
con la realidad. Pero, intentando evitar el presupuesto metafísico de una realidad
externa contra la que las proposiciones se contrastan y de la cual no podemos
decir nada más que lo que ya dicen las proposiciones de nuestro lenguaje, Ayer
propone interpretar la concordancia con la realidad en términos de nuestras
sensaciones: “Y cuando decimos de una proposición que ‘concuerda con la realidad’
todo lo que queremos decir, en este uso, es que nuestras sensaciones son lo que
dicha proposición estipuló que serían” (Ayer, 1935: 30; mi traducción). Una
proposición sintética sostiene que, dadas ciertas circunstancias, determinadas
sensaciones ocurrirán. Si es el caso, la proposición “concuerda” con la realidad.
Pero Ayer da un paso más y cuestiona el carácter de indubitable del tipo de
proposiciones o sensaciones que podrían obtenerse de estas experiencias sensibles
los konstatierung de Schlick.
11
Nos parece que esta consciencia ya puede verse reflejada en el mismo primer Wittgenstein, en los
incisos 4.12 y 4.121 del Tractatus, en donde explica que las proposiciones pueden representar la
realidad, pero no pueden representar su manera de representarla.
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Ayer no está tratando de decir que las sensaciones sean dudosas cuando
sentimos algo, no podemos dudar de que lo sentimos, pero que sí lo son las
proposiciones que refieren a nuestras sensaciones y que describen las cualidades
de un contenido de sensación (sense-content) que ha tenido lugar. El error de
Schlick consistiría en haber identificado ambas. Según Ayer, las proposiciones
empíricas sintéticas son hipótesis que pueden ser verificadas o descartadas por
la experiencia sensible. Al final, tenemos un sistema de hipótesis sin proposiciones
finales, y si el proceso no continúa indefinidamente es porque existe consenso no
necesidad lógica de que algunas observaciones son suficientemente confiables
para no tener que continuar el proceso de verificación ad infinitum (Ayer, 1952).
Ahora, el hecho de que una ley o una teoría científica sea un sistema de hipótesis
permite que, en caso de que la sensación esperada no ocurra, no sea necesario
descartar la ley o la teoría como falsas: podemos simplemente abandonar alguna o
algunas de las hipótesis del sistema. Pero, entonces, cualquier sistema de hipótesis
suficientemente coherente, incluso sistemas incompatibles entre sí, podría
considerarse verdadero si cuenta con el apoyo de un sistema de enunciados o
proposiciones de contenido de sensación (sense-content) o enunciados protocolares
(Hempel, 1997).
La misma idea encontramos en la crítica de Popper (2005) a Neurath. Si bien
reconoce como un avance el considerar que los enunciados protocolares pueden
ser revisados no son infalibles, también nos advierte contra el peligro de que
cualquier sistema se vuelva defendible con el simple eliminar (delete) los
enunciados protocolares que le sean inconvenientes. Una pizca de arbitrariedad
parece colarse entre el sistemático entramado de la ciencia: los enunciados
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protocolares son vasallos de la teoría y pueden ser descartados por mor de ésta.
Entonces, ¿cuál es su función?
Popper (2005) distingue las proposiciones protocolares basadas en
experiencias observacionales personales de lo que llama “enunciados básicos”,
que pueden ser puestos a prueba intersubjetivamente y sólo cobran relevancia en
tanto se incorporan en teorías. La ciencia no se basa en una colección de
proposiciones observacionales e inducciones a partir de ellas verificacionismo,
sino que necesita un “punto de vista”, direccionalidad o propósito dados por
consideraciones y problemas teóricos: “[...] aquí, las conexiones entre nuestras
diversas experiencias son explicables y deducibles en términos de teorías que
estamos comprometidos a probar” (Popper, 2005: 89). Los problemas y preguntas
que el teórico plantea servirán al experimentador para planificar y delimitar sus
experimentos y observaciones. De esta forma, lo observable cobra sentido sólo en
relación con una teoría y con una serie de reglas de inferencia y deducción. Todo
enunciado observacional es una interpretación de hechos observados a la luz de
teorías (Popper, 2005).
Se pone sobre la mesa la posibilidad de construir diferentes sistemas de
enunciados científicos con la misma base observacional. ¿Cómo validamos,
entonces, un sistema sobre otro?: los científicos se ponen de acuerdo convención
o consenso acerca de qué significa estar frente a “enunciados verdaderos” y
transmiten esta capacidad a través de condicionamiento, como cuando se enseña a
los niños a escupir los huesos de las cerezas (Hempel, 1997). Hemos abandonado
la noción de verdad por correspondencia y la referencia a una “realidad” o a
“hechos” que sirven como “externalidad” contra la que se comprueban o contrastan
las teorías científicas sus proposiciones sólo puede hacerse de forma indirecta.
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Para Bachelard, el hecho de que el conocimiento siempre se construye sobre
otro conocimiento previo y a veces en su contra significa que, “Frente a lo real, lo
que cree saberse claramente ofusca lo que debiera saberse” (Bachelard, 2000: 16).
Los conocimientos que creemos poseer, tanto ontológicos sobre las entidades que
existen o la “realidad”– como metodológicos cómo abordamos los problemas
pueden constituirse en “obstáculos epistemológicos” que no nos permitan formular
siquiera una pregunta, sin la cual “[...] no puede haber conocimiento científico”.
Bachelard intenta ponernos al tanto de la influencia que la tradición o el
condicionamiento pueden tener sobre la posibilidad de formular preguntas: “[...] una
buena cabeza es desgraciadamente una cabeza cerrada. Es un producto de
escuela” (Bachelard, 2000: 18).
Ésta es una interpretación libre del concepto de “obstáculo epistemológico”
porque Bachelard los entiende como “variaciones psicológicas en la interpretación”,
lo cual parece llevarnos a otro terreno. Sin embargo, si tomamos las convenciones e
interpretaciones, los sistemas de proposiciones de los que hemos hablado, y los
analizamos en términos de lo que permiten hacer, podemos encontrar en los
compromisos conceptuales, en las decisiones de las comunidades científicas,
herramientas heurísticas que abren o cierran la posibilidad de realizar preguntas de
investigación y de “observar” determinados fenómenos de diferentes maneras.
Entonces, los obstáculos epistemológicos no pertenecerían a la psique individual de
los investigadores, sino a las cargas conceptuales de las mismas teorías. De igual
forma, un movimiento en estas cargas para hacerse cargo de una realidad que no
coincide con la teoría podría constituirse en una ruptura o apertura epistemológica
de nuevos umbrales de investigación.
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Pero, ¿no damos razón de ser a las preocupaciones de los teóricos de la
posverdad, en el sentido de que, si la observación depende de la carga teórica, no
hay base segura del conocimiento y lo que hayamos de considerar verdadero será
absolutamente arbitrario? Nos parece que existen teorías anti-realistas que se han
emancipado exitosamente de la exigencia de mimetismo, como el modelo
pragmatista/instrumentalista de Dewey, quien concibe a la ciencia como
conocimiento por “arte” (techné) (Dewey, 2006): producimos hechos
deliberadamente de acuerdo con una hipótesis, para producir consecuencias
determinadas de acuerdo con fines-a-la-vista (ends-in-view). La ciencia no retrata la
realidad, sino que funciona con modelos que, al hacer cortes disciplinares en la
experiencia (Dewey y Bentley, 1976), ayudan a organizarla de acuerdo con los
fines-a-la-vista, “transforman” o dan forma a la realidad (Dewey, 1944; Dewey, 2000;
Esteban, 1999). Con este planteamiento, Dewey nos ofrece una descripción anti-
realista de la ciencia que, no obstante, no le quita ningún mérito en cuanto a ser una
de las prácticas epistémicas más confiables y sistemáticas con las que contamos.
Conclusiones del apartado
a) Tanto realistas como positivistas parten de una teoría de la verdad por
correspondencia, comparten el presupuesto onto-epistémico de una realidad
antecedente contra la cual se contrastan las proposiciones de la ciencia para
decidir sobre su verdad o falsedad.
b) La existencia de esta realidad antecedente no puede verificarse ni demostrarse:
es un presupuesto de corte metafísico. No hay forma de saber que la
correspondencia proposición/realidad está ocurriendo o no, pues no somos capaces
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de determinar las características ni de la realidad externa, ni de las sensaciones
primarias sobre las cuales se construiría todo el conocimiento científico.
c) Las proposiciones que utilizamos para describir el mundo obedecen a una teoría
que delimita el tipo de preguntas que podemos hacer, la clase de problemas que
son relevantes para nuestra teoría y qué constituirá un enunciado observacional.
d) La carga teórica de la observación podría interpretarse como obstáculos o
aperturas epistemológicas, pero esto nos devuelve al ficcionalismo kantiano o al
convencionalismo que los teóricos de la posverdad parecen querer evitar a toda
costa. Nos acercamos más a teorías anti-realistas instrumentalismo,
constructivismo, etc. de acuerdo con las cuales el objetivo de una teoría científica
no es la verdad, sino otro tipo de virtudes como adecuación empírica, comprensión,
aceptabilidad o practicidad (Van Fraassen, 1980). Desde esta perspectiva, podemos
encontrar parecidos de familia con teorías de pluralismo onto-epistémico, desde las
cuales dos teorías podrían dar cuenta de las mismas proposiciones observacionales
o de los mismos fenómenos desde sistemas de hipótesis distintos y probablemente
incompatibles inconmensurables.
e) Si la práctica científica no se encuentra supeditada a la búsqueda de la Verdad,
es necesario preguntarnos: ¿el prefijo post en posverdad aún tiene algún sentido?
¿O en qué sentido se puede utilizar aún esta expresión?
La posverdad y la política
Las instituciones productoras de discursos de verdad ciencia, educación, salud,
justicia se encuentran en crisis debido a una erosión de su legitimidad. Los críticos
de la posverdad señalan a la filosofía posmoderna como la culpable de esta erosión,
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pues la defensa de posturas de corte relativista o constructivista ofrecen la
impresión de que la verdad es una cuestión de preferencias personales o de grupo,
que depende de decisiones de negociación y/o poder y que por lo mismo es
absolutamente arbitraria.
Sin embargo, como hemos visto, el ficcionalismo que anticipa la sensibilidad de
la era de la posverdad está presente desde el trascendentalismo kantiano hasta las
teorías anti-realistas de la investigación científica. También hemos mostrado que las
teorías que suponen la existencia de un factor externo de contrastación no logran
sostenerse sin introducir elementos de “arbitrariedad” –quedan al arbitrio de algún
actor en los procesos de validación de los sistemas de proposiciones científicos
convención, consenso, decisión. Defendemos que en ningún momento hemos
estado en una era de la verdad en la que la tarea de las instituciones fuera la
producción de verdad y en que el buen cumplimiento de esta tarea les confiriera la
legitimidad.
12
Entonces, no podríamos afirmar que la pérdida de legitimidad de
dichas instituciones se deba a que han traicionado su propósito.
Así, si no podemos hablar de un pasado mítico en el que la verdad ordenaba el
ejercicio de las instituciones, de la vida pública, de la organización del Estado, del
acceso a diferentes servicios y de la garantía de los derechos ciudadanos, ¿qué
sentido tiene el prefijo post en posverdad? Nos parece que es en la formación de la
opinión pública y en el debate político donde se manifiesta patentemente la
irrelevancia de la verdad. Deja de importar si la ciencia, las universidades, las
instituciones de salud, la prensa, pueden tener alguna forma de acceso a la verdad
o no, y que desde este acceso se dediquen a promoverla. Aquí nos encontraríamos
12
Aunque sostenemos que no es tarea de las instituciones la producción de verdad, creemos que sí
lo es la producción de discursos de verdad, es decir, discursos con pretensiones de verdad.
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ante una razón estratégica no necesariamente heurística que se ocupa de
disuadir al público para sostener una opinión determinada por intereses específicos.
La indiferencia a la verdad consiste, entonces, en hacer caso omiso de las opiniones
informadas de expertos, grupos o instituciones encargados de la producción de
discursos de “verdad”, cuando sus posturas afectan de alguna manera intereses
específicos. Pero surgen dos preguntas: 1) ¿en qué sentido es nuevo este
fenómeno como para poder ser característico de la era de la posverdad?; 2) esta
razón estratégica de ingeniería del consentimiento de acuerdo con intereses
determinados, ¿es compatible con la idea de posverdad como irrelevancia de la
verdad?
¿La novedad de la posverdad?
Según Block (2019), la mendacidad y la cínica intención de engañar no son
particulares de esta época, pues ya en el capítulo XV de El Príncipe (Maquiavelo,
1997) encontramos mayor aprecio por las virtudes de astucia que sobre las de
honestidad, que pueden sacrificarse a los fines políticos del príncipe. La validez del
conocimiento político, entonces, deriva de su eficacia (Velasco, 1985). Si seguimos
esta línea, en Platón encontramos una fuerte oposición a la democracia por ser un
régimen en el que no se toman decisiones con base en la verdad.
13
Por eso su
ataque a los sofistas y rétores, cuyas enseñanzas y prácticas se consideraba que
13
Así como el argumento a favor de la epistocracia platónica va en contra de la democracia
ateniense, los críticos de la posverdad parecen defender una democracia liberal de corte
epistocrático. Para la defensa de la epistocracia contra la democracia del demos ignorante, podemos
ver la alegoría del barco en el Libro VI de la República.
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promovían el amoralismo de su tiempo al minar la religión y defender la
convencionalidad de las leyes y las costumbres, y al enseñar a defender cualquier
argumento y a discutir sobre cualquier tema (De Romilly, 1977).
A lo largo de la historia, encontramos casos en donde ocurren la irrelevancia
de la verdad o la intención deliberada de engañar: el debate sobre la expedición a
Sicilia entre Alcibíades y Nicias y la destrucción de los hermas, los libelos de sangre
contra judíos o la utilización de propaganda con fines mercantiles o políticos de
Edward Bernays (2008). Principalmente, vemos una relación muy estrecha entre el
fenómeno de la posverdad y la teoría de la propaganda de Bernays, quien estudia la
propaganda alemana y soviética de la primera guerra mundial y, sustituyendo la
palabra “propaganda” por “relaciones públicas”, la introduce en los Estados Unidos.
Relacionando el funcionamiento de la propaganda con las teorías psicoanalíticas de
su tío, Sigmund Freud, se centra en los deseos inconscientes o pulsiones del
aparato psíquico y deja de lado un enfoque en las necesidades o intereses
explícitos de la gente (Bernays, 2008). Bernays inventa una estrategia de mercado
más eficiente para captar un mayor público consumidor. Un ejemplo de su éxito es
la estrategia que pone al servicio de la American Tobacco Company.
14
Bernays admiraba la teoría de la democracia elitista de Walter Lippmann, la
cual se refleja en su concepción de los individuos como incapaces de sostener la
14
Contratando a un grupo de mujeres para que, en un desfile de Pascua, encendieran cigarrillos y,
posteriormente, contratando a la prensa para que al día siguiente pusiera en primera plana la noticia
de este “grupo de sufragistas” desafiando el poder masculino mediante lo que simbólicamente llamó
“Torches of Freedom”, Bernays logró romper el tabú de las mujeres fumando en público y amplió el
público consumidor de cigarros. Véase el primer episodio de la serie documental Century of the Self
(Adam Curtis, 2002).
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mayoría de sus opiniones de manera racional y de defenderlas técnica o
intelectualmente, de fundamentarlas. Pero, al mismo tiempo y a pesar de todo esto,
de sostenerlas de manera casi definitiva a pesar de la carencia de fundamento
(Bernays, 1961).
Entonces, parece que no hay nada nuevo en el fenómeno de la posverdad,
pues tanto la indiferencia a la verdad como el engaño y la manipulación deliberados
pueden ser encontrados en estos y otros fenómenos que podríamos llamar
posverdaderos, pero para hacerlo tendríamos que preguntarnos si hacerlo arrojaría
nueva luz sobre ellos si constituiría una apertura epistemológica. Sostenemos que
los términos utilizados tradicionalmente para describir estos fenómenos retórica,
propaganda, sofística, marketing son más específicos y permiten hacer análisis
más cuidadosos. Por el contrario, creemos que los ejemplos que ahora se
consideran paradigmáticos de la actitud posverdadora deberían ser analizados
mediante esos otros conceptos, pues el concepto de posverdad constituye, por las
razones expuestas, un obstáculo epistemológico.
No obstante, no debemos dejar de considerar las características coyunturales,
no presentes anteriormente, que le dan a esta era rasgos específicos: las redes
sociales se han constituido en cámaras de eco a través de la creación de
ecosistemas virtuales generados por algoritmos. El usuario ve en la información que
va encontrando en las redes el reflejo de sus propias opiniones, pero amplificadas
lo que le hace creer que su opinión tiene más legitimidad de la que probablemente
tiene (Viner, 2016). Es necesario estudiar las dinámicas propias de estos sistemas
técnicos que, si bien obedecen a una lógica muy similar a la que se describe en el
punto anterior, potencian muchos efectos, reducen otros y probablemente
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provoquen efectos propios. A pesar de ello, nos parece que siguen entrando en la
dinámica del accionar de técnicas retóricas, estratégicas o propagandísticas.
¿Se puede adoptar la posverdad si se es político?
Respecto a la pregunta sobre la compatibilidad de la utilización política de la
posverdad con la indiferencia a la verdad, Ball (2018) aclara que en las modernas
campañas políticas el tipo de estrategia que se utiliza es la del Bullshit: se dirá
prometerá, afirmará lo que se requiera para obtener el resultado deseado. Pero
surge la pregunta: ¿en verdad podemos creer que la utilización de estrategias
políticas para obtener los resultados deseados es tan inocente como para
considerar que existe una total indiferencia a la verdad? Ya señalamos en el primer
apartado que en el engaño, la mentira y el intento de justificación de argumentos
falsos se muestra alguna forma de preocupación por la verdad. Sólo si pudiéramos
afirmar con absoluta certeza que en la mente del denominado posverdador no hay
esta preocupación en absoluto, podríamos catalogarlo epistémicamente como tal.
Pero, tanto asumir que alguien sabe que lo que dice es falso mentira como que
no tiene interés alguno por la verdad es asumir que la otra persona tiene una
cognición o creencia, y esto es una atribución de ideas a otros, de las cuales no
podemos estar seguros de que se den o no. A lo más, podemos inferirlas o
estimarlas por su comportamiento, que sería sólo un signo externo de la posesión
de esa creencia a la que no podemos acceder directamente.
Ball (2018) también aclara que uno de los factores más importantes en la
consideración de la posverdad es el de los medios de información que se han visto
presionados por nuevos modelos de negocio, en los que la información no importa
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por la calidad y profundidad de las investigaciones, sino por la cantidad de personas
que alcanza y el número de visitas o de likes obtenidos. Hay menos inversión en
investigación y, según Ball, se han contratado menos reporteros para hacer la
misma o mayor cantidad de trabajo. La indiferencia por los hechos, entonces, no
es una actitud intelectual, sino que deriva de una industria de la información que
obedece al comportamiento del mercado y a las nuevas formas del capitalismo
financiarizado (Broncano, 2018). Esto tiene repercusiones sobre la calidad de la
investigación realizada y la información producida. Este modelo de negocio no tiene
el propósito ni la capacidad de combatir el Bullshit y más bien contribuye a la
multiplicación de las fake-news.
Entonces, ¿en qué consiste el apelar a la emoción característico de la
posverdad? Si se realiza con la intención de dar una forma específica a la opinión
pública, podemos pensar que obedece a fenómenos de propaganda y puede ser
abordada desde la lógica de la manipulación o el engaño deliberados. La otra
opción es que se utilice la emoción para atraer visitas o likes, en cuyo caso no
necesitamos recurrir a un análisis epistemológico, sino a uno de estrategia de
ventas marketing. Pero, en estos casos, no existe indiferencia a la verdad, por dos
razones: 1) la invención deliberada de noticias es engaño, no indiferencia a la
verdad; 2) hay una preocupación de corte técnico que debe ser más o menos
satisfecha, que anula la ingenuidad supuesta en la posverdad: la preocupación por
la verosimilitud virtud del discurso persuasivo entre los sofistas.
El carácter performativo de los discursos de y sobre posverdad
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Posverdad es un concepto de locus, el lugar de enunciación es insoslayable: es
necesario señalar desde dónde se habla de posverdad, pues siempre es un
discurso hacia otro que, generalmente, es el adversario político. Block (2019)
señala que, en España, “posverdad” se ha convertido en epíteto aplicable al
interlocutor con quien uno no está de acuerdo. La posverdad parece ser una
etiqueta política de deslegitimación del oponente. Efectivamente, la posverdad
puede caracterizarse como indiferencia a las propiedades epistémicas (Broncano,
2018) porque no es una etiqueta de una actitud epistémica, sino una estrategia
política para desacreditar al adversario mediante la deslegitimación de su posición
epistémica, política, ética y/o económica.
Así se utilizó también el término “sofista” –Platón era férreo opositor a la
democracia de la que los sofistas, piensa Jaeger (2009), fueran educadores; a
utilizaron los ilustrados el término de “progreso” e “ilustrado” para promover un
proyecto político; y así utiliza Sim el término “posverdador” (post-truther) para
señalar todo aquello que pone en riesgo el proyecto político de la democracia liberal,
posición que también vemos en la editorial de The Economist (2016), en que se
opone la democracia consolidada liberal a la posverdad. Entonces, parecería que
estar del otro lado del espectro político inmediatamente lo convirtiera a uno en
posverdador o sofista, demagogo, retrógrada, etcétera.
Aunque los teóricos de la posverdad intentan entender este fenómeno en
términos correspondentistas, nos parece que en los casos en que se ha utilizado la
etiqueta de “posverdad” no se está tratando de hacer una descripción de la realidad.
La utilización retórica del lenguaje puede entenderse mejor desde teorías de la
performatividad del lenguaje (Austin, 1962), en las que el mensaje no intenta
describir, sino “hacer algo”, provocar algo. Más aún, los creadores de mensajes
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“posverdaderos” juegan con la ambigüedad entre lo descriptivo y lo performativo
para lograr mayor efectividad, y es por ello que buscan la verosimilitud, como ya lo
hacían sofistas como Protágoras o Gorgias. Para ellos, la Verdad no era accesible,
por lo cual los discursos sólo podían aspirar a ser verosímiles aparentar verdad.
Así, lo que se “hace” cuando se etiqueta algo como posverdad es un uso
performativo del lenguaje, pues se está haciendo una caracterización o fabricación
del adversario.
Conclusiones del apartado
a) Las instituciones productoras de discursos de verdad han perdido legitimidad y,
según los críticos de la posverdad, esto es consecuencia de la filosofía posmoderna.
Concluimos que esta afirmación no se sostiene, pues nunca nos hemos encontrado
en una era de la verdad que la filosofía posmoderna hubiera erosionado.
b) El post en posverdad no parece tener ningún sentido, si no es esa aparente
irrelevancia de la verdad que vemos en casos específicos en los que se ha utilizado
la etiqueta.
c) La etiqueta “posverdad” no arroja nueva luz sobre los fenómenos que describe, ni
sobre fenómenos análogos en la historia. Otros conceptos con tradición ya
consolidada parecen ser herramientas más útiles para dar cuenta de ellos, de
maneras más específicas. Sin embargo, debemos tener en cuenta la coyuntura
tecnológica y mediática en que se inscribe la posverdad, si queremos utilizar
aquellos conceptos para describir los fenómenos posverdaderos.
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d) La etiqueta de “posverdad” se puede convertir en un arma política para
deslegitimar la opinión del otro que no está de acuerdo conmigo: el post-truther
siempre es el otro.
e) El fenómeno de la posverdad se entiende mejor desde una teoría performativa
del lenguaje que desde una correspondentista o descriptiva.
Consideraciones finales
Las democracias representativas liberales se han constituido sobre la base de una
distribución de funciones sociales entre grupos de expertos representantes de los
intereses del público. Estas élites epistémicas se han validado a través de discursos
de producción de verdad que legitiman sus prácticas. Una de las que mayor
prestigio y legitimidad ha alcanzado en parte por su eficiencia predictiva y
capacidad técnica de control y transformación de la naturaleza es la ciencia.
Legitimada contra otras formas de gestión del Estado y comprensión de la
naturaleza grupos con pretensiones epistémicas distintas, la ciencia se convierte
en herramienta de validación de toma de decisiones y el juicio de los expertos cobra
mayor legitimidad que la decisión popular democrática, al fundarse en conocimiento
confiable y no en los sesgos emocionales y siempre parciales e interesados del
vulgo.
Así, principalmente después de la Segunda Guerra Mundial y durante la
Guerra Fría, se construye un contrato social de la ciencia implícito, cuyas
características describimos en la primera sección que funciona aceptablemente
bien para países avanzados, al menos hasta el final de la guerra fría. En la última
parte del siglo XX, podemos ver un proceso de complejización de las sociedades a
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causa de la aparición pública de una gran cantidad de grupos y actores sociales
ecológicos, de reconocimiento cultural, de participación política, de inclusión, etc.,
del cambio de políticas públicas de investigación por políticas de privatización con
un aumento en la relevancia del papel de la investigación privada y mayor
interferencia de intereses mercantiles en la investigación y desarrollo y del
creciente interés público por participar o “responder” a la ciencia en cuestiones de
su interés. Fenómenos de gran complejidad como el calentamiento global
antropogénico o la gestión de la pandemia de COVID-19 y la resistencia a la
vacunación que la acompaña han puesto a la ciencia en un gran aprieto por la
incertidumbre inherente. La sociedad demanda de la ciencia la certeza prometida,
demanda que rebasa las posibilidades reales de la investigación científica: el
contrato social de la ciencia no logra cumplir las nuevas demandas, por lo que la
imagen pública que la ciencia ha querido proyectar para legitimarse actividad que
provee conocimiento seguro e infalible sufre un descalabro. Han surgido nuevas
exigencias de que la ciencia reconsidere su función social o la forma en que puede
llevarla a cabo.
Desde nuestra perspectiva, el complejo fenómeno de la posverdad no puede
entenderse si no como resultado indeseable de un mal abordaje de las demandas
sociales hechas a la ciencia. Estas exigencias requieren que la ciencia se realice no
sólo tomando en consideración ambientes modelados controlados, sino que se
contextualice. La diferencia ente conocimiento confiable y conocimiento socialmente
robusto parece absolutamente pertinente: el primero es aquel conocimiento que
prueba que funciona, que es válido en contextos controlados o modelados como el
laboratorio. Pero, para ser socialmente robusto, el conocimiento debe ser
contextualizado, de forma que sea válido fuera del contexto controlado, que incluya
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a grupos de expertos más amplios –incluyendo a “expertos legos” o sin formación
especializada y que la sociedad en que se construye participe en su génesis, de
manera que la ciencia construida sea sensible al contexto social y cultural en que se
aplica. Se requiere un nuevo contrato social de la ciencia que reconozca que los
lugares en donde los problemas se formulan y negocian ya no se reducen a
instituciones de gobierno, universidades o industrias, sino que se han movido al
ágora, el espacio público donde los problemas y sus soluciones son negociados y
donde la ciencia habla al público con la misma autoridad que el público responde a
la ciencia (Gibbons, 1999). Nos parece que la descripción que hemos hecho del
problema de la resistencia a la vacunación hace patente la necesidad de
contextualizar, pues el Modelo de Déficit intenta explicar el fenómeno con base en
conocimientos confiables, pero no se preocupa por que el conocimiento se vuelva
socialmente robusto.
No obstante, la resistencia entre los expertos por mantener una separación de
funciones y especializaciones vuelve a las élites científicas incapaces de ocuparse
de problemas complejos que requieren otro tipo de organización de la investigación
científica, así como nuevas formas transdisciplinares de preparación. Así, ¿será
que podemos entender el fenómeno de la posverdad como derivado de la tensión
no resuelta entre la demanda de mayor contextualización y participación y la
insistencia en la necesidad de mantener el conocimiento científico como
conocimiento experto? La dificultad de franquear esta tensión se traduce en una
doble desconfianza: de los expertos hacia el público la tradicional desconfianza
epistocrática y el escandaloso anti-expertismo que desde el pódium de la
academia siempre nos parece tan irracional.
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Consideramos necesario repensar el fenómeno de la posverdad, no sólo como
exigencia de revalorizar el conocimiento científico y de desmontar las fake-news y
los engaños políticos a través de investigación ilustrada; sino como síntoma de la
dañina escisión entre el sector epistocrático intelectuales, profesores, científicos,
políticos y una comprensión de pueblo en la que, de alguna forma, todos somos
pueblo: todos somos legos en algún aspecto o varios, todos somos afectados por la
división epistocrática que nos excluye de la posibilidad de participar en asuntos de
los que nos interesa, o debería interesarnos, hacernos cargo.
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Artículo recibido el 19 de enero de 2021
Aprobado para su publicación el 20 de diciembre de 2021